coloco esposas, ante el asombro de todos, incluso de sus propios subalternos. Desde los tiempos en que traian los reclusos del Penal de Santa Maria para abrir caminos, varios anos atras, no se veia a nadie esposado en Agua Santa.
– No te muevas de alli, me mando, mientras sus hombres revisaban la habitacion en busca del arma, descubrian la palangana y las toallas, confiscaban el dinero del almacen y los cepillos de plata y empujaban al indio que persistia en el cuarto y se les ponia por delante cuando se me acercaban. En eso llego corriendo la senorita Ines, todavia en bata de levantarse porque era su dia de limpieza. Trato de hablar conmigo, pero el Teniente no se lo permitio.
– ?Hay que avisar al turco! exclamo la maestra, pero supongo que nadie sabia como ubicarlo.
Un zafarrancho de ruido, carreras y ordenes altero el alma de la casa. Calcule que echaria dos dias fregando el suelo y arreglando el estropicio. Me pregunte, sin acordarme para nada que el andaba de viaje, por que Riad Halabi permitia tanta falta de respeto y cuando levantaron el cuerpo de Zulema envuelto en una sabana, tampoco encontre una explicacion razonable. El largo grito seguia alli en mi pecho, como un viento de invierno, pero no podia sacarlo. Lo ultimo que vi antes de ser arrastrada al jeep de la policia, fue el rostro del indio inclinado para decirme al oido algo que no comprendi.
Me encerraron en una celda de la Comandancia, un recinto pequeno, caliente. Sentia sed y trate de llamar para pedir agua. Las palabras nacian en mi interior, crecian, subian, resonaban en mi cabeza y se asomaban a mis labios, pero no lograba expulsarlas, las tenia adheridas al paladar. Hice un esfuerzo por invocar imagenes felices: mi madre trenzandome el cabello mientras cantaba una cancion, una nina cabalgando sobre el lomo paciente de un puma embalsamado, las olas reventando en el comedor de los solterones, los velorios de risa con Elvira, la abuela brava. Cerre los ojos y me dispuse a esperar. Muchas horas mas tarde un sargento, a quien yo misma habia servido aguardiente de cana el dia anterior en La Perla de Oriente, llego a buscarme. Me dejo de pie frente al escritorio del oficial de turno y el se sento a un lado, en un pupitre de escolar, a tomar nota de las declaraciones con una lenta y trabajosa escritura. El cuarto estaba pintado de verde pardusco, habia una hilera de bancos metalicos a lo largo de las paredes y un estrado de cierta altura para que la mesa del jefe alcanzara la debida autoridad. Las aspas de un ventilador en el techo movian el aire espantando mosquitos, sin aliviar el calor, persistente y humedo. Recorde la fuente arabe de la casa, el sonido cristalino del agua corriendo entre las piedras del patio, la jarra grande de jugo de pina que preparaba la maestra Ines cuando me daba clases. Entro el Teniente y se me planto por delante.
– Tu nombre, me ladro y yo trate de decirselo, pero nuevamente las palabras se me anclaron en algun sitio y no logre desprenderlas.
– Ella es Eva Luna, la que recogio el turco en uno de sus viajes. Entonces era una nina, ?no se acuerda que se lo conte, mi Teniente? dijo el sargento.
– Callate, no te pregunto a ti, cabron.
Se me acerco con calma amenazante y camino a mi alrededor mirandome de pies a cabeza, sonriendo. Era un moreno alegre y buenmozo que causaba estragos entre las mujeres jovenes de Agua Santa. Llevaba dos anos en el pueblo, habia llegado con la ventolera de las ultimas elecciones, cuando remplazaron a varios funcionarios, incluso algunos de la policia, por otros del partido de Gobierno. Yo lo conocia, iba a menudo donde Riad Halabi y a veces se quedaba a jugar domino.
– ?Por que la mataste? ?Para robarle? Dicen que la turca es rica y tiene un tesoro enterrado en el patio. ?Contestame, puta! ?donde escondiste las joyas que le robaste?
Me demore una eternidad en recordar la pistola, el cuerpo rigido de Zulema y todo lo que hice con ella antes de la llegada del indio. Asumi por fin el tamano de la desgracia y al comprenderlo, acabo de trabarseme la lengua y ya no intente responder. El oficial levanto la mano, echo el brazo hacia atras y me dio un punetazo. No recuerdo nada mas. Desperte en el mismo cuarto, atada a la silla, sola, me habian quitado el vestido. Lo peor era la sed, ah, el jugo de pina, el agua de la fuente… Se habia ido la luz del dia y la pieza estaba alumbrada por una lampara que colgaba en el techo cerca del ventilador. Trate de moverme, pero me dolia todo el cuerpo, sobre todo las quemaduras de cigarrillos en las piernas. Poco despues entro el sargento sin la guerrera del uniforme, con la camiseta sudada y la barba crecida de varias horas. Me limpio la sangre de la boca y me aparto el pelo de la cara.
– Sera mejor que confieses. No creas que mi Teniente ya termino contigo, esta empezando… ?Sabes lo que les hace a veces a las mujeres?
Trate de decirle con la mirada lo que habia ocurrido en la habitacion de Zulema, pero volvio a borrarse la realidad y me vi a mi misma sentada en el suelo con la cara entre las rodillas y una trenza enrollada en el cuello, mama, llame sin voz.
– Eres mas terca que una mula, murmuro el sargento con una sincera expresion de lastima.
Fue a buscar agua y me sostuvo la cabeza para que bebiera, despues mojo un panuelo y me lo paso con cuidado por las huellas de la cara y el cuello. Sus ojos se encontraron con los mios y me sonrio como un padre.
– Me gustaria ayudarte, Eva, no quiero que te maltrate mas, pero yo no mando aqui. Dime como mataste a la turca y donde escondiste lo que le robaste y yo me arreglo con el Teniente para que te traslade ahora mismo donde un juez de menores. Vamos, dimelo… ?que te pasa? ?te has vuelto muda? Voy a darte mas agua, a ver si recuperas el fundamento y empezamos a entendernos.
Bebi tres vasos seguidos y fue tan grande el placer del liquido frio bajandome por la garganta, que sonrei tambien. Entonces el sargento me solto las amarras de las manos, me coloco el vestido y me acaricio la mejilla.
– Pobrecita… El Teniente tardara un par de horas, fue a ver la pelicula y a beber unas cervezas, pero volvera, eso es seguro. Cuando llegue te voy a dar un golpe para que te desmayes de nuevo, a ver si te deja en paz hasta manana… ?Quieres un poco de cafe?
La noticia de lo sucedido alcanzo a Riad Halabi mucho antes de que saliera publicada en los periodicos. El mensaje viajo hasta la capital de boca en boca por secretos senderos, recorrio las calles, los hoteles de mala muerte y los depositos de turquerias, hasta dar con el unico restaurante arabe del pais, donde ademas de la comida tipica, la musica del Medio Oriente y un bano de vapor en el segundo piso, una criolla disfrazada de odalisca improvisaba una peculiar danza de siete velos. Uno de los mozos se acerco a la mesa donde Riad Halabi disfrutaba un plato mixto de manjares de su pais y le dio un recado del ayudante de cocina, un hombre nacido en la misma tribu del jefe indio. Asi fue como lo supo el sabado por la noche, condujo su camioneta como una exhalacion hasta Agua Santa y alcanzo a llegar en la manana del dia siguiente justo a tiempo para impedir que el Teniente volviera a interrogarme.
– Entregueme a mi muchacha, le exigio.
En el cuarto verde, otra vez desnuda y atada a la silla escuche la voz de mi patron y estuve a punto de no reconocerlo, porque empleaba por primera vez ese tono autoritario.
– No puedo soltar a la sospechosa, turco, comprende mi posicion, dijo el Teniente.
– ?Cuanto cuesta?
– Esta bien. Ven a mi oficina para que lo discutamos en privado.
Pero ya era tarde para sustraerme al escandalo. Mis fotos de frente y de perfil, con un parche negro en los ojos, porque aun no alcanzaba la mayoria de edad, habian sido despachadas a los periodicos de la capital y poco despues aparecerian en la cronica policial bajo el extrano titular de “Muerte de su Propia Sangre” acusada de haber asesinado a la mujer que me habia recogido del arroyo. Todavia guardo un trozo de papel, amarillo y quebradizo como un petalo seco, donde esta registrada la historia de ese horrendo crimen inventado por la prensa, y tantas veces lo he leido, que en algunos momentos de mi vida llegue a creer que era cierto.
– Acomodala un poco, vamos a entregarsela al turco, ordeno el Teniente despues de su conversacion con Riad Halabi.
El sargento me lavo lo mejor posible y no quiso ponerme el vestido, porque estaba manchado con sangre de Zulema y mia. Yo transpiraba tanto, que prefirio envolverme con una manta mojada para taparme la desnudez y de paso refrescarme. Me arreglo un poco el pelo, pero de todos modos mi aspecto era lamentable.
Al verme Riad Halabi lanzo un grito.
– ?Que le han hecho a mi nina!
– No armes ningun lio, turco, porque sera peor para ella, le advirtio el Teniente. Acuerdate que te estoy