– Tienes suerte, te voy a emplear en la casa de un ministro, me anuncio la Madrina.
El nuevo patron resulto ser un personaje anodino, como casi todos los hombres publicos en ese periodo en que la vida politica estaba congelada y cualquier asomo de originalidad podia conducir a un sotano, donde aguardaba un tipo rociado con perfume frances y con una flor en el ojal. Pertenecia a la vieja aristocracia por apellido y fortuna, lo que otorgaba cierta impunidad a sus groserias, pero sobrepaso los limites tolerables y hasta su familia acabo repudiandolo. Fue despedido de su puesto en la Cancilleria al ser sorprendido orinando detras de las cortinas de brocado verde del Salon de los Escudos y por la misma razon lo expulsaron de una embajada, pero esa mala costumbre, inaceptable para el protocolo diplomatico, no era impedimento para la jefatura de un ministerio. Sus mayores virtudes eran la capacidad para adular al General y su talento para pasar inadvertido. En realidad su nombre se hizo famoso anos mas tarde, cuando huyo del pais en una avioneta privada y en el tumulto y la precipitacion de la partida olvido sobre la pista una maleta llena de oro, que de todos modos no le hizo falta en el exilio. Vivia en una mansion colonial en el centro de un parque, umbroso, donde crecian helechos tan grandes como pulpos y orquideas salvajes prendidas a los arboles. Por las noches brillaban puntos rojos entre el follaje del jardin, ojos de gnomos y otros seres beneficos de la vegetacion, o simples murcielagos que descendian en vuelo rasante desde los tejados. Divorciado, sin hijos ni amigos, el ministro vivia solo en ese lugar encantado. La casa, herencia de sus abuelos, resultaba demasiado grande para el y sus sirvientes, muchos cuartos estaban vacios y cerrados con llave. Mi imaginacion se disparaba ante esas puertas alineadas a lo largo de los pasillos, tras las cuales creia percibir susurros, gemidos, risas. Al principio pegaba el oido y atisbaba por las cerraduras, pero pronto no necesite tales metodos para adivinar universos completos alli ocultos, cada cual con sus propias leyes, su tiempo, sus habitantes, preservados del uso y de la contaminacion cotidiana. Puse a las piezas nombres sonoros que evocaban cuentos de mi madre, Katmandu, Palacio de los Osos, Cueva de Merlin, y me bastaba un esfuerzo minimo del pensamiento para traspasar la madera y penetrar en esas historias extraordinarias que se desarrollaban al otro lado de las paredes.
Aparte de los choferes y los guardaespaldas, que ensuciaban el parquet y se robaban los licores, en la mansion trabajaban una cocinera, un viejo jardinero, un mayordomo y yo.
Nunca supe para que me contrataron ni cual fue el arreglo comercial entre el patron y mi Madrina, pasaba casi todo el dia ociosa, correteando por el jardin, escuchando la radio, sonando con las habitaciones clausuradas o contando historias de aparecidos a los demas empleados a cambio de golosinas. Solo dos funciones exclusivas eran mias: lustrar los zapatos y retirar la bacinilla del amo.
El mismo dia que llegue hubo una cena para embajadores y politicos. Nunca habia presenciado preparativos semejantes. Un camion descargo mesas redondas y sillas doradas, de los arcones del repostero salieron manteles bordados y de los aparadores del comedor la vajilla de banquete y los cubiertos con el monograma de la familia grabado en oro. El mayordomo me entrego un pano para que le sacara brillo a la cristaleria y me maravillo el sonido perfecto de las copas al rozarse y la luz de las lamparas reflejada como un arcoiris en cada una. Trajeron un cargamento de rosas, que fueron puestas en jarrones de porcelana distribuidos por los salones. Surgieron de los armarios fuentes y garrafas de plata brunida, por la cocina desfilaron pescados y carnes, vinos y quesos traidos de Suiza, frutas en caramelo y tortas encargadas a las monjas. Diez mesoneros con guantes blancos atendieron a los invitados mientras yo observaba tras las cortinas del salon, fascinada con ese refinamiento que me daba nuevo material para adornar los cuentos. Ahora podria describir fiestas imperiales, refocilandome en detalles que jamas se me habrian ocurrido, como los musicos vestidos de frac que tocaron ritmos bailables en la terraza, los faisanes rellenos con castanas y coronados por penachos de plumas, las carnes asadas que presentaron rociadas con licor y ardiendo en llamas azules. No quise irme a dormir hasta que partio el ultimo invitado. Al dia siguiente hubo que limpiar, contar la cuchilleria, botar los ramilletes marchitos y devolver cada cosa a su sitio. Me incorpore al ritmo habitual de la casa.
En el segundo piso estaba el dormitorio del ministro, una sala amplia con una cama tallada con angeles mofletudos, el artesonado del techo tenia un siglo de existencia, las alfombras habian sido traidas del Oriente, las paredes lucian santos coloniales de Quito y de Lima y una coleccion de fotografias de el mismo en compania de diversos dignatarios. Frente al escritorio de jacaranda se alzaba un antiguo sillon de felpa obispal, de brazos y patas doradas, con un orificio en el asiento. Alli se instalaba el patron a satisfacer los apremios de su naturaleza, cuyo producto iba a parar en un recipiente de loza colocado debajo. Podia permanecer horas instalado en ese mueble anacronico, escribiendo cartas y discursos, leyendo el periodico, bebiendo whisky. Al concluir tiraba del cordon de una campana que repicaba en toda la casa como un anuncio de catastrofe y yo, furiosa, subia a retirar la bacinilla sin comprender por que ese hombre no usaba el bano como cualquier persona normal. El senor siempre tuvo esa mania, no hagas tantas preguntas, nina, me dijo el mayordomo como unica explicacion. A los pocos dias yo sentia que me ahogaba, no lograba respirar bien, tenia un sofoco perpetuo, cosquillas en las manos y los pies, un sudor de adrenalina. Ni la esperanza de asistir a otra fiesta o las fabulosas aventuras de las habitaciones cerradas podian apartar de mi mente el sillon de felpa, la expresion del patron cuando me indicaba con un gesto mi deber, el trayecto para vaciar aquello. El quinto dia escuche la convocatoria de la campana y me hice la sorda por un rato distrayendome en la cocina, pero a los pocos minutos la llamada retumbaba en mi cerebro. Por fin subi, paso a paso escalera arriba, en cada peldano mas y mas acalorada. Entre a ese cuarto lujoso impregnado de olor a establo, me incline por detras del asiento y retire la bacinilla. De la manera mas tranquila, como si fuera un gesto de todos los dias, levante el recipiente y le di vuelta sobre el ministro de Estado, desprendiendome de la humillacion con un solo movimiento de la muneca. Por un largo momento el se mantuvo inmovil, los ojos desorbitados.
– Adios, senor. Gire sobre los talones, sali con prisa de la pieza, me despedi de los personajes dormidos tras las puertas selladas, baje las escaleras, pase entre los choferes y los guardaespaldas, cruce el parque y me fui antes de que el afectado se repusiera del asombro.
No me atrevi a buscar a mi Madrina, porque le habia tomado miedo desde que en la confusion de su locura amenazo con coserme por dentro tambien a mi. En una cafeteria me prestaron un telefono y llame donde los solterones para hablar con Elvira, pero alli me notificaron que habia salido una manana llevandose su feretro en un carreton alquilado y no regreso a trabajar, no sabian donde ubicarla, se habia esfumado sin dar una disculpa, dejando el resto de sus pertenencias. Tuve la sensacion de haber vivido antes ese mismo desamparo, invoque a mi madre para darme animo y con la actitud de quien acude a una cita, me dirigi instintivamente hacia el centro de la ciudad. En la Plaza del Padre de la Patria casi no reconoci la estatua ecuestre, porque le habian sacado brillo y en vez de las salpicaduras de paloma y la patina verdosa del tiempo, ahora lucia destellos de gloria. Pense en Huberto Naranjo, lo mas parecido a un amigo que alguna vez tuve, sin contemplar la posibilidad de que el me hubiera olvidado o fuera dificil hallarlo, porque no habia vivido lo suficiente para ser pesimista. Me sente al borde de la pileta donde el apostaba con el pez sin cola, a contemplar los pajaros, las ardillas negras y los perezosos en las ramas de los arboles. Al atardecer considere que ya habia esperado demasiado, abandone mi asiento y me interne por las calles laterales, que conservaban el encanto de la arquitectura colonial, aun intocadas por las palas mecanicas de los constructores italianos. Pregunte por Naranjo en los almacenes del barrio, en los kioskos y en los restaurantes, donde muchos lo conocian, porque fueron esos sus cuarteles de operaciones desde que era un mocoso. En todas partes me trataron con amabilidad, pero nadie quiso comprometer una respuesta, supongo que la dictadura habia ensenado a la gente a cerrar la boca, nunca se sabe hasta una chiquilla con delantal de sirvienta y un trapo de lustrar colgado del cinturon puede ser sospechosa. Por fin alguien se compadecio y me soplo un dato: anda a la calle Republica, de noche el ronda por alli, me dijo. En esa epoca la zona roja consistia solo en un par de cuadras mal iluminadas, inocentes en comparacion con la ciudadela que llego a ser despues, pero ya habia avisos de senoritas con el parche negro de la censura sobre los senos desnudos, y faroles senalando hoteles de paso, discretos burdeles, garitos de juego. Me acorde que no habia comido, pero no me atrevi a pedir ayuda, mejor muerta que mendigando, pajarito, me machacaba Elvira. Ubique un callejon ciego, me acomode detras de unas cajas de carton y me dormi en un instante. Desperte varias horas mas tarde, con unos dedos firmes clavados en el hombro.
– Me dicen que tu me andas buscando. ?Que carajo quieres?
Al principio no lo reconoci ni el tampoco a mi. Huberto Naranjo habia dejado atras al nino que alguna vez fue. Me parecio muy elegante, con sus patillas morenas, copete engominado, pantalones ajustados, botas de tacon alto y cinturon de cuero con remaches metalicos. Asomaba en su rostro una expresion petulante, pero en los ojos bailaba esa chispa traviesa que ninguna de las grandes violencias sufridas a lo largo de su existencia pudo borrar. Tendria poco mas de quince anos, pero se veia mayor por la manera de balancearse con las rodillas ligeramente dobladas, las piernas abiertas, la cabeza echada hacia atras y el cigarrillo colgando del labio inferior. Ese modo de