corredores de marmoles arborescentes, arabescos y cipolinos, se introdujeron en los banos de onix, jade y turpalina y por fin se instalaron con sus hijos, sus abuelos, sus bartulos y sus animales domesticos. Cada familia encontro un lugar para acomodarse, dividieron con lineas ilusorias las amplias habitaciones, colgaron sus hamacas, destrozaron el mobiliario rococo para encender sus cocinas, los ninos desarmaron la griferia de plata romana, los adolescentes se amaron entre los ornamentos del jardin y los viejos sembraron tabaco en las baneras doradas.

Alguien mando a la Guardia a sacarlos a tiros, pero los vehiculos de la autoridad se perdieron por el camino y nunca dieron con el lugar. No pudieron expulsar a los ocupantes, porque el palacio y todo lo que habia dentro se hizo invisible al ojo humano, entro en otra dimension en la cual siguio existiendo sin perturbaciones.

Cuando por fin llegamos a destino, ya habia salido el sol. Agua Santa era uno de esos pueblos adormilados por la modorra de la provincia, lavado por la lluvia, brillando en la luz increible del tropico. La camioneta recorrio la calle principal con sus casas coloniales, cada una con su pequeno huerto y su gallinero, y se detuvo ante una vivienda pintada con cal, mas firme y mejor plantada que las demas. A esa hora el porton estaba cerrado y no me di cuenta de que era un almacen.

– Ya estamos en casa, dijo el hombre.

6

Riad Halabi era uno de esos seres derrotados por la compasion. Tanto amaba a los demas, que trataba de evitarles la repugnancia de mirar su boca partida y siempre llevaba un panuelo en la mano para taparsela, no comia o bebia en publico, sonreia apenas y procuraba colocarse a contraluz o en la sombra, donde pudiera ocultar su defecto. Paso la vida sin darse cuenta de la simpatia que inspiraba a su alrededor y del amor que sembro en mi. Habia llegado al pais a los quince anos, solo, sin dinero, sin amigos y con una visa de turista estampada en un falso pasaporte turco, comprado por su padre a un consul traficante en el Cercano Oriente. Traia por mision hacer fortuna y remitir dinero a su familia y aunque no consiguio lo primero, nunca dejo de hacer lo segundo. Educo a sus hermanos, dio una dote a cada hermana y adquirio para sus padres un olivar, signo de prestigio en la tierra de refugiados y mendigos donde habia crecido. Hablaba espanol con todos los modismos criollos, pero con un indudable acento del desierto y de alla trajo tambien el sentido de la hospitalidad y la pasion por el agua. Durante sus primeros anos de inmigrante se alimento de pan, banana y cafe. Dormia tirado en el suelo en la fabrica de telas de un compatriota, quien a cambio de techo le exigia limpiar el edificio, cargar los fardos de hilo y de algodon y ocuparse de las trampas para ratones, todo lo cual le tomaba una parte del dia y el resto del tiempo lo empleaba en diversas transacciones. Pronto se dio cuenta donde estaban las ganancias mas sustanciosas y opto por dedicarse al comercio. Recorria las oficinas ofreciendo ropa interior y relojes, las casas de la burguesia tentando a las empleadas domesticas con cosmeticos y collares de pacotilla, los liceos exhibiendo mapas y lapices, los cuarteles vendiendo fotos de actrices sin ropa y estampas de San Gabriel, patrono de la milicia y la recluta. Pero la competencia era feroz y sus posibilidades de surgir casi nulas, porque su unica virtud de mercader consistia en el gusto por el regateo, que no le servia para obtener ventajas, pero le daba un buen pretexto para cambiar ideas con los clientes y hacer amigos.

Era honesto y carecia de ambicion, le faltaban condiciones para triunfar en ese oficio, al menos en la capital, por eso sus paisanos le aconsejaron que viajara al interior llevando su mercaderia por los pueblos pequenos, donde la gente era mas ingenua.

Riad Halabi partio con la misma aprension de sus antepasados al iniciar una larga travesia por el desierto. Al principio lo hizo en autobus, hasta que pudo comprar una motocicleta a credito a la cual ajusto una gran caja en el asiento trasero. A horcajadas en ella recorrio los senderos de burros y despenaderos de montana, con la resistencia de su raza de jinetes. Despues adquirio un automovil antiguo pero brioso y por fin una camioneta. Con ese vehiculo recorrio el pais. Subio a las cumbres de los Andes por caminos de lastima, vendiendo en unos caserios donde el aire era tan limpido que se podian ver los angeles a la hora del crepusculo; toco todas las puertas a lo largo de la costa, sumergido en el vaho caliente de la siesta, sudando, afiebrado por la humedad, deteniendose de vez en cuando para ayudar a las iguanas cuyas patas quedaban atrapadas en el asfalto derretido por el sol; atraveso los medanos navegando sin brujula en un mar de arenas movidas por el viento, sin mirar hacia atras, para que la seduccion del olvido no le convirtiera la sangre en chocolate. Por ultimo llego a la region que en otros tiempos fuera prospera y por cuyos rios bajaban canoas cargadas de olorosos granos de cacao, pero que el petroleo llevo a la ruina y ahora estaba devorada por la selva y la desidia de los hombres.

Enamorado del paisaje, iba por esa geografia con los ojos maravillados y el espiritu agradecido, recordando su tierra, seca y dura, donde se requeria una tenacidad de hormiga para cultivar una naranja, en contraste con ese paraje prodigo en frutos y flores, como un paraiso preservado de todo mal. Alli resultaba facil vender cualquier cachivache, incluso para alguien tan poco inclinado al lucro como el, pero tenia el corazon vulnerable y no fue capaz de enriquecerse a costa de la ignorancia ajena. Se prendo de las gentes, grandes senores en su pobreza y su abandono. Donde fuera lo recibian como a un amigo, tal como su abuelo acogia a los forasteros en su tienda, con la conviccion de que el huesped es sagrado. En cada rancho le ofrecian una limonada, un cafe negro y aromatico, una silla para descansar a la sombra. Eran personas alegres y generosas, de palabra clara, entre ellos lo dicho tenia la fuerza de un contrato. El abria la maleta y desplegaba su mercancia en el suelo de barro apisonado. Sus anfitriones observaban aquellos bienes de dudosa utilidad con una sonrisa cortes y aceptaban comprarlos para no ofenderlo, pero muchos no tenian como pagarle, porque rara vez disponian de dinero. Aun desconfiaban de los billetes, esos papeles impresos que hoy valian algo y manana podian ser retirados de circulacion, de acuerdo a los caprichos del gobernante de turno, o que en un descuido desaparecian, como ocurrio con la colecta de Ayuda al Leproso, devorada en su totalidad por un chivo que se introdujo en la oficina del tesorero. Preferian las monedas, que al menos pesaban en los bolsillos, sonaban sobre el mostrador y brillaban, como dinero de verdad. Los mas viejos todavia escondian sus ahorros en tinajas de barro y latas de querosen enterradas en los patios, pues no habian oido hablar de los bancos. Por otra parte, eran muy pocos los que se desvelaban por preocupaciones financieras, la mayoria vivia del trueque. Riad Halabi se acomodo a esas circunstancias y renuncio a la orden paterna de hacerse rico.

Uno de sus viajes lo condujo a Agua Santa. Cuando entro al pueblo le parecio abandonado, porque no se veia un alma en las calles, pero despues descubrio una multitud reunida ante el correo. Esa fue la manana memorable en que murio de un tiro en la cabeza el hijo de la maestra Ines. El asesino era el propietario de una casa rodeada de terrenos abruptos, donde crecian los mangos sin control humano. Los ninos se metian a recoger la fruta caida, a pesar de las amenazas del dueno, un afuerino que habia heredado la pequena hacienda y aun no se desprendia de la avaricia de algunos hombres de ciudad. Los arboles se cargaban tanto, que las ramas se quebraban con el peso, pero resultaba inutil tratar de vender los mangos, porque nadie los compraba. No habia razon para pagar por algo que la tierra regalaba. Ese dia el hijo de la maestra Ines se desvio de su ruta a la escuela para coger una fruta, tal como hacian todos sus companeros. El tiro de fusil le entro por la frente y le salio por la nuca sin darle tiempo de adivinar que eran esa centella y ese trueno que le reventaron en la cara.

Riad Halabi detuvo su camioneta en Agua Santa momentos despues que los ninos llegaron con el cadaver en una improvisada angarilla y lo depositaron ante la puerta del correo. Todo el pueblo acudio a verlo. La madre observaba a su hijo sin acabar de comprender lo ocurrido, mientras cuatro uniformados contenian a la gente para evitar que hicieran justicia por mano propia, pero cumplian ese deber sin mayor entusiasmo, porque conocian la ley, sabian que el homicida saldria indemne del juicio. Riad Halabi se mezclo con la muchedumbre con el presentimiento de que ese lugar estaba senalado en su destino, era el fin de su peregrinaje. Apenas averiguo los detalles de lo sucedido, se puso sin vacilar a la cabeza de todos y nadie parecio extranado por su actitud, como si lo estuvieran esperando. Se abrio paso, levanto el cuerpo en sus brazos y lo llevo hasta la casa de la maestra, donde improviso un velorio sobre la mesa del comedor. Luego se dio tiempo para colar cafe y servirlo, lo cual produjo cierto sobresalto entre los presentes que nunca habian visto a un hombre afanado en la cocina. Paso la noche acompanando a la madre y su presencia firme y discreta hizo pensar a muchos que se trataba de algun familiar. A la manana siguiente organizo el entierro y ayudo a descender la caja en la fosa con una congoja tan sincera, que la senorita Ines deseo que ese desconocido fuera el padre de su hijo. Cuando apisonaron la tierra sobre la tumba, Riad Halabi se volvio hacia la gente congregada a su alrededor y tapandose la boca con el panuelo, propuso una idea capaz de canalizar la ira colectiva. Del camposanto partieron todos a recoger mangos,

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