Para Espeja el viejo el dia, desde luego, no habia empezado mejor, pero no en vano se era director de Ediciones Dulcinea S. L. para no saber pilotar en medio de las galernas. Se habia quedado en el mismo dia sin autora de novelas rosa y sin autor de novelas negras. Cierto. Tras el altercado con Paco Cortes, recapacito un par de horas, paseandose de arriba abajo con aquel cigarro habano que se le apagaba por falta de dedicacion y que apesto su despacho y su persona. Cuando al fin se marcho Simon, el viejo mozo, repartidor y paquetista, la senorita Clementina consolo al viejo editor del lobanillo en el cogote como solo una secretaria fiel y leal es capaz de hacerlo: debia arreglar las cosas con dona Carmen y romper de una vez por todas con Paco Cortes, cada vez mas insolente y engreido y de quien no podia soportar que le diera siempre recuerdos para su madre, cuando era notorio que ni ella soportaba a su madre ni su madre la soportaba a ella, y ademas, ?que cuernos le importaba a Paco Cortes su madre, si no la habia visto en su pajolera vida? Y asi lo hizo Espeja el viejo esa misma tarde, como lo aconsejaba el buen sentido de la senorita Clementina.
– Dona Carmen -le dijo-, sabe que las personas tenemos de vez en cuando prontos irresponsables. ?Quiere usted escribirme durante unos meses las novelas policiacas, ademas de las suyas? Le consta de sobra que sus novelas romanticas me entusiasman, como le entusiasmaban ya a mi-tio-que-en-paz-descanse.
Y prometio pagarle mas de lo que le pagaba a Cortes. Quinientas cincuenta pesetas.
Espeja el viejo, escamoteandole cincuenta pesetas por folio al tiempo que la hacia creer que le subia el estipendio, cuando en realidad se lo bajaba, se tuvo por el Rommel de los negocios, y desde luego que no telefoneo a Espartinas. Tampoco hubiera encontrado a Paco.
Para este esas horas fueron bien amargas. Nunca habia sido Madrid mas una ciudad de cuatro millones de cadaveres como aquella noche.
Despues de abandonar la casa de Dora, Sam Spade, ex escritor de novelas policiacas, noctivago como Paco Cortes, hasta llegar a El Mirlo Blanco, un pub de General Pardinas, donde se refugio toda la noche, al igual que una docena de parroquianos inadaptados, conocidos unos, desconocidos otros, solitarios o separados como el, de vida contradictoria, desarreglada y burguesa, y con ellos y el dueno del pub siguieron a puerta cerrada los acontecimientos, bebiendo, fumando y hablando tranquilamente hasta que salio el sol, momento en el que se lo llevo del brazo una de esas mujeres jovenes que rondan a los hombres maduros, y a las que sabia revestir en sus novelas de un halo de misterio y poesia, pese a que cuando se las tropezaba en la realidad le parecian grises y desdichadas como el mismo, con una historia sin el menor misterio y sin ninguna poesia, de retirada, como el, de todos los desordenes.
Por la manana Mason telefoneo a Spade. No le encontro en casa ni ese dia ni al otro. Y empezo a preocuparse. Tampoco Dora, a la que Mason telefoneo el sabado siguiente, sabia de su ex marido, desde que el dia del golpe de Estado salio de su casa.
Y en cuanto a noches tristes, quiza fuese esa, para Dora, una de las mas tristes. No quiso decirle esa noche a su ex marido que la relacion que habia mantenido durante once meses con el periodista Luis Miguel Garcia Luengo se habia terminado hacia mas de quince dias, cuando este, cansado de esperar un cambio de actitud, la culpo de seguir enamorada de Paco Cortes y de ocuparse mucho mas de la nina que de el mismo, y ella no encontro ni fuerzas ni ganas para negarlo ni discutirselo. Pero haberselo confesado a Paco Cortes esa noche habria sido meterlo en casa de nuevo. Asi que se quedo detras de la puerta llorando y sollozando hasta que la voz de la nina, que preguntaba por ella, la arranco de su propio abismo. Telefoneo luego a su madre para preguntar por su padre, pero las lineas telefonicas permanecian colapsadas y solo a las dos de la manana su madre, bajo los efectos del Marie Brizard, le reconocia llorando que no sabia si podria soportar un minuto mas a su padre y que habia tenido la vida mas desdichada que cabia imaginar. Nada que no supiera ninguna de las dos. Y asi, hacia las cuatro de la manana, con el televisor encendido, Dora durmio cuatro horas, hasta que a las ocho, como un reloj, la desperto su hija Violeta, uno de los seres felices que vivieron aquellas horas como otras cualquieras.
Madre y abuela hablaron esa noche por telefono un largo rato, al cabo del cual Dora volvio a arrepentirse de haberla llamado, pues de nuevo, cuando mas la necesitaba, menos disponible la encontraba.
Para el resto de los ACP aquella fue tambien una noche triste, en efecto, pero a la mayoria de ellos les confirmo que la realidad era mucho mas caotica, irregular e injusta que las novelas policiacas, en las que siempre solia quedar triunfadora la logica del orden y la justicia de la logica. Orden y justicia, al fin y al cabo eran dos buenos pilares sobre los que erigir un solido edificio social.
En cuanto a Poe y Marlowe, a partir de esa noche, se hicieron amigos inseparables. No eran ni siquiera afines, pero se entendian. Uno introvertido, y el otro tan hablador. Uno bromista y el otro, triste. Uno lleno de fantasias coloristas y el otro retraido y taciturno. Marlowe se acosto en su cuarto y a Poe le basto, con una manta, arroparse en un sofa y esperar a la manana siguiente para marchar al banco, cosa que hizo antes de que Marlowe se despertara. Y desde el banco Poe logro al fin hablar esa manana con la dulce, suave, misteriosa Hanna.
II
LE esperaba con la mesa puesta, la luz electrica apagada y una vela encendida. En aquel tenue resplandor temblaban las cosas en su misterio. Le parecio entrar en una almendra, defendido por aquellas paredes. Imagino la mesa abastecida de diccionarios, pero tal como estaba, con su mantelito de color celeste, los platos de cenefa azul y las copas de agua y de vino rutilantes, le parecio el rincon mas prometedor para la vida mas deseable. Tenia algo del rincon pintoresco de una posada alpina.
Llego Poe con una botella de vino, que compro de camino en una bodega proxima al Mercado de San Miguel.
No entendia de vinos. Se guio por el nombre, por la etiqueta y por el precio, pero deseo que a ella le agradase. Seguramente una mujer como Hanna, de su experiencia, habria ya descorchado muchas botellas de vino. Se la tendio en el momento en que esta le abrio la puerta. Le dijo, he traido esto. No sabia si era asi como se hacian las cosas, si habia que llevar o no presentes a las casas en las que se era invitado. En el pueblo de donde procedia nadie invitaba a nadie. Pero habia visto la semana anterior en una pelicula de Rohmer que un joven se presentaba en casa de una amiga, para cenar, y le llevaba una botella de vino. En Paris la gente le da importancia al vino, penso Poe, que jamas habia salido de Espana. En Madrid las cosas seguramente ocurrian igual que en Paris. Todos decian que Madrid se habia convertido en la capital de Europa y vivian como si Madrid hubiese ganado unos campeonatos del mundo en cosmopolitismo.
En la pelicula que habia visto Poe, la chica esperaba tambien al chico con una vela encendida. Ese detalle tranquilizo a Poe por lo que hacia a su botella. Quiza hubiera visto Hanna la misma pelicula, aunque no con el, desde luego. Quiza por encima de los Pirineos las cosas sucedian de esa manera, con candilejas, con manteles, incluso con el detalle de haber metido dos claveles en un vaso con agua, sobre una repisa. Para Poe todo eso resulto nuevo, no eran asi como sucedian las cosas en el pueblo en el que habia vivido hasta hacia seis meses, hasta que pidio el traslado y se vino a Madrid. En realidad en su pueblo no sucedia nada. Se alegro de haber dado aquel paso, y estar en Madrid, incluso pasando por el trago de dejar a su madre sola.
Hanna le libro de la botella. La luz de la vela causo al joven una impresion muy grata y le sugestiono favorablemente. Se habia vestido ella para la ocasion con un pantalon vaquero y una blusa blanca, con flores bordadas en el pecho. A la altura de las corolas de estas flores se marcaban sutilmente los pezones. Con aquella luz de la vela se formaba a su alrededor una sombra mitigada, que se los senalaba aun mas, pero Hanna esto no lo podia saber, porque cuando se probo la blusa lo hizo con la luz electrica, y con esta no noto nada especial. Fue despues cuando encendio la vela y apago la bombilla del techo cuando los dos botones se insinuaron con su sensualidad propia. Quiza de haberlo sabido antes Hanna hubiera buscado otra blusa en el armario. No queria parecer una descarada. Los espanoles tendian a creer que ella, como danesa, estaria dispuesta a irse a la cama con el primero que se lo pidiese. Tambien se habia maquillado un poco, ella que jamas lo hacia. Algo debajo de los ojos, un secreto crepusculo. Era mayor que el. Tal vez quisiese disimular la diferencia de edad. Poe se quedo mirandola. En un segundo tuvo que dilucidar si le gustaba mas asi, con aquella sombra azul que gravitaba en sus parpados, o sin ella. Pero no tuvo tiempo, porque las cosas en los suenos van muy deprisa siempre, y aquella velada habia empezado para el como un sueno.
Dejo Hanna la botella sobre la mesa y ayudo a su amigo a quitarse el abrigo. Parecia, por la angostura de todo, que al quitarse el abrigo alguno de los dos iba a tener que salir al rellano de la escalera, porque no iban a