cuando me llevaron detenida por la muerte de Zulema. Tuvimos una absurda discusion y por fin el se disculpo, soy un bruto, perdoname, tu no tienes la culpa, Eva, esos canallas me lo van a pagar, lo juro, pagaran.
– Cuando tengamos oportunidad de estar tranquilos, las cosas van a funcionar mucho mejor, sostenia yo en las conversaciones con Mimi.
– Si no te hace feliz ahora, no lo hara nunca. No entiendo por que sigues con el, es un sujeto muy raro.
Por un largo periodo la relacion con Huberto Naranjo altero mi existencia, andaba desesperada, urgida, trastornada por el anhelo de conquistarlo y retenerlo a mi lado. Dormia mal, sufria atroces pesadillas, me fallaba el entendimiento, no podia concentrarme en mi trabajo o en mis cuentos, buscando alivio sustraia los tranquilizantes del botiquin y los tomaba a escondidas. Pero paso el tiempo y finalmente el fantasma de Huberto Naranjo se encogio, se hizo menos omnipresente, se redujo a un tamano mas comodo y entonces pude vivir por otros motivos, no solo para desearlo. Segui pendiente de sus visitas porque lo amaba y me sentia la protagonista de una tragedia, la heroina de una novela, pero pude hacer una vida tranquila y seguir escribiendo por las noches. Recorde la decision tomada cuando me enamore de Kamal, de no volver a padecer el ardor insoportable de los celos, y la mantuve con una determinacion terca y taimada. No me permiti a mi misma suponer que en esas separaciones el buscaba a otras mujeres ni pensar que fuera un bandolero, como decia Mimi; preferia imaginar que existia una razon superior para su comportamiento, una dimension aventurera a la cual yo no tenia acceso, un mundo viril regido por leyes implacables. Huberto Naranjo estaba comprometido con una causa que debia ser para el mas importante que nuestro amor. Me propuse entenderlo y aceptarlo. Cultivaba un sentimiento romantico hacia ese hombre que iba tornandose cada vez mas seco, fuerte y silencioso, pero deje de hacer planes para el futuro.
El dia que mataron a dos policias cerca de la fabrica donde yo trabajaba, confirme mis sospechas de que el secreto de Huberto estaba relacionado con la guerrilla. Les dispararon con una ametralladora desde un automovil en marcha. De inmediato se lleno la calle de gente, patrullas, ambulancias, allanaron todo el vecindario. Dentro de la fabrica se detuvieron las maquinas, alinearon a los operarios en los patios, revisaron el local de arriba abajo y por fin nos soltaron con orden de irnos a casa, porque toda la ciudad estaba alborotada. Camine hasta la parada del autobus y alli encontre a Huberto Naranjo esperandome. Llevaba casi dos meses sin verlo y me costo un poco reconocerlo, porque parecia haber envejecido de subito. Esa vez no senti placer alguno en sus brazos y tampoco intente simularlo, tenia el pensamiento en otra parte. Despues, sentados en la cama, desnudos sobre unas sabanas toscas tuve la sensacion de que cada dia nos alejabamos mas y me dio lastima por los dos.
– Perdoname, no estoy bien. Hoy ha sido un dia atroz, mataron a dos policias, yo los conocia, siempre estaban alli de guardia y me saludaban. Uno se llamaba Socrates, imaginate que nombre para un policia, era un buen hombre. Los asesinaron a balazos.
– Los ejecutaron, replico Huberto Naranjo. Los ejecuto el pueblo. Eso no es un asesinato, debes hablar con propiedad. Los asesinos son los policias.
– ?Que te pasa? No me digas que eres partidario del terrorismo.
Me aparto con firmeza y mirandome a los ojos me explico que la violencia la ejercia el Gobierno, ?no eran formas de violencia el desempleo, la pobreza, la corrupcion, la injusticia social? El Estado practicaba muchas formas de abuso y represion, esos policias eran esbirros del regimen, defendian los intereses de sus enemigos de clase y su ejecucion era un acto legitimo; el pueblo estaba luchando por su liberacion. Durante largo rato no conteste. De pronto comprendi sus ausencias, sus cicatrices y silencios, su prisa, su aire de fatalidad y el magnetismo tremendo que emanaba de el, electrizando el aire a su alrededor y atrapandome como a un insecto encandilado.
– ?Por que no me lo dijiste antes?
– Era mejor que no lo supieras.
– ?No confias en mi?
– Trata de entender, esto es una guerra.
– De haberlo sabido, estos anos habrian sido mas faciles para mi.
– El solo hecho de verte es una locura. Piensa lo que pasaria si sospecharan de ti y te interrogaran.
– ?Yo no diria nada!
– Pueden hacer hablar a un mudo. Te necesito, no puedo estar sin ti, pero cada vez que vengo me siento culpable porque pongo en peligro la organizacion y las vidas de mis companeros.
– Llevame contigo.
– No puedo, Eva.
– ?No hay mujeres en la montana?
– No. Esta lucha es muy dura, pero vendran tiempos mejores y podremos amarnos de otra manera.
– No puedes sacrificar tu vida y la mia.
– No es un sacrificio. Estamos construyendo una sociedad diferente, un dia todos seremos iguales y libres…
Recorde la tarde lejana cuando nos conocimos, dos ninos perdidos en una plaza. Ya entonces el se consideraba un macho bien plantado, capaz de dirigir su destino, en cambio sostenia que yo estaba en desventaja por haber nacido mujer y debia aceptar diversas tutelas y limitaciones. A sus ojos yo siempre seria una criatura dependiente. Huberto pensaba asi desde que tuvo uso de razon, era improbable que la revolucion cambiara esos sentimientos. Comprendi que nuestros problemas no tenian relacion con las vicisitudes de la guerrilla, aunque el lograra sacar adelante su sueno, la igualdad no alcanzaria para mi. Para Naranjo y otros como el, el pueblo parecia compuesto solo de hombres; nosotras debiamos contribuir a la lucha, pero estabamos excluidas de las decisiones y del poder. Su revolucion no cambiaria en esencia mi suerte, en cualquier circunstancia yo tendria que seguir abriendome paso por mi misma hasta el ultimo de mis dias. Tal vez en ese momento me di cuenta de que la mia es una guerra cuyo final no se vislumbra, asi es que mas vale darla con alegria, para que no se me vaya la vida esperando una posible victoria para empezar a sentirme bien. Conclui que Elvira tenia razon, hay que ser bien brava, hay que pelear siempre.
Ese dia nos separamos indignados, pero Huberto Naranjo regreso dos semanas despues y yo lo estaba aguardando, como siempre.
La escalada del movimiento guerrillero trajo a Rolf Carle de vuelta al pais.
– Por el momento se te acabo el turismo por el mundo, muchacho, le dijo Aravena desde su escritorio de director. Habia engordado mucho, estaba enfermo del corazon y los unicos placeres que todavia conmovian sus sentidos eran la buena mesa, el sabor de sus cigarros y algun vistazo disimulado a los traseros apoteosicos y ahora intocables de las hijas del tio Rupert durante sus paseos a la Colonia, pero las limitaciones fisicas no habian disminuido su curiosidad profesional. La guerrilla esta jorobando mucho y ya es hora de que alguien averigue la verdad. Recibimos toda la informacion censurada, el Gobierno miente y las radios subversivas tambien. Quiero saber cuantos hombres hay en la montana, que clase de armamento tienen, quienes los apoyan, cuales son sus planes, en fin, todo.
– No puede dar eso por television.
– Necesitamos saber lo que pasa, Rolf. Creo que esos hombre son unos locos, pero puede ser que tengamos otra Sierra Maestra ante nuestras narices y no la veamos.
– Y si asi fuera, ?que haria?
– Nada. Nuestro papel no consiste en modificar el rumbo de la historia, sino simplemente registrar los hechos.
– Usted no pensaba asi en tiempos del General.
– Algo he aprendido con la edad. Anda, observa, filma si puedes y me cuentas todo.
– No es facil. No me permitiran que husmee en sus campamentos.
– Por eso te lo pido a ti y no a otro del equipo. Tu ya estuviste con ellos hace unos anos, ?como se llamaba el tipo ese que te impresiono tanto?
– Huberto Naranjo.
– ?Puedes ponerte en contacto con el de nuevo?