– Asi es que se paso bien el dia – continuaba el ventero. y bajo la mirada hacia Juanito -. ?Eh?, ?menudo pillo estas tu! – levantaba de nuevo la cabeza -. Un dia de campo es lo que tiene.
– A ver – dijo Ocana.
Petrita se habia aproximado a los jugadores y miraba muy fijamente el cuerpo del tullido.
– Y muy agradecidos que les quedamos a ustedes – dijo Petra -, por todas las atenciones que han tenido – se volvia tambien a Faustina, incluyendola -. Asi que ya lo saben, no es preciso decirlo, el dia que vayan a Madrid…
El alcarreno, el chofer, el pastor, Chamaris y los dos carniceros, callaban discretamente, al margen. Solo Lucio, desde su silla, se hacia presente con sus miradas, como si se sumase a todas las ceremonias.
– ?Atenciones!-dijo Mauricio -; figurese. Al contrario, si me parece que los he tenido abandonados casi toda la tarde, por atender aqui al negocio. Ahora que, desde luego, muy en contra de mi voluntad, que mi gusto hubiera sido hacerles un poco mas de caso.
– No diga tonterias, Mauricio; ha hecho usted mucho mas de lo que debia; ?en que cabeza humana cabe que iba a dejar usted sus cosas por atendernos a nosotros? Bastante que…
– Nada – corto Mauricio -; lo que hace falta es que vuelvan ustedes – se dirigio a Felipe -. Que volvais, Ocana, a ti te lo digo, que volvais, que no te dejes pasar este verano sin daros otra vuelta. Y lo mismo les digo a ustedes, que he tenido muchisimo gusto en conocerlos.
Nineta hizo una sonrisa de cumplido.
– La reciproca – dijo Sergio -; son ustedes una familia estupenda y les estamos muy agradecidos por todo.
– Pues nada, muchas gracias, ya saben que aqui estamos a su disposicion, para lo que manden. Basta que sean familia de aqui. ?Felipe! – le golpeaba el brazo -, lastima, hombre, que no vengais, cono, un dia que ande yo mas desenredado, para que hubieramos tenido una parrafada de las buenas.
Desde la partida miraban de vez en cuando, indiferentemente, a los que se despedian; Carmelo se interesaba, revolviendo las fichas sobre el marmol. «?Aqui, aqui!, estate a lo que celebras – le decia Coca-Cona -, y no me seas entrometido, que a ti de todo eso no te importa nada. Conque al juego.»
– Como alli – dijo Ocana -, ?te acuerdas? ?Cuando volveremos a vernos en otra?, salvando el hecho de los accidentes. Mauricio reia.
– Y con ellos, y con ellos. Los que no somos ricos tenemos que esperar a accidentarnos alguna cosa, chascarnos un hueso, para poder disfrutar plenamente de la vida.
– ?Si, eso!, echen ahora de menos el hospital – terciaba Petra-. Ay, los hombres, todos iguales. Ya ves tu ahora la ocurrencia. ?Que dos!
Faustina asentia:
– Tal para cual – dijo enarcando las cejas, cabeceando, como quien tiene largas razones de paciencia. Los dos maridos se miraban riendo.
– Molestia ninguna, senora – dijo Claudio. Petra no le oyo; se dirigio a Faustina.
– Lo dicho, pues. Que sigan ustedes como hasta hoy – le daba la mano -. Y a ver ustedes tambien cuando se deciden a hacerse una escapadita por Madrid.
– ?Huy, eso…! – dijo Faustina, alzando los ojos-. Hemos tenido mucho gusto en recibirlos, Petra.
– Su hija, no estara. Siento no despedirme. Tan buena moza como es.
– Si que esta, si. Debe de estar en la alcoba. Mucho que no los oyo pasar a ustedes. Ahora mismo la llamo.
– No, no la moleste, Faustina; dejela.
– Faltaria mas – dijo la otra y grito hacia el pasillo -. ?Justina! ?Justina!
Estaba a oscuras, tendida en la cama. Oia las voces del jardin; a veces tras el postigo cerrado la mano de Marialuisa o de Samuel, que pasaba rozando los cristales. Estaban todos alli mismo, alborotando, junto a la ventana; distinguia las voces. Veia en el techo, sobre la Virgen de escayola, el redondel de luz amarillenta que proyectaba, desde el tazon de aceite, la lamparilla que tenia su madre por la novena de la Virgen de Agosto. Tambien hacia un punto de brillo en el cromo de la cama; tiritaba el reflejo. Fuera pedian musica, musica, porque ese Lucas no queria moverse a ponerles en marcha la gramola. Luego decian que el vino se habia terminado y a lo mejor era ella la que tendria que levantarse a poner mas. Relajaba su cuerpo. Se puso el antebrazo sobre los parpados cerrados, para no ver el resplandor en el canizo, ni el reflejo en el cromo. Despues oia a los Ocana en el pasillo; no quiso levantarse; cambiaba de postura y sonaron los metales de la cama. Pendia del techo una rama seca de laureles, casi encima de la cabeza de la Virgen. Clavo las unas en la cal de la pared, a la izquierda de su cama, fuertemente; sintio grima, y se volvia sobre el costado derecho, cuando oyo que su madre la llamaba. Titubeo un instante; busco la pera de la luz.
– ? Voy, madre!
Se arreglo brevemente en el espejo. Aun guinaba los ojos a la luz, cuando entro en el local.
– Superior – dijo Ocana -; muchas gracias, joven.
– Pues me alegro. ?Y tu que, me das un beso, preciosa? La nina aparto la vista del tullido y acudia a los brazos de Justina.
– ?Aupa! – le dijo ella, izandola del suelo -. Vamos a ver, ?y
– Esa coneja que hay alli adentro – dijo Petrita, senalando hacia el pasillo-. Es tuya, ?verdad?
– Y tuya; desde hoy, mas tuya que mia. Cuando tu quieras, te vienes, y la echamos de comer, ?contenta?
– Si – movia la cabeza.
– Pues ahora bajate ya, mi vida, que los papas tienen prisa y no hay que hacerlos esperar – la volvia a dejar sobre el piso -. Anda, ya volveras otro dia; dame un beso.
Le ponia la mejilla a su altura para que la besase; pero Petrita se abrazo a su cuello y apretaba.
– Yo te quiero, ?sabes? – le dijo. Felipe Ocana se despedia de los otros.
– Ya sabe – le decia el chofer, con voz confidencial, estrechandole la mano -; usted solito, sin familia ni nadie – le guinaba el ojo -. A ver si es verdad que se anima algun dia.
Ocana asentia sonriendo.
– Se tendra en cuenta – se dirigio a los de la partida -. ?Con Dios, senores!
– Que tengan buen viaje; hasta la vista.
– Ustedes lo pasen bien. ?Ah, oiga, y otro dia cualquiera que tengan capricho la gente menuda de montarse en la limusina, no tiene usted mas que traerselos, ?eh?, que es lo que le esta haciendo falta, ventilarse, a ver si coge otro aire, el carricoche del diablo!
– Muy bien, de acuerdo – asentia Felipe, sonriendole a Coca-Cona, con la boca torcida, y se volvio hacia Petra de reojo.
– Pues nada, a seguir bien, de nuevo.
Schneider, despegandose apenas de su asiento, hacia una mecanica inclinacion