compuerta no estaba cerrada, porque el desague era capaz de tirar de los nadadores y no dejarlos traer el cuerpo hacia la orilla. Sintio Paulina de repente un unanime impulso en torno suyo, y todo el bosque de piernas se ponia en movimiento: «?Alli alli, ya lo sacan!». No los dejaban incorporarse; los arrollaron en aquel subito y apresurado repente hacia el puntal y les pisaban piernas y manos o saltaban por encima de ellos, levantando rechazos de arena. La voz de Tito los llamaba entre la gente. Lograron por fin levantarse y acudian con todos. Ya venian con el cuerpo por la parte somera y lo traian entre cinco o seis hombres, acompanandole a flote por el agua, como se empuja una barca hacia la orilla. Crecia el hablar de la gente y de nuevo lucharon los tres por abrirse camino entre las apreturas. Se aglomeraba todo el mundo en el mismo puntal. Ahora se dejaron ver directamente, a la derecha del embalse, los merenderos iluminados, al otro lado del brazo muerto y del puentecillo de tablas que le saltaba por encima. Tambien alli muchas siluetas se alineaban a lo largo de todo el malecon y algunos ya acudian por lo visto corriendo a la arboleda, porque detras se oyo crujir bajo rapidos pasos la madera achacosa del puente. Y de pronto callaron la mayoria de las voces y hubo mucho silencio conforme el cuerpo iba llegando por momentos a tierra. Todos oyeron limpiamente una voz fatigada que decia:

– Levanta un poco de este brazo, Rafael. Bajo la luz directa de los merenderos, volvia de nuevo a verse el color arcilloso de las aguas, el mismo color naranja que habian mostrado en el dia. «?Senor, que pena!», suspiro una mujer. Paulina se oprimia al costado de Sebas. Miro para atras unos instantes, como cogida de algun miedo. Detras, los arboles en sombra, los campamentos en silencio, y mas atras el puente, con la luna pacifica pegando en los ladrillos; iba un hombre a caballo, muy lejos, por el borde de la via del tren, en lo alto del talud que atravesaba los eriales. Se oyo un discreto pedir paso y brillaron por encima de las cabezas los dos tricornios de los guardias civiles que se abrian camino entre la gente. Estaba ahi mismo el cadaver de Lucita en la arena.

Lo estaban auscultando. Ninos y ninas de distintas edades ocupaban los puestos delanteros en el nutrido semicirculo de personas, y sus ojos se posaban inmoviles sobre las carnes desnudas de la muerta. Brillaba un poco de luna sobre la piel mojada del cadaver, tendido de costado. Su cara se ocultaba en la sombra y bajo el pelo, la mejilla en la arena.

– ?No empujes, tu! – dijo uno de los ninos.

– A mi tambien me empujan…

Se retrepaban de nuevo cuanto podian, con las espaldas contra el corro, como temiendo que sus pies traspasaran sobre el suelo alguna raya invisible que tal vez limitaba en la arena el espacio de la muerte.

Penetraron los guardias en el cerco, con un rapida ojeada hacia el cadaver.

– ?No le hacen nada? – dijo en seguida el mas viejo de ellos al nadador a quien antes habian llamado Rafael.

Se levanto en seguida otro, que estaba inclinado sobre el cuerpo; se quitaba los pelos mojados de la frente:

– Soy estudiante de Medicina – decia jadeando -. No hay nada que hacer.

– Ya – dijo el guardia.

Miraba nuevamente hacia el cadaver, quitandose el tricornio; meneaba la cabeza:

– Mal asunto – reflexionaba -. Una chica joven. Mal trago para los padres.

Tito estaba delante; los brazos le caian a los costados del cuerpo. A su lado estaba Paulina; miraba a Lucita con una mirada lateral, sin ponerse de frente hacia el cadaver; tenia una mano en el brazo de Sebas.

– ?La conocen alguno? – dijo el guardia en voz alta hacia la gente, poniendose de nuevo su tricornio. Tras unos instantes de silencio, oyo a su lado:

– Nosotros.

– ?Ustedes dos?

– Los tres; este tambien.

El guardia miro a Tito, que senalo a su propio pecho con un gesto automatico de la mano.

– Venia con ustedes, ?no es esto?

– Si, senor.

– ?Novia?, ?hermana? Denegaban con la cabeza.

– Amistad simplemente – concluyo el mismo guardia, tajando con la mano.

– Si senor – dijo Sebas.

Paulina se puso a temblar y a llorar en voz alta contra el pecho de Sebas, en bruscas sacudidas. Todo el murmullo se detuvo entre la gente, para dejar el llanto en el silencio y escucharlo mejor, y las cabezas se empinaban las unas sobre las otras, para ver quien lloraba. Los nadadores miraban a la arena. El guardia viejo suspiro:

– Son cosas…

El otro guardia observaba en el suelo la mano izquierdade Luci, semiabierta hacia arriba, y rozaba los dedos con la puntera de su bota. El viejo cambio de tono:

– Estoo…Vamos a ver. Bueno, ustedes no se me muevan de aqui ninguno de los tres, por supuesto. Se volvio hacia los nadadores:

– A ver, usted y el otro; ese, el que dice que va para medico, quedense tambien, tengan la bondad. Juntamente con… Algun otro que haya intervenido, a ver – recorria todo el corro con los ojos -. Pues eso, ustedes dos. O sea los cuatro, ya es suficiente. Les requiero a ustedes para que se sirvan prestar declaracion ante la autoridad judicial.

Acto seguido se dirigio hacia toda la gente, levantando la voz:

– ?Los demas hagan el favor de retirarse! ?Vamos, retirense todos con orden a sus puestos los que no hayan sido requeridos! ?Despejen, tengan la bondad! Cada cual a su puesto…!

Daba un par de palmadas. El guardia joven se puso en movimiento para secundarle.

– Circulen, circulen, andando…

Los encaminaba, tocando a algunos en el hombro.

– Bueno, si ya me voy. No es necesario que me toque.

– Pues hala, aligerar.

Era ya poca la gente; no pasarian de cuarenta los que ahora, por ultimo, se retiraban hacia lo oscuro de los arboles. Nueve personas – o sea los dos guardias, el grupo de los cuatro nadadores, y Tito, Paulina y Sebastian – se quedaban en la orilla, junto al cuerpo de Luci, bajo la luz directa de los merenderos que llegaba hasta sus figuras, atravesando un corto trecho de agua iluminada. Los cuerpos semidesnudos, mojados todavia, se perfilaban de blanco por el costado donde la luz los alcanzaba, y eran negros por el otro costado. Se veian ya solo seis o siete siluetas de pie en el malecon. El guardia viejo miro a los cuerpos de Tito y Sebastian; luego dijo:

– Bueno, escuchen: que se destaque uno de cada grupo, al objeto de recoger su ropa y la de sus companeros, con el fin de que puedan vestirse todos ustedes.

Uno de los que habia sacado a Lucita del rio se miraba los pantalones empapados de agua, que se le adherian a las piernas.

– Ah, y el que vaya de ustedes – anadia el guardia viejo hacia Sebas -, que se preocupe asimismo de traerse tambien todos los efectos de la victima, ?entendido?

Ahora Paulina se habia dejado caer, como rendida, hasta quedarse sentada en la arena. Aun lloraba, ya mas bajo, apoyando las manos y la frente contra la rodilla de Sebastian. Habian abierto de nuevo la compuerta y ya el agua volvia a rugir. Vino una voz muy aguda desde lo oscuro de los arboles, llamando a Tito y Lucita. Era Daniel; se vio la sombra salir de entre los troncos; ya venia corriendo. Se detuvo de golpe ante el cadaver.

– Es Luci.- murmuro.

Despues levanto la cabeza; vio a Tito:

– ?Tito!

Este se adelanto hacia Daniel y se abrazo a su cuello.

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