llevar el cuerpo como un bandolero me sirvio para identificarlo, porque caminaba igual cuando era un chiquillo de pantalones cortos.
– Soy Eva.
– ?Quien?
– Eva Luna.
Huberto Naranjo se paso la mano por el pelo, se metio los pulgares en el cinturon, escupio el cigarrillo al suelo y me observo desde arriba. Estaba oscuro y no podia distinguirme bien, pero la voz era la misma y entre las sombras vislumbro mis ojos.
– ?Eres la que contaba cuentos?
– Si.
Entonces el olvido su papel de villano y volvio a ser el nino abochornado por un beso en la nariz, que se despidio de mi un dia. Puso una rodilla en el suelo, se acerco y sonrio con la alegria de quien recupera un perro perdido. Sonrei tambien, todavia ofuscada por el sueno. Nos estrechamos las manos con timidez, dos palmas sudorosas, tanteandonos, reconociendonos, sonrojados, hola, hola, y de pronto no resisti mas, me incorpore, le eche los brazos encima y me aprete contra su pecho, refregando la cara en su camisa de cantante y en su cuello manchado de brillantina perfumada, mientras el me daba golpecitos de consuelo en la espalda y tragaba saliva.
– Tengo un poco de hambre, fue lo unico que se me ocurrio decir para disimular las ganas de echarme a llorar.
– Limpiate la nariz y vamos a comer, replico el acomodandose de memoria el copete con un peine de bolsillo.
Me llevo por las calles vacias y silenciosas hasta el unico boliche que permanecia abierto, entro empujando las puertas como un vaquero y nos encontramos en una habitacion en penumbra, cuyos contornos se borraban en el humo de los cigarrillos. Una rockola tocaba canciones sentimentales mientras los clientes se aburrian en las mesas de billar o se emborrachaban en la barra del bar. Me condujo de la mano por detras del meson, atravesamos un pasillo y entramos en una cocina. Un joven moreno y bigotudo cortaba trozos de carne manejando el cuchillo como un sable.
– Hazle un bistec a esta nina, Negro, pero que sea bien grande, ?oiste? Y ponle dos huevos, arroz y papas fritas. Yo pago.
– Tu mandas, Naranjo. ?No es esta la muchachita que andaba preguntando por ti? Por aqui paso en la tarde. ?Es tu novia? sonrio el otro con un guino.
– No seas pendejo, Negro, es mi hermana.
Me sirvio mas comida de la que podia consumir en dos dias. Mientras yo masticaba, Huberto Naranjo me observo en silencio midiendo con ojo experto los cambios visibles en mi cuerpo, nada importantes, porque me desarrolle mas tarde. Sin embargo, los senos incipientes marcaban mi delantal de algodon como dos limones y ya en aquel tiempo Naranjo era el mismo catador de mujeres que hoy es, de modo que pudo presentir la forma futura de las caderas y otras protuberancias y sacar sus conclusiones.
– Una vez me dijiste que me quedara contigo, le dije.
– Eso fue hace varios anos.
– Ahora vine para quedarme.
– De eso vamos a hablar despues, ahora comete el postre del Negro, que esta bien bueno, respondio y una sombra le nublo la cara.
– No puedes quedarte conmigo. Una mujer no debe vivir en la calle, sentencio Huberto Naranjo a eso de las seis, cuando ya no quedaba un alma en el boliche y hasta las canciones de amor habian muerto en la rockola. Afuera despuntaba un dia igual a todos, comenzaba el ir y venir del trafico y de la gente apresurada.
– ?Pero antes me lo propusiste!
– Si, pero entonces eras una nina.
La logica de este razonamiento se me escapo por completo. Me sentia mejor preparada para enfrentarme con el destino ahora que era algo mayor y creia tener una vasta experiencia mundana, pero el me explico que la cosa era al reves: al crecer tenia mas necesidad de ser protegida por un hombre, al menos mientras fuera joven, despues daba lo mismo, porque no seria apetecible para nadie. No te pido que me cuides, nadie me esta atacando, solo quiero andar contigo, alegue, pero el fue inflexible y para ahorrar tiempo zanjo la discusion con un punetazo sobre la mesa, bueno chica, ya esta bien, me importan un carajo tus razones, a callar. Apenas acabo de despertar la ciudad, Huberto Naranjo me cogio por un brazo y me llevo medio a la rastra al departamento de la Senora, un sexto piso de un edificio en la calle Republica, mejor cuidado que otros del barrio. Nos abrio la puerta una mujer madura en bata de levantarse y pantuflas con pompones, todavia mareada de sueno y mascullando la resaca de algun desvelo.
– ?Que pasa, Naranjo?
– Te traigo una amiga.
– ?Como se te ocurre sacarme de la cama a esta hora!
Pero nos invito a entrar, nos ofrecio asiento y anuncio que iba a arreglarse un poco. Despues de una larga espera aparecio por fin la mujer, encendiendo lamparas a su paso y agitando el ambiente con el revuelo de su bata de nylon y de su terrible perfume. Necesite un par de minutos para darme cuenta de que se trataba de la misma persona, le habian crecido las pestanas, la piel parecia un plato de arcilla, sus rizos palidos y sin brillo se alzaban petrificados, los parpados eran dos petalos azules y la boca una cereza reventada; sin embargo, esos asombrosos cambios no torcian la expresion simpatica de su rostro y el encanto de su sonrisa. La Senora, como la llamaban todos, reia por cualquier motivo y al hacerlo arrugaba la cara y entornaba los ojos, un gesto amable y contagioso que me gano de inmediato.
– Se llama Eva Luna y viene a vivir contigo, anuncio Naranjo.
– Estas loco, hijo.
– Te voy a pagar.
– A ver, nina, da una vuelta para verte. No estoy en ese negocio, pero…
– ?No viene a trabajar! la interrumpio el.
– No estoy pensando emplearla ahora, nadie la aceptaria ni de gratis, pero puedo empezar a ensenarle.
– Nada de eso. Haz cuenta que es mi hermana.
– ?Y para que quiero yo a tu hermana?
– Para que te acompane, sabe contar cuentos.
– ?Que?
– Cuenta cuentos.
– ?Que clase de cuentos?
– De amor, de guerra, de miedo, de lo que le pidas.
– ?Vaya! exclamo la Senora observandome con benevolencia. De todos modos hay que arreglarla un poco, Huberto, mirale los codos y las rodillas, tiene cuero de cachicamo. Tendras que aprender modales, muchacha, no te sientes como si estuvieras montada en una bicicleta.
– Olvidate de esas estupideces y ensenale a leer.
– ?Leer? ?Para que quieres una intelectual?
Huberto era hombre de decisiones rapidas y ya a sus anos estaba convencido de que su palabra era ley, de modo que planto unos billetes en la mano de la mujer, prometio volver con frecuencia y se fue recitando recomendaciones con un firme taconeo de sus botas, no se te ocurra pintarle el pelo, porque te metes en un lio conmigo, que no salga de noche, la situacion esta jodida desde que mataron a los estudiantes, todas las mananas aparecen muertos por alli, no la mezcles en tus negocios, acuerdate que es como de mi familia, comprale ropa de senorita, yo pago todo, dale leche, dicen que hace engordar, si me necesitas me dejas recado en el boliche del Negro y yo vengo volando, ah… y gracias, ya sabes que me tienes a la orden. Apenas salio, la Senora se volvio con su estupenda sonrisa, camino a mi alrededor examinandome, mientras yo fijaba la vista en el suelo, con las mejillas ardientes, abochornada, porque hasta ese dia no habia tenido ocasion de realizar el inventario de mi propia insignificancia.
– ?Cuantos anos tienes?
– Trece, mas o menos.