desenlace tragico, muy diferente al imaginado por el autor y mas de acuerdo a mi incurable tendencia hacia la morbosidad y la truculencia, en el cual la muchacha se convertia en traficante de armas y el empresario partia a cuidar leprosos en la India. Salpicaba el tema con ingredientes violentos sustraidos de la radio o de la cronica policial y con los conocimientos adquiridos a hurtadillas en las ilustraciones de los libros educativos de la Senora. Un dia la maestra Ines le hablo a Riad Halabi de Las mil y una noches y en su siguiente viaje el me lo trajo de regalo, cuatro grandes libros empastados en cuero rojo en los cuales me sumergi hasta perder de vista los contornos de la realidad. El erotismo y la fantasia entraron en mi vida con la fuerza de un tifon, rompiendo todos los limites posibles y poniendo patas arriba el orden conocido de las cosas. No se cuantas veces lei cada cuento. Cuando los supe todos de memoria empece a pasar personajes de una historia a otra, a cambiar las anecdotas, quitar y agregar, un juego de infinitas posibilidades. Zulema pasaba horas escuchandome con todos los sentidos alerta para comprender cada gesto y cada sonido, hasta que un dia amanecio hablando espanol sin tropiezos, como si durante esos diez anos el idioma hubiera estado dentro de su garganta, esperando que ella abriera los labios y lo dejara salir.

Yo amaba a Riad Halabi como a un padre. Nos unian la risa y el juego. Ese hombre, que a veces parecia serio o triste, era en realidad alegre, pero solo en la intimidad de la casa y lejos de las miradas ajenas se atrevia a reirse y mostrar su boca. Siempre que lo hacia Zulema volteaba la cara, pero yo consideraba su defecto como un regalo de nacimiento, algo que lo hacia diferente a los demas, unico en este mundo. Jugabamos domino y apostabamos toda la mercaderia de La Perla de Oriente, invisibles morocotas de oro, plantaciones gigantescas, pozos petroleros. Llegue a ser multimillonaria, porque el se dejaba ganar. Compartiamos el gusto por los proverbios, las canciones populares, los chistes ingenuos, comentabamos las noticias del periodico y una vez por semana ibamos juntos a ver las peliculas del camion del cine, que recorria los pueblos montando su espectaculo en las canchas deportivas o en las plazas. La mayor prueba de nuestra amistad era que comiamos juntos. Riad Halabi se inclinaba sobre el plato y empujaba el alimento con el pan o con los dedos, sorbiendo, lamiendo, limpiandose con servilletas de papel la comida que se le escapaba de la boca. Al verlo asi, siempre en el lado mas oscuro de la cocina, me parecia una bestia grande y generosa y sentia el impulso de acariciar su pelo rizado, de pasarle la mano por el lomo. Nunca me atrevi a tocarlo. Deseaba demostrarle mi afecto y mi agradecimiento con pequenos servicios, pero el no me lo permitia, porque no tenia costumbre de recibir carino, aunque estaba en su naturaleza prodigarlo a los demas. Yo lavaba sus camisas y guayaberas, las blanqueaba al sol y les ponia un poco de almidon, las planchaba con cuidado, las doblaba y se las guardaba en el armario con hojas de albahaca y yerbabuena. Aprendi a cocinar hummus y tehina, hojas de parra rellenas con carne y pinones, falafel de trigo, higado de cordero, berenjenas, pollos con alcuzcuz, eneldo y azafran, baklavas de miel y nueces. Cuando no habia clientes en la tienda y estabamos solos, el trataba de traducirme los poemas de Harun Al Raschid, me cantaba canciones del Oriente, un largo y hermoso lamento. Otras veces se cubria media cara con un trapo de cocina, imitando un velo de odalisca y bailaba para mi, torpemente, los brazos alzados y la barriga girando enloquecida. Asi, en medio de carcajadas, me enseno la danza del vientre.

– Es una danza sagrada, la bailaras solo para el hombre que mas ames en tu vida, me dijo Riad Halabi.

Zulema era moralmente neutra, como un nino de pecho, toda su energia habia sido desviada o suprimida, no participaba en la vida, ocupada solo de sus intimas satisfacciones. Sentia miedo de todo: de ser abandonada por su marido, de tener hijos de labio bifido, de perder su belleza, de que las jaquecas le perturbaran el cerebro, de envejecer. Estoy segura de que en el fondo aborrecia a Riad Halabi, pero tampoco podia dejarlo y preferia soportar su presencia antes que trabajar para mantenerse sola. La intimidad con el le repugnaba, pero al mismo tiempo la provocaba como un medio de encadenarlo, aterrada de que pudiera hallar placer junto a otra mujer. Por su parte, Riad la amaba con el mismo ardor humillado y triste del primer encuentro y la buscaba con frecuencia. Aprendi a descifrar sus miradas y cuando vislumbraba ese chispazo especial, me iba a vagar por la calle o a atender el almacen, mientras ellos se encerraban en la habitacion. Despues Zulema se enjabonaba furiosamente, se frotaba con alcohol y se hacia lavados con vinagre. Tarde mucho en relacionar ese aparato de goma y esa canula con la esterilidad de mi patrona. A Zulema la habian educado para servir y complacer a un hombre, pero su esposo no le pedia nada y tal vez por eso ella se acostumbro a no realizar ni el menor esfuerzo y acabo convirtiendose en un enorme juguete. Mis cuentos no contribuyeron a su felicidad, solo le llenaron la cabeza de ideas romanticas y la indujeron a sonar con aventuras imposibles y heroes prestados, alejandola definitivamente de la realidad. Solo la entusiasmaba el oro y las piedras vistosas. Cuando su marido viajaba a la capital, gastaba buena parte de sus ganancias en comprarle toscas joyas, que ella guardaba en una caja enterrada en el patio. Obsesionada por el temor de que se las robaran, las cambiaba de lugar casi todas las semanas, pero a menudo no podia recordar donde las habia puesto y perdia horas buscandolas, hasta que conoci todos los escondites posibles y me di cuenta de que los usaba siempre en el mismo orden. Las alhajas no debian permanecer bajo tierra por mucho tiempo porque se suponia que en esas latitudes los hongos destruyen hasta los metales nobles y al cabo de un tiempo salen del suelo vapores fosforescentes, que atraen a los ladrones. Por eso, de vez en cuando Zulema asoleaba sus adornos a la hora de la siesta. Me sentaba a su lado a vigilarlos, sin comprender su pasion por ese discreto tesoro, pues no tenia ocasion de lucirlo, no recibia visitas, no viajaba con Riad Halabi ni paseaba por las calles de Agua Santa, sino que se limitaba a imaginar el regreso a su pais, donde provocaria envidia con aquellos lujos, justificando asi los anos perdidos en tan remota region del mundo.

A su modo, Zulema era buena conmigo, me trataba como a un perro faldero. No eramos amigas, pero Riad Halabi se ponia nervioso cuando estabamos solas por mucho rato y si nos sorprendia hablando en voz baja buscaba pretextos para interrumpirnos, como si temiera nuestra complicidad. Durante los viajes de su marido, Zulema olvidaba los dolores de cabeza y parecia mas alegre, me llamaba a su cuarto y me pedia que la frotara con crema de leche y rodajas de pepino para aclarar la piel. Se tendia de espaldas sobre la cama, desnuda excepto por sus zarcillos y pulseras, con los ojos cerrados y su pelo azul desparramado sobre la sabana. Al verla asi yo pensaba en un palido pez abandonado a su suerte en la playa. A veces el calor era oprimente y bajo el roce de mis manos ella parecia arder como una piedra al sol.

– Dame aceite en el cuerpo y mas tarde, cuando refresque, me pintare el cabello, me ordenaba Zulema en su espanol reciente.

No soportaba sus propios vellos, le parecian una senal de bestialidad solo tolerable en los hombres, que de todos modos eran mitad animales. Gritaba cuando yo se los arrancaba con una mezcla de azucar caliente y limon, dejando solo un pequeno triangulo oscuro en el pubis. Le molestaba su propio olor y se lavaba y perfumaba de manera obsesiva. Me exigia que le contara cuentos de amor, que describiera al protagonista, el largo de sus piernas, la fuerza de sus manos, el contorno de su pecho, me detuviera en los detalles amorosos, si hacia esto o lo otro, cuantas veces, que susurraba en el lecho. Esa calentura parecia una enfermedad. Trate de incorporar a mis historias unos galanes menos apuestos, con algun defecto fisico, tal vez una cicatriz en la cara, cerca de la boca, pero eso la ponia de mal humor, me amenazaba con echarme a la calle y en seguida se sumergia en una tristeza taimada.

Con el transcurso de los meses gane seguridad, me desprendi de la anoranza y no volvi a mencionar el plazo de prueba, con la esperanza de que a Riad Halabi se le hubiera olvidado. En cierta forma mis patrones eran mi familia. Me acostumbre al calor, a las iguanas asoleandose como monstruos del pasado, a la comida arabe, a las horas lentas de la tarde, a los dias siempre iguales. Me gustaba ese pueblo olvidado, unido al mundo por un solo hilo de telefono y un camino de curvas, rodeado de una vegetacion tan tupida, que una vez se dio vuelta un camion ante los ojos de varios testigos, pero cuando se asomaron al barranco no pudieron encontrarlo, habia sido tragado por los helechos y filodendros. Los habitantes se conocian por el nombre y las vidas ajenas carecian de secretos. La Perla de Oriente era un centro de reunion donde se conversaba, se realizaban negocios, se daban cita los enamorados. Nadie preguntaba por Zulema, ella era solo un fantasma extranjero oculto en los cuartos de atras, cuyo desprecio por el pueblo era retribuido en igual forma, en cambio estimaban a Riad Halabi y le perdonaban que no se sentara a beber o comer con los vecinos, como exigian los ritos de la amistad. A pesar de las dudas del cura, que objetaba su fe musulmana, era padrino de varios ninos que llevaban su nombre, juez en las disputas, arbitro y consejero en los momentos de crisis. Me acogi a la sombra de su prestigio, satisfecha de pertenecer a su casa, e hice planes para continuar en esa vivienda blanca y amplia, perfumada por los petalos de las flores en las jofainas de los cuartos, fresca por los arboles del jardin. Deje de lamentar la perdida de Huberto Naranjo y de Elvira, construi dentro de mi misma una imagen aceptable de la Madrina y suprimi los malos recuerdos para disponer de un buen pasado. Mi madre tambien encontro un lugar en las sombras de las habitaciones y solia presentarse por las noches como un soplo junto a mi cama. Me sentia apaciguada y contenta. Creci un poco, cambio mi cara y al mirarme al espejo ya no veia una criatura incierta, comenzaban a aparecer mis

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