En la apreciacion de Poe no habia la menor simpatia. Se veia que las armas le desagradaban, pero ese disimulo no lo noto Marlowe, que se sumo a la frase de su amigo:
– ?Verdad que si?
Parecia Marlowe uno de esos cocineros a los que entusiasman sus propios guisos. Tomo una de las pistolas, una Mauser de leyenda, fabricada por el propio Luger en 1914, con cargador a punto, y la puso en la mano de Poe. Lo hizo Marlowe como habria hecho si se tratase de una mujer desnuda sobre la que tuviera completa competencia y permitiese a su amigo que le acariciase un pecho con un «animate, hombre, tocaselo, me gusta que lo hagas, comprueba que maravilloso es».
– ?No te parece…la perfeccion misma?
Poe no sabia que hacer con aquella pistola en la mano, pero tampoco donde soltarla. Pesaba mucho. Temio incluso que al dejarla sobre la vitrina, quebraria el cristal.
– Yo no entiendo de armas -se disculpo-. Tampoco de perros. Me temo que uno es mas de gatos.
No queria mostrarse descortes con Marlowe.
– ?Has disparado alguna vez? ?No? Eso es lo que te pasa. Hasta que no lo hagas no puedes decir que no te gustan. Es como las mujeres, una cosa es mirarlas y otra muy diferente hacerlas el amor. Pues las armas, aparte de ser como los perros, son como las mujeres. Mientras no se las acaricia no sabes de veras lo que sientes por ellas. Es un relajante. Llegas a la galeria de tiro con problemas y una caja de municion y cuando se te han acabado las balas se te han acabado los problemas.
Eligio Marlowe de entre unos cuantos prodigios de precision, guardados en un armario armero, seis o siete, pistolas y revolveres, y los metio en una bolsa de deporte, lo mismo que diversa municion.
– ?Que vas a hacer? -pregunto Poe cuando le vio dirigirse con la bolsa a la puerta.
– Vas a ver.
– Me parece que no es el mejor momento para ir por la calle con este arsenal.
Nou problen, dijo Marlowe. No habia que salir del edificio. En el sotano su viejo se habia preparado, insonorizada y blindada con hormigon armado, una estrecha y larga galeria de tiro, con boveda de medio punto, neones blancos que llenaban la cueva de ecos de antracita y fulgores de morgue.
Poe lo miroteaba todo como esa persona que ha resuelto no admirarse ya de nada. Marlowe le puso las orejeras y un arma en la mano, concretamente una Springfield Defender. Luego se coloco sus propios cascos. Frente a si tenia, en papel, a doce metros, la silueta de un hombre, con una diana pintada a la altura del corazon. Con un gesto de cabeza le dio a entender que aquel monigote era un hijo de la gran puta que acababa de tropezarse con el y pretendia robarle, violar a su novia y a su hermana y quedarse con la patria. ?Que hacer?
– Friele a tiros, Poe, es todo tuyo.
Por mas que apreto el gatillo, no consiguio Poe disparar el arma. Fue preciso que Marlowe, con la sonrisa del que asiste a los primeros pasos de un nino, le instruyera.
– La gente que lee novelas policiacas no se como se entera de lo que pasa en ellas, porque hasta que no se tiene un arma en las manos, no se sabe nada. Es como hablar de mujeres con un seminarista. Y en los ACP el unico que de verdad se interesa por estas cuestiones, aparte de Maigret, es Sam, que si sabe. Los demas no tienen ni idea y no sabrian distinguir una pistola de una libra de chocolate.
Terminado el primer cargador, Poe devolvio la pistola a Marlowe, decepcionado mas que por el, por su amigo, al ver la cara que este ponia al examinar un blanco en el que habia errado todos los impactos. Pero no era hombre que se arredrara ni desalentara facilmente
– Habra que educar ese pulso -dijo.
A continuacion probo el y de doce balas, diez se alojaron en la cabeza de su enemigo y dos en el corazon. Su cartera, su novia, su hermana y la patria estaban a salvo.
Le hizo probar otras armas, como el enologo al que bastan unos buchitos para alcanzar las excelencias de un caldo.
Eran las cuatro y media de la manana cuando subieron de nuevo a casa de Marlowe. De aquella noche Poe extrajo la ensenanza de que no le gustaban las armas; Marlowe, que habia hecho un buen amigo; y ambos, que aquel golpe de Estado habia sido una verdadera chapuza, toda vez que ni siquiera les darian un dia de vacacion en sus respetivos trabajos y ya solo disponian de unas pocas horas de sueno.
Para el resto de los personajes de esta historia la noche fue igualmente memorable, lo mismo que para la mayoria de los espanoles que la vivieron en ciudades por las que paso muy cerca el fantasma de la guerra civil, aunque ninguno de los que aqui han aparecido hicieran cosas que fuesen por si mismas dignas de ser recordadas de no haber sido por las circunstancias extraordinarias en que sucedieron.
A don Luis Alvarez fue a recogerle su mujer a la comisaria a las once de la manana para llevarselo antes de que siguiese haciendo tonterias.
Se encontro su despacho como ese escenario en el que ha tenido lugar la representacion de un gran drama: vacio, sucio y revuelto, sembrado de vasos de papel con restos retestinados de conac y cafe, en los que habian apagado una ingente cantidad de cigarrillos, llenando aquel recinto de un olor pestilente.
Don Luis, hundido en un comodo sillon rotante, se mecia a uno y otro lado con el menton no menos hundido en su do de pecho: era lo que se dice un hombre humillado. Demacrado por el cansancio, sin afeitar y sin habla, esto ultimo no por la emocion, sino por la ronquera, parecia estar esperando a que alguien, como en tantos apuros, lo sacara del paso. No quedaba alli mas que un reten de guardia y don Luis, detras de su mujer, se deslizo hacia la salida con sigilo y celeridad. La culebra que ha conseguido librarse del azadon del labriego se escabulle entre las zarzas con no mas habilidad ni prontitud.
En el calabozo restaba sin embargo el sobrino del viejo de la calle del Pez, a la espera de que alguien le dijese de que se le acusaba o de que un ser compasivo como Poe le pusiese en libertad. Tambien ignoraba lo que hubiese o no sucedido con el golpe de Estado. Fuera, una mujeruca, su esposa, con un abrigo de fustan verde que no se quito en toda la noche y un moquero arrebujado en la mano, con los ojos enrojecidos por el llanto y la vigilia nocturna, no sabia a quien preguntar, porque nadie sabia que responder y otros ni siquiera se tomaban la molestia de escucharla.
En los dias que siguieron al golpe de Estado, se le sometio a ese infeliz a concienzudos y sistematicos interrogatorios que pauto el propio don Luis, muy interesado en borrar con eficacia policial las veleidades patrioticas de esa noche.
Desde luego al sobrino se le torturo de muy diferentes maneras durante tres dias, sin permitirle dormir, sin darle de comer y con abundantes vejaciones, amenazas y maltratos a los que nadie hubiera podido calificar de torturas. No admitio nunca haber matado al viejo, desde luego, pero ni lo nego con suficiente vehemencia ni fue explicito en muchas de las respuestas, y acabo delante del juez, que ordeno su prision.
Al igual que la mayor parte de companeros, los mas afines a el al menos, Maigret abandono las dependencias policiales hacia las seis de la madrugada del dia 24 de febrero, mientras su jefe trataba de convencerles a todos, hablando con unos y con otros, de que su celo de la tarde y parte de la noche habia sido fruto de un arranque patriotico y una espontaneidad que le ponia a salvo de cualquier trama organizada, aunque aseguraba que algo como lo ocurrido, felizmente concluido sin mayores lesiones personales ni institucionales, era una cosa bonisima para la democracia y la corona, que saldrian reforzadas de aquel episodio, que era, no obstante, un toque de atencion que no podia ser pasado por alto ni por la corona ni por los partidos politicos ni por los sindicatos obreros ni por la ciudadania en general. Sin saberlo estaba expresando don Luis ideas que unas horas mas tarde se verian en letras de molde en los editoriales de algunos periodicos espanoles.
A Nero Wolfe, de nombre Jesus Violero Mediavilla, propietario del Restaurante Tazones, el doctor Agudo, conocido tambien como Sherlock Homes en el club de los ACP, consiguio meterle el miedo en el cuerpo en cuanto salieron ese dia del cafe Comercial, y se paso la noche sin saber si debia o no quemar los archivos, fichas y libros de asiento en los que figuraba la historia de los ACP, ya que con ese nombre podia originarse cualquier malentendido de consecuencias funestas para todos, e inventariando los viveres de los que se disponia en su negocio, por si venian mal dadas.
Por su parte, para Sherlock Holmes fue una de las peores noches de su vida: tenia un hermano filocomunista, al que ya veia cadaver en cualquier cuneta de la Casa de Campo, y dos hijos cuyo aspecto capilar, en barbas y cabelleras, les habria condenado a pena de muerte ante cualquier Junta de Justicia Militar, de modo que se paso la noche taciturno, con un whisky en la mano del que no probo apenas gota, mirando torvamente las imagenes que sacaban en la television y creyendo, cada vez que en ellas veia moverse un guardia civil o salir o entrar un militar de graduacion, que alli iba a empezar cualquier hecatombe.