citaba de vez en cuando para elevarse la categoria: «En las decisiones, y en los libros, hay quienes son viviparos y oviparos, los que tienen que incubar el huevo durante semanas, y los que paren decisiones o libros en unos instantes. Y yo soy de estos, no hay mas que verme». Eso era una ensenanza que habia sacado tambien de las novelas. Duro, habia que ser duro. A las mujeres les gustan duros, y a los lectores mas aun. Dora le dejo por blando, aunque a el los lectores, a partir de ese momento, le daban lo mismo, igual que las linotipias a Delley. La prueba estaba en que habia tardado veintidos anos en tarifar con los Espeja. Francisco Cortes iba a ser en adelante un hombre duro. A ultima hora de la tarde se iba a llegar por casa de Dora, y le diria: haz las maletas, coge a la nina; os venis a casa. Y Dora le seguiria. Pero ?que tonterias estaba pensando? La casa de Dora era la suya. ?Como iban a seguirle a la casa en la que vivia, donde no se podia vivir? Daba igual, era una manera de pensar. Si. Empezo a ver que todo eran ventajas.
Estaban llegando al Comercial. Eran cerca de las cinco.
– Voy a hablar con Loren esta misma tarde. Con este dinero me da para alquilar un bajo un par de meses, y empezar a funcionar. Y luego ya todo rodado. La noria de la vida. La ronda. Empezaran a venir, aquello sera una procesion, cornudos, mujeres enganadas, socios que se enganan entre si, estafas, herencias despilfarradas antes de tiempo, escamoteos, dobles vidas, dolos, escalos, agravantes…
Ese era precisamente el titulo de otra de sus novelas,
Tendria que decirle a Dora que este mes no le podria pasar la paga convenida. Le explicaria. Entenderia. Malo. No le iba a gustar nada que no le pasara la pension. Pensaria que habia vuelto a las andadas. No era el momento de ver los contra sino los pro. En seguir a alguien no se gasta nada. El metro, un taxi. Nada. No hay mas que tener una libreta y un boligrafo.
– Modesto, no le digas a nadie que he dejado la novelistica. Y menos a Milagros.
VIERON llegar a Sam Spade y a Perry Mason y como ambos venian con la cara desencajada, lo atribuyeron a lo que estaba sucediendo en el Congreso de los Diputados.
Spade pregunto si habia venido Maigret, el policia de la comisaria de la calle de la Luna. Le respondieron que no y que con lo que estaba cayendo, era improbable que lo hiciera.
– ?Cayendo donde?
Spade les miro como cuando se sospecha que los demas conocen ya una noticia terrible de la que ninguno quiere ser mensajero, aunque en este caso fue lo contrario, porque cuando vieron que ni Perry Mason ni Spade estaban al corriente aun de lo sucedido, se atropellaron por contarselo todos a la vez, mezclando los hechos contrastados con toda clase de incertidumbres y congojas naturales del momento. Por una vez, ahora si, estaban viviendo algo «historico»: unos guardias habian entrado en el Congreso de los Diputados y se estaba produciendo un golpe de Estado. ?En ese preciso momento? Si. ?Con que repercusiones «a nivel del Estado»? Se ignoraba.
– Eso es imposible -concluyo un Perry Mason aturdido.
No. Habia sucedido. Estaba sucediendo. ?La television? No sabian. En el Comercial no tenian televisor. Solo Tomas, el camarero, Thomas para los ACP, con un transistor pegado a la oreja, como Miss Marple, iba trayendoles a la mesa, entre las consumiciones, las novedades que iba atropando en diferentes emisoras, en las que libaba con avidez.
Sherlock Holmes, sentado junto a uno de los ventanales, miraba distraido a la calle. Sostenia, mortecina, una gran pipa de espuma de mar, regalo de su mujer. La manoseaba nervioso. De todos los ACP era el mas alterado. Tambien el unico que habia vivido y hecho la guerra, y creia que lo que estaba sucediendo era un calco alarmantisimo de todo lo acaecido en Espana en los lejanos dias de julio de 1936. Asi que no hacia mas que espiar a traves de los ventanales del cafe lo que pasaba afuera. Temia ver aparecer en cualquier momento, por los bulevares, provenientes de Brunete, los tanques, avasalladores, blindados y estrepitosos. Sin embargo lo que se divisaba desde alli era lo mismo que cualquier otro dia, coches que subian, que bajaban, que giraban, el pacifico kiosquero, unas gentes con cara de sinapismo que el metro fagocitaba y escupia, desavisadas de lo que le estaba ocurriendo a Espana.
– Lo mismo que cuando mataron a Calvo Sotelo; esto es igual que aquello -solemnizo Sherlock Holmes-. No se puede vivir con un muerto diario, como vivimos.
A Sherlock Holmes se le habia ido el color, y su bronceado permanente, que le daba un aire de viejo galan de cine, se habia vuelto verde. Le sudaban las manos y trataba de disimular frotandoselas como si no acabase de entrar en calor, mientras sus dientes mordian la pipa.
– Yo me voy a ir -comento con evaporada voz.
Pero antes quiso recordar algunas cosas a sus amigos. Les queria bien, los ACP le daban la vida. Segun Sherlock las detenciones, sacas y paseos iban a comenzar desde esa misma noche.
Mason sacudia la cabeza con gravedad, y no se sabia si le daba la razon o se la quitaba. Pensaba al mismo tiempo en Paco y la escena que acababa de vivir en la editorial de Espeja, en aquel golpe de Estado y en su propia familia. Las palabras de Sherlock le robaron su flema. Su hija Marta vivia en Barcelona. Imagino la linea de un frente de guerra dividiendo durante tres anos a Espana, su mujer y el a un lado, su hija al otro. Tambien queria marcharse, pero no sabia como decirlo. No queria parecer un cobarde. Toda la vida admirando a los tipos duros de las novelas tenian que haberle ensenado algo.
Como buen industrial, Nero Wolfe solo se preocupaba de las repercusiones que aquello iba a tener para la marcha del pais.
– Si va a ser igual que el 36, veremos pasar necesidades en Madrid -advirtio.
A la sensacion de miedo, en Sherlock y Perry Mason al menos, se sumo la de hambre, que cundio en el ambiente.
Nero Wolfe era un nino cuando la guerra. No recordaba mucho de la guerra, pero si el hambre que padecieron despues.
Mason asintio de nuevo sin decir nada. Sherlock insistio:
– Va a ser un calvario…
– Por favor, Sherlock, no nos asustes. Y tu, Mason, deja de darle la razon, no seas cenizo -y al mismo tiempo Spade levanto el brazo, chasqueo los dedos un par de veces y llamo a Tomas, Thomas, que se encontraba en el otro extremo, atendiendo a un cliente.
Una agencia de detectives, penso, apenas necesita gastos. Habria que darle un nombre. La excitada conversacion que tenia lugar a su lado era solo un rumor lejano que no lograba distraerle. Un nombre: Argos, el de los cien ojos. Tenia buena mano para los titulos. Se le ocurrian siempre a la primera y no tenia ni siquiera que retocarlos. Esperaba al final, y llegaban solos, felices, como si nada. Cuando los necesitaba: