parados.

Hablaba de su amiga Carmen Armillo y su marido, tambien comisario, don Carmelo Fanjul.

Dora sabia a quien se referia su madre al hablar de Carmen Armillo y Carmelo Fanjul. Los recordaba como amigos de sus padres, cuando eran ninas su hermana y ella. Paco, salvo el nombre, ni siquiera los identificaba.

Dona Asuncion ni queria hablar de ello ni, cuando lo hacia, lo hacia abiertamente, molesta de tener que volver a una vida pasada que creia definitivamente enterrada, convencida por ello de que la vida no es lo que se vivio, sino lo que se recuerda. Y ella lo habia olvidado todo. Era pues inocente, como se sabria despues que tambien lo habia olvidado todo su marido Luis, no menos inocente por esa regla de tres.

– ?Que libro es ese? -pregunto Dora.

– Uno que habla de las cosas que tu suegro hizo en Albacete, despues de la guerra -le respondio a Paco, porque le resultaba mas facil dirigirse a el para tratar esos asuntos, que a su hija.

Asuncion llevaba una existencia pacifica, con sus nietos, viendo a sus hijas, respirando al fin libremente despues de cuarenta anos de casada. Aquel imprevisto metia en su vida un elemento de incertidumbre y congoja. No hacia ni dos anos que su marido habia muerto, y le parecia que toda su vida con el era cosa de un pasado remoto, ya sepultado para siempre. Incluso cuando se referia a uno y otro, marido y pasado, parte todo del mismo nebuloso sufrimiento, lo hacia de tal modo, que parecia que no habia tenido nada que ver con ellos. Nunca decia, por ejemplo, «mi marido». Jamas hablaba de los anos pasados. Siempre era «tu padre», «tu suegro», «tu abuelo», o, cuando ya no habia mas remedio, «Luis», como hubiera podido decir «Ramiro» de un mecanico. En cuanto al pasado no era mas que ese indeterminado «hace ya muchos anos», que lo mismo podia abarcar sus tiempos de ninez, de juventud o de casada.

– Dicen que tu suegro hizo cosas horribles…

Asuncion meneo la cabeza, aunque no se podia determinar si lo hacia por desaprobarlas o por los estragos de ciertos temblores seniles. Se echo a llorar. Dora trato de consolarla. Paco guardo silencio y lo impuso a la pequena Violeta, que alborotaba cerca. No hubiera podido explicar facilmente aquellas lagrimas de la buena mujer. No eran, desde luego, porque se hubiese manchado o ultrajado la memoria de su marido. Ella era la primera en haberla menoscabado, olvidandose de el. Pero para ella, «una mujer de otro tiempo», expresion en la que solia escudarse para explicar no ya lo que no tenia explicacion, sino lo que ella ya no alcanzaba a comprender, para ella, digo, don Luis no dejaba de ser el padre de sus hijas, como ella no dejaba tampoco de ser, aunque le pesara, la mujer que habia compartido cuarenta anos de su vida y la cama donde durmio todos esos anos.

A Paco Cortes, sin embargo, la noticia le excito lo indecible. Sentia, como el perro de raza, despertarse instintos de detective, y la voluptuosidad de acercarse a la verdad fue mayor que el dolor que esa verdad podia causar en seres queridos. Penso en Dora.

Esta vez, ya solos, cuando dona Asuncion se fue, no tuvo mas remedio que contarle todo lo que, a sus espaldas, habian tratado de saber sobre su padre, el, Maigret, Mason, incluso el propio Marlowe.

Dora escucho en silencio. El cataclismo de la muerte de su padre significo un verdadero desbarajuste en los afectos de la hija. Fue como si un golpe de ola hubiera movido de sitio todos los muebles y enseres de un camarote. Luego sobrevino la calma, y Dora, que cuando vivia su padre no desaprovechaba la ocasion para mortificarle o irritarle de forma consciente, paso, ya muerto, y tras aquellos breves y pasajeros fervores que siguieron a su muerte, a no hablar nunca de el. Se habria dicho que habia precisado de veinte meses para que se muriese realmente en sus afectos, desarraigandolo para siempre de ellos.

– Me da mucha lastima todo lo de mi padre. No tengo ya fuerzas ni para olvidarlo.

Estaban sentados los dos. Dora se acariciaba distraidamente la tripa apandada por un embarazo muy adelantado ya.

– ?Y crees que a mama eso de Albacete le podria perjudicar?

– No. Lo dicen hasta los periodicos: aqui ha cambiado todo menos la policia, y por eso las cosas en Espana han podido cambiar tanto. Los mismos que estaban, estan. Lo demas es cosa de tu madre, todo le afecta mucho. Pero yo querria preguntarte algo. Si conocieses al asesino de tu padre, y supieras quien es, ?lo denunciarias?

Dora se asusto de aquella pregunta. Miro a los ojos de Paco, como si de ellos pudiera extraer una verdad terrible. Paco se dio cuenta de ello, pero permanecio en silencio esperando que su mujer dijera algo.

Dora respondio con otra pregunta:

– ?Tu sabes quien es?

– No. Pero podria saberlo. Solo quiero que me respondas a lo que te he preguntado. Si conocieses al asesino de tu padre, ?lo denunciarias?

– Creo que si… ?No lo harias tu?

– No se -dijo Paco-. Muchos crimenes que pasan por crimenes, no lo son; y a otros, que no lo son, se les considera asi. Yo no se lo que haria. Tu madre solo ha empezado a vivir desde que mataron a tu padre. Imagina lo que hubiese sido su vida en comun despues de que tu padre se hubiera jubilado.

Si mientras estaba en activo fue un infierno, despues, ?que hubiera sido, con el a todas horas en casa? La hubiera matado o hubieran tenido que separarse. Hazte a la idea de que tu padre viviera todavia…

Dora, a quien esa suposicion le parecio abusiva, se estremecio.

– Nunca hemos visto a mi madre tan feliz como ahora.

Si mi padre resucitara, ella se moriria. Pero no se puede quitar de en medio a la gente, Paco. Una cosa son las novelas, y otra la vida real. Lo sabes muy bien. Y en la vida real hemos de vivir todos a medias, con las cosas descacharradas. Esa es la vida. A cambio tenemos nuestras pequenas alegrias, nacen hijos, los vemos crecer, nos reimos con ellos. Esa felicidad es real. En las novelas las cosas malas pesan mucho, pero no tienen en cambio una sola cosa buena real. Las novelas negras se llaman negras porque sale en ellas la basura del hombre, y el que las lee, piensa: mi vida es mejor que la de esos, a mi nadie me va a disparar, yo no morire. Nosotros, en cambio, tratamos de ver lo limpio de la vida, si. Tenemos nuestra alegria. Pero no podriamos vivir si tuviesemos que soportar en la conciencia la muerte de alguien. Y no solo la muerte, sino la maldad. Y la maldad no es mas que el rostro de una mentira, y la mentira solo engendra culpa. Te lo he leido cien veces en las novelas que escribes. Queremos hacer un mundo mejor, no peor. Eso, desde un punto de vista literario, quiza no sea oportuno ni conveniente, pero tenemos que vivir en la vida, no en una novela. Para vivir precisamos no lo ficticio, sino lo necesario. Y eso es lo que me has estado diciendo todo este tiempo, para explicarme por que ya no vas a escribirlas tu.

– La gente convive tambien con la mentira, y quiere tambien hacer el mundo mejor -le replico su marido-. La gente que ha cometido un crimen, que se ha portado mal con alguien, no va a la policia y le dice: detenganme, porque soy el asesino. Tampoco va nadie y le dice a un amigo, Fulano, me he portado como un cerdo. Acabo de estar en tal sitio y te he gastado una mala jugada. En cuanto a lo otro, a don Quijote, para vivir, le bastaba con lo ficticio. Lo necesario acabo con su locura, pero tambien con su vida.

– No me lies, Paco. Tu no eres don Quijote. Si, ya se que nadie va y le dice a su mujer, estoy liado con una golfa. Lo que yo digo es que estoy en contra de la muerte, y me da igual que la pena de muerte la ponga el Estado o que sea un particular el que la administre o el que la suministre.

– Pero esta el arrepentimiento…

Dora volvio a estremecerse. Le recordo aquella conversacion que mantuvieron ella y Paco a proposito de Milagros, y que les llevo a la separacion.

– Por favor, no me asustes -y Dora se llevo las manos a la tripa, como si asi defendiera al bebe de una agresion inminente. Y precisamente porque no era una persona a la que gustase andarse por las ramas, hizo la pregunta de la unica forma que hubiera podido hacerla.

– ?Mataste tu a mi padre?

A Paco se le arquearon las cejas. Siempre le sorprendia Dora. No entendia la cabeza de las mujeres. En parte su fracaso como novelista provenia de que no las conocia lo suficiente. En sus novelas las mujeres que salian estaban sacadas de otras novelas, no de la vida. Y en las novelas que a el le gustaban, las mujeres eran todas bastante previsibles. Las malas, eran muy malas, y las buenas muy buenas. Ninguna hacia preguntas imprevisibles, como Dora.

– ?Fuiste tu, Paco?

Se le ocurrio a Paco una respuesta de novelista duro, decir, por ejemplo, «Dora, esa es la pregunta de un policia». Pero no lo hizo, porque cuando se ama a alguien se pone siempre uno en el lugar del mas debil.

Вы читаете Los amigos del crimen perfecto
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату