haciendo un favor, mi deber es mantenerla detenida hasta que se aclare todo esto. ?Quien te dice que ella no mato a tu mujer?
– ?Usted sabe que Zulema estaba loca y se suicido!
– Yo no se nada. Eso no esta probado. Llevate a la muchacha y no me jorobes, mira que todavia puedo cambiar de idea.
Riad Halabi me rodeo con sus brazos y caminamos lentamente hacia la salida. Al cruzar la puerta y asomarnos a la calle, vimos reunidos ante la Comandancia a todos los vecinos y algunos indios que aun permanecian en Agua Santa, observando inmoviles desde el otro lado de la plaza. Cuando salimos del edificio y dimos dos pasos en direccion a la camioneta, el jefe de la tribu comenzo a golpear la tierra con los pies en una extrana danza, produciendo un sonido sordo de tambor.
– ?Vayanse todos a la mierda antes que los corra a tiros! ordeno el Teniente furioso.
La maestra Ines no pudo contenerse mas y haciendo uso de la autoridad conferida por tantos anos de hacerse obedecer en el aula, se adelanto y mirandolo de frente escupio a sus pies.
El cielo te castigue desgraciado, dijo claramente para que todos pudieramos oirla. El sargento dio un paso atras, temiendo lo peor, pero el oficial sonrio con sorna y no contesto. Nadie mas se movio hasta que Riad Halabi me coloco en el asiento del vehiculo y puso el motor en marcha, entonces comenzaron a retirarse los indios hacia la carretera de la selva y los habitantes de Agua Santa a dispersarse mascullando maldiciones contra la policia. Estas cosas pasan por traer gente de afuera, ninguno de estos desalmados nacio aqui, de ser asi no actuarian con esas infulas, escupia furioso mi patron en la camioneta.
Entramos en la casa. Las puertas y ventanas estaban abiertas, pero todavia flotaba en los cuartos un aire de espanto. Habia sido saqueada -fueron los guardias, dijeron los vecinos, fueron los indios, dijeron los guardias- parecia un campo de batalla, faltaban la radio y la television, la mitad de la vajilla estaba rota, las bodegas en desorden, la mercaderia desparramada y destripados los sacos de granos harina, cafe y azucar.
Riad Halabi, sosteniendome todavia por la cintura paso por encima de aquellos restos de tifon sin detenerse a medir los danos y me llevo a la cama donde el dia anterior yacia su mujer.
– Como te han dejado estos perros… dijo arropandome.
Y entonces, por fin me volvieron las palabras a la boca salieron como una cantaleta incontrolable, una detras de otra, una nariz enorme apuntandome sin verme y ella mas blanca que nunca lamiendo y chupando, los grillos del jardin y el calor de la noche, todos sudando, sudando ellos y sudando yo, no se lo dije para que pudieramos olvidarlo, de todos modos el se fue, se evaporo como un espejismo, ella lo monto y se lo trago, vamos llorando Zulema que se nos acabo el amor, delgado y fuerte, oscura nariz metiendose en ella, en mi no, solo en ella, crei que ella volveria a comer y a pedirme cuentos y a poner el oro al sol, por eso no se lo dije senor Riad, un balazo y la boca le quedo partida como la suya, Zulema toda de sangre, el pelo de sangre, la camisa de sangre, la casa inundada de sangre y los grillos con esa bulla tremenda, ella lo monto y se lo trago, el se fue escapando, todos sudando, los indios saben lo que paso y el Teniente tambien lo sabe, digale que no me toque, que no me pegue, se lo juro, yo no oi el tiro de la pistola, le entro por la boca y le rompio el paladar, yo no la mate, la vesti para que usted no la viera asi, la lave, el cafe todavia esta en la taza, yo no la mate, ella lo hizo, ella sola, digales que me suelten, que yo no fui, yo no fui, yo no fui…
– Ya lo se, mi nina; callate, por favor. Y Riad Halabi me acunaba llorando de despecho y de lastima.
La senorita Ines y mi patron me curaron las magulladuras con compresas de hielo y despues tineron con anilina negra mi mejor vestido, para el cementerio. Al dia siguiente yo continuaba afiebrada y con la cara deforme, pero la maestra insistio en que me vistiera de luto de pies a cabeza, con medias oscuras y un velo en la cabeza, como era la costumbre, para asistir al funeral de Zulema, demorado mas alla de las veinticuatro horas reglamentarias, porque no habian encontrado un medico forense para hacer la autopsia. Hay que salir al encuentro de los chismes, dijo la maestra. No se presento el cura, para que quedara bien claro que se trataba de un suicidio y no de un crimen, como andaban murmurando los guardias. Por respeto al turco y para molestar al Teniente, toda Agua
Santa desfilo ante la tumba y cada uno me abrazo y me dio el pesame como si en verdad yo fuera la hija de Zulema y no la sospechosa de haberla asesinado.
Dos dias mas tarde ya me sentia mejor y pude ayudar a Riad Halabi a poner orden en la casa y en el almacen. Comenzo la vida de nuevo sin hablar de lo ocurrido y sin mencionar los nombres de Zulema o de Kamal, pero ambos aparecian en las sombras del jardin, en los rincones de los cuartos, en la penumbra de la cocina, el desnudo con los ojos ardientes y ella intacta, rolliza y blanca, sin maculas de sangre o semen, como si viviera de muerte natural.
A pesar de las precauciones de la maestra Ines, la maledicencia crecia y se inflaba como levadura y los mismos que tres meses antes estaban dispuestos a jurar que yo era inocente, comenzaron a murmurar porque vivia sola con Riad Halabi bajo el mismo techo, sin estar unidos por un lazo familiar comprensible. Cuando el chisme se colo por las ventanas y entro en la casa, ya tenia proporciones aterradoras: el turco y esa zorra son amantes, mataron al primo Kamal, echaron al rio sus restos para que la corriente y las piranas dieran cuenta de el, por eso perdio el juicio la pobre esposa y a ella tambien la mataron para quedarse solos en la casa y ahora emplean sus noches y sus dias en una bacanal de sexo y de herejias musulmanas, pobre hombre, no es culpa suya, esa diabla le trastorno el cerebro.
– Yo no creo en las pendejadas que dice la gente, turco, pero cuando el rio suena, es que piedras lleva. Tendre que hacer otra investigacion, esto no puede quedar asi, amenazo el Teniente.
– ?Cuanto quiere ahora?
– Pasa por mi oficina y lo hablamos.
Entonces Riad Halabi comprendio que el chantaje no terminaria nunca y que la situacion habia llegado a un punto sin retorno. Nada volveria a ser como antes, el pueblo nos haria la vida imposible, era tiempo de separarnos. Esa noche, sentado en el patio cerca de la fuente arabe, con su impecable guayabera de batista blanca, me lo dijo escogiendo con cuidado las palabras. El cielo estaba claro, yo podia distinguir sus ojos grandes y tristes, dos aceitunas mojadas, y pense en las cosas buenas compartidas con ese hombre, en los naipes y el domino, en las tardes leyendo el silabario, en las peliculas del cine, en las horas cocinando juntos… Conclui que lo amaba profundamente con un amor agradecido. Un sentimiento blando me recorrio las piernas, me oprimio el pecho me hizo arder los ojos. Me acerque, di la vuelta a la silla donde el estaba, me puse detras y por primera vez en tanto tiempo de convivencia me atrevi a tocarlo. Apoye las manos en sus hombros y la barbilla en su cabeza. Durante un tiempo imposible de calcular, el no se movio, tal vez presentia lo que iba a ocurrir y lo estaba deseando, porque saco el panuelo de su pudor y se tapo la boca. No, eso no, le dije, se lo quite y lo tire al suelo, luego rodee la silla y me sente sobre sus rodillas, echandole los brazos al cuello, muy cercana, mirandolo sin pestanear. Olia a hombre limpio, a camisa recien planchada, a lavanda. Lo bese en su mejilla afeitada, en la frente, en las manos, firmes y morenas. Ayayay, mi nina, suspiro Riad Halabi y senti su aliento tibio bajar por mi cuello, pasearse bajo mi blusa.
El placer me erizo la piel y me endurecio los senos. Cai en cuenta que nunca habia estado tan cerca de nadie y que llevaba siglos sin recibir una caricia. Tome su cara, me aproxime con lentitud y lo bese en los labios largamente, aprendiendo la forma extrana de su boca, mientras un calor brutal me encendia los huesos, me estremecia el vientre. Tal vez por un instante el lucho contra sus propios deseos, pero de inmediato se abandono para seguirme en el juego y explorarme tambien, hasta que la tension fue insoportable y nos apartamos para tomar aire.
– Nadie me habia besado en la boca, murmuro el.
– Tampoco a mi. Y lo tome de la mano para conducirlo al dormitorio.
– Espera, nina, no quiero perjudicarte…
– Desde que murio Zulema no he vuelto a menstruar. Es por el susto, dice la maestra… ella cree que ya no podre tener hijos, me sonroje.
Toda la noche permanecimos juntos. Riad Halabi habia pasado la vida inventando formulas de aproximacion con un panuelo en la cara. Era un hombre amable y delicado, ansioso de complacer y de ser aceptado, por eso habia indagado todas las formas posibles de hacer el amor sin emplear los labios. Habia convertido sus manos y todo el resto de su pesado cuerpo en un instrumento sensitivo, capaz de agasajar a una mujer bien dispuesta hasta colmarla de dicha. Ese encuentro fue tan definitivo para los dos, que pudo haber sido una ceremonia solemne, pero en cambio resulto alegre y risueno. Entramos juntos en un espacio propio donde no existia el