– Es primo mio. Un buen chico, de los suyos, don Luis.

Fue como echarle de comer a una fiera, porque don Luis, el comisario jefe, se aplaco al momento por ensalmo.

– Eso se dice antes. Chaval, ?como te llamas?

Le lleno la cara de un aliento pestilente, le paso el brazo por el hombro y se lo llevo al despacho, mientras, dandole la espalda a Maigret, siguio impartiendo ordenes al retortero, a todos y a ninguno.

– Maravillas, ?sabes lo de la vieja de la calle del Barco? Tienes que salir para alla ahora mismo echando leches.

Y mirando con curiosidad a Poe, anadio con la mayor amabilidad:

– Asi que de Fuerza Nueva.

Poe no supo como defenderse de la camaraderia de aquel desconocido que le clavaba las unas en el cuello.

El despacho de don Luis lo presidia el retrato de un Caudillo joven, napoleonico, con un fajin verdoso y esa mirada perdida en el infinito que se les pone a los que han ganado una guerra, han dejado un millon de muertos en los campos de batalla y pueden subir al cielo con el deber cumplido. Debajo del retrato habia una bandera descomunal, seguramente traida desde los tercios de Flandes, y sobre su mesa, levantado en un Golgota de carpetas, un Cristo de metal cromado le servia de pisapapeles.

Al fin solto don Luis su presa, y fue a sentarse detras de la mesa. A voces le comunico a Maigret, y a toda la plantilla de la comisaria, ya que la puerta seguia abierta, que «unos tios con lo que hay que tener» habian hecho lo que en Espana habia que haber hecho desde hacia ya mucho tiempo, y que las cosas volverian a donde tenian que volver, y de pronto sono una ventosidad esperpentica que las reglas de la verosimilitud habrian encontrado demasiado topica para ser real, incluso en la novela mas mediocre, o demasiado pedregosa y atronadora para venir de un hombre tan enteco.

– Es por culpa de los antibioticos. Me dan gases -se disculpo.

Poe estaba cohibido. Maigret habia desaparecido y el muchacho no sabia que pintaba en aquel despacho.

– ?Y tu eres de FN? -repitio con desconfianza.

Poe respondio con un gesto ambiguo de cejas.

– Sandocan -grito de nuevo como un energumeno hacia la puerta en el mismo momento en que rayaba el telefono de su mesa-. Llevate a tu primo de aqui. Es idiota.

Entro Maigret y lo arranco de la vista del Comisario Jefe, que hablaba ya por telefono. Les despidieron varios de sus «a sus ordenes, mi general», y algo de «los maricas y los comunistas», y cuando ya estaban a salvo, aun les alcanzo el vozarron de don Luis, con un «cerradme esa puerta», seguido de un resoplido de aires marciales.

Maigret llevo a Poe a su laboratorio.

– Pasa -le ordeno, cediendole el paso.

Se trataba de un cuartucho asfixiante, mal cuadrado y provisional, como Modulo Experimental dependiente del Gabinete de Identificacion de la Puerta del Sol, a la espera de mejoras urgentes. Maigret habia ingeniado un sistema que le permitia pasar en el comodamente sentado horas enteras, leyendo sus novelas policiacas, sin que nadie le molestara. Mediante el cableado apropiado, la bombilla roja sobre la puerta se encendia a conveniencia, estuviera o no trabajando.

Le pidio disculpas.

– Es el suegro de Spade.

Poe puso cara de sorpresa.

– ?No lo sabias?

Era patente que no.

– Ya nos vamos -anadio, mientras se cruzaba en bandolera una maquina de hacer fotos y arrancaba del suelo una maleta de paredes de zinc. Se la paso a Poe.

– Veras un crimen al natural. Nada que ver con los que salen en las novelas.

Al tiempo que llegaban Maigret y Poe al domicilio de la vieja, en la calle del Pez, llamaba Spade a la puerta del piso en el que seguia viviendo su ex mujer, por encima de la Plaza de Roma.

No le gustaba a Dora que Paco se presentara sin telefonearla con antelacion, y mucho menos a esas horas de la tarde. Era de todo punto inadecuado. Entre otras cosas porque compartia el piso desde hacia once meses con un periodista de la edad del propio Paco Cortes, y no queria Dora que nada interfiriese en una relacion que al menos le habia devuelto la ilusion por la vida.

– Sabes que no me gusta que te presentes aqui, y menos sin avisar.

Dora no estaba dispuesta a franquearle la entrada.

– ?Esta la nina? -se arrepintio de haber hecho una pregunta idiota, y para resarcirse, anadio, mientras aranaba la jamba de madera:

– Dora, estas guapisima…

No tenia aun los treinta anos. Verdaderamente era muy guapa, pero no tanto como le parecia a Paco Cortes, que la reputaba, exceptuando a Ava Gardner, la criatura mas bella de la creacion.

Era tan alta como el. Era morena, con ojos grandes. Pero con todo era su voz lo que la hacia tan atractiva. A veces, cuando estaban juntos, Paco cerraba los ojos y le decia, cuentame cosas o leeme algo en voz alta. Y se envolvia en aquella voz arrulladora como en un trozo de terciopelo. Que voluptuosidad. Tenia una cabellera negra de amplias ondas, ojos insumisos, destellantes y negros, una boca proporcionada, lo mismo que la nariz recta y una cara clasica de cariatide.

– …preciosa de verdad.

Era notorio que nadie como Paco Cortes le habia dicho jamas esas cosas con tanto encanto, pero habia sucumbido tantas veces a esas palabras y a otras parecidas, que la sola idea de ceder un centimetro, hacia que esos mismos cumplidos consiguieran irritarla. Por otro lado le constaba que cosas parecidas habia tenido que decirselas a muchas.

– ?Has venido a decirme eso? -le pregunto secamente, sin moverse un centimetro, cerrandole el paso, con una mano apoyada en la puerta.

– ?Esta el reportero?

Tampoco nadie podia ser tan impertinente.

– Paco, por favor, dejalo estar. ?Que quieres? Tengo cosas que hacer.

Paco conocia bien a Dora y conocia bien al genero humano, gracias a las novelas policiacas, y se dio cuenta de que la respuesta de Dora a su pregunta solo podia ser un no. El campo estaba libre. Asi que empezo por disculparse adoptando un aire sumiso.

– Lo siento, Dora. ?Sabes ya lo del Congreso?

Dora asintio con un movimiento apesarado de parpados.

– Me ha llamado por telefono mama. Esta preocupada por mi padre. Le cogio con la gripe en cama, pero en cuanto se ha enterado, ha salido corriendo a la comisaria. Iba ya bastante cargado. Conociendole es capaz de cualquier cosa.

– Por eso he venido. Me he preocupado por vosotras. Todos dicen que la situacion es muy grave. Creo que estos momentos son para estar con la familia. ?Puedo pasar a ver a la nina?

Dora estuvo a punto de decirle que ellas ya no eran su familia, pero no tenia ganas de empezar una refriega, y acabo franqueandole la entrada con un gesto de fastidio y resignacion.

– Solo un momento. Luego te vas.

La nina, que jugaba en un rincon, reconocio a su padre y lo recibio con aspavientos de jubilo. Paco Cortes la levanto en brazos y la lanzo a lo alto tres veces, como si fuese la gorra de un cadete, y eso pinto en el rostro de la pequena una expresion de gozo y de panico.

Dora contemplaba la escena con una triste sonrisa. El entusiasta delirio que el padre causaba en la pequena enorgullecia a la madre y la llenaba de inquietud al mismo tiempo. Se echo Paco la nina sobre el brazo izquierdo y con la mano derecha extrajo del bolsillo de la gabardina, una vieja y arrugada gabardina como la de Delley, como la Sam Spade y como la de Sam Speed, una excavadora de hierro que estuvo a punto de rasgarselo por mil sitios con toda suerte de palas dentadas y volquetes. La nina recibio con hurras aquel nuevo juguete que anadio al parque movil desplegado por el suelo, y se desentendio de su padre.

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