traves del cristal que me separaba del corredor y de pronto el se volvio y nuestros ojos se encontraron. Ante el todo el personal empleaba la mirada periferica, nadie le fijaba la vista, pero yo no pude pestanear, quede suspendida de sus pupilas, hipnotizada. Me parecio que pasaba mucho rato. Por ultimo el camino en mi direccion. El ruido me impedia oir sus pasos, daba la impresion de avanzar flotando, seguido a cierta distancia por su secretario y el Capitan. Cuando el Coronel me saludo con una leve inclinacion, pude apreciar de cerca su tamano, sus manos expresivas, su pelo grueso, sus dientes grandes y parejos. Era atrayente como un animal salvaje. Esa tarde, al salir de la fabrica, habia una limusina oscura detenida en la puerta y un ordenanza me paso una nota con una invitacion manuscrita del Coronel Tolomeo Rodriguez para cenar con el.
– Mi Coronel espera su respuesta, se cuadro el hombre.
– Digale que no puedo, tengo otro compromiso.
Al llegar a casa se lo conte a Mimi, quien paso por alto la observacion de que ese hombre era enemigo de Huberto Naranjo y considero la situacion desde el punto de vista de los folletines de amor que nutrian sus horas de ocio, concluyendo que yo habia hecho lo indicado, siempre es bueno hacerse rogar, repitio como tantas veces.
– Debes ser la primera mujer que le rechaza una invitacion, te apuesto que manana insiste, pronostico.
No fue asi. Nada supe de el hasta el viernes siguiente, cuando realizo una visita sorpresa a la fabrica. Al saber que estaba en el edificio, me di cuenta de que lo habia esperado durante dias, espiando hacia el corredor, procurando adivinar sus pasos a traves del estruendo de las maquinas de coser, deseando verlo y al mismo tiempo temiendo su aparicion, con una impaciencia ya casi olvidada, porque desde los comienzos de mi relacion con Huberto Naranjo no padecia tales tormentos. Pero el militar no se acerco a mi oficina y cuando sono la sirena de las doce suspire con una mezcla de alivio y de despecho. En las semanas siguientes volvi a pensar en el algunas veces.
Diecinueve dias mas tarde, al llegar por la noche a casa, encontre al Coronel Tolomeo Rodriguez tomando cafe en compania de Mimi. Estaba sentado en una de las poltronas orientales, se puso en pie y me extendio una mano sin sonreir.
– Espero no importunarla. Vine porque deseaba hablarle, dijo.
– Quiere hablarte, repitio Mimi, palida como uno de los grabados colgados en la pared.
– Ha pasado algun tiempo sin verla y me he tomado la libertad de visitarla, dijo en el tono ceremonioso que empleaba con frecuencia.
– Por eso vino, agrego Mimi.
– ?Aceptaria mi invitacion a cenar?
– Quiere que vayas a comer con el, tradujo de nuevo Mimi al borde de la fatiga, porque lo habia reconocido apenas entro y le volvieron de golpe todos los recuerdos: era quien inspeccionaba cada tres meses el Penal de Santa Maria en los tiempos de su infortunio. Estaba descompuesta, aunque confiaba en que el no podria relacionar la imagen de un miserable recluso de El Haren, infectado de paludismo, cubierto de llagas y con la cabeza afeitada, con la mujer asombrosa que ahora le servia cafe.
?Por que no me negue de nuevo? Tal vez no fue por temor, como crei entonces, tenia ganas de estar con el. Me di una ducha para quitarme el agobio del dia, me puse mi vestido negro, me cepille el pelo y me presente en la sala, dividida entre la curiosidad y rabia conmigo misma porque sentia que estaba traicionando a Huberto. El militar me ofrecio el brazo con un gesto algo ampuloso, pero pase por delante sin tocarlo, ante la mirada desolada de Mimi, quien aun no lograba reponerse de la impresion. Entre en la limusina deseando que los vecinos no vieran las motos de la escolta, no fueran a pensar que me habia convertido en la querida de un general. El chofer nos condujo a uno de los restaurantes mas exclusivos de la ciudad, una mansion versallesca donde el cocinero saludaba a los clientes de honor y un anciano adornado con una banda presidencial y provisto de una tacita de plata, probaba los vinos.
El Coronel parecia a sus anchas, pero yo me sentia como un naufrago entre sillas de brocado azul, ostentosos candelabros y un batallon de sirvientes. Me pasaron un menu escrito en frances y Rodriguez, adivinando mi desconcierto, escogio por mi. Me encontre frente a un cangrejo sin saber como atacarlo, pero el mozo quito la carne del caparazon y me la coloco en el plato. Ante la bateria de cuchillos curvos y rectos, copas de dos colores y aguamaniles, agradeci los cursos de Mimi en el instituto para reinas de belleza y las ensenanzas del amigo decorador, porque pude desempenarme sin hacer el ridiculo, hasta que me presentaron un sorbete de mandarina entre la entrada y la carne. Mire asombrada la minuscula bola coronada por una hoja de menta y pregunte por que servian los postres antes del segundo plato. Rodriguez se rio y ese gesto tuvo la virtud de anular los galones de su manga y quitarle varios anos del rostro. A partir de ese instante todo fue mas facil. Ya no me parecia un procer de la nacion, lo examine a la luz de aquellas velas palaciegas y el quiso saber por que lo miraba asi, a lo cual respondi que lo hallaba muy parecido al puma embalsamado.
– Cuenteme su vida, Coronel, le pedi a los postres.
Creo que esa peticion lo sorprendio y por un instante lo puso alerta, pero despues debe haberse dado cuenta que yo no era una espia del enemigo, casi pude leer sus pensamientos, es solo una pobre mujer de la fabrica, ?cual sera su parentesco con esa actriz de television? bonita, por cierto, mucho mas que esta muchacha tan mal vestida, estuve a punto de invitar a la otra, pero dicen que es un maricon, cuesta creerlo, de todos modos no puedo correr el riesgo de que me vean con un degenerado. Acabo hablandome de su infancia en la hacienda de su familia en una zona agreste, desertica, estepas sopladas por el viento, donde el agua y la vegetacion tienen un valor especial y las gentes son fuertes, porque viven en la aridez. No era hombre de la region tropical del pais, tenia recuerdos de largas cabalgatas por el llano, de mediodias calientes y secos. Su padre, un caudillo local, lo metio en las Fuerzas Armadas a los dieciocho anos sin preguntarle su parecer, para que sirva a la patria con pundonor, hijo, como debe ser, le ordeno. Y el asi lo hizo sin vacilar, la disciplina es lo primero, quien sabe obedecer aprende a mandar. Estudio ingenieria y ciencias politicas, habia viajado, leia poco, le gustaba mucho la musica, se confeso frugal, casi abstemio, casado, padre de tres hijas. Pese a su prestigio de severidad, esa noche exhibio buen humor y al final me dio las gracias por la compania, se habia divertido, dijo, yo era una persona original, aseguro, aunque no me oyo mas de cuatro frases, el habia acaparado la conversacion.
– Soy yo quien le agradece, Coronel. Nunca habia estado en este lugar, es muy elegante.
– No tiene que ser la ultima vez, Eva. ?Podriamos vernos la proxima semana?
– ?Para que?
– Bueno, para conocernos mejor…
– ?Usted quiere acostarse conmigo, Coronel?
Dejo caer los cubiertos y durante casi un minuto mantuvo los ojos clavados en el plato.
– Esa es una pregunta brutal y merece una respuesta similar, respondio por fin. Si, eso deseo. ?Acepta?
– No, muchas gracias. Las aventuras sin amor me ponen triste.
– No he dicho que el amor este excluido.
– ?Y su mujer?
– Aclaremos una cosa, mi senora esposa no tiene nada que ver en esta conversacion y no volveremos a mencionarla jamas. Hablemos de nosotros. No es propio que lo diga yo, pero puedo hacerla feliz si me lo propongo.
– Dejemos los rodeos, Coronel. Me imagino que usted tiene mucho poder, puede hacer lo que quiera y siempre lo hace, ?verdad?
– Esta equivocada. Mi cargo me impone responsabilidades y deberes con la patria y yo estoy dispuesto a cumplirlos. Soy un soldado, no hago uso de privilegios y mucho menos de este tipo. No intento presionarla, sino seducirla y estoy seguro de lograrlo, porque los dos nos sentimos atraidos. La hare cambiar de opinion y terminara amandome…
– Disculpeme, pero lo dudo.
– Preparese, Eva, porque no la voy a dejar en paz hasta que me acepte, sonrio el.
– En ese caso no perdamos tiempo. Yo no pienso ponerme a discutir con usted porque me puede ir mal. Vamos ahora mismo, salimos de esto en un santiamen y despues me deja tranquila.
El militar se puso en pie con la cara roja. De inmediato dos mozos corrieron solicitos a atenderlo y de las mesas vecinas se dieron vuelta a observarnos. Entonces volvio a sentarse y durante un rato estuvo en silencio, rigido, respirando agitadamente.
– No se que clase de mujer eres, dijo por ultimo, tuteandome por primera vez. En circunstancias normales aceptaria tu desafio y nos iriamos de inmediato a un lugar privado, pero he decidido conducir este asunto de otra