llenaron sacos, cestas, bolsas, carretillas y asi marcharon hacia la propiedad del asesino, quien al verlos avanzar tuvo el impulso de espantarlos a tiros, pero lo penso mejor y se escondio entre las canas del rio. La muchedumbre avanzo en silencio, rodeo la casa, rompio las ventanas y las puertas y vacio su carga en las habitaciones.
Luego fueron por mas. Todo el dia estuvieron acarreando mangos hasta que ya no quedaron en los arboles y la casa estuvo repleta hasta el techo. El jugo de la fruta reventaba impregnaba las paredes y escurria por el piso como sangre dulce. Al anochecer, cuando volvieron a sus hogares, el criminal se atrevio a salir del agua, tomo su coche y escapo para nunca mas volver. En los dias siguientes el sol calento la casa, convirtiendola en una enorme marmita donde se cocinaron los mangos a fuego suave, la construccion se tino de ocre, se ablando deformandose, se partio y se pudrio, impregnando el pueblo durante anos de olor a mermelada.
A partir de ese dia Riad Halabi se considero a si mismo como un nativo de Agua Santa, asi lo acepto la gente y alli instalo su hogar y su almacen. Como tantas viviendas campesinas, la suya era cuadrada, con las habitaciones dispuestas alrededor de un patio, donde crecia una vegetacion alta y frondosa para proveer sombra, palmas, helechos y algunos arboles frutales. Ese solar representaba el corazon de la casa, alli se desarrollaba la vida, era el paso obligado de un cuarto a otro. En el centro Riad Halabi construyo una fuente arabe, amplia y serena, que apaciguaba el alma con el sonido incomparable del agua entre las piedras. Rodeando el jardin interior instalo canaletas de ceramicas por las cuales corria una acequia cristalina y en cada pieza se mantenia siempre una jofaina de loza para remojar petalos de flores y aliviar con su aroma el bochorno del clima. La vivienda tenia muchas puertas, como las casas de los ricos y con el tiempo crecio para dar cabida a las bodegas. Las tres salas grandes del frente se ocupaban para el almacen y hacia atras estaban los aposentos, la cocina y el bano. Poco a poco el negocio de Riad Halabi llego a ser el mas prospero de la region, alli se podia comprar de todo: alimentos, abonos, desinfectantes, telas, medicamentos y si algo no figuraba en el inventario, se lo encargaban al turco para que lo trajera en su proximo viaje. Se llamaba La Perla de Oriente, en honor a Zulema, su esposa.
Agua Santa era una aldea modesta, con casas de adobe, madera y cana amarga, construida al borde de la carretera y defendida a machetazos contra una vegetacion salvaje que en cualquier descuido podia devorarla. Hasta alli no habian llegado la oleada de inmigrantes, ni los alborotos del modernismo, la gente era afable, los placeres sencillos y si no fuera por la cercania del Penal de Santa Maria, habria sido un pequeno caserio igual a muchos de esa region, pero la presencia de la Guardia y la casa de putas le daba un toque cosmopolita. La vida transcurria sin sorpresas durante seis dias de la semana, pero los sabados cambiaban los turnos de la prision y los vigilantes acudian a divertirse, alterando con su presencia las rutinas de los pobladores, quienes procuraban ignorarlos fingiendo que ese ruido provenia de algun aquelarre de monos en la espesura, pero de todos modos tomaban la precaucion de trancar sus puertas y encerrar a sus hijas. Ese dia entraban tambien los indios a pedir limosna: un platano, un trago de licor, pan. Aparecian en fila, harapientos, los ninos desnudos, los viejos reducidos por el desgaste, las mujeres siempre prenadas, todos con una ligera expresion de burla en los ojos, seguidos por una jauria de perros enanos. El parroco les reservaba algunas monedas del diezmo y Riad Halabi les regalaba un cigarrillo o un caramelo a cada uno.
Hasta la llegada del turco, el comercio se reducia a minusculas transacciones de productos agricolas con los choferes de los vehiculos que transitaban por la carretera. Desde temprano los muchachos montaban toldos para protegerse del sol y colocaban sus verduras, frutas y quesos sobre un cajon, que debian abanicar constantemente para espantar las moscas. Si tenian suerte, lograban vender algo y regresar a casa con unas monedas. A Riad Halabi se le ocurrio hacer un trato con los camioneros que transportaban carga hacia los campamentos petroleros y regresaban vacios, para que llevaran las hortalizas de Agua Santa a la capital. El mismo se encargo de colocarlas en el Mercado Central en el puesto de un paisano suyo, trayendo asi algo de prosperidad al pueblo. Poco despues, al ver que en la ciudad habia cierto interes por las artesanias de madera, barro cocido y mimbre, puso a sus vecinos a fabricarlas para ofrecerlas en las tiendas de turismo y en menos de seis meses eso se convirtio en el ingreso mas importante de varias familias. Nadie dudaba de su buena disposicion ni discutia sus precios, porque en ese largo tiempo de convivencia el turco dio incontables muestras de honradez. Sin proponerselo, su almacen llego a ser el centro de la vida comercial de Agua Santa, a traves de sus manos pasaban casi todos los negocios de la zona. Amplio la bodega, construyo otros cuartos, compro hermosos cacharros de hierro y cobre para la cocina, dio una mirada satisfecha a su alrededor y considero que poseia lo necesario para el contento de una mujer. Entonces le escribio a su madre pidiendole que le buscara una esposa en su tierra natal.
Zulema acepto casarse con el, porque a pesar de su belleza no habia conseguido un marido y ya contaba veinticinco anos cuando la casamentera le hablo de Riad Halabi. Le dijeron que tenia labio de liebre, pero ella no sabia lo que eso significaba y en la foto que le mostraron se veia solo una sombra entre la boca y la nariz, que mas parecia un bigote torcido que un obstaculo para el matrimonio. Su madre la convencio de que el aspecto fisico no es importante a la hora de formar una familia y cualquier alternativa resultaba preferible a quedarse soltera, convertida en sirvienta en casa de sus hermanas casadas. Ademas, siempre se llega a amar al marido, si se pone en ello suficiente voluntad; es ley de Ala que dos personas durmiendo juntas y echando hijos al mundo, acaben por estimarse, dijo. Por otra parte, Zulema creyo que su pretendiente era un rico comerciante instalado en America del Sur y aunque no tenia ni la menor idea de donde quedaba ese lugar de nombre exotico, no dudo de que seria mas agradable que el barrio lleno de moscas y ratas donde ella vivia.
Al recibir la respuesta positiva de su madre, Riad Halabi se despidio de sus amigos de Agua Santa, cerro el almacen y la casa y se embarco rumbo a su pais, donde no habia puesto los pies en quince anos. Se pregunto si su familia lo reconoceria, porque se sentia otra persona, como si el paisaje americano y la dureza de su vida lo hubieran tallado de nuevo, pero en realidad no habia cambiado mucho: Aunque ya no era un muchacho delgado con el rostro devorado por los ojos y la nariz ganchuda, sino un hombre fornido con tendencia a la barriga y la doble papada, seguia siendo timido, inseguro y sentimental.
La boda entre Zulema y Riad Halabi se llevo a cabo con todos los ritos, porque el novio pudo pagarlos. Fue un acontecimiento memorable en esa aldea pobre donde casi habian olvidado las fiestas verdaderas. Tal vez el unico signo de mal aguero fue que al comenzar la semana soplo el khamsin del desierto y la arena se metio por todas partes, invadio las casas, desgarro las ropas, agrieto la piel y cuando llego el dia del casamiento los novios tenian arena entre las pestanas. Pero ese detalle no impidio la celebracion. El primer dia de ceremonia se reunieron las amigas y las mujeres de ambas familias para examinar el ajuar de la novia, las flores de azahar, las cintas rosadas, mientras comian lucumas, cuernos de gacela, almendras y pistachos y ululaban de alegria con un yuyu sostenido, que se repartia por la calle y alcanzaba a los hombres en el cafe. Al dia siguiente llevaron a Zulema en procesion al bano publico, presidida por un veterano que tocaba el tamboril, para que los hombres desviaran la vista ante el paso de la novia cubierta con siete vestidos livianos.
Cuando le quitaron la ropa en el bano, para que las parientas de Riad Halabi vieran que estaba bien alimentada y no tenia marcas, su madre rompio en llanto, como es la tradicion. Le pusieron henna en las manos, con cera y azufre depilaron todo su cuerpo, le dieron masajes con crema, le trenzaron el cabello con perlas de bisuteria y cantaron, bailaron y comieron dulces con te de menta, sin olvidar el luis de oro que la novia regalo a cada una de sus amigas. El tercer dia fue la ceremonia del Neftah. Su abuela le toco la frente con una llave para abrirle el espiritu a la franqueza y al afecto y luego la madre de Zulema y el padre de Riad Halabi la calzaron con zapatillas untadas en miel, para que entrara al matrimonio por el camino de la dulzura. El cuarto dia ella, vestida con una tunica sencilla, recibio a sus suegros para agasajarlos con platos preparados por su propia mano y bajo los ojos modestamente cuando dijeron que la carne estaba dura y al cuscus le faltaba sal, pero la novia era bonita. El quinto dia probaron la seriedad de Zulema exponiendola a la presencia de tres trovadores que cantaron canciones atrevidas, pero ella se mantuvo indiferente detras del velo y cada obscenidad que rebotaba contra su cara de virgen fue premiada con monedas. En otra sala se celebraba la fiesta de los hombres, donde Riad Halabi soportaba las bromas de todo el vecindario. El sexto dia se casaron en la alcaldia y el septimo recibieron al cadi. Los invitados colocaron sus presentes a los pies de los esposos, gritando el precio que habian pagado por ellos, el padre y la madre bebieron a solas con Zulema el ultimo caldo de gallina y luego la entregaron a su marido de muy mala gana, tal como debe hacerse. Las mujeres de la familia la condujeron al cuarto preparado para la ocasion y le cambiaron el vestido por su camisa de desposada, luego fueron a reunirse con los hombres en la calle, esperando que sacudieran por la ventana la sabana ensangrentada de su pureza.
Por fin Riad Halabi se encontro solo con su esposa. Nunca se habian visto de cerca, ni habian intercambiado palabras o sonrisas. La costumbre exigia que ella estuviera asustada y temblorosa, pero era el quien se sentia asi. Mientras pudo mantenerse a una distancia prudente y sin abrir la boca, su defecto resultaba menos notorio, pero