– No se, tal vez ya no existe, dicen que el Ejercito ha matado a muchos y otros han desertado. En todo caso el tema me gusta y vere lo que puedo hacer.
Huberto Naranjo no habia muerto ni habia desertado, pero ya nadie lo llamaba por ese nombre. Ahora era el Comandante Rogelio. Habia pasado anos de guerra, con las botas puestas, el arma en la mano y los ojos siempre abiertos para ver mas alla de las sombras. Su vida era un sucesion de violencias, pero tambien habia momentos de euforia, momentos sublimes. Cada vez que recibia a un grupo de nuevos combatientes el corazon le saltaba en el pecho, como ante el encuentro con una novia. Salia a recibirlos en el limite del campamento y alli estaban, aun impolutos, optimistas, formados en linea como les habia ensenado su jefe de patrulla, todavia con su aire de ciudad, con ampollas recientes en las manos, sin los callos de los veteranos, con la mirada suave, cansados pero sonrientes. Eran sus hermanos menores, sus hijos, venian a luchar y desde ese instante el era responsable de sus vidas, de mantenerles la moral en alto y ensenarles a sobrevivir, hacerlos duros como granito, mas valientes que una leona, astutos, agiles y resistentes para que cada uno de ellos valiera por cien soldados. Era bueno tenerlos alli, sentia un espasmo en la garganta. Metia las manos en los bolsillos y los saludaba con cuatro frases bruscas, para no traicionar su emocion.
Tambien le gustaba sentarse con sus companeros alrededor de una fogata, en aquellas ocasiones en que eso era posible. Nunca se quedaban mucho tiempo en el mismo lugar, era necesario conocer la montana, moverse en su terreno como pez en el agua, decia el manual. Pero habia dias de ocio, a veces cantaban, jugaban a cartas, oian musica por la radio como personas normales. De vez en cuando el debia bajar a la ciudad para ponerse en contacto con sus enlaces, entonces caminaba por las calles pretendiendo que era un ser como los demas, aspirando esos olores ya olvidados de comida, de trafico, de basura, observando con ojos nuevos a los ninos, a las mujeres en sus quehaceres, a los perros vagabundos, como si el fuera uno mas de la multitud, como si nadie lo persiguiera. De pronto en una pared veia escrito el nombre del Comandante Rogelio con letras negras y al saberse crucificado en ese muro, recordaba con una mezcla de orgullo y de temor que no debia estar alli, no tenia una vida como la de otros, era un combatiente.
Los guerrilleros provenian en su mayoria de la Universidad, pero Rolf Carle no intento mezclarse con los estudiantes para buscar la forma de llegar a la montana. Su rostro aparecia a menudo en el noticiario de la television, era bien conocido por todos. Se acordo del contacto usado hacia unos anos, cuando entrevisto por primera vez a Huberto Naranjo en los albores de la lucha armada y se dirigio al boliche del Negro.
Lo encontro en su cocina, algo mas gastado, pero con el mismo buen animo. Se estrecharon la mano con desconfianza. Los tiempos habian cambiado y ahora la represion era labor de especialistas, la guerrilla ya no era solo un ideal de muchachos ilusionados con la esperanza de cambiar el mundo, sino un enfrentamiento despiadado y sin cuartel. Rolf Carle entro en materia con algunos preambulos.
– Yo no tengo nada que ver con eso, replico el Negro.
– No soy un soplon, nunca lo he sido. No te he delatado en todos estos anos, ?por que iba a hacerlo ahora? Consultalo con tus jefes, diles que me den una oportunidad, al menos que me dejen explicarles lo que pienso hacer…
El hombre lo miro largo rato, estudiando cada detalle de su rostro y seguramente aprobo lo que vio, porque Rolf Carle sintio un cambio en su actitud.
– Vendre a verte manana, Negro, dijo.
Volvio al dia siguiente y todos los dias durante casi un mes, hasta que por fin consiguio la cita y pudo exponer sus intenciones. El Partido considero que Rolf Carle podia ser un elemento util; sus reportajes eran buenos, parecia un hombre honesto, tenia acceso a la television y era amigo de Aravena; resultaba conveniente contar con alguien como el y el riesgo no seria demasiado grande si manejaban el asunto con las precauciones debidas.
– Hay que informar al pueblo, una victoria gana aliados, decian los dirigentes.
– No alarmen a la opinion publica, no quiero oir ni una palabra sobre la guerrilla, vamos a anularla con el silencio. Estan todos fuera de la ley y asi seran tratados, ordenaba por su parte el Presidente de la Republica.
En esta ocasion el viaje de Rolf Carle al campamento fue muy distinto al realizado antes, no se trato de una excursion con una mochila a la espalda como un escolar de vacaciones. Buena parte del trayecto lo hizo con los ojos vendados, lo trasladaron en el maletero de un coche, medio asfixiado y desmayandose de calor, otra parte la realizo de noche a traves de los campos sin recibir el menor indicio de su ubicacion, sus guias se turnaban y ninguno estaba dispuesto a hablar con el, paso dos dias encerrado en diversos galpones y graneros movilizado de aqui para alla sin derecho a hacer preguntas.
El Ejercito, entrenado en las escuelas de contra-insurgencia, acorralaba a los guerrilleros, instalaba controles moviles en los caminos, detenia los vehiculos, revisaba todo. No era facil pasar sus lineas de control. En los Centros de Operaciones, diseminados por todo el pais, se concentraban las tropas especializadas. Corria el rumor de que esos eran tambien campos de prisioneros y lugares de tortura. Los soldados bombardeaban las montanas, dejando un reguero de escombros. Recuerden el codigo de etica revolucionaria, machacaba el Comandante Rogelio, por donde pasemos no puede haber abuso, respeten y paguen todo lo que consuman, para que el pueblo aprecie la diferencia entre nosotros y los soldados, para que sepan como seran las zonas liberadas por la Revolucion. Rolf Carle se encontro con que a poca distancia de las ciudades, donde la vida transcurria en aparente paz, habia un territorio en guerra, pero ese era un tema oficialmente prohibido. La lucha solo era mencionada en las radios clandestinas, quedaban a conocer las acciones de la guerrilla: un oleoducto dinamitado, una garita asaltada, una emboscada al Ejercito.
Despues de cinco dias en los cuales lo movilizaron como un fardo, se encontro subiendo un cerro y abriendose paso en la vegetacion a machetazos, hambriento, enlodado y picado de mosquitos. Sus guias lo dejaron en un claro del bosque con instrucciones de no moverse por ningun motivo, no encender fuego ni hacer ruido. Alli espero sin mas compania que los chillidos de los monos. Al amanecer, cuando estaba a punto de perder la paciencia, aparecieron dos jovenes barbudos y zarrapastrosos con fusiles en los brazos.
– Bienvenido, companero, lo saludaron con anchas sonrisas.
– Ya era hora, replico extenuado.
Rolf Carle filmo el unico largometraje que existe en el pais sobre la guerrilla de esa epoca, antes que la derrota acabara con el sueno revolucionario y la pacificacion devolviera a los sobrevivientes a la vida normal, algunos convertidos en burocratas otros en diputados o empresarios. Se quedo con el grupo del Comandante Rogelio durante un tiempo, moviendose de noche de un sitio a otro por un terreno salvaje y descansando a veces en el dia. Hambre, fatiga, miedo. La vida era muy dura en la montana. Habia estado en varias guerras, pero esa lucha de emboscadas, de ataques sorpresivos, de sentirse siempre vigilados, de soledad y de silencio, le parecio peor. El numero total de guerrilleros variaba, estaban organizados en grupos pequenos para moverse con mayor facilidad. El Comandante Rogelio se desplazaba de uno a otro, encargado de todo el frente. Rolf asistio al adiestramiento de los nuevos combatientes, ayudo a montar radios y postas de emergencia, aprendio a arrastrarse sobre los codos y soportar el dolor, y al convivir con ellos y escucharlos, acabo entendiendo las razones de esos jovenes para tanto sacrificio. Los campamentos funcionaban con disciplina militar, pero a diferencia de los soldados, carecian de ropa adecuada, medicamentos, comida, techo, transporte, comunicaciones. Llovia durante semanas y no podian encender una hoguera para secarse, era como vivir en un bosque sumergido en el mar. Rolf tenia la sensacion de caminar sobre una cuerda floja tendida sobre el abismo, la muerte estaba alli, escondida detras del proximo arbol.
– Todos sentimos lo mismo, no te preocupes, uno se acostumbra, bromeo el Comandante.
Las provisiones se consideraban sagradas, pero en ocasiones alguien no resistia la urgencia y se robaba una lata de sardinas. Los castigos eran duros, porque no solo habia que racionar la comida sino, sobre todo ensenar el valor de la solidaridad.
A veces alguno se quebraba, se echaba a llorar encogido en el suelo llamando a su madre, entonces el Comandante se acercaba, lo ayudaba a levantarse y se iba caminando con el donde nadie pudiera verlos, para darle discreto consuelo. Si comprobaba una traicion, ese mismo hombre era capaz de ejecutar a uno de los suyos.
– Aqui lo normal es morir o ser herido, hay que estar preparados para todo. Lo raro es salvar la vida y el milagro sera la victoria, le dijo el Comandante Rogelio a Rolf.
Rolf sintio que en esos meses envejecia, se le gastaba el cuerpo. Al final no sabia lo que estaba haciendo ni por que perdio el sentido del tiempo, una hora le parecia una semana y de pronto una semana parecia un sueno. Era muy dificil captar la informacion pura, la esencia de las cosas, a su alrededor habia un silencio extrano, un