– Tambien. Eso tambien, gran verdad – atendia de nuevo hacia el juego.

El hombre de los z. b. toco la espalda del pastor.

– ?Que, Amalio? ?Y esas ovejas?

– ?Ye!, regulares. No estan muy buenas, no – hizo una pausa y recogia con mas fuerza -. Si ademas no pueden estarlo. ?Como van a estar buenas?

– ?Por?

– Mi amo. Mi amo no le tiene cogido el tino todavia al negocio ganado. Ni se lo coge. Chicas peleas que tengo yo a diario con el, haciendo por convencerlo de por donde tiene que ir. Sin resultados. Es como esto – pegaba con los nudillos en el mostrador -. Una cabeza mas dura… Bebio el vaso; nadie hablaba; prosiguio:

– Mire usted, estos senores, que andan con ganado – senalaba a los dos carniceros -, y estan al corriente del asunto, estos senores pueden decirles lo que pasa. ?Miento?

Volvio a callar; lo miraban a el; dictamino:

– Es tonteria; un ganado que se le descuida el renuevo, ese ganado se acaba, mas tarde o mas temprano. Irremediablemente. No es mas que eso, esta cosa que todos la vemos tan sencilla, pues no le acaba de entrar en la cabeza. «Amalio, que las ovejas estan malas», no hay quien lo saque de ahi – trago saliva-. Pero, senor mio, ?van a vivir cien anos las ovejas? Inyecciones de vitamina las podia poner, o lo que fuera; ingresarlas en un sanatorio, caso que los hubiese para el lanar; que la oveja que este acabada y la fallen los dientes, esa oveja se muere sin remision. Y ahi no sirve querer. No hay mas cascaras, ?que dice?

El hombre de los z. b. asentia distraido:

– Ya me doy cuenta, ya.

– ?Pues natural! – concluia el pastor.

– Eso es como mi padre, en paz descanse – decia el alcarreno -, un caso igual. Que en los ultimos tiempos no hacia mas que decir: yo no estoy bueno, no estoy bueno. Y que no iba a estar bueno ni que ocho cuartos. Lo que tenia simplemente es que le iba llegando el turno, por las edades que alcanzaba. Pasaba lo que tenia que pasar. Lo raro hubiera sido lo otro, eso es lo que hubiera dado que pensar. Oiga, como que a mi me entraban a veces ganas de decirle, no siendo el respeto, claro, y esos reparos que uno tiene, de decirle: «?Viejo, padre, viejo es lo que usted esta, no le ande dando mas vueltas, mas pasado que Matusalen, a ver cuando se va a querer dar por aludido, ni enfermo ni nada, que se termina, que ya no da mas!». El pobre hombrito. No lo queria comprender que las cosas se terminan por su propio peso, sin que haya que buscarle mas motivo ni mas cinco pies al gato. La persona humana va sufriendo un desgaste, como todas las cosas, y le llega un momento en que ya no, que ya no; vamos, que no, que ya no puede ser. Y que, ?que misterio tiene? Esta claro, cuando a un reloj se le para la cuerda, no es el mismo caso, pero sirve; vaya, cuando a un reloj se le acaba la cuerda, y se te para, a nadie se le ocurre decir que ese reloj esta estropado, ?no es asi? Pues lo mismo mi padre y lo mismo este senor, con el cuento las ovejas, que nos ha referido aqui el Amalio. ?Igual! Equivocan lo viejo con lo malo.

– Esa es la cosa – asentia el pastor -; el desgaste, el desgaste que tienen las cosas todas en general y las ovejas en particular. Si a una oveja se le desgastan los dientes, ?a ver con que va a comer? ?La vas a poner a sopitas?

– Nada, lo de ese amo que usted tiene – dijo Claudio -, ya lo sabemos todos lo que es: que le duele esta parte – se tocaba el pecho-. Pura tacaneria y nada mas. Ve ahi porque no lleva las cosas como es debido.

– Eh, alto ahi – lo reprendia riendo el alcarreno -; ?a usted quien le manda decir esas cosas, presente Amalio? No se debe faltarle a los amos delante la dependencia.

– ?Dependencia ni peras! – dijo el pastor -. La verdad tiene que admitirla todo el mundo. Aqui el senor Claudio lleva mas razon que un santo en lo que dice, mas razon que un santo. Yo soy el primero que corrobora esas palabras.

– Ah, bueno, bueno; pues ya se lo voy a contar yo a don Emilio, veras tu, que lo andas llamando tacano a sus espaldas, en lugar de salir a defenderlo. Se lo pienso contar.

– No iba a dejar de serlo, por eso.

– Pues no hay razon para ser tacano ese senor, con el dinero que maneja – intervenia el Chamaris. Dijo el pastor:

– Eso de lo agarrado, no es cuestion del dinero que se tenga o se deje de tener, sino de como uno sea de por suyo. El hombre de los z. b. atendia en silencio.

– Pues ya quisieramos juntar nosotros, entre todos – comento el alcarreno -, la fortuna que tiene el solito. Y sin saber disfrutarla.

El Chamaris:

– El dinero no da la felicidad.

– Puede. Pero al tacano, menos todavia.

– Si que la da, si, la felicidad – dijo Lucio -. Pues ya lo creo que el dinero puede darla. Lo que pasa es que la conciencia la quita.

– ?Que conciencia? – preguntaba el chofer -. ?Es que hay alguno que se preocupe de tenerla, con sus buenos fajos de billetes en el Banco?

– Pues natural que la tiene – dijo Lucio -. Muy escondida, pero la tiene, aunque sea a su pesar. Como un gusanillo oculto en el interior de una manzana.

El hombre de los z. b. asentia con la cabeza; dijo:

– Usted lo ha dicho. En efecto. Es un bichejo, la conciencia, que se nos cuela por todas partes. Un mal bicho.

Apuro el vaso. Mauricio estaba escuchando, con los brazos cruzados sobre el pecho, la espalda contra los estantes. El carnicero bajo se acerco distraido a la mesa del domino y miraba la grupa encorvada de Carmelo, el cual estaba todo reconcentrado en la partida. De un manotazo hizo caer al suelo la gorra de visera que Carmelo tenia colgada en el pirulo del respaldo de su silla, y despues se volvio rapidamente hacia los otros. Pero Carmelo lo noto; le decia:

– No escondas la mano, ?sabes?, que te estoy viendo. Asi que no gastes bromas – recogia su gorra de visera-. Y no es por mi, ni por lo que valga – limpiaba con mimo la tela mugrienta, frotando con la manga, para quitarle el polvo-. No es tanto por lo que a mi me molestes, ni por lo que la gorra valga en si, como por lo que ella representa. El Ayuntamiento se debe respetar. No hay que hacer burla del Ayuntamiento.

Puso su gorra como antes y se absorbia de nuevo en la partida.

Habia unos postes altisimos, de hierro, en lo alto del cielo de Vicalvaro; luces blancas y rojas en las puntas. Flotaban como bengalas en la noche vacia. Detras el cielo era negro y opaco. Solo los astros mas fuertes sobrevivian al claro de la luna. El olor denso del verano, el zumbido uniforme de los grillos, cuajaban en la negrura de los surcos calientes. Ahi cerca se recortaba una piedra rectangular, que senalaba el vertice geodesico de Almodovar.

Tito encendio el cigarrillo de Sebas y despues el suyo; miraba a Lucita un momento en la luz de la llama. Soplo la cerilla y volvia a sentarse junto a Luci. Paulina dijo:

– ?Que te pasa, Luci?

– Nada, ?por que?

– No hablas.

– Tengo una pizca de mareo.

– Os poneis a beber. ?Por que no te echas? Echate, anda.

– Deja a la chica – dijo Sebas.

Valles abajo del Jarama, se veian las tierras difusas, como nieblas yacentes, a la luz imprecisa de la luna; mas lejos, los perfiles de lomas sucesivas, jorobas o espinazos nevados de blanco mortecino, contra el fondo de la noche, como un alejarse de grupas errabundas, gigantescos carneros de un rebano fabuloso. Tito le puso a Lucita una mano en la nuca.

– ?Vas mejor? – le preguntaba por lo bajo. Ella saco una voz cansada:

– Me defiendo.

Cambio de postura. Miraba alla abajo, por entremedias de los troncos, en el

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