piernas, sin embargo nunca relacione a Huberto Naranjo con las ilustraciones de los libros didacticos de la Senora o los comentarios de las mujeres que lograba captar. No imaginaba que esas cabriolas tuvieran alguna relacion con el amor, me parecian solo un oficio para ganarse la vida, como la costura o la mecanografia. El amor era el de las canciones y las novelas de la radio, suspiros, besos, palabras intensas. Queria estar con Huberto bajo la misma sabana, apoyada en su hombro, durmiendo a su lado, pero mis fantasias eran castas todavia.

Melecio era el unico artista digno en el cabaret donde trabajaba por las noches, los demas formaban un elenco deprimente: un coro de maricas denominado el Ballet Azul ensartados por la cola en lamentable desfile, un enano que realizaba proezas indecentes con una botella de leche y un caballero de ciertos anos cuya gracia consistia en bajarse los pantalones, volver el trasero hacia los espectadores y expulsar tres bolas de billar. El publico se reia a gritos con estos trucos de payaso, pero cuando Melecio hacia su entrada envuelto en plumas tocado con su peluca de cortesana y cantando en frances, reinaba un silencio de misa en la sala. No lo silbaban ni lo ofendian con chirigotas como a la comparsa, porque aun el mas insensible de los clientes percibia su calidad. Durante esas horas en el cabaret, se convertia en la estrella deseada y admirada, rutilante bajo los focos, centro de todas las miradas, alli cumplia su sueno de ser mujer. Al terminar su presentacion se retiraba al cuarto insalubre que le habian asignado como camerino y se quitaba su atuendo de diva. Las plumas, colgadas de un gancho parecian un avestruz agonico, su peluca quedaba sobre la mesa como un despojo decapitado y sus alhajas de vidrio, botin de un pirata defraudado, reposaban en una bandeja de laton. Se quitaba el maquillaje con crema y aparecia su rostro viril. Vestia su ropa de hombre, cerraba la puerta y ya afuera se apoderaba de el una tristeza profunda, porque atras quedaba lo mejor de si mismo. Se dirigia al boliche del Negro a comer algo solo en una mesa del rincon pensando en la hora de felicidad que acababa de vivir sobre el escenario. Despues regresaba a su pension caminando por las calles solitarias para tomar el fresco de la noche, subia hasta su cuarto, se lavaba y se echaba sobre la cama a mirar la oscuridad hasta que se dormia.

Cuando la homosexualidad dejo de ser un tabu y se exhibio a la luz del dia, se puso de moda visitar a los maricones en su ambiente, como se decia. Los ricos llegaban en sus coches con chofer, elegantes, ruidosos, aves multicolores que se abrian paso entre los clientes habituales, se sentaban a consumir champana adulterado, aspirar una pizca de cocaina y aplaudir a los artistas. Las senoras eran las mas entusiastas, finas mujeres descendientes de inmigrantes prosperos, vestidas con trajes de Paris, luciendo las replicas de las joyas que guardaban en sus cajas de seguridad, invitaban a los actores a sus mesas para brindar con ellas. Al dia siguiente reparaban con banos turcos y tratamientos de belleza los perjuicios de la mala bebida, el humo y la trasnochada, pero valia la pena porque esas excursiones eran el tema obligado de conversacion en el Club de Campo. El prestigio de la extraordinaria Mimi, nombre artistico de Melecio, paso de boca en boca esa temporada, pero el eco de su fama no salio de los salones y en el barrio de los judios donde vivia o en la calle Republica, nadie sabia y a nadie le importaba que el timido profesor de italiano fuera Mimi.

Los habitantes de la zona roja se habian organizado para la sobrevivencia. Hasta la policia acataba ese tacito codigo de honor, limitandose a intervenir en las rinas publicas, patrullar las calles de vez en cuando y cobrar sus comisiones, entendiendose directamente con sus soplones, mas interesada en la vigilancia politica que en otros aspectos. Cada viernes aparecia en el apartamento de la Senora un sargento, que estacionaba su automovil en la acera, donde todos pudieran verlo y supieran que estaba recaudando su parte de las ganancias, no fueran a pensar que la autoridad ignoraba los negocios de esa matrona. Su visita no duraba mas de diez o quince minutos, suficientes para fumar un cigarrillo, contar un par de chistes y luego partir satisfecho con una botella de whisky bajo el brazo y su porcentaje en el bolsillo. Estos arreglos eran similares para todos y resultaban justos, pues permitian a los funcionarios mejorar sus ingresos y al resto laborar con tranquilidad. Yo llevaba varios meses en casa de la Senora, cuando cambiaron al sargento y de la noche a la manana las buenas relaciones se fueron al diablo. Los negocios se vieron en peligro por las exigencias desmesuradas del nuevo oficial, quien no respetaba las normas tradicionales. Sus irrupciones intempestivas, amenazas y chantajes acabaron con la paz de espiritu, tan necesaria para la prosperidad. Trataron de llegar a un arreglo con el, pero era un individuo codicioso y de escaso criterio. Su presencia rompio el equilibrio delicado de la calle Republica y sembro el desconcierto por doquier, la gente se reunia en los boliches para discutir, asi no es posible ganarse la vida como Dios manda, hay que hacer algo antes de que este desgraciado nos precipite en la ruina. Conmovido por el coro de lamentos, Melecio decidio intervenir, a pesar de que el asunto no le incumbia, y propuso hacer una carta firmada por los afectados y llevarla al Jefe del Departamento de Policia, con copia al ministro del Interior, ya que ambos se habian beneficiado durante anos y tenian, por lo tanto, el deber moral de prestar oidos a sus problemas. No tardo en comprobar que el plan era descabellado y ponerlo en practica una temeridad. En pocos dias juntaron las firmas del vecindario, tarea nada sencilla, porque a cada cual habia que explicarle los detalles, pero por fin reunieron una muestra importante y la Senora fue en persona a dejar el pliego de peticiones a los destinatarios. Veinticuatro horas despues, al amanecer, cuando todo el mundo dormia, el Negro del boliche llego corriendo con la noticia de que estaban allanando casa por casa. El maldito sargento venia con el furgon del Comando Contra el Vicio, bien conocido por introducir armas y droga en los bolsillos para inculpar a los inocentes. Sin aliento, el Negro conto que habian entrado como una horda de guerra en el cabaret y se habian llevado presos a todos los artistas y parte del publico, dejando discretamente fuera del escandalo a la clientela elegante. Entre los detenidos iba Melecio cuajado de pedrerias y con su cola emplumada de pajaro de carnaval, acusado de pederasta y traficante, dos palabras desconocidas en ese entonces para mi. El Negro salio disparado a repartir la mala nueva entre el resto de sus amigos, dejando a la Senora con una crisis de nervios.

– ?Vistete, Eva! ?Muevete! ?Mete todo en una maleta! ?No! ?No hay tiempo para nada! Hay que salir de aqui… ?Pobre Melecio!

Trotaba por el apartamento medio desnuda estrellandose contra las sillas niqueladas y las mesas de espejo, mientras se vestia a toda prisa. Por ultimo cogio la caja de zapatos con el dinero y echo a correr por la escalera de servicio, seguida por mi, todavia atontada de sueno y sin entender lo que pasaba, aunque presentia que debia ser algo muy grave. Descendimos en el mismo instante en que la policia irrumpia en el ascensor. En la planta baja nos topamos con la conserje en camison de dormir, una gallega de corazon de madre, quien en tiempos normales hacia cambalache de suculentas tortillas de papas con chorizo por frascos de agua de colonia. Al ver nuestro estado de desorden y oir el jaleo de los uniformados y las sirenas de las patrullas en la calle, comprendio que no venia al caso formular preguntas. Nos hizo senas de seguirla al sotano del edificio, cuya puerta de emergencia comunicaba con un estacionamiento cercano, y por alli logramos escapar sin pasar por la calle Republica, ocupada integramente por la fuerza publica. Despues de aquella estampida indigna, la Senora se detuvo acezando, apoyada contra el muro de un hotel, al borde del soponcio. Entonces parecio verme por primera vez.

– ?Que haces aqui?

– Me escapo tambien…

– ?Andate! ?Si te encuentran conmigo me acusaran de corruptora de menores!

– ?A donde quiere que vaya? Yo no tengo donde ir.

– No se hija. Busca a Huberto Naranjo. Yo debo esconderme y conseguir ayuda para Melecio, no puedo ocuparme de ti ahora.

Se perdio calle abajo y lo ultimo que vi de ella fue su fundillo envuelto en la falda floreada, bamboleandose sin asomo del antiguo atrevimiento, mas bien con franca incertidumbre. Me quede agazapada en la esquina mientras pasaban ululando los coches policiales y a mi alrededor huian meretrices, sodomitas y proxenetas. Alguien me indico que me marchara pronto de alli, porque la carta redactada por Melecio y firmada por todos habia caido en manos de los periodistas y el escandalo, que les estaba costando el puesto a mas de un ministro y a varios jerarcas de la policia, nos caeria encima como un hachazo. Allanaron cada edificio, cada casa, cada hotel y boliche del vecindario, se llevaron detenidos hasta al ciego del kiosko y reventaron tantas bombas de gas que hubo una docena de intoxicados y murio un recien nacido a quien su madre no alcanzo a poner a salvo, porque a esa hora estaba con un cliente. Durante tres dias y sus noches no hubo mas tema de conversacion que la Guerra al Hampa, como la llamo la prensa. El ingenio popular, sin embargo, la llamo la Revuelta de las Putas, nombre con el cual el incidente quedo registrado en los versos de los poetas.

Me encontre sin un centavo, como tantas veces me habia ocurrido antes y me pasaria en el futuro, y tampoco pude ubicar a Huberto Naranjo, a quien la confusion de esa batalla sorprendio en otro extremo de la ciudad. Desconcertada, me sente entre dos columnas de un edificio, dispuesta a luchar contra la sensacion de orfandad que en otras ocasiones habia experimentado y ahora volvia a invadirme. Escondi la cara entre las rodillas, llame a mi madre y muy pronto percibi su aroma ligero de tela limpia y almidon. Surgio ante mi intacta, con su trenza

Вы читаете Eva Luna
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