– No te preocupes, nadie nace bonita, eso se hace con paciencia y trabajo, pero vale la pena porque si lo consigues tienes la vida resuelta. Para empezar levanta la cabeza y sonrie.

– Prefiero aprender a leer…

– Esas son tonterias de Naranjo. No le hagas caso. Los hombres son muy soberbios, siempre estan opinando. Lo mejor es decirles que si a todo y hacer lo que a una le da la gana.

La Senora tenia habitos noctambulos, defendia su departamento de la luz natural con gruesos cortinajes y lo alumbraba con tantos bombillos de colores, que a primera vista parecia la entrada de un circo. Me senalo los frondosos helechos que decoraban los rincones, todos de plastico, el bar con botellas y copas diversas, la cocina impoluta donde no se divisaba ni una olla, su dormitorio con una cama redonda sobre la cual reposaba una muneca espanola vestida de lunares. En el bano, atestado de potiches de cosmeticos, habia grandes toallas rosadas.

– Desnudate.

– ?Ah?

– Quitate la ropa. No te asustes, solo voy a lavarte, se rio la Senora.

Lleno la banera, vacio un punado de sales que llenaron el agua de espuma fragante y alli me sumergi, primero con timidez y luego con un suspiro de placer. Cuando ya comenzaba a dormirme entre vapores de jazmin y merengue de jabon, reaparecio la Senora con un guante de crin para refregarme. Despues me ayudo a secarme, me puso talco boratado en las axilas y unas gotas de perfume en el cuello.

– Vistete. Iremos a comer algo y luego a la peluqueria, anuncio.

Por el camino los transeuntes se volteaban a mirar a la mujer, aturdidos por su andar provocativo y su aspecto de toreadora, demasiado atrevido aun en ese clima de colores brillantes y hembras de lidia. El vestido la cenia poniendo en relieve colinas y valles, relucian los abalorios en su cuello y en sus brazos, tenia la piel blanca como tiza, todavia bastante apreciada en ese sector de la ciudad, aunque entre los ricos ya se habia puesto de moda el bronceado de playa. Despues de comer nos dirigimos al salon de belleza, donde la Senora ocupo todo el ambito con sus saludos ruidosos, su sonrisa inmaculada y su presencia descollante de hetaira magnifica. Fuimos atendidas por las peluqueras con las deferencias reservadas a las buenas clientas y luego partimos las dos con animo alegre por los portales del centro, yo con una melena de trovador y la mujer con una mariposa de carey atrapada en sus rizos, dejando a nuestro paso una estela de patchuli y fijador capilar. Cuando llego el momento de las compras me hizo probarme de cuanto habia, menos pantalones, porque la Senora era de opinion que una mujer con ropas masculinas es tan grotesca como un hombre con falda. Por ultimo escogio para mi zapatos de bailarina, vestidos amplios y cinturones de elastico, tal como se veian en las peliculas. La mas preciosa adquisicion fue un diminuto sosten donde mis ridiculas pechugas flotaban como ciruelas perdidas. Cuando acabo conmigo eran las cinco de la tarde y yo estaba transformada en otro ser, largamente me busque en el espejo, pero no pude hallarme, el cristal me devolvia la imagen de un raton desorientado.

Al anochecer llego Melecio, el mejor amigo de la Senora.

– ?Y esto? pregunto asombrado al verme.

– Para no entrar en detalles, digamos que es la hermana de Huberto Naranjo.

– ?No estaras pensando…?

– No, me la dejo como compania…

– ?Eso no mas te faltaba!

Pero a los pocos minutos me habia adoptado y ambos jugabamos con la muneca y escuchabamos discos de rock n' roll, un extraordinario descubrimiento para mi, habituada a la salsa, los boleros y las rancheras de las radios de cocina. Esa noche probe el aguardiente con jugo de pina y los pasteles con crema, base de la dieta en esa casa. Mas adelante, la Senora y Melecio partieron a sus respectivos trabajos, dejandome sobre la cama redonda, abrazada a la muneca espanola, arrullada por el ritmo frenetico del rock y con la certeza plena de que ese habia sido uno de los dias mas felices de mi vida.

Melecio se arrancaba los vellos del rostro con pinza, despues se pasaba un algodon empapado en eter y asi su piel habia adquirido textura de seda, cuidaba sus manos, largas y finas, y cada noche se cepillaba cien veces el cabello; era alto y de huesos firmes, pero se movia con tal delicadeza que lograba dar una impresion de fragilidad. Nunca mencionaba a su familia y seria anos despues, en los tiempos del penal de Santa Maria, cuando la Senora pudo averiguar sus origenes. Su padre era un oso emigrado de Sicilia que cuando veia a su hijo con los juguetes de su hermana le caia encima para golpearlo a los gritos de ?ricchione! ?pederasta! ?mascalzone! Su madre cocinaba abnegadamente la pasta ritual y se plantaba por delante con la determinacion de una fiera cuando el padre intentaba obligarlo a patear una pelota, boxear, beber y mas tarde visitar los prostibulos. A solas con su hijo ella quiso averiguar sus sentimientos, pero la unica explicacion de Melecio fue que llevaba una mujer por dentro y no podia habituarse a ese aspecto de hombre en el cual estaba aprisionado como en una camisa de fuerza. Nunca dijo otra cosa y mas tarde, cuando los psiquiatras le desmenuzaron el cerebro a preguntas, siempre contesto igual; no soy marica, soy mujer, este cuerpo es un error. Nada mas y nada menos. Se fue de su casa apenas logro convencer a la mamma de que era mucho peor quedarse y morir en manos de su propio padre. Desempeno varios oficios y acabo dando clases de italiano en una academia de lenguas donde le pagaban poco, pero el horario resultaba comodo. Una vez al mes se encontraba con su madre en el parque, le daba un sobre con el veinte por ciento de sus ingresos, cualquiera que ellos fueran, y la tranquilizaba con mentiras sobre hipoteticos estudios de arquitectura. Al padre dejaron de mencionarlo y al cabo de un ano la mujer comenzo a usar ropa de viuda, porque a pesar de que el oso se conservaba en perfecta salud, ella lo habia matado en su corazon. Melecio se las arreglo por un tiempo, pero rara vez le alcanzaba el dinero y habia dias en los cuales se mantenia en pie solo con cafe. En esa epoca conocio a la Senora y a partir de ese momento comenzo para el una etapa mas afortunada. Habia crecido en un clima de opera tragica y el tono de sainete de su nueva amiga fue un balsamo para las heridas sufridas en su casa y las que continuaba sufriendo a diario en la calle por sus modales delicados. No eran amantes. Para ella el sexo constituia solo el pilar fundamental de su empresa y a su edad no estaba dispuesta a despilfarrar energia en esos trotes, y para Melecio la intimidad con una mujer resultaba chocante. Con muy buen juicio establecieron desde el principio una relacion de la cual descartaron los celos, la posesion arbitraria, la falta de cortesia y otros inconvenientes propios del amor carnal. Ella era veinte anos mayor que el y a pesar de esa diferencia, o tal vez por lo mismo, compartian una esplendida amistad.

– Me dieron el dato de un buen empleo para ti. ?Te gustaria cantar en un bar? propuso un dia la Senora.

– No se… nunca lo he hecho.

– Nadie te va a reconocer. Estaras disfrazado de mujer. Es un cabaret de transformistas, pero no te espantes, es gente decente y pagan bien, el trabajo es facil, ya lo veras…

– ?Tu tambien crees que soy uno de esos!

– No te ofendas. Cantar alli no significa nada. Es un oficio como cualquier otro, repuso la Senora, cuyo solido sentido practico era capaz de reducir todo a dimensiones domesticas.

Con algunas dificultades logro vencer la barrera de prejuicios de Melecio y convencerlo de las ventajas de la oferta. Al principio el se sintio chocado con el ambiente, pero en su noche de estreno descubrio que no solo llevaba una mujer por dentro, tambien habia una actriz. Se revelo en el un talento histrionico y musical ignorado hasta entonces y lo que empezo como un numero de relleno acabo siendo lo mejor del espectaculo. Inicio una doble vida, de dia el sobrio maestro de la academia y por las noches, una criatura fantastica cubierta de plumas y diamantes de vidrio. Prospero el estado de sus finanzas, pudo hacer algunos regalos a su madre, mudarse a un cuarto mas decente, comer y vestirse mejor. Habria sido feliz si no lo invadiera un incontrolable malestar cada vez que recordaba sus propios genitales. Sufria al observarse desnudo en el espejo o al comprobar que, muy a su pesar, funcionaba como un hombre normal. Una obsesion recurrente lo atormentaba: imaginaba que el mismo se castraba con una tijera de jardin, una contraccion de los brazos y, ?plaf! ese apendice maldito caia al suelo como un reptil ensangrentado.

Se instalo en un cuarto alquilado en el barrio de los judios, al otro lado de la ciudad, pero cada tarde, antes de ir a su trabajo, se daba tiempo para visitar a la Senora. Llegaba al anochecer, cuando empezaban a encenderse las luces rojas, verdes y azules de la calle y las pindongas se asomaban a las ventanas y se paseaban por las aceras con sus aditamentos de batalla. Aun antes de oir el timbre yo adivinaba su presencia y corria a recibirlo. Me alzaba del suelo, no has aumentado ni un gramo desde ayer, ?es que no te dan de comer? Era su saludo habitual y como un ilusionista hacia aparecer entre sus dedos algun dulce para mi. Preferia la musica moderna, pero su publico exigia canciones romanticas en ingles o frances. Pasaba horas aprendiendolas para

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