Cuando llegue el momento de buscarte un novio te voy a comprar vestidos bonitos y deberas ir a la peluqueria y hacerte uno de esos peinados que se usan ahora.
Yo devoraba los libros que caian en mis manos, atendia la casa y a la enferma, ayudaba al patron en el almacen. Siempre ocupada, no tenia animo para pensar en mi misma, pero en mis historias aparecian anhelos e inquietudes que no sabia que estaban en mi corazon. La maestra Ines me sugirio anotarlos en un cuaderno. Pasaba parte de la noche escribiendo y me gustaba tanto hacerlo, que se me iban las horas sin darme cuenta y a menudo me levantaba por la manana con los ojos enrojecidos. Pero esas eran mis mejores horas. Sospechaba que nada existia verdaderamente, la realidad era una materia imprecisa y gelatinosa que mis sentidos captaban a medias. No habia pruebas de que todos la percibieran del mismo modo, tal vez Zulema, Riad Halabi y los demas tenian una impresion diferente de las cosas, tal vez no veian los mismos colores ni escuchaban los mismos sonidos que yo. Si asi fuera, cada uno vivia en soledad absoluta. Ese pensamiento me aterraba. Me consolaba la idea de que yo podia tomar esa gelatina y moldearla para crear lo que deseara, no una parodia de la realidad, como los mosqueteros y las esfinges de mi antigua patrona yugoslava, sino un mundo propio, poblado de personajes vivos, donde yo imponia las normas y las cambiaba a mi antojo. De mi dependia la existencia de todo lo que nacia, moria o acontecia en las arenas inmoviles donde germinaban mis cuentos. Podia colocar en ellas lo que quisiera, bastaba pronunciar la palabra justa para darle vida. A veces sentia que ese universo fabricado con el poder de la imaginacion era de contornos mas firmes y durables que la region confusa donde deambulaban los seres de carne y hueso que me rodeaban.
Riad Halabi llevaba la misma vida de antes, preocupado de los problemas ajenos, acompanando, aconsejando, organizando, siempre al servicio de los demas. Presidia el club deportivo y era el encargado de casi todos los proyectos de esa pequena comunidad. Dos noches por semana se ausentaba sin dar explicaciones y regresaba muy tarde. Cuando lo oia entrar furtivo por la puerta del patio, yo apagaba la luz y fingia dormir, para no abochornarlo. Aparte de esas escapadas, ambos compartiamos nuestras existencias como un padre con su hija. Asistiamos juntos a misa, porque el pueblo veia con malos ojos mi escasa devocion, tal como dijo muchas veces la maestra Ines, y el habia decidido que a falta de mezquita no le hacia ningun dano adorar a Ala en un templo cristiano, sobre todo teniendo en cuenta que no era necesario seguir el rito de cerca.
Hacia como los otros hombres, que se colocaban en la parte de atras de la iglesia y se mantenian de pie, en una actitud algo displicente, porque las genuflexiones se consideraban poco viriles. Desde alli el podia recitar sus oraciones musulmanas sin llamar la atencion. No perdiamos ninguna pelicula en el nuevo cine de Agua Santa. Si el programa contemplaba algo romantico o musical, llevabamos a Zulema entre los dos, sujetandola por los brazos, como a una invalida.
Cuando termino la temporada de las lluvias y arreglaron la carretera arrasada por el rio en la ultima crecida, Riad Halabi anuncio otro viaje a la capital, porque La Perla de Oriente estaba desprovista de mercaderia. A mi no me gustaba quedarme sola con Zulema. Es mi trabajo, nina, debo ir porque si no el negocio se me arruina, pero volvere pronto y te traere muchos regalos, me tranquilizaba siempre el patron antes de partir. Aunque yo nunca lo mencionaba, aun tenia miedo de la casa, sentia que las paredes guardaban el hechizo de Kamal. A veces sonaba con el y en las sombras presentia su olor, su fuego, su cuerpo desnudo apuntandome con el sexo erguido. Entonces invocaba a mi madre para que lo echara de alli, pero no siempre ella escuchaba mi llamado. En verdad la ausencia de Kamal era tan notoria, que no se como pudimos alguna vez soportar su presencia. Por las noches el vacio dejado por el primo ocupaba los cuartos silenciosos, se apoderaba de los objetos y saturaba las horas.
Riad Halabi partio el jueves por la manana, pero recien el viernes al desayuno Zulema advirtio que su marido se habia ido y entonces murmuro su nombre. Era su primera manifestacion de interes en mucho tiempo y temi que fuera el comienzo de otra crisis, pero al saber que el estaba de viaje parecio aliviada. Para distraerla, por la tarde la instale en el patio y fui a desenterrar las joyas. Llevaba varios meses sin asolearlas, no pude recordar el escondite y perdi mas de una hora buscando hasta dar con la caja. La traje, le sacudi la tierra y la deposite ante Zulema, sacando las joyas una a una y limpiandolas la patina con un trapo para devolverles el brillo al oro y el color a las gemas. Le coloque zarcillos en las orejas y anillos en todos los dedos, le colgue cadenas y collares al cuello, le cubri de pulseras los brazos y cuando la tuve asi adornada fui a buscar el espejo.
– Mire que linda se ve, parece un idolo…
– Busca un lugar nuevo para ocultarlas, ordeno Zulema en arabe, quitandose las prendas antes de volver a sumergirse en la apatia.
Pense que era buena idea cambiar el escondrijo. Meti todo de vuelta en la caja, la envolvi en una bolsa plastica para preservarla de la humedad y fui detras de la casa a un terreno abrupto cubierto de maleza. Alli cave un hueco cerca de un arbol, enterre el paquete, apisone bien la tierra y con una piedra filuda hice una marca al tronco para acordarme del lugar. Habia oido que asi hacian los campesinos con su dinero. Tan frecuente era esta forma de ahorro por esos lados, que anos mas tarde, cuando construyeron la autopista, los tractores desenterraron botijas llenas de monedas y billetes cuyo valor habia sido anulado por la inflacion.
Al anochecer prepare la cena para Zulema, la acoste y despues me quede cosiendo hasta muy tarde en el corredor. Echaba de menos a Riad Halabi en la casa sombria apenas se escuchaba el rumor de la naturaleza, los grillos estaban mudos, no corria una brisa. A medianoche decidi ir a la cama. Encendi todas las luces, cerre las persianas de los cuartos para que no se metieran los sapos y deje abierta la puerta trasera, para huir si aparecia el fantasma de Kamal o cualquier otro habitante de mis pesadillas. Antes de acostarme le di una ultima mirada a Zulema y comprobe que dormia tranquila, cubierta solo por una sabana.
Como siempre, desperte con la primera claridad del amanecer y parti a la cocina a preparar el cafe, lo servi en un pocillo y cruce el patio para llevarselo a la enferma. Al pasar fui apagando las luces que habia dejado encendidas la noche anterior y note que los bombillos estaban sucios de luciernagas quemadas. Llegue a la habitacion de la mujer, abri la puerta sin ruido y entre.
Zulema estaba echada con medio cuerpo sobre la cama y el resto por el suelo, abierta de brazos y piernas, la cabeza hacia la pared, su pelo negroazul desparramado sobre las almohadas y un charco rojo empapaba las sabanas y la camisa. Senti un olor mas intenso que los petalos de las flores en las jofainas. Me acerque con lentitud, coloque la taza de cafe sobre la mesa, me incline sobre Zulema y la di vuelta. Entonces vi que se habia dado un tiro de pistola en la boca y el disparo le habia destrozado el paladar.
Recogi el arma, la limpie y la puse en el cajon de la comoda, entre la ropa interior de Riad Halabi, donde siempre se guardaba. Luego empuje el cuerpo al suelo y cambie las sabanas. Busque una palangana con agua, una esponja y una toalla, le quite la camisa de noche a mi patrona y comence a lavarla, porque no queria que la vieran en ese estado de negligencia. Le cerre los ojos, le maquille cuidadosamente los parpados con khol, le peine el cabello y la vesti con su mejor camisa de dormir. Tuve mucha dificultad para subirla de nuevo a la cama, porque la muerte la transformo en piedra. Cuando termine de acomodar aquel desorden, me sente al lado de Zulema a contarle el ultimo cuento de amor, mientras afuera estallaba la manana con el ruido de los indios llegando al pueblo con sus ninos, sus viejos y sus perros a pedir limosna, como todos los sabados.
El jefe de la tribu -un hombre sin edad, vestido con pantalon blanco y sombrero de paja- fue el primero en llegar a la casa de Riad Halabi. Iba por los cigarrillos que el turco les daba todas las semanas y al ver el almacen cerrado dio la vuelta para entrar por la puerta trasera, que yo habia dejado abierta la noche anterior. Penetro al patio, a esa hora todavia fresco, paso delante de la fuente, cruzo el corredor y se asomo a la habitacion de Zulema. Me vio desde el umbral y me reconocio al punto, porque yo lo recibia habitualmente detras del mostrador de La Perla de Oriente. Paseo la mirada por las sabanas limpias, los muebles de madera oscura y brillante, el tocador con el espejo y los cepillos de plata labrada, el cadaver de mi patrona acomodado como un santo de capilla con su camison adornado de encajes. Noto tambien la pila de ropa ensangrentada junto a la ventana. Se acerco a mi y sin decir palabra me puso las manos en los hombros. Entonces senti que regresaba de muy lejos, con un grito interminable atascado por dentro.
Cuando mas tarde irrumpio la policia con infulas de combate pateando puertas y machacando instrucciones, yo no me habia movido y el indio aun estaba alli con los brazos cruzados sobre el pecho, mientras el resto de la tribu se aglomeraba en el patio como un tropel desharrapado. Detras de ellos llegaron los habitantes de Agua Santa, cuchicheando, empujandose, atisbando, invadiendo la casa del turco, donde no habian puesto los pies desde la fiesta de bienvenida al primo Kamal. Al ver la escena en el cuarto de Zulema, el Teniente se hizo cargo de la situacion de inmediato. Empezo por espantar a los curiosos y acallar la algarabia con un tiro al aire, luego saco a todo el mundo del cuarto para que no desbarataran las huellas digitales, como explico, y por ultimo me