– Puede ser cierto -dijo al fin Poe-, pero tambien en Crimen y castigo dice el comisario Porfirii Petrovich que de cien conejos no se hace nunca un caballo, ni de cien sospechas se hace nunca una prueba o una evidencia.

– Ole por el nino -exclamo Miss Marple batiendo palmas como una colegiala.

El propio Cortes aplaudio con parsimonia al joven, como un maestro que reconoce haber sido descabalgado de una partida de ajedrez por un alumno.

Miss Marple celebraba tanto los crimenes como las investigaciones que sacaban a la luz a los culpables, y lo hacia con el jubilo de quien veia en ese asunto algo verdaderamente festivo. Mientras el crimen seguia sin resolver, partidaria incondicional de la astucia del asesino; y una vez empezaban a desmoronarse los obstaculos o a disiparse las espesas conjeturas que el criminal favorecia entre su crimen y la definitiva resolucion del mismo, Miss Marple se deslizaba sin ningun rebozo de parte del investigador o de la policia. Disfrutaba lo que se dice con todo, en todos los papeles, como esos glotones que encuentran tan placentero buscar las viandas en el mercado, cocinarlas o comerselas. Era una mujer de unos cincuenta y cinco anos, fondona, tenida de gris plata, con ojos muy claros, azules, la nota mas exotica de aquella tertulia, porque por su aspecto parecia la mismisima reina Victoria Eugenia, asi de compuesta y enjoyada se presentaba a la tertulia. El nombre se lo habian adjudicado, claro, no por su especial agudeza, sino porque, a imitacion de Agatha Christie, se lamentaba continuamente de los buenos tiempos en los que los personajes de las novelas invertian en minas birmanas, petroleos americanos, fosfatos tunecinos o diamantes rodhesianos. El mundo del crimen moderno lo encontraba ella muy poco sofisticado. ?Que mania de irse a matar a un suburbio!, solia decir. Fuera le esperaba siempre su chofer, pero dentro se comportaba como una camarada mas de los ACP y especialmente dichosa a la hora de sostener su cachimba en la mano y contribuir al escote sacando las monedas, que extraia de un bolso de marca, una por una, a pellizcos. Era tambien una de las mas asiduas proveedoras que tuvo nunca Paco Cortes de guias telefonicas, comerciales o de espectaculos, asi como de planos de las ciudades europeas o americanas a donde viajaba a menudo, acompanando a su marido para estorbarle en lo posible sus traiciones y aventuras. Miss Marple, que participaba de la proverbial tacaneria de las personas de su posicion social y economica, le presentaba aquellos mamotretos como si fuesen el vellocino de oro, aunque Paco Cortes sabia que las habia sustraido o se las habian proporcionado gratis en los hoteles, y se las celebraba siempre como si con ellas las tres cuartas partes de sus novelas estuvieran ya resueltas, cosa que por supuesto tambien creia Miss Marple.

Y asi se llego al final de la tertulia.

En cuanto Paco Cortes se ausento, el padre Brown, el unico que podia abordar aquella cuestion abiertamente, pregunto a Miss Marple.

– ?Su marido no podria encontrarle algo a Sam?

Miss Marple era de las que cuando se le planteaban asuntos que la incomodaban, empezaba a emitir unas risitas ratoniles que buscaban desviar la cuestion hacia regiones de mas grato clima, alegradas por cefiros y ruisenores.

– Si supiera algo de relojes, mi padre le contrataria. Necesitamos un oficial…

– Marlowe, no digas bobadas. ?Como quieres que sepa de relojes Sam? -dijo Maigret malhumorado por como lo habian vapuleado con el asunto del pobre hombre de la calle del Barco.

– Lo decia con la mejor intencion -se disculpo Marlowe-. ?Y lo de la agencia de detectives no sigue adelante?

– ?Con que dinero? -pregunto Mason.

De todos los amigos de Paco Cortes, fue Mason el que mas habia sufrido con la retraccion de este. En secreto, y a espaldas de su mujer, le habia estado prestando dinero todo ese tiempo, y aunque Paco Cortes le aseguraba que llevaba puntual cuenta de el, el abogado lo daba por perdido y, lo mas importante, por bien empleado.

De todos los ACP era Mason no solo el mas compulsivo lector de novelas policiacas, sino el que conocia las de su amigo con pelos y senales, gracias a las lecturas reiteradas que de ellas hacia. La ultima de todas, Los negocios del Gobernador, sobre la que se tiro con avidez en cuanto aparecio por los kioscos, le parecio una obra maestra. Dos veces la habia leido ya, una detras de otra. No se lo dijo para adularle. Tenia a gala leerse una novela al dia, tras el trabajo, y la suya no tenia nada que envidiar a la biblioteca que su amigo habia vendido al librero de viejo. En un primer momento esto, por cierto, molesto a Mason, a quien parecio que aquella venta habia sido un acto impropio y vandalico del novelista.

– Ha sido una decision irresponsable. Yo te la hubiera comprado, Paco.

– Si, lo se, pero yo, con el dinero que te debo, no hubiera podido cobrartela, y lo necesitaba para darselo a Dora.

– Pero has vendido hasta tus propias novelas. Eso no lo hace nadie. Eres un barbaro.

Fue tambien Mason el primero a quien Spade le relato su reconciliacion con Dora.

– Me alegro por ti. ?Y que haras?

– Pleitear con Espeja.

– Ya vimos eso. Paco. No hay muchas posibilidades. Pero si tu estas resuelto, me tendras a tu lado.

Fue la ocupacion primordial de Paco en los meses que siguieron. Ante la imposibilidad de avenirse con Espeja el viejo, lo llevaron a juicio. Le acusaron de fraude, engano reiterado, mala fe y estafa, asi como de infringir la ley a sabiendas con contratos que la propia ley condenaba.

Y con la decision de disputarle a Espeja el viejo el derecho sobre mas de la mitad de su obra, parecio cambiar la suerte de Cortes. Hanna Olsen, la profesora de Poe, convertida ya en novia oficial de este, le hizo a Cortes una proposicion interesante, que Paco tardo en aceptar todavia un tiempo, por la inseguridad de hacer algo que nunca antes habia hecho.

A las pocas semanas de reintegrarse a la vida civil, como el la llamaba, Paco Cortes empezo a intimar con la faccion joven de los ACP.

Hanna y Poe pasaron a formar parte de sus amigos mas allegados. Se veian los viernes, con la propia Dora y con Marlowe, que a veces les acompanaba. El relojero les divertia con sus chocarrerias. Preocupado por la suerte de Cortes, improvisaba para el empleos y ocupaciones de lo mas pintorescas.

– Me he enterado que una casa de Barcelona esta buscando en Madrid un representante de bisuteria. Trae la mejor bisuteria holandesa. Es un genero que se vende solo. Paco, eso te conviene.

– Marlowe, ni siquiera sabia que Holanda estaba a la cabeza de la bisuteria -le decia.

Otros dias Poe y Marlowe se veian solos. El relojero se llevaba a su amigo a la galeria de tiro de casa. Trataba de infundirle amor a la balistica, como el decia.

– Comprate una pistola -le aconsejaba Marlowe-. Y el permiso de armas nos lo arregla Maigret.

– No -le decia Poe-. No creo que a Hanna le gustase mucho tener un arma en casa. Es vegetariana.

Esa era otra de las razones por las que Paco Cortes y Dora se veian tan a menudo con Poe y Hanna. Estos habian estabilizado su relacion hasta el punto de que la profesora habia animado a Poe a dejar su calvario por las pensiones de Madrid y mudarse a vivir con ella.

– Pagaremos el alquiler a medias.

Con ese argumento convencio la joven a Poe, que arrastro a la buhardilla de la Plaza de Oriente su pacotilla de lona blanca.

Aquellos dias fueron especialmente felices para todos. Coincidieron con el veranillo de San Martin, proverbialmente prodigo con la ciudad en crespusculos dilatados y espectaculares. Poe y Hanna los compartian algunos sabados con sus amigos, convirtiendo el reducido espacio del apartamento en un estrecho camarote.

Pese a la inquietud de Paco Cortes, que seguia buscando trabajo, Paco y Dora volvian a conocer los mejores dias de su noviazgo, los vivian y goloseaban sin rebozo. Se reian incluso de su felicidad.

– Toca madera -advertia Cortes.

Y para confirmar la supercheria del novelista, vino a interrumpir aquel estado de completa armonia un hecho tan inesperado como desagradable y desgarrador, sobre todo para Dora.

Fue esta quien habia rogado a Paco que durante un tiempo al menos ocultaran a sus padres la reconciliacion. No le gustaba tener que dar explicaciones y por otra parte el estado natural de las relaciones entre padres e hijos acaba siendo siempre el de los secretos o, mejor aun, el del secretismo. De la nina no habia que preocuparse, porque era aun demasiado pequena como para no saber darle la vuelta a las indiscreciones que pudiera cometer. Por ello cuando sonaba el telefono era siempre Dora quien lo descolgaba y a la comida dominical en casa de sus padres, acudia, como era lo habitual, unicamente ella y su hija.

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