conocido y no te hacen ni caso, que quieres ser mas danino que las alimanas. ?Te crees que los demas damos tantos rodeos como tu, cuando andamos detras de alguna cosa? Demasiado lo sabe aqui don Marcial que si yo precisara recurrir…
– ?Ya se te vio el plumero! ?Ya se te vio! – gritaba Coca-Cona -. Con tanto disculparte no has hecho mas que ponerte en evidencia. ?Eh, que tal?
– ?Ahi le duele! – reia el pastor y le pegaba al alcarreno con el codo.
El alcarreno se volvio hacia el.
– ?Y tu tambien te echas del lado de aquel bicho danino? – le decia.
El Chamaris y los dos carniceros hablaban con Mauricio y con los otros.
– Eso, vosotros los casados – habia dicho Lucio -, os quejais. Pero no hay mas que ver el estado de conservacion en que se halla la ropa de un casado, un traje pongo por caso, a los cinco o seis meses de llevarlo uno puesto, mientras el de un soltero es un pingo y no hay por donde cogerlo, por iguales fechas, que ni para bayeta sirve ya. ?Y eso a quien se le debe?
– Y el calzado – dijo el hombre de los z. b., mirandose los empeines -; y el calzado, que hoy en dia te cuesta un pulmon.
El chofer se reia.
– Casense entonces – dijo -. Casense ustedes, si es que tanto carino le tienen a la ropa y a los zapatos…
Ahora Carmelo atendia; sus orejas salientes, como las asas de una olla, a los lados de la cara, estaban vueltas hacia el corro, escuchando. El chofer continuaba hacia el:
Reia el chofer y Carmelo tambien se reia, con sus ojos agridulces, bajo la sombra de la gorra, y dijo:
– Esta ya es veterana; esta ya quiere poco cuido. Ahora, eso si, una hembra no esta de mas en casa ninguna. Su mirada se fue a los almanaques.
– Pues si senor, diga usted que si. Que eso es lo bueno – dijo el chofer -. No como aqui, el senor Lucio, que nada mas la precisa para el cuidado de la vestimenta. Y Lucio dijo:
– A estas alturas… – sonreia en su silla -. A estas alturas ya ni para eso. Ni la ropa siquiera tiene ya nada que perder.
– ?Que no esta usted tan viejo! – le dijo el Chamaris -. No se las eche ahora.
– Viejo, viejo, no soy; eso tampoco yo lo digo. Pero si que ya estoy cayendo en desuso, o sea en decadencia. Sesenta y uno anos, son unos pocos anos.
– Pues todavia no se le caen los pantalones.
– No los da tiempo – dijo Mauricio -. No los da lugar a caerse, no hay cuidado. Se pasa el dia sentado, de la manana a la noche, ?como se le van a caer?, ?cuando?
Los otros se rieron. Dijo Claudio:
– Eso tambien es verdad. No hay peligro. No ensena usted el culo ni a la de tres.
– Para lo que tiene uno que hacer por ahi… Mas me vale sentado, que de dos de espadas.
– Eso usted lo sabra – dijo el chofer. Lucio hizo un gesto en el aire con la mano. El Chamaris le dijo, jovialmente:
– Pues a usted que le quiten lo bailado, ?no, senor Lucio? – le guinaba los ojos-. Ni mas ni menos, claro esta que si. Ahi esta el intringulis. Que le quiten lo bailado, ?verdad usted? Lucio miro al Chamaris, casi serio, meciendo la cabeza, y luego dijo lentamente:
– ?Si! Que me quiten lo bailado… Eso es lo que dicen muchos a mi edad. Que me quiten lo bailado. ? Una mierda! No estoy conforme yo con eso, ?tonteria semejante!.?Como demonios voy a estar conforme? Yo lo que digo es justamente lo contrario. Quitado es lo que esta, ?y bien quitado! ?Acaso lo tengo yo ahora? Lo que hace falta es que me lo diesen. ?Esa seria la gracia! Que me lo devolvieran – movia las manos con violencia -. ?Pues ahi esta el asunto! Lo que yo digo es que me lo den, ?que me devuelvan lo bailado!
Se miraban en torno circunspectos, recelosos del agua ennegrecida. Llegaba el ruido de la gente cercana y la musica.
– No esta nada fria, ?verdad?
– Esta la mar de apetitosa.
Daba un poco de luna en lo alto de los arboles y llegaba de abajo el sosegado palabreo de las voces ocultas en lo negro del soto anochecido. Musica limpia, de cristal, sonaba un poco mas abajo, al ras del agua inmovil del embalse. Sobre el espejo negro lucian rafagas rasantes de luna y de bombillas. Aqui en lo oscuro, sentian correr el rio por la piel de sus cuerpos, como un fluido y enorme y silencioso animal acariciante. Estaban sumergidos hasta el torax en su lisa carrera. Paulina se habia cogido a la cintura de su novio.
– ?Que gusto de sentir el agua, como te pasa por el cuerpo!
– ?Lo ves? No querias banarte.
– Me esta sabiendo mas rico que el de esta manana. Sebas se estremecio.
– Si, pero ahora ya no es como antes, que te estabas todo el rato que querias. Ahora en seguida se queda uno frio y empieza a hacer tachuelas.
Miro Paulina detras de Sebastian: rio arriba, la sombra del puente, los grandes arcos en tinieblas; ya una raya de luna revelaba el pretil y los ladrillos. Sebas estaba vuelto en el otro sentido. Sonaba la compuerta, aguas abajo, junto a las luces de los merenderos. Paulina se volvio.
– Lucita. ?Que haces tu sola por ahi? Ven aca con nosotros. ?Luci!
– Si esta ahi, ?no la ves ahi delante? ?Lucita! Callo en un sobresalto repentino.
– ??Lucita…!!
Se oia un debil debatirse en el agua, diez, quince metros mas alla, y un hipo angosto, como un grito estrangulado, en medio de un jadeo sofocado en borbollas.
– ?Se ahoga…! ??Lucita se ahoga!! ?? Sebastian!! ??Grita, grita…!!
Sebas quiso avanzar, pero las unas de Paulina se clavaban en sus carnes, sujetandolo.
– ?Tu, no!, ?tu no, Sebastian! – le decia sordamente -; ?tu, no; tu, no; tu, no…!
Resonaron los gritos de ambos, pidiendo socorro, una y otra vez, horadantes, acrecentados por el eco del agua. Se aglomeraban sombras en la orilla, con un revuelo de alarma y vocerio. Ahi cerca, el pequeno remolino de opacas convulsiones, de rotos sonidos laringeos, se iba alejando lentamente hacia el embalse. Luego sonaron zambullidas; algunas voces preguntaban: «?Por donde, por donde?» Ya se oian las brazadas de tres o cuatro nadadores, y palabras en el agua: «?Vamos juntos, tu, Rafael, es peligroso acercarse uno solo!» Resonaban muy claras las voces en el rio. «?Por aqui! ?mas arriba!», les indicaba Sebastian. Llego la voz de Tito desde la ribera:
– ?Sebastian! ?Sebastian!
Habia entrado en el agua y venia saltando hacia ellos. Sebas se habia desasido de Paulina y ya nadaba al encuentro de los otros. Le gritaba Paulina: «?Ten cuidado! ?Ten cuidado, por Dios!»; se cogia la mandibula con ambas manos. Todos estaban perplejos, en el agua, nadando de aca para alla, mirando a todas partes sobre la negra superficie, «?Donde esta?, ?no lo veis?, ?lo veis vosotros?» Tito llego hasta Paulina y ella se le abrazaba fuertemente.
– ?Se ahoga Luci! – le dijo.
El sentia el temblor de Paulina contra todo su cuerpo; miro hacia los nadadores desconcertados que exploraban el rio en todas direcciones; «No la encuentran…», se veian sus bultos desplazarse a flor de agua. La luna iluminaba el gentio alineado a lo largo de la orilla. «?No dais con el?»; «Por aqui estaba la ultima vez que la vimos», era la voz de Sebastian. «?Es una chica?»; «Si». Estaban ya muy lejos, en la parte de la
