– ?Puedo sentarme un minuto?

Dora se encogio de hombros, como ante una fatalidad. Paco se dejo caer en el sofa. Enfrente de el Dora alivio su cansancio en el borde mismo de una silla, recordandole con ello que la visita habia de ser breve.

– ?No esta el?

Procuro Paco que ese el, sabiendolo lejos, sonase lo mas educadamente.

– No -respondio Dora, sin que Paco pudiera adivinar si no estaba porque no habia llegado o no estaba porque no iba a venir.

– Tengo una buena noticia que darte -dijo Paco Cortes.

Dora no se mostro entusiasmada. Las noticias que su marido le presentaba como sensacionales nunca lo eran, porque nunca llevaban a ninguna parte. «Me parece que quieren traducirme las novelas al ingles. ?Te imaginas?» «Me ha dicho Espeja que a partir de enero me va a pagar mas por holandesa. Se ha dado cuenta de que me podria ir con la competencia.» «A partir de ahora vamos a ser felices, Dora.» Esas eran las buenas noticias de Paco.

Dora esbozo un rictus que queria ser amistoso, sin llegar a serlo.

– Tambien te he traido a ti esto.

Busco en el otro bolsillo un paquete envuelto en papel de regalo, y se lo tendio. Habia entrado por fin en unos almacenes de la calle Goya y le habia comprado un panuelo de seda. Dora ni siquiera abrio el paquete, que dejo a un lado.

– ?No piensas abrirlo?

– Luego.

A Paco le hirio aquel menosprecio. No queria transigir. Paco, para ella, era un hombre peligroso, un seductor nato, lleno de recursos. Por eso se habia ido a pique su pareja. Y cada vez que le veia, en aquella misma casa que los dos habian compartido, propositos e ideas se venian abajo.

Le encontraba todavia muy atractivo. Estaba mas delgado. Le relucian los ojos. Tenia Paco Cortes unos ojos muy bonitos tambien. Se parecian a los suyos. Somos iguales, se decian al principio. Le gustaba incluso aquella nariz desmesurada, aguilena, fina, de arabe. «De judio», matizaba el, solo porque no creia que a los arabes les gustaran las novelas policiacas.

Paco desvio la mirada hacia su hija, que jugueteaba feliz. Estuvo asi, sin descoser los labios, un rato, mirando a la pequena, como si eso bastara. Pero esperaba que Dora abriera el regalo y sabia que Dora sabia que el lo estaba esperando, y Dora sabia que era eso lo que Paco esperaba, y antes de que pudiera evitarlo, Dora estaba deshaciendo el envoltorio.

– Es bonito, Paco.

Y dijo bonito porque le parecio claudicar menos que decir precioso. Pero el panuelo era precioso. Le gustaba de Paco que tenia gusto, sabia las cosas que le gustaban. ?Donde habria aprendido tanto de las mujeres? Y pensar en las mujeres relacionadas con su marido le hizo dano, y le hizo dano recordar que habia sido Paco el primero en hacerle olvidar la aversion que llego a sentir por todos los hombres, consecuencia del dano irreparable que le habia infligido uno de ellos. Tambien le parecio que no se entregaria del todo si lograba no deshacer los pliegues del panuelo, de modo que de forma deliberada lo dejo encima de la mesa tal y como salio del envoltorio, sobre el papel manila.

– He discutido con Espeja…

Se hizo un silencio. Paco estudio en la cara de Dora su reaccion. Ella estaba distraida, pasando el dedo por una de las flores estampadas del panuelo.

Paco queria tambien dosificar la noticia. Respiro, adopto un aire de misterio y reserva, y anadio:

– Dejo lo de las novelas, Dora. Se acabo, no volvere a escribir.

Dora no se movio. Habia oido a su marido, sucesivamente o a la vez, que dejaria de fumar, que dejaria de beber, que dejaria de llegar a las tantas de la madrugada o que dejaria el lio de faldas que les llevo a la separacion. Pero jamas le habia escuchado que fuese a dejar de escribir novelas. Aquello era sagrado. Lo unico con lo que Paco jamas habia bromeado.

– ?Que novelas? ?Las de Espeja o las tuyas?

– Todas, Dora. Si no he escrito hasta ahora las mias, las de verdad, las que me habria gustado escribir, es porque solo he sido capaz de escribir las de Espeja.

De todas las personas a las que ese mismo dia habia participado esa decision, la unica que le creyo fue Dora, quiza porque era la unica a quien nunca habia mentido. La habia enganado muchas veces, pero no mentido. Cuando le pregunto, hacia dos anos, si venia de estar con una mujer, Paco guardo silencio y la miro a los ojos. Los ojos de Dora le gustaban siempre. Tan negros, tan vivos, tan elocuentes. Aquel dia eran mas de las tres de la manana y Dora, que habia estado llorando, le esperaba levantada. Nunca le habia importado que su marido saliera con los amigos algunas noches. Incluso era ella la que le animaba a hacerlo, despues de verle todo el dia metido en casa, trabajando. Conocia bien a todos aquellos amigos. No eran los de la tertulia, sino otros, acopiados aqui y alla, en sus epocas lejanas del colegio, de los anos de la universidad, de la vida, conservados un poco de cualquier manera. A veces le acompanaba Dora en esas salidas, y siempre acababan hablando de lo mismo, las novelas policiacas, mientras ella se aburria con las mujeres de aquellos amigos, si las habia, con tediosas conversaciones domesticas.

Acabo por no acompanarlo. En aquella ocasion, la noche de la que hablamos, Paco no respondio a la pregunta directa de Dora, y esta hubo de hacerle la pregunta una vez mas. ?Has estado con una mujer? Si, le respondio Paco secamente. Los ojos de Dora, aquellos preciosos ojos negros, volvieron a llenarse de lagrimas, pero tampoco se movio.

En las novelas de Paco, las mujeres no lloraban jamas, y menos por un hombre. Las bellisimas heroinas que salian de la cabeza de Paco Cortes antes se hubiesen dejado arrancar las unas que ponerse a llorar por hombre ninguno. Las penas las ahogaban en Martinis, como ellos podian ahogarlas en whisky de malta. Pero Dora no era una heroina, sino una mujer real. Tampoco Dora lloraba mucho. Dos veces habia llorado en su vida. Y esa era la segunda. De la primera ni siquiera Paco tenia noticia. Tampoco hubiera podido adivinar la causa, relacionada con aquel penoso episodio que a Dora le habia llevado a odiar y despreciar a los hombres, que le resultaron repugnantes, durante casi diez anos. Estaban uno enfrente de otro, de pie. ?Has estado mas veces con ella? Ese «ella» era aun para Dora un terreno minado, pues no sabia si tenia que hablar de muchas mujeres a la vez, o solo de una. No sabia que seria peor. Y Paco Cortes, que no queria herirla con la verdad no quiso tampoco afrentarla con la mentira, y dijo bajando algo la voz, pero no la mirada: Algunas veces.

Era una respuesta demasiado evasiva para lo que Dora pedia, para aquellas lagrimas que a ella la humillaban mas que a el, y repitio la pregunta. Paco dijo al principio, ?que mas da las veces? Dora se limito a esperar la respuesta. Despues de unos minutos Paco concedio, no se, diez, tal vez doce, dijo. ?Una sola mujer? Paco, que habia respondido mal que bien a todas esas preguntas con una palabra, no se atrevio ante esa mas que a parpadear con circunspeccion, para no parecer un cinico, y Dora, que no habia podido contener las lagrimas, acabo por no poder contener la rabia tampoco y se lanzo contra el, le grito, le abofeteo, le insulto, le pateo las piernas, le golpeo el pecho con los punos tan fuerte como pudo, sin que Paco cediera un centimetro de terreno, sin que hiciera nada por defenderse ni cubrirse. Y en ese mismo momento Paco comprendio que se habia portado como un imbecil: acababa de perder a la mujer de la que estaba enamorado. Pero aun le dolio mas cuando Dora, entre sollozos llenos de ira, le espeto, los hombres sois todos unos cabrones, sin comprender del todo a quien reunia aquel plural.

Dora exigio que abandonase en ese momento el piso y Paco se paso la noche barzoneando por las calles desiertas de Madrid, a la espera del alba y del perdon.

«Que noche tan amarga. No se es hombre hasta que no se pasa una noche paseando solo por una ciudad, sin rumbo fijo, con el amargo sabor de la desdicha en la boca, sintiendo al mismo tiempo en los ojos la mordaza del sueno y las brasas del insomnio, sintiendo en el alma la angustiosa paz de la muerte y el abrasivo cuchillo de la desdicha, sintiendo en la imaginacion el temor de los finales y la perspectiva infinita de un dolor que no ha hecho mas que comenzar.» Esto mismo, con las mismas palabras, se lo hizo decir al heroe de la novela que escribiria quince dias despues, que titulo precisamente, La noche es inocente. Esa noche, sin embargo, estaba aun lejos de poder pensar en si mismo con la frialdad de ninguno de sus detectives.

Llego puntual la aurora, pero el perdon no amanecio por ninguna parte. Trato de arreglar las cosas. Dora se negaba a hablarle. Mando llamar a un cerrajero y cambio la cerradura. Paco insistia en volver, se culpo de todo. Cedio al fin Dora y Paco entro de nuevo en la casa con la pesadumbre de los convictos. Pero un hecho fortuito,

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