Pero vinieron las circunstancias a enredar las cosas cuando cierto domingo don Luis esperaba en casa con una gratisima sorpresa: dos magnificos televisores ultimo modelo, veintiocho pulgadas, procedentes de un decomiso irregular, identicos, uno para ellos y otro para su hija.
Era evidente que Dora no iba a poder cargar con aquella enorme caja, a menos que alguien le echara un mano. Don Luis se ofrecio a llevarselo a casa ese mismo domingo, tras el almuerzo, camino de la comisaria, donde esa tarde estaba de guardia. Improviso Dora toda clase de excusas, cada vez mas angustiada, al comprobar que ninguna de ellas haria desistir al policia de una determinacion que le llevaria a darse de bruces con Paco, en cuanto llegaran.
Encontraron a Paco Cortes tumbado en el sillon, sin zapatos, dormitando con una novela en la mano frente a un viejo televisor en blanco y negro, junto a Poirot, que al ver al extrano huyo a refugiarse en otra habitacion.
Del susto don Luis estuvo a punto de soltar su parte del botin y rodar el mismo por los arriscados abismos de aquel sueno. Se le fue el color de la cara. No se digno ni siquiera a preguntarselo al propio Cortes, por no cruzar con el una palabra:
– ?Que hace ese gilipollas en mi casa?
Asi recordo a su hija que aquel piso lo habia pagado el y aun seguia a nombre suyo.
Paco ni siquiera retiro los pies de la mesilla baja en la que descansaban. Tal vez hubiera debido hacer eso o algo parecido por Dora, pero no lo hizo porque estaba dormido y seguramente llego a creer que toda aquella escena formaba parte de la misma pesadilla, de modo que se limito a mirarle de una manera que el policia reputo arrogante
– No me mires con esa chuleria y sal de esta casa inmediatamente.
– Eso es asunto nuestro -tercio Dora, pero el policia ni siquiera la oyo.
La sangre tino su rostro de alcoholico y las venas del cuello y de las sienes se llenaron de pulsos que podian oirse.
Paco le observaba sin decir palabra, con los pies encabalgados. En sus ojos era dificil leer nada, aparte del desconcierto y la sorpresa. La pasividad fue interpretada por don Luis como una manifiesta obstinacion, si no, mas probablemente, una forma de provocacion, de modo que no se lo penso dos veces, se lanzo sobre su yerno con el puno por delante, se lo hundio en la cara, en una embestida formidable y extraordinariamente gimnastica para una persona de su edad, y acabo avasallandole pecho y garganta con las rodillas.
Las gafas de Paco Cortes, a consecuencia del violento sosquin salieron despedidas por el aire y acabaron estrellandose en la pared, de donde cayeron a plomo con una de las alas rota.
El novelista, que logro zafarse de las rodillas de su agresor, se levanto de un salto. Se echo mano a la nariz, se la puso delante de los ojos y la vision de la sangre le enfurecio de tal modo que se lanzo contra aquel viejo correoso y alcoholico, y de la bofetada que le propino lo sento en el sillon.
– ?Que haces? -grito Dora a su marido, sujetandole por la espalda.
El policia, que temio que su yerno se le echara encima, metio la cabeza debajo de los brazos, gimoteando de una manera acelerada y desconcertante.
Algunos vecinos, ante las voces, se habian asomado al rellano de la escalera. Dora, sin saber a que acudir primero, corrio a cerrar la puerta, que habia quedado abierta, sin perder de vista a su padre.
Este se puso de pie, se sacudio los brazos, saco pecho, se coloco la corbata en su sitio, se remetio la camisa por el pantalon, repaso su chaqueta, la echo hacia atras para dejar claro que llevaba el arma encima y que como lo mostraban sus ademanes era ya el mismo hombre de siempre…
– … Y te lo advierto -repelio-. Vas a dejar esta casa o te meto dos tiros.
Todo lo hubiese arreglado con esos dos magicos tiros: Espana, el terrorismo, la delincuencia, su familia.
Dora reacciono al fin, y pese al terror que le causaba su padre, saco fuerzas y se encaro con el.
– Aqui vivo yo y yo decido con quien. Se acabo. ?Fuera!
Don Luis hizo como que no oia y no le quitaba el ojo a Paco.
Este seguia buscando las gafas por todas partes, sin hallarlas, dandole la espalda a su suegro. Esta indiferencia le exaspero mas aun. La nina, que habia presenciado la escena, muda de espanto, se acerco a su padre, le rozo la rodilla con la mano y le tendio las gafas que habia recogido en el otro extremo de la habitacion.
– No vuelvas a poner los pies aqui, ?me entiendes? Nunca mas.
Era Dora la que ordenaba a su padre, con el brazo extendido senalando la puerta, que saliera de aquella casa.
Don Luis volvio sobre la corbata, que repaso con toques nerviosos.
– Te vas a acordar de mi.
Quedaron esas amenazas tiradas en el suelo como papeles sucios. A continuacion el policia gano la puerta, no sin antes propinar una patada brutal a la caja del televisor, que se habia quedado en medio del pasillo, estorbandole el paso.
La marcha de aquel hombre dejo la casa en un silencio extrano. Dora se sento en una silla en un estado de nervios dificil de describir. La nina corrio y se encaramo a su regazo. Paco Cortes buscaba la patilla rota, y cuando la encontro, ensayo una posible compostura, como si ese arreglo fuese todo lo que le preocupara en ese momento, con tal de no pensar.
Se acerco a Dora. Parecia un animal herido de muerte. Ni siquiera se hubiese atrevido a confesar a su marido que la fuente de su dolor no se encontraba en la escena que acababan de vivir. Habia que buscarla mucho mas lejos, en una mina mucho mas honda, inagotable y empozonada. Pero a nadie se lo habia confesado y a nadie lo confesaria jamas. Todos tenian sus secretos, tan sagrados como venenosos. Se habria muerto no ya de verguenza, sino de espanto, incapaz de permanecer incolume ante los ojos abiertos de su conciencia. Segun con que verdades no se puede vivir. Lo sabia bien ella, se lo habia repetido cuantas veces. Es preferible vivir en la mentira, en el olvido, en el engano, y solo el cobarde logra sobrevivir a veces. De modo que para Dora era algo que no habia sucedido nunca, pero que de vez en cuando emergia del centro de su ser, como un volcan entra en erupcion, abrasandola como si vomitara una tierra abrasiva. Reconocer que habia sucedido la hubiera llevado a cambiar muchas cosas en su vida. Pero habia sucedido ya. Ocurrio una vez, y nada podria hacer que aquello desapareciera de la historia universal de los crimenes mas sordidos y crueles. Tal vez para su padre tampoco habia sucedido. Estaba demasiado borracho aquel dia como para que tantos anos despues admitiera que aquello sucedio realmente, pero Dora sabia que era imposible que lo hubiese olvidado. Su madre se habia quedado en el chalet Manzanares, con su hermana pequena. Ella habia vuelto a Madrid, con su padre, porque estaba de examenes. Era ya verano. Hubiera podido recordarlo todo segundo a segundo, desde que entro en su habitacion y salio, cinco minutos despues. Cuando todo hubo terminado, solo parecio preocuparle una cosa. Acababa de violarla, pero le dijo, lleno de resentimiento y de desprecio:
– No eras virgen.
Y le parecio suficiente como para quedarse tranquilo, aquella transaccion de secreto por secreto. Callaras sobre lo que ha ocurrido esta noche por lo mismo que no dire nada de tu virginidad. Debio de parecerle aceptable tal simetria. Acaso la creyo merecedora de la violacion como castigo a la perdida de su virginidad. Jamas volvio, en efecto, a producirse nada parecido, ni se hablo de nada. Al contrario. A la manana siguiente, don Luis se levanto de muy buen humor, mientras su hija tendia las sabanas y el camison que habia lavado con asco y angustia esa misma noche. Y tales detalles aun le remejian las entranas y le producian nauseas, aquel preservativo repugnante que solo podia acusarle de premeditacion y que hizo desaparecer el mismo como quien elimina del escenario del crimen las pruebas que lo inculparian, el buen humor que mostro esa manana y el beso que intento darle como despedida cuando marchaba a su trabajo, tal y como acostumbraba cada dia…
– No quiero volverle a ver nunca mas, Paco. Es lo que tendria que haber hecho hace anos. No dejes que vuelva a entrar en esta casa ni que vuelva a ponerle las manos encima a mi hija.
Una hora mas tarde llamaba su madre por telefono, llorosa, asustada, y culminaba aquella tragedia con lamentos que en las tragedias suelen estarle reservados al coro, poniendose una vez mas del lado de su padre («?Como has permitido que Paco le pusiera las manos encima a tu padre, hija?», fueron sus palabras exactas).
Dora dejo de ver a su padre y las comidas dominicales quedaron radical y definitivamente interrumpidas. La madre de Dora, y a escondidas de don Luis, volvio algunas tardes a ver a la nina.
Otras cosas en cambio entraron en via de solucion. Hanna, viendo que se habia metido octubre y que Paco no