Espero Paco unos instantes, y cuando comprendio que Dora no iba a abrir la puerta, tampoco mostro interes en llamar al ascensor y bajo a pie, lentamente, como muchos de esos heroes de los que tanto hablaba en sus novelas, para ninguno de los cuales tuvo, sin embargo, el menor recuerdo en ese instante.
Y poco mas o menos en el mismo momento en que Paco Cortes dejaba la casa de Dora, precintaba la policia judicial el piso de la calle del Pez, y Poe, Maigret y tres companeros de este de la brigada ganaban la calle y con ella el fantasmal, frio y enrarecido aire de una noche que prometia ser tan larga como de incierto desarrollo.
En Madrid los escasos coches que aun circulaban, lo hacian a una velocidad endiablada que lo mismo podia eximirlos de toda culpa en aquel golpe de Estado o hacerles complices de el, porque se diria que sus ocupantes corrian a sumarse a la algarada o que trataban de ponerse salvos en lugar seguro.
El cuadro de la calle del Pez habia sido involuntariamente solanesco, por lo que reunia en si de desolacion, vejez y derrota. Para ser el primer muerto de Poe, el chico resistio con la entereza de un forense. Este en cambio, lo mismo que el juez, apenas echaron de lejos una mirada al cadaver, lo dejaron todo en manos de sus ayudantes, se escurrieron hacia un saloncito en el que el primero tomaba sus notas y el segundo iniciaba las primeras diligencias. Aquel humor contrariado quiza no se debiera tanto al drama como a que este les hubiera sacado de sus apacibles guardias en un momento tan inoportuno, y quiza tambien por eso mostraron su irritacion y descargaron un par de frases agrias sobre Maigret a proposito de su tardanza, ya que no podian proceder al levantamiento del cadaver hasta no haber tirado las fotografias.
Un anciano de unos ochenta anos, no una anciana, como habian informado al principio, habia aparecido ahorcado del picaporte de una puerta. Naturalmente, y pese a su estatura jibarizada y la ruindad de su envergadura fisica, las rodillas del muerto descansaban sobre el suelo. Tenia la cabeza vencida, un hematoma le ocupaba buena parte de la mitad derecha de la cara y los brazos colgones se le separaban un poco del cuerpo, como si el pobre hombre tratara de salir volando.
Era improbable que se tratara de un suicidio. Desde luego ninguno de los presentes, incluido el forense, un medico viejo, de lo mas saludable, habia presenciado nada que se pareciese a aquello ni por rumores.
Uno de los policias no desaprovechaba la ocasion para hacer chistes a costa de aquella muerte tan inaudita.
El pisito del interfecto, en aquel inmueble gotico, de renta antigua, con una escalera pestilente de peldanos caprichosamente desiguales, se habia llenado de curiosos y vecinos, que no salian de su asombro, tan espantados como locuaces. Cada uno de los presentes tenia ya, cuando llegaron Maigret y Poe, conjeturas solidas, pero no menos contradictorias, que exponian con noveleria convincente.
El juez, sin atreverse a rozarse con aquellos muebles, por temor a llevarse pegado en el traje algo de la mugre y de la miseria del lugar, efectuaba de pie los primeros interrogatorios, mientras el secretario, sentado en un sofa, indiferente lo mismo a la mugre que a su propio traje, tomaba por escrito las declaraciones: quien habia encontrado el cadaver, si el muerto vivia o no solo en esa casa, quien y cuando habia visto al difunto por ultima vez, que parientes tenia, si los tenia, donde vivian, como era, que caracter tenia, que vida hacia…
– Mira, Poe, este si que es un caso interesante. ?Suicidio o asesinato?
Cuando Maigret ya se habia olvidado de la pregunta, mientras maquillaba con una brocha los picaportes de todas las puertas, Poe, que habia estado dando vueltas por la casa, a su aire, se acerco a su amigo y estuvo un rato a su lado, mirando como trabajaba.
– Yo diria que ha sido suicidio. Un suicidio.
Se le empanaba la voz, por la timidez.
– Si fuese un asesinato -continuo diciendo-, seria un crimen perfecto, y no hay crimen perfecto, como sabemos. Si existiese un criminal capaz de hacer esto, lo conoceriamos, nos habria dejado su tarjeta de visita.
– Maravillas, ?de donde has sacado a este Sherlock Holmes? -pregunto uno de los de la brigada, que oyo la deduccion.
– Es primo mio -aclaro Maigret.
Poe, avergonzado y ruborizado hasta las raices del pelo, se juro no volver a despegar los labios asi le preguntara su opinion el mismo doctor Watson en persona.
En efecto, nada en la casa indicaba luchas o forcejeos, todo estaba en orden, incluso el suicida se habia quitado los zapatos, vaya nadie a saber por que, y los habia dejado al pie de la puerta, colocados uno junto al otro, limpios, como si esperasen la venida de los Reyes Magos. En el respaldo de una silla proxima, doblada cuidadosamente en cuatro partes, habia puesto una bufanda, la misma que a buen seguro habia usado ese mismo dia para salir a la calle. Tampoco los vecinos habian advertido nada extrano. La mujer que vivia enfrente se encontro la puerta abierta, le llamo, y como nadie le respondia, fue a llamar a su marido, un jubilado que procedio al registro de la casa.
De este samaritano la unica preocupacion era que, viendo trabajar a Maigret con la cerusa y otros reactivos, se encontrarian sus huellas digitales en el picaporte de la puerta de la entrada, y trataba de advertirle al juez que pese a esa evidencia, el no tenia nada que ver con aquello, al tiempo que maldecia su mala suerte y la achacaba a su buen corazon y a meterse donde nadie le habia llamado. «Me pasa a mi -repetia- por ser como soy», o sea, por ser tan buena persona, insinuaba sin decoro, y acaso se veia a si mismo, con enorme disgusto, pasando los ultimos anos de su vida en una carcel, por un error judicial.
Como no lograban deshacer el nudo de la cuerda que agarrotaba el pescuezo del cadaver, sin romperle la quijada, el medico procedio a cortarla con el bisturi, previa consulta con el juez y el inspector que llevaba la voz cantante, para evitar en lo posible fracturas o interferencias de competencias, a las que tanto el Cuerpo policial, el cuerpo forense y el cuerpo judicial eran sumamente sensibles, y una vez le libraron al muerto de la cuerda, tendieron el cadaver en la alfombra. Su cara era una de las mas tristes que cabe imaginar: esqueletica, con aquella mancha que le ocupaba buena parte de la sien y del pomulo y los ojos hundidos, parecia que solo estaba dormido, en medio de una pesadilla. El rictus espantado de la boca ponia una nota lugubre a la estampa. Un policia le registro los bolsillos, pero no encontro otra cosa que una cajetilla de cigarrillos, mediada. La miro, saco uno, lo encendio con su propio encendedor y se guardo el paquete con absoluta naturalidad.
En el registro encontraron las libretas de ahorros del viejo y una suma de dinero apreciable, asi como otros documentos personales, una cajita de plastico con unas tarjetas de visita, la cartilla de la seguridad social, algunos crismas paleoliticos y unas docenas de fotografias amarillentas de seres que parecian haberle precedido hacia ya muchos anos en el camino de la muerte. Buscaron cajas de medicamentos, pero no hallaron otros que los habituales en una persona saludable, que se ha tomado unos cuantos comprimidos y se ha desinteresado del resto. Se hallaban en un armario del dormitorio. A veces esas muertes eran consecuencia de depresiones mal medicadas, y las medicinas acabaron en el fondo de una bolsa de plastico que cerro Maigret.
Ni medico ni juez ni ninguno de la brigada podia comprender de donde habia sacado fuerzas aquel cuerpecillo para ahorcarse, si es que alguien puede ahorcarse del picaporte de una puerta. La mayoria de los presentes creyo mas probable la hipotesis del asesinato.
Las habitaciones y habitaculos del piso eran angostos. Para pasar de una a otra habitacion policias y vecinos se veian en la necesidad de saltar por encima del cadaver, atravesado en el pasillo, y las conversaciones se habian animado tanto que se hubiese dicho que se encontraban celebrando algo. Al rato se presentaron los empleados del Instituto Anatomico Forense, se llevaron el cuerpo y contribuyeron algo a serenar los animos y a aliviar las apreturas.
Se iba a retirar ya todo el mundo, cuando aparecio por alli un sobrino del fallecido, al parecer la unica familia que le quedaba a este.
Era un hombre de unos cuarenta anos, malencarado, sin afeitar, con las manos aun sucias porque le habian arrancado del trabajo, un taller de coches. Un hombre corpulento, con exagerada barriga cervecera. Recelaba de todo el mundo, irritado porque se hubiera invadido un lugar que se suponia era ya de su propiedad. Segun le confeso al juez habia venido porque su tio asi se lo habia pedido por telefono unas horas antes, pero no oculto desde el primer momento que sus relaciones con el no habian sido en los ultimos meses todo lo buenas que fueran en otras epocas y aseguro que no lo veia desde hacia lo menos un ano. La mujer del vecino oyo esa afirmacion, y se llevo a Maigret a un rincon, para asegurarle que le habia visto en las ultimas semanas al menos en un par de ocasiones. Maigret dio las gracias a la mujer por esa informacion, le pidio que no hablase con nadie y espero a que el juez acabara de tomar declaracion al sobrino. En cuanto le dejaron, Maigret informo al juez y le puso al corriente, de espaldas a los curiosos, de la informacion de la vecina. Al juez esta revelacion inesperada,