Dora lo confirmo con un movimiento de cabeza, mientras se despejo el pelo de la cara para que quien quisiera pudiese leer en su sonrisa la ambigua sinceridad de tal aserto.

De modo que ese fue el gran cambio en sus vidas. Se produjo otro, de orden intimo, sin embargo, algo de lo que unicamente se habia percibido Paco Cortes.

– Paco, no se lo que me pasa -le dijo Dora-. A veces me despierto por la noche mientras estamos durmiendo. Otras sueno que me despierto. Pero siempre es lo mismo, me acuerdo de el. Cuando nos llevaba a mi hermana y a mi de ninas a los toros en Ciudad Real, con ocho o nueve anos. Tenia entradas gratis y nos llevaba, presumiendo de ninas. Entonces le veiamos feliz, vestido como si fuese el el torero. No venia mama. Nos llevaba a nosotras. Me acuerdo cuando se compro su primer 1.500, y que nos fuimos a tomar un refresco a la Cuesta de las Perdices, para probar el coche. Me acuerdo de muchos momentos felices, fugaces, pero completos. Y siento por el un enorme carino. No puedo evitarlo. Y es raro porque no te puedes figurar el dano que me ha hecho. Otras veces me acuerdo cuando nos casamos. Estaba borracho, pero cuando se despidio de mi, se echo a llorar, y a mi entonces me daba asco verle asi, me acordaba todavia de lo que me habia hecho.

– ?Que te habia hecho? -pregunto Paco, pensando que su mujer se referia a algo en lo que el no habia reparado lo suficiente.

Dora se quedo paralizada por aquel desliz, y salio como pudo del paso:

– Todo; lo que nos hizo a todos durante tantos anos…, pero en suenos, cuando viene a despedirse, se me parte el corazon de verlo asi y de como lo mataron.

– Solo son suenos -trataba de consolarla Paco.

– Cuando eramos ninas creo que no era todavia una mala persona…

– Las malas personas como tu padre lo son desde que nacen, Dora.

Paco empezo a no saber si aquellas fantasias de su mujer habia que atajarlas o hacer caso omiso de ellas.

– Pero Dora, a este paso tu padre va a resultar que era un santo.

– Le hicieron malo las circunstancias.

– Y las circunstancias vuestras, ?fueron mejores que para el? Y vosotras no habeis salido malas personas.

– Si, pero…

En unas semanas la imagen de su padre sufrio una notable transformacion cada vez que lo mencionaba, y tuvo que referirse a el muy a menudo, porque con su muerte hubieron de arreglar innumerables papeles, Dora no decia «papa» o «mi padre», sino «el pobre papa» o «mi pobre padre», y si no hablaba de el mas a menudo era porque las mismas circunstancias de su muerte, acaso vergonzosas, asi lo desaconsejaban.

Paco Cortes, respetuoso con la muerte de su suegro, evitaba en lo posible tener que mencionarla delante de Dora, por no tener que soportar aquello.

Otra cosa bien distinta fue su suegra. Tampoco ella fue ajena al cambio experimentado por su hija, y no pudo estar menos de acuerdo. Desde que se quedo viuda pasaba muchas tardes con ellos o se quedaba con la nina. Paco, que sentia por la mujer una mezcla de carino y de lastima, cuando iba a recoger a su hija pequena, se quedaba hablando con ella.

Era la tipica mujer de policia. Para ella no habia habido en toda la vida otro horizonte que ese: ascensos, quinquenios, inquinas de las comisarias, servicios, venganzas entre los companeros, vejaciones de los superiores, servicios especiales, viajes desagradables, cursos y cursillos ingratos, rutinas… Pero todo eso en el fondo le era indiferente. El asesinato de don Luis habia sido para ella una liberacion de tan amplias dimensiones, que si lo reconocia, se apresuraba a enterrar ese sentimiento como un pensamiento pecaminoso y desnaturalizado.

– Hijo -le confesaba a Paco Cortes-, se me hace todo muy raro. Todavia no me creo que se haya muerto. No sabes que alivio ha sido, Dios me perdone.

Hubiera sido dificil saber si con ello decia que no se resignaba a que hubiese ocurrido aquel tragico desenlace o que el grado de liberacion era tal, que no acababa de creerse que algo tan bueno le hubiera sucedido a ella, despues de haberlo deseado seguramente de una forma tan oscura que jamas lo hubiese reconocido.

Y la mujer se echaba a llorar como cuando vivia su marido y le daba aquella mala vida, llanto de felicidad y de culpa al mismo tiempo por sentir ambas, pues no le parecia bien alegrarse por la muerte de nadie, siendo tan religiosa, ni renunciar a su felicidad, habiendo sido tan desdichada. Y gracias a eso, sostenia, habia soportado lo que ella y su confesor unicamente sabian que habia soportado.

No obstante ocurrio algo cierta tarde. Paco Cortes tenia que pasar por la casa de su suegra a recoger a Violeta, a donde la abuela la habia llevado despues del colegio.

Llego Paco mas pronto de la hora convenida. El trabajo en la editorial, el suyo, era aun bastante impreciso. Las cosas, despues de mas de cincuenta anos, marchaban alli solas, imprentas, distribuidores, devoluciones, albaranes, facturas. Se lo habia dicho una vez Clementina a Mason: aqui lo guardamos todo. Y por esa inercia, mas que un trabajo, aquello era una comoda guardia. A veces, antes del horario previsto y pactado con Espeja el viejo, las ocho de la tarde, Paco Cortes salia a la calle y se volvia andando a casa, dando un largo paseo.

En esa ocasion se presento a las siete en casa de su suegra. Vivia en Sainz de Baranda, un piso en una casa de los anos treinta, funebre y con largos, altos y sombrios pasillos por todas partes.

Dora, que habia salido con antelacion del medico, a donde habia ido, se habia llevado a la nina antes de lo previsto.

– Me dijo que te llamo al trabajo -le informo su suegra-, pero ya te habias marchado.

Encontro a su suegra sentada en el sofa del salon, con un gran despliegue de cajas, cajones, archivadores, sobres de un amarillo ajado e infinidad de papeles de todo tipo, personales y timbrados, familiares y comerciales, cartas y viejas facturas…

– Haciendo limpieza -dijo justificando el desorden en el que aparecia la habitacion-. En algo tengo que ocuparme.

Era aquella la borrachera ordenancista de las primeras horas de viudedad.

Junto a los papeles estaba el arma, su viejo Cadix, en su funda de cuero negro, un objeto informe y deprimente, con brillos grasientos.

Paco Cortes sintio repugnancia al ver el revolver. La suegra debio de notarlo, porque se apresuro a quitarlo de la vista como si se tratara de una vieja dentadura postiza:

– He dicho ya treinta veces que pasen a recogerlo.

Le invito a que se sentara, le ofrecio un whisky y ella se sirvio una copita de un licor pastoso de color canela.

En una papelera iba arrojando papeles rotos en cuatro trozos y fotografias que no se libraban del escrutinio.

– Llevaba lo menos cuarenta anos sin verlas -le confeso la suegra-. Sabia que estaban en ese cajon, pero no me gustaba mirarlas. Demasiados recuerdos y demasiado tristes.

Paco sintio curiosidad. La mujer trato de ocultarselas con una risa demasiado artificiosa para ser sincera.

– ?Que vas a ver? ?Lo vieja que me he hecho?

Eran todas las fotografias de su ninez, de sus padres, de Luis, de los padres de su marido, el de joven, ella de soltera, algo asi como la historia preterita, bodas de otras gentes que a Paco le resultaban desconocidas, hombres y mujeres sentados en banquetes en cuyas copas aun destellaban los raros lampos de la felicidad, gentes bailando en esos mismos banquetes, fotos de las ninas, una foto de los cuatro delante de aquel 1.500 al que se habia referido hacia poco Dora, todo de tiempos anteriores al nacimiento de las ninas, Dora y Amparito, y de despues tambien…

– Esta era mi suegra…-empezo a decir.

Se veia a una mujer de unos setenta anos, una foto de tres cuartos, con los contornos difuminados, como las que solian ponerse en los cementerios. Era una mujer gruesa, casi un fenomeno de feria. La cara parecia que fuese a salirse de los limites de la fotografia. Tenia un bigote que la descaraba. Causaba risa y espanto. Llevaba un traje negro que disimulaba mal aquella papada que se le desbordaba sobre un collar de perlas. Estaba de medio lado y se le veia una oreja grande y descolgada, tambien con una perla…

– Me hizo la vida imposible. Era un monstruo. Lo que no me hizo llorar. Al poco de casados se vino a casa, cuando falto mi suegro. Vivio con nosotros cuatro anos, hasta que se murio. Se pasaba el dia diciendo que yo era una inutil, que no sabia hacer nada, que su hijo habia hecho el peor negocio de su vida, porque se habia casado con una senorita… En aquella epoca Luis ya no venia muchas noches a casa. Se las pasaba por ahi. En el servicio,

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