adelante y derecho a la estacion.

– ?Pues si!, vaya un apremio – habia protestado Federico -. Sin acelerar. ?Que pintamos alli veinte minutos a pie quieto mirandonos las caras, hasta hacerse la hora del tren? No hay que correr tanto, que aqui todo el que se adelanta, luego le toca de esperar, no sirve tener prisa.

– Bueno, pues tu haces lo que quieras, pero una servidora a las diez y cinco como un clavo sale de aqui. No tengo yo gana de exponerme a perder el ultimo tren y que ademas ira asi de gente; atestadito, como si lo viera.

– Pues no pasaba nada si lo perdias; todavia te quedaba otro a las once y cuarto.

– ?Que rico!, ?eso es un chiste?

– ?Pues tanta urgencia tienes tu de llegar a una hora fija?

– ?Hombre!, se lo preguntas a mi padre, a ver que te dice.

– De manera que el viejo riguroso, ?eh? ?Casca?

– Ah, eso no se; no le he querido hurgar, por si las moscas.

– Sera un tio antiguo, ?a que gasta camiseta de invierno?

– ?Oye, que de mi padre tu no te guaseas!, ?te enteras?

– ?Que he dicho yo de malo?

– ?Riete mas y te empotro la botella, imbecil!

Se colaba la luna hasta los rostros, al fondo de la mesa, adonde no llegaba la luz de la bombilla, por causa de la enramada. Mely se echo para atras con la silla, hasta poner de nuevo sus ojos en la sombra; solo le quedo luna sobre el cuello. Se habia sostribado con la axila en el borde del respaldo, y el brazo le caia colgando detras de las sillas. La mano de Zacarias tanteaba en la sombra, buscando la mano de ella entre las hojas.

– Debian de establecer unos domingos el doble largos que los dias de la semana – habia dicho Samuel-, ?no es verdad, Mariyayo?, ?a que si? Mientras que no hagan eso no hay tu tia.

– O el triple. Todo lo largos que se hacen los dias de labor. Con eso ya estabamos al cabo la calle.

– Sois la caraba, lo quereis todo.

– No es todo, es algo.

– ?Que barbaridad, que exigencias! – dijo Fernando -. Di, ?tan mala vida te dan ahi donde trabajas? Pues yo que me creia que en los bares se pasaba divertido.

– ?Vas bueno! Divertido lo sera para verlo desde fuera. Pero por dentro, el infierno numero uno. De verdadero desastre, chico; no una cosa cualquiera, no te vayas a creer.

– ?Desesperada te veo!

– Mas harta que harta, hijo mio. Tu no veas lo harta que estoy. Menos mal que tan solo me doy cuenta los dias como este. Entre semana se me olvida; y gracias a eso tiramos.

– Sera porque quieres, una muchacha como tu – sonreia Fernando-. Vas a ver que facil: te proporcionas por ahi un potentado, ?verdad?, y luego con un poquito suerte y otro poquito de soltura, te saca de apuros para siempre. Y a vivir se ha dicho, pero a la gran dumon.

– Mira, mira, no me cuentes peliculas ahora. Eso ya es harina de otro costal. No tengo yo precision de ponerme a la huella de ningun potentado.

– Era un consejo.

– Gracias, me encuentro muy bien donde estoy. Asi es que no vayas por ahi, que por ahi perdemos las amistades.

– Era por enredar. Lo se de sobra; imaginate tu, con ese espejo que tienes en la cara.

– Ni tanto ni tan calvo; ya me parece que te excedes.

– ?Que os traeis ahora? – decia Marialuisa -. ?Ya no sois amigos? ?Pronto!

– Que si, mujer – replico Mariyayo -; ?va a tener una en cuenta lo que diga este sujeto? – miro a Fernando con media sonrisa -. ?Son pompas de jabon!

– Eres un angel – dijo el.

Los otros apremiaban a Lolita que saliese a bailar.

– ?Es muy tarde!

– Hay tiempo, hay tiempo todavia.

– ?Es que sabe bailar la chica esta?

– ?Esto? ?Un torbellino, ya me lo diras!

– Bueno, venga, Lolita, tu numero. ?Un fin de fiesta como esta mandado! Que se vea.

– Que te conozcan en Legazpi, hija mia. ?Al tinglado sin mas dilacion!

– ?Donde baila?

– Ya estaban haciendo falta iniciativas.

Se habian puesto a dar palmas y Lolita apuraba su vino de un sorbo. «?Pues venga!, veremos a ver lo que sale»; se subia a la mesa con una cara arrebatada. Desde arriba mandaba quitar vasos y botellas: «?Quitarme todo esto de los pies!»

– ?Andando! ?Esto es una chica!

Despejaron la mesa. Todos miraban hacia Loli; ella les corregia el compas de las palmas; tanteaba la mesa con el pie.

– ?Esto es una chica y lo demas son tonterias!

Las palmas se habian acompasado. Lolita recorrio con la mirada las caras de los otros; le tendia la mano a Ricardo. «?Sube conmigo!»; no queria:

– Yo casi no se…

– ?Si no es necesario saber! – insistio la muchacha -. ?Sube, no seas primavera!

– Que te digo que no, que hoy estoy ya muy golpeado, vida mia.

– ?Cuidado que le teneis miedo los hombres al ridiculo, hay que ver!

Ya Federico se levantaba voluntario para sustituirle: «?Valgo yo»?; los suyos le empujaban hacia lo alto de la mesa:

– ?Arriba con este!

– ?Hay mucho Federico con este Federico, te digo yo que si!

Lolita se puso de cara a Federico y volvia a dirigir por un momento el compas de las palmas. Cuando estuvieron acordes, arremetio a bailar. Se levantaba mucho polvo hacia las caras de los otros, al golpear las zapatillas de Lolita en la madera de la mesa; Federico le marcaba los movimientos y las actitudes; su cabeza rozaba en los festones de las madreselvas que pendian del alambre, y todo el pelo se le revolvia. Las dos sombras se agitaban dislocadas y enormes en el muro maestro de la casa y en los postigos de Justina, y las cabezas de las sombras tocaban el alero. Luego a Lolita las zapatillas le estorbaron y las lanzo desde los pies, una a una, sin parar de bailar, hacia la sombra del jardin. «?Esta chica es genial!». Ya bailaba descalza. Las palmas repercutian en las tapias hacia el fondo, a la rana de bronce y la gramola y las mesas vacias. Bailoteaban en el centro de la bombilla encendida y su tulipa cubierta de polvo, porque los cables de la luz se meneaban de rechazo al agitarse la enramada, y con ellas tambien se mecian las sombras de todo el jardin. Los pies descalzos de Lolita pisaban sobre el vino derramado; sus faldas negras volaban girando hacia las caras de los otros, y de subito se cerraban y recogian sobre las piernas blancas y el traje de bano encarnado. Luego los pies de Lolita resbalaron de pronto en la madera, sobre un barrillo sucio que se habia formado con el polvo y con el vino, y la chica se vio proyectada hacia fuera de la mesa y caia riendo y jadeante en los brazos de Miguel y Zacarias. Daba gritos de risa y no acertaba a levantarse; decia que no podia tocar el suelo descalza porque las chinas de la tierra le hacian cosquillas en las plantas de los pies y era ponerse mala ya de risa; «?el despiporren!», no paraba de decir. Trataban de calmarla. Habia acudido Faustina, reparo en las senales que aparecian sobre la mesa:

– Miren, muy bien alborotar y divertirse como Dios manda, pero eso ya de subirseme con los pies donde comen las personas, ?eso ya no!, ?se enteran? ?De manera que a ver si hay un

Вы читаете El Jarama
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату