La sirenas y senales luminosas de los coches, tanquetas y furgones policiales, rayando a toda velocidad el aire fosco y frio de la noche, daban a la ciudad, vaciada por el miedo y la incertidumbre, un aspecto irreal y unico que no conocia Madrid desde los dias de la guerra.
A medida que se acercaba a la Carrera de San Jeronimo se sorprendio Poe de que nadie le impidiera avanzar. Solo un grupo de unas veinte personas, hombres tambien, venian hacia el, con paso firme. Tenian todo el aspecto, por el modo de meter los tacones en el suelo, de que se trataba de un grupo de patriotas. Ellos y Poe se cruzaron a la altura de Lhardy. Unos metros antes de que se produjera el encuentro Poe levanto el brazo con el saludo romano sin dejar de caminar, como si la prisa que llevaba se debiera a que le esperaban en el cuartel general. Los del grupo, enardecidos por el gesto de aquel espontaneo, levantaron a su vez los brazos y lanzaron los vivas rituales a los que Poe no respondio. Sostuvo las miradas de aquellos extranos, sintio sobre la suya la alegria y el entusiasmo de unas vidas que de pronto parecian haber encontrado su unidad de destino en lo universal. Siguieron ellos camino de los luceros y Poe hacia el Congreso. No tenia miedo. A nadie llamaba la atencion su presencia en la calle a esa hora. Que seductora una ciudad, penso, en la que nadie te conoce, en la que nadie puede reconocerte, y en la que tampoco conoces a nadie.
A la altura de Cedaceros le detuvo la primera barrera policial, compartida esta por un coche de la policia y mas alla por un Land Rover atravesado en medio de la calle, al mando del cual estaban unos muchachos con el brazalete blanco de la Policia Militar.
Dos policias vestidos de uniforme impidieron que Poe siguiera adelante con su caminata.
– Mi padre esta dentro, es diputado. Quiero saber que pasa. Mi madre esta preocupada -dijo.
– No podemos dejarte pasar.
Le vieron demasiado joven y lampino para tratarle de usted.
Poe no era de los que mendigase nada, y se dispuso a dar media vuelta y desaparecer. Los policias debieron de apiadarse de el, le palmearon el hombro y le extendieron su particular salvoconducto:
– Diles a los companeros de alli -y senalo el que hablaba una segunda barrera- que vienes a preguntar por tu padre y que te hemos dejado pasar nosotros.
La segunda y definitiva barrera estaba formada a unos treinta metros de la puerta principal de los leones. Esperaban alli algunos curiosos, muchos policias de paisano, mandos en su mayoria, algunos miembros subalternos del Gobierno y altos cargos, como directores generales o secretarios de Estado, otros militares de graduacion, periodistas, no muchos, e Isidro Rodriguez Revuelto, mas conocido en el universo del Crimen Perfecto como Marlowe.
– Marlowe, ?que haces tu aqui?
Le rozo el brazo por detras.
– De miranda, Poe -respondio Marlowe como un fulminante de zarzuela-. Pero aqui llamame Isidro, porque si no van a creer que nos pitorreamos de alguien, y no me gusta que me llamen Isi.
– A mi me da igual que me llames Rafa o Rafael, como prefieras. ?Como te han dejado pasar?
– Les he dicho que mi padre estaba dentro -dijo en voz baja.
– Yo, lo mismo -dijo Poe.
La coincidencia les desato una carcajada, que los mas proximos, ajenos a la causa, reprobaron con miradas escandalizadas: cuando la patria agoniza no esta bien reirse por nada, ni siquiera aunque se piense heredarlo todo. Las formas son las formas. A Poe no le caia mal Marlowe, como a Mason. Audacia o atolondramiento, Marlowe entre unas cosas y otras llevaba alli tres horas largas, despues de haberse pasado por su casa, tras la tertulia, merendar, cambiarse de ropa y acicalarse como para salir de ligue. Confraternizaba con algunos policias obsequiandoles con tabaco y ofreciendose de mozo para lo que gustaran.
Las cosas en el Congreso seguian poco mas o menos en un punto muerto. Nadie sabia nada. Todos esperaban al jefe de la conspiracion, que no acababa de personarse. Empezaba a hacer frio de veras. Un efecto optico levantaba de la fuente de Neptuno el magico y enganoso cendal de niebla que subia con parsimonia por la Carrera. Los funestos presagios que venian envueltos en ella no podian ser menos ambiguos: aquello iba a terminar en un bano de sangre, y Poe y Marlowe, que no habian sentido miedo, consideraron una estupidez morir tan jovenes por Espana, y decidieron que iba siendo hora de retirarse.
Rompieron de nuevo el cerco y volvieron a la Puerta del Sol. En los pocos bares que encontraron abiertos les negaron la entrada. Poe, en la puerta misma de su hostal, se despidio de su amigo. Este trataba de alargar en lo posible la compania.
– Vamonos a mi casa. Estoy solo.
Sus viejos estaban de viaje, su hermana dormia en casa de una vecina y el, en teoria, lo haria en casa de un amigo. Pero no pensaba hacerlo. Todo habia sido una anagaza para orearse y ver los acontecimientos.
– En casa he dejado cosas para cenar -anadio persuasivo.
No les resulto dificil encontrar un taxi libre. Circulaban a pares, todos vacios, conducidos por taxistas presumidos o temerarios, o ambas cosas al mismo tiempo, como el que pararon Poe y Marlowe. El taxista no hizo mas que alardear de que el era un trabajador a quien no moveria nadie de su taxi asi se hundiera la mitad del continente, dicho con esa fatalidad que los taxistas madrilenos han creido siempre filosofia pura:
– A mi no me van a quitar de currar ni estos ni los otros.
La casa de Marlowe, o para ser mas precisos, de sus padres, defendida por una puerta con cerrajerias y blindaje escandalosos, era la mas extraordinara combinacion que podia pensarse. Por un lado, una verdadera armeria, digna del Museo del Ejercito, y por otro, una coleccion espectacular de relojes, de pared o consola, asi como otros, antiguos, de bolsillo, que se disputaban el espacio que dejaban libre las panoplias y demas doseletes armados, asombrando a todo el que, como Poe, entraba alli por vez primera.
No habia un solo hueco en las paredes ni un centimetro cuadrado del amplisimo salon que no estuviese ocupado por aquellas panoplias, vitrinas y reposteros en los que se combinaba en forma de artisticos rondos o cuarteles, sobre lechos de terciopelo, en el caso de las vitrinas, o contra paredes forradas de moare o damascos del mismo color en el caso de las panoplias, un arsenal compuesto por mas de quinientas armas cortas de fuego de todos los tiempos, fabricantes y naciones, con su correspondiente y minuciosa cartela caligrafiada en preciosa gotica alemana, y un numero incalculable de relojes que hubieran bastado para contabilizar los siglos transcurridos desde el comienzo de los tiempos.
Dejaron el televisor encendido y con el volumen alto, acamparon en la cocina, dieron cuenta de un pollo frio y dos botellas de vino, hablaron como dos buenos amigos de novelas y peliculas policiacas preferidas, repasaron uno por uno los miembros de los ACP, de los que Marlowe fue haciendo un retrato divertido, hablo de sus propios proyectos de independencia y solo despues de que el rey apareciera a medianoche para tranquilizar a la nacion, Marlowe le mostro a Poe los tesoros que su viejo habia ido adquiriendo, estudiando y catalogando a lo largo de treinta anos en los mas diversos mercados, aficion que habia heredado el con no menos furioso y minucioso entusiasmo.
Habia alli pistoletes, cachorrillos, pistolas de duelo, de avispero, colts, revolveres de lo mas variado, ordenados por epocas, por tamanos, por filigrana, en roseta, con los canones apuntando al centro, en espiga, en ringlero, en escala…
– ?Esto es legal? -pregunto Poe.
– ?Te refieres a tenerlas asi? Seguramente no. Pero no creo que a mi viejo le digan nada. Tiene vara alta en la comandancia.
En el capitulo de las armas modernas las habia igualmente variadas.
– ?Todas en uso?
– Esa es la gracia. En principio todas deberian funcionar.
Es como si te gustan los perros y los tienes disecados. Un arma es como un criado, la mejor compania si se sabe vivir con ella en paz. Un arma te defiende siempre y ataca solo cuando tu quieres. Como los perros. Mas que los perros. Porque una pistola piensa lo que piensa su dueno.
– Si a eso le podemos llamar pensar -insinuo Poe.
Marlowe hizo como que no habia oido. Se le lleno la boca con nombres de todo tipo, pistolas de silex, marcas exoticas, fabricantes muertos hacia ya doscientos anos, Smith & Wesson clasicos, de hierro cromado y culata de marfil, las funebres
Berettas, las vanidosas Benelli y las Asiras compactas y cerriles, incluso uno de los miticos revolveres del Doctor Le Mat, fabricado en Nueva Orleans.
– Es interesante todo esto.