se llevaron el cuerpo de Hanna, tuvo que acompanarles a la comisaria. Penso decirles que tenia un amigo en la policia, pero el recuerdo del asesinato de don Luis le contuvo.

La policia busco a Peter, el marido de Hanna, pero no lo encontraron. Nadie supo dar con el.

Despues de unas horas y de avisar al consulado y hablar con el empleado encargado de dar con los parientes de la joven, Poe volvio a la casa de Hanna. Penso que quiza a los familiares de ella, si acaso decidian viajar a Madrid, les gustaria encontrarse esa casa con otro aspecto. La policia aun la habia desbaratado mas.

Se la encontro precintada con un sello del juzgado. Rompio el sello, entro, y ordeno las cosas. Luego salio, volvio a poner el sello sin preocuparse de que se notara que habia estado alli o que habia sido el quien habia entrado.

Esa misma noche, despues de darle la noticia a Marlowe, telefoneo a Paco Cortes. Los ACP habian pasado a la historia, pero algunos viejos miembros de aquel club aun seguian viendose.

La cabeza de Paco Cortes, habituada a los pasos policiales, iba por delante.

– ?No les has hablado de lo de mi suegro? Les va a faltar tiempo para saberlo. Por suerte el domingo estuvimos todos en Segovia, con mi suegra, y el lunes estuve haciendo cosas en el despacho de Modesto y en la editorial.

Espeja el viejo habia llegado a un acuerdo con su antiguo colaborador y escritor de novelas policiacas. No hay nada que no pueda soldarse, era la divisa del viejo astuto…

Poe se sorprendio con la noticia, y Paco prometio ponerle otro dia al corriente de los pasos que se habian dado para ese arreglo. Lo importante en ese momento era ocuparse de Hanna.

A la manana siguiente Marlowe acompano a su amigo Poe al Instituto Anatomico Forense. Al rato llegaron Paco y Dora. En cierto modo aquella muerte tambien servia a dos seres que ante la tragedia parecian haber apartado todos sus problemas personales, empequenecidos de pronto, y mientras permanecieron alli no se soltaron de la mano, hecho este del que acaso ni ellos mismos fueron conscientes. Le parecieron a Poe sus amigos Hansel y Gretel en aquel bosque de la muerte, y se acordo cuando el encontro esa comparacion para Hanna, el primer dia que estuvieron solos. Metidos en estrechas cabinas esperaban su entierro los cuerpos de dos docenas de desdichados. La tragedia de la muerte alli se redoblaba por todos los rincones. En muchos casos nadie velaba aquellos cadaveres de mendigos, indigentes, suicidas, sobredosificados, envenenados, desconocidos. La mayor parte, vidas desarregladas y muertes estremecedoras. El velorio de algunos de estos cadaveres eran duelos de alivio: se veia que se habia dado por concluida una vida triste. Habian amortajado a Hanna con un sudario blanco que le envolvia igualmente la cabeza. Habian dejado por fuera sus manos, dos finas tallas de madera, en las que carne y unas parecian estar hechas ya de una misma sustancia parafinada. El cuerpo semejaba un bloque de marmol del que el escultor solo hubiera querido sacar a la vida el rostro y las manos, dejando el resto en basto.

Al fin hallaron a Poe, solo, en un cuartito vacio, separado del feretro por un cristal.

Los dos amigos, y luego los que fueron llegando, Mason, Maigret, el padre Brown, se dirigieron al muchacho como si fuese el destinado por la suerte para sobrellevar en solitario, y a falta de parientes proximos, el dolor de aquella muerte sin angel, un peso demasiado pesado para sus veintidos anos.

Ninguno de ellos sabia que iba a suceder, que habia que hacer, como tendrian que conducirse. ?La enterrarian? ?La incinerarian? ?Repatriarian su cuerpo a Dinamarca? ?Sus cenizas? ?Vendria alguien del consulado, alguien de su familia?

A media manana los amigos acabaron marchandose cada uno a sus ocupaciones, como les pidio el propio Poe. Se quedo alli todo el dia. Solo a ultima hora le dijeron que a la manana siguiente se incineraria el cuerpo y se enviarian las cenizas a Dinamarca. Se fue a su casa. Dejo el cuerpo de su amiga con inevitable sensacion de perplejidad. Se pregunto: ?estas cosas no podran hacerse de otro modo? Le parecio mas natural un crimen que la manera de enterrar a los muertos, mucho mas inhumano hacer desaparecer un cadaver que liquidar una vida.

Al dia siguiente estuvo presente en la incineracion el solo. Duro poco la ceremonia, apenas unos minutos. No hablo con nadie, ni siquiera con el empleado de la funeraria que pronuncio a la puerta del tanatorio el nombre de la difunta en voz alta, por si habia alguien cerca al que interesara saberlo. Supuso Poe que los empleados sabrian que hacer con las cenizas. No imaginaba aun hasta que punto aquella muerte le afectaba o no. Demasiado proxima todavia. Supo, sin embargo, que queria volverse a su provincia, quiza penso que de no hacerlo le esperaba a el una muerte tan absurda como aquella, tarde o temprano. En su pueblo se encontraria mejor. Quiza habia llegado el momento de las huidas. Tenia veintidos anos, pero era ya un viejo, o como tal se sentia.

Tampoco habia resultado mejor la experiencia con Marlowe, en el piso que compartian. Todo seguia como el primer dia, con cajas de carton sin abrir por los rincones, el mismo destartale, identica precariedad. Se habian dado de plazo hasta el verano, cuando el contrato del piso, por un ano, tocaba a su fin. No renovarian. Marlowe retornaba a la casa paterna. No era hombre de vivir solo, le confeso a Poe, echaba de menos los guisos maternos, la ropa limpia, los domingos tirado frente al televisor sin tener que ocuparse de compras, lavadoras ni comidas.

De todos los amigos solo a Paco Cortes parecia sonreirle el porvenir. Espeja el viejo habia entrado en razon. La marcha de su autor preferido habia significado un duro reves para los ingresos de la editorial, y sin el menor empacho, en cuanto le llego la notificacion de la demanda, se puso en contacto con el con una carta de la que, sin la menor duda, se habria ennorgullecido Espeja el muerto.

«Mi querido Paco: Te debo esta carta desde hace catorce meses, asi como mis disculpas. Soy un hombre orgulloso, pero tambien reconozco mis defectos y mis errores…»

Paco, que le leia la carta a Dora en voz alta, despues de habersela leido a Modesto, no pudo evitar el comentario:

– Los que reconocen que su defecto es el orgullo, son ademas soberbios, y consideran el orgullo una virtud, y por eso lo confiesan. No falla.

– Volveras a escribir -le dijo a los pocos dias un animado Modesto, que se hacia la ilusion de leer nuevas aventuras de sus heroes preferidos.

– No -le desengano Paco-. Eso se ha terminado. Se lo he dicho esta tarde a Espeja. He vuelto a la editorial no como autor, sino como gestor. Todo en esta vida tiene sus ciclos.

– ?Has estado con el?

– Si.

– Y si no vas a volver a escribir novelas -pregunto Modesto- ?para que has ido a verle?

– Se le ha ocurrido una idea que considera una genialidad: plagiar nuestras propias novelas.

Todos le miraron con expresion de sorpresa.

– Hay que ambientar las novelas en Espana. Es lo que se estila ahora. El publico esta cansado de que los crimenes ocurran a tres mil kilometros de aqui. No valoran el que sean o no perfectos, sino que se huela o no la sangre, y cuanto mas proxima este la sangre, mejor, y cuanto mas familiar, mejor todavia. Por eso en Espana gustan tanto las guerras civiles. Y yo voy a probar con Las Amazonas de Chicago.

Se trataba de una novela de monederos falsos que se acuartelaban en un club de alterne de Chicago, con ese nombre, Las Amazonas.

– Lo ambientare aqui, en Madrid, en Los Centauros…

– Es un local de travestis -dijo Marlowe, orgulloso de conocer los escenarios antes incluso de que fuesen novela-. Yo he estado alli.

– Quien lo diria, Marlowe.

Se levanto Paco y al rato traia un sobre con los contratos que Espeja le habia preparado. Se los entrego a Modesto y le pidio que los mirase.

– Esta vez ya no ocurrira como antes. Lo haremos todo legal.

– Paco, no te entiendo. ?Como puedes volver con alguien al que ibas a llevar a juicio? ?Como puedes fiarte de el?

– No me fio. Pero yo no he nacido para dar clases. Lo mio son las novelas policiacas, es lo que conozco y a eso me voy a dedicar, si puedo. Espeja quiere que me vaya a trabajar con el a Preciados, con un contrato y un sueldo. Tendre que ir, en principio, por las tardes. La mitad de las tardes el ni siquiera esta, y Espeja hijo no quiere oir hablar de ese trabajo. A el lo tienen de economista en otro sitio y le ha dicho a su padre que no piense que se va a hacer cargo del negocio. Por eso Espeja el viejo ha echado mano de mi. Ahora somos una gran familia, Espeja el viejo, Clementina y yo. Dora esta de acuerdo.

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