rasgos definitivos, los que tengo ahora.
– No puedes vivir como una beduina, hay que pasarte por el Registro Civil, dijo un dia el patron.
Riad Halabi me dio varias cosas fundamentales para transitar por mi destino y entre ellas, dos muy importantes: la escritura y un certificado de existencia. No habia papeles que probaran mi presencia en este mundo, nadie me inscribio al nacer, nunca habia estado en una escuela, era como si no hubiera nacido, pero el hablo con un amigo de la ciudad, pago el soborno correspondiente y consiguio un documento de identidad, en el cual, por un error del funcionario, figuro con tres anos menos de los que en realidad tengo.
Kamal, el segundo hijo de un tio de Riad Halabi, llego a vivir en la casa ano y medio despues que yo. Entro en La Perla de Oriente con tanta discrecion, que no vimos en el los signos de la fatalidad ni sospechamos que tendria el efecto de un huracan en nuestras vidas. Tenia veinticinco anos, era menudo y delgado, de dedos finos y largas pestanas, parecia desconfiado y saludaba ceremoniosamente, llevandose una mano al pecho e inclinando la cabeza, gesto que de inmediato comenzo a usar Riad y luego imitaron entre carcajadas todos los ninos de Agua Santa. Era hombre acostumbrado a pasar miserias. Escapando de los israelitas, su familia huyo de su aldea despues de la guerra, perdiendo todas sus posesiones terrenales: el pequeno huerto heredado de sus antepasados, el burro y unos cuantos cacharros domesticos. Se crio en un campamento para refugiados palestinos y tal vez su destino era convertirse en guerrillero y combatir a los judios, pero no estaba hecho para los azares de la batalla y tampoco compartia la indignacion de su padre y sus hermanos por la perdida de un pasado al cual no se sentia ligado. Le atraian mas las costumbres occidentales, anhelaba irse de alli para empezar otra vida donde no le debiera respeto a ninguno y donde nadie lo conociera. Paso los anos de su infancia traficando en el mercado negro y los de la adolescencia seduciendo a las viudas del campamento, hasta que su padre, cansado de propinarle palizas y esconderlo de sus enemigos, se acordo de Riad Halabi, ese sobrino instalado en un remoto pais de America del Sur, cuyo nombre no podia recordar. No pregunto la opinion de Kamal, simplemente lo cogio por un brazo y lo llevo a la rastra camino del puerto, donde consiguio emplearlo de grumete en un barco mercante, con la recomendacion de no regresar a menos de hacerlo con una fortuna. Asi llego el joven, como tantos inmigrantes, a la misma costa caliente donde cinco anos antes desembarco Rolf Carle de un buque noruego. De alli se traslado en autobus a Agua Santa y a los brazos de su pariente, quien lo recibio con grandes muestras de hospitalidad.
Durante tres dias La Perla de Oriente permanecio cerrada y la casa de Riad Halabi abierta en una fiesta inolvidable, a la cual asistieron todos los habitantes del pueblo. Mientras Zulema padecia algunas de sus innumerables dolencias encerrada en su habitacion, el patron y yo, ayudados por la maestra Ines y otras vecinas, hicimos tanta comida que aquello parecia una boda de las cortes de Bagdad. Sobre los mesones cubiertos con albos panos, pusimos grandes bandejas de arroz con azafran, pinones, pasas y pistachos, pimiento y curry y a su alrededor cincuenta fuentes de guisos arabes y americanos, unos salados, otros picantes o agridulces, con carnes y pescado traido en bolsas de hielo desde el litoral y todos los granos con sus salsas y condimentos. Habia una mesa solo para los postres, donde se alternaban los dulces orientales y las recetas criollas. Servi enormes jarras de ron con fruta, que como buenos musulmanes los primos no probaron, pero los demas bebieron hasta rodar felices bajo las mesas y los que quedaron en pie bailaron en honor al recien llegado. Kamal fue presentado a cada vecino y a cada uno tuvo que contarle su vida en arabe. Nadie entendio ni una palabra de su discurso, pero se fueron comentando que parecia un joven simpatico y en verdad lo era, tenia el aspecto fragil de una senorita, pero habia algo velludo, moreno y equivoco en su naturaleza que inquietaba a las mujeres. Al entrar en una habitacion la llenaba con su presencia hasta el ultimo rincon, cuando se sentaba a tomar el fresco de la tarde en la puerta del almacen, toda la calle sentia el impacto de su atractivo, envolvia a los demas con una suerte de encantamiento. Apenas podia darse a entender con gestos y exclamaciones, pero todos los escuchabamos fascinados, siguiendo el ritmo de su voz y la aspera melodia de sus palabras.
– Ahora podre viajar tranquilo, porque hay un hombre de mi propia familia para cuidar de las mujeres, la casa y el almacen, dijo Riad Halabi palmoteando la espalda de su primo.
Muchas cosas cambiaron con la llegada de ese visitante. El patron se alejo de mi, ya no me llamaba para escuchar mis cuentos o para comentar las noticias del periodico, dejo de lado los bromas y las lecturas a duo, las partidas de domino se convirtieron en un asunto de hombres. Desde la primera semana adopto la costumbre de ir solo con Kamal a la proyeccion del cinematografo ambulante, porque su pariente no estaba habituado a la compania femenina. Aparte de algunas doctoras de la Cruz Roja y misioneras evangelicas que visitaban los campamentos de refugiados, casi todas enjutas como madera seca, el joven solo habia visto mujeres con el rostro descubierto despues de los quince anos, cuando salio por primera vez del lugar donde crecio. En una ocasion realizo un esforzado viaje en camion para ir a la capital un dia sabado, al sector de la colonia norteamericana, donde las gringas lavaban sus automoviles en la calle, vestidas solo con pantalones cortos y blusas escotadas, espectaculo que atraia multitudes masculinas desde remotos pueblos de la region. Los hombres alquilaban sillas y quitasoles para instalarse a observarlas. El lugar se llenaba de vendedores de chucherias, sin que ellas percibieran la conmocion, ajenas por completo a los jadeos, los sudores, los temblores y las erecciones que provocaban. Para aquellas senoras transplantadas de otra civilizacion, esos personajes envueltos en tunicas, de piel oscura y barbas de profeta, eran simplemente una ilusion optica, un error existencial, un delirio provocado por el calor. Delante de Kamal, Riad Halabi se comportaba con Zulema y conmigo como un jefe brusco y autoritario, pero cuando estabamos solos nos compensaba con pequenos regalos y volvia a ser el amigo afectuoso de antes. Me asignaron la funcion de ensenar espanol al recien llegado, tarea nada sencilla, porque el se sentia humillado cuando yo le daba el significado de una palabra o le senalaba un error de pronunciacion, pero aprendio a chapurrear con gran rapidez y muy pronto pudo ayudar en la tienda.
– Sientate con las piernas juntas y abrochate todos los botones del delantal, me ordeno Zulema. Creo que estaba pensando en Kamal.
El hechizo del primo impregno la casa y La Perla de Oriente, se desparramo por el pueblo y se lo llevo el viento aun mas lejos. Las muchachas llegaban a cada momento al almacen con los mas diversos pretextos. Ante el florecian como frutos salvajes, estallando bajo las faldas cortas y las blusas cenidas tan perfumadas que despues de su partida el cuarto quedaba saturado de ellas por mucho tiempo. Entraban en grupos de dos o tres, riendose y hablando en cuchicheos, se apoyaban en el mostrador de modo que los senos quedaran expuestos y los traseros se elevaran atrevidos sobre las piernas morenas. Lo esperaban en la calle, lo invitaban a sus casas por las tardes, lo iniciaron en los bailes del Caribe.
Yo sentia una impaciencia constante. Era la primera vez que experimentaba celos y ese sentimiento adherido a mi piel de dia y de noche como una oscura mancha, una suciedad imposible de quitar, llego a ser tan insoportable, que cuando al fin pude librarme de el, me habia desprendido definitivamente del afan de poseer a otro y la tentacion de pertenecer a alguien. Desde el primer instante Kamal me trastorno la mente, me puso en carne viva, alternando el placer absoluto de amarlo y el dolor atroz de amarlo en vano. Lo seguia por todas partes como una sombra, lo servia, lo converti en el heroe de mis fantasias solitarias. Pero el me ignoraba por completo. Tome conciencia de mi misma, me observaba en el espejo, me palpaba el cuerpo, ensayaba peinados en el silencio de la siesta, me aplicaba una pizca de carmin en las mejillas y la boca, con cuidado para que nadie lo notara. Kamal pasaba por mi lado sin verme. El era el protagonista de todos mis cuentos de amor. Ya no me bastaba el beso final de las novelas que leia a Zulema y comence a vivir tormentosas e ilusorias noches con el. Habia cumplido quince anos y era virgen, pero si la cuerda de siete nudos inventada por la Madrina midiera tambien las intenciones, no habria salido airosa de la prueba.
La existencia se nos torcio a todos durante el primer viaje de Riad Halabi, cuando quedamos solos Zulema, Kamal y yo. La patrona se curo como por encanto de sus malestares y desperto de un letargo de casi cuarenta anos. En esos dias se levantaba temprano y preparaba el desayuno, se vestia con sus mejores trajes, se adornaba con todas sus joyas, se peinaba con el pelo echado hacia atras, sujeto en la nuca en una media cola, dejando el resto suelto sobre sus hombros. Nunca se habia visto tan hermosa. Al principio Kamal la eludia, delante de ella mantenia los ojos en el suelo y casi no le hablaba, se quedaba todo el dia en el almacen y en las noches salia a vagar por el pueblo; pero pronto le fue imposible sustraerse al poder de esa mujer, a la huella pesada de su aroma, al calor de su paso, al embrujo de su voz. El ambito se lleno de urgencias secretas, de presagios, de llamadas. Presenti que a mi alrededor sucedia algo prodigioso de lo cual yo estaba excluida, una guerra privada de ellos dos, una violenta lucha de voluntades. Kamal se batia en retirada, cavando trincheras, defendido por siglos de tabues, por el respeto a las leyes de hospitalidad y a los lazos de sangre que lo unian a Riad Halabi.