– Si.

– ?Me veo joven?

– Si.

– ?De que edad?

– Como la foto del dia de su casamiento.

– ?Por que me hablas de eso? ?No quiero acordarme de mi casamiento! Andate, estupida, dejame sola…

Se sento en una mecedora de mimbre bajo el alero del patio a mirar la tarde y a aguardar el regreso de su amante. Espere con ella, sin atreverme a decirle que Kamal se habia marchado. Zulema paso horas meciendose y llamandolo con todos sus sentidos, mientras yo cabeceaba en la silla. La comida se puso rancia en la cocina y se esfumo el aroma discreto de las flores en la habitacion. A las once de la noche desperte asustada por el silencio, habian enmudecido los grillos y el aire estaba detenido, ni una hoja se movia en el patio. El olor del deseo habia desaparecido. Mi patrona aun se mantenia inmovil en el sillon, con el vestido arrugado, las manos crispadas, lagrimas le mojaban la cara, tenia el maquillaje chorreado, parecia una mascara abandonada a la intemperie.

– Vaya a la cama, senora, no lo espere mas. Tal vez no vuelva hasta manana… le suplique, pero la mujer no se movio.

Alli estuvimos sentadas toda la noche. Me castaneteaban los dientes y me corria un sudor extrano por la espalda, y atribui esos signos a la mala suerte que habia entrado en la casa. No era tampoco el momento de ocuparme de mis propios malestares, porque me di cuenta de que en el alma de Zulema algo se habia quebrado. Senti horror al mirarla, ya no era la persona que conocia, se estaba transformando en una especie de enorme vegetal. Prepare cafe para las dos y se lo lleve con la esperanza de devolverle la antigua identidad, pero no quiso probarlo, rigida, una cariatide con la vista clavada en la puerta del patio. Bebi un par de sorbos, pero lo senti aspero y amargo. Por fin logre levantar a mi patrona de la silla y llevarla de la mano a su habitacion, le quite el vestido, le limpie la cara con un trapo humedo y la acoste. Comprobe que respiraba tranquila, pero la desolacion le nublaba los ojos y seguia llorando, callada y tenaz. Despues abri el almacen como una sonambula. Llevaba muchas horas sin comer, me acorde de los tiempos de mi desgracia, antes que Riad Halabi me recogiera, cuando se me cerro el estomago y no podia tragar. Me puse a chupar un nispero tratando de no pensar. Llegaron a La Perla de Oriente tres muchachas preguntando por Kamal y les dije que no estaba y no valia la pena ni siquiera recordarlo, porque en realidad no era humano, nunca existio en carne y hueso, era un genio del mal, un efrit venido del otro lado del mundo para alborotarles la sangre y turbarles el alma, pero ya no lo verian mas, habia desaparecido arrastrado por el mismo viento fatal que lo trajo del desierto hasta Agua Santa. Las jovenes se fueron a la plaza a comentar la noticia y pronto empezaron a desfilar los curiosos para averiguar lo ocurrido.

– Yo no se nada. Esperen que llegue el patron, fue la unica respuesta que se me ocurrio.

Al mediodia le lleve una sopa a Zulema y trate de darsela a cucharadas, pero veia sombras y me temblaban tanto las manos, que el liquido se me desparramo por el suelo. De pronto la mujer comenzo a balancearse con los ojos cerrados, lamentandose, primero un monotono quejido y despues un ayayay agudo y perseverante como llanto de sirena.

– ?Callese! Kamal no volvera. Si no puede vivir sin el, mas vale que se levante y vaya a buscarlo hasta que lo encuentre. No hay nada mas que hacer. ?Me oye, senora?

La sacudi, espantada ante el tamano de ese sufrimiento.

Pero Zulema no respondio, habia olvidado el espanol y nadie volvio a oirle ni una palabra en ese idioma. Entonces la lleve otra vez a la cama, la acoste y me eche a su lado, pendiente de sus suspiros, hasta que ambas nos dormimos agotadas. Asi nos encontro Riad Halabi cuando llego a mitad de la noche. Traia la camioneta cargada de mercaderia nueva y no habia olvidado los regalos para su familia: una sortija de topacio para su mujer, un vestido de organza para mi, dos camisas para su primo.

– ?Que pasa aqui? pregunto asombrado ante el soplo de tragedia que barria su casa.

– Kamal se fue, logre tartamudear.

– ?Como que se fue? ?Adonde?

– No se.

– Es mi huesped, no puede irse asi, sin avisarme, sin despedirse…

– Zulema esta muy mal.

– Creo que tu estas peor, hija. Tienes una tremenda calentura.

En los dias siguientes sude el terror, se me fue la fiebre y recupere el apetito, en cambio fue evidente que Zulema no sufria un malestar pasajero. Se habia enfermado de amor y todos asi lo comprendieron, menos su marido que no quiso verlo y se nego a relacionar la desaparicion de Kamal con el desanimo de su mujer. No pregunto lo sucedido, porque adivinaba la respuesta y al tener certeza de la verdad se habria visto obligado a tomar venganza. Era demasiado compasivo para rebanarle los pezones a la infiel o buscar a su primo hasta dar con el para amputarle los genitales y meterselos en la boca, de acuerdo con la tradicion de sus antepasados.

Zulema continuo callada y tranquila, llorando a ratos, sin manifestar ningun entusiasmo por la comida, la radio o los regalos de su marido. Comenzo a adelgazar y al cabo de tres semanas su piel se habia vuelto de un suave color sepia, como un retrato de otro siglo. Solo reaccionaba cuando Riad Halabi intentaba hacerle una caricia, entonces se replegaba acechandolo con un odio seguro. Por un tiempo se me acabaron las clases con la maestra Ines y el trabajo en el almacen, tampoco se reanudaron las visitas semanales al camion del cinematografo, porque ya no pude separarme de mi patrona, pasaba el dia y buena parte de la noche cuidandola. Riad Halabi tomo un par de empleadas para hacer la limpieza y ayudar en La Perla de Oriente. Lo unico bueno de ese periodo fue que el volvio a ocuparse de mi como en los tiempos anteriores a la llegada de Kamal, de nuevo me pedia que le leyera en voz alta o le contara cuentos de mi invencion, me invitaba a jugar domino y se dejaba ganar. A pesar de la atmosfera de opresion que habia en la casa, encontrabamos pretextos para reirnos.

Pasaron algunos meses sin cambios notables en el estado de la enferma. Los habitantes de Agua Santa y de los pueblos vecinos acudieron a preguntar por ella, trayendo cada uno un remedio diferente: una mata de ruda para infusiones, un jarabe para curar a los atonitos, vitaminas en pildoras, caldo de ave. No lo hacian por consideracion hacia esa extranjera altiva y solitaria, sino por carino al turco. Seria bien bueno que la viera una experta, dijeron y un dia trajeron a una guajira hermetica que se fumo un tabaco, soplo el humo sobre la paciente y concluyo que no tenia ninguna enfermedad registrada por la ciencia, solo un ataque prolongado de tristeza amorosa.

– Echa de menos a su familia, pobrecita explico el marido y despidio a la india antes que siguiera adivinando su verguenza.

No tuvimos noticias de Kamal. Riad Halabi no volvio a mencionar su nombre, herido por la ingratitud con que pago el albergue recibido.

7

Rolf Carle comenzo a trabajar con el senor Aravena el mismo mes que los rusos mandaron al espacio una perra metida en una capsula.

– ?Sovieticos tenian que ser, no respetan ni a los animales! exclamo el tio Rupert indignado al conocer la noticia.

– No es para tanto, hombre… Despues de todo no es mas que una bestia ordinaria, sin ningun pedigree, replico la tia Burgel sin levantar la vista del pastel que estaba preparando.

Ese desafortunado comentario desencadeno una de las peores peleas que jamas tuvo la pareja. Pasaron el viernes gritandose improperios y ofendiendose con reproches acumulados en treinta anos de vida en comun. Entre muchas otras cosas lamentables, Rupert oyo decir por primera vez a su mujer que siempre habia detestado a los perros, le repugnaba ese negocio de criarlos y venderlos y rezaba para que sus malditos pastores policiales se infestaran de peste y se fueran todos a la mierda. A su vez Burgel se entero de que el conocia una infidelidad cometida por ella en su juventud, pero habia callado para convivir en paz. Se dijeron cosas inimaginables y al final quedaron exhaustos. Cuando Rolf llego el sabado a la Colonia, encontro la casa cerrada y creyo que toda la familia se habia contagiado con la gripe asiatica que esa temporada andaba causando estragos. Burgel yacia postrada en la cama con compresas de albahaca en la frente y Rupert, congestionado de rencor, se habia encerrado en la

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