derroche de energia. Habian escondido parte de sus armas y no las recuperarian hasta el momento del asalto. Uno de ellos se perdio bosque adentro guiado por un indigena, iba a apostarse en la orilla del rio a observar el Penal con catalejos; otros tres se fueron en direccion al aeropuerto militar donde debian instalar los explosivos, siguiendo las instrucciones del Negro; los dos restantes organizaron lo necesario para la retirada. Todos llevaron a cabo sus quehaceres sin aspavientos ni comentarios, como si fuera un oficio rutinario.
Al atardecer llego por el sendero un jeep y corri a recibirlo, deseando que fuera al fin Huberto Naranjo. Habia pensado mucho en el, con la esperanza de que un par de dias juntos podria cambiar por completo nuestra relacion y, con suerte, devolvernos ese amor que alguna vez lleno mi vida y hoy parecia descolorido. Lo ultimo que imagine fue que del vehiculo descenderia Rolf Carle con una mochila y su camara. Nos miramos desconcertados, pues ninguno esperaba ver al otro en ese lugar y en esa circunstancia.
– ?Que haces aqui? pregunte.
– Vengo por la noticia, sonrio el.
– ?Cual noticia?
– La que ocurrira el sabado.
– Vaya… ?como lo sabes?
– El Comandante Rogelio me pidio que la filmara. Las autoridades trataran de silenciar la verdad v yo vine para ver si puedo contarla. ?Y por que estas tu aqui?
– Para amasar.
Rolf Carle escondio el jeep y partio con su equipo siguiendo los pasos de los guerrilleros, quienes ante la camara se cubrian las caras con panuelos para no ser reconocidos mas tarde. Entretanto yo me dedique a la Materia Universal. En la penumbra de la choza, sobre un trozo de plastico extendido en el suelo de tierra apisonada, junte los ingredientes tal como habia aprendido de mi patrona yugoslava. Al papel remojado le agregue igual proporcion de harina y cemento, lo ligue con agua y lo sobe hasta conseguir una pasta firme de un color gris, como leche de ceniza. La estire con una botella ante la mirada atenta del jefe de la tribu y de varios ninos, que comentaban entre ellos en su lengua cantarina, gesticulando y haciendo morisquetas. Prepare una masa gruesa y flexible y con ella envolvi las piedras, escogidas por su forma ovalada. El modelo era una granada de mano del Ejercito, trescientos gramos de peso, diez metros de accion, veinticinco de alcance, metal oscuro. Parecia una pequena guanabana madura. Comparada con el elefante de la India, los mosqueteros, los bajorrelieves de las tumbas faraonicas y otras obras fabricadas por la yugoslava con ese mismo material, la falsa granada era muy sencilla. Sin embargo necesite realizar varias pruebas, porque hacia mucho que no practicaba y la ansiedad me atoraba el entendimiento y me agarrotaba los dedos. Cuando logre las proporciones exactas, calcule que no habria tiempo para hacer las granadas, dejarlas endurecer, darles color y esperar el secado del barniz, entonces se me ocurrio tenir la masa para evitar pintarla despues de seca, pero al mezclarla con la pintura perdia elasticidad. Comence a murmurar maldiciones y a rascarme impaciente las picaduras de mosquitos hasta sacarme sangre.
El jefe de los indios, que habia seguido cada etapa del proceso con la mayor curiosidad, salio de la choza y regreso poco despues con un punado de hojas y un cazo de greda. Se acuclillo a mi lado y se puso a masticar las hojas con paciencia. A medida que las convertia en papilla y las escupia en el recipiente, la boca y los dientes se le volvian negros. Despues exprimio ese mejunje en un trapo, obtuvo un liquido oscuro y oleoso, como sangre vegetal y me lo paso. Incorpore los escupitajos a un poco de masa y vi que el experimento servia, al secarse quedaba de un color parecido a la granada original y no alteraba las virtudes admirables de la Materia Universal.
Por la noche regresaron los guerrilleros y despues de compartir con los indios unos trozos de casabe y pescado cocido, se instalaron a dormir en la choza que les habian asignado.
La selva se volvio densa y negra, como un templo, bajaron las voces y hasta los indios hablaban en susurros. Poco despues llego Rolf Carle y me encontro sentada ante los lenos todavia ardientes, abrazada a mis piernas, con la cara oculta entre las rodillas. Se agacho a mi lado.
– ?Que te pasa?
– Tengo miedo.
– ?De que?
– De los ruidos, de esta oscuridad, de los espiritus maleficos, las serpientes y los bichos, de los soldados, de lo que vamos a hacer el sabado, de que nos maten a todos…
– Yo tambien tengo miedo, pero no me perderia esto por nada.
Le tome la mano y se la retuve con firmeza por unos instantes, su piel estaba caliente y tuve la impresion renovada de conocerlo desde hacia mil anos.
– ?Que par de tontos somos! trate de reirme.
– Cuenta una historia para distraernos, pidio Rolf Carle.
– ?Como te gustaria?
– Algo que no le hayas contado a nadie. Inventala para mi.
“Habia una vez una mujer cuyo oficio era contar cuentos. Iba por todas partes ofreciendo su mercaderia, relatos de aventuras, de suspenso, de horror o de lujuria, todo a precio justo. Un mediodia de agosto se encontraba en el centro de una plaza, cuando vio avanzar hacia ella un hombre soberbio, delgado y duro como un sable. Venia cansado, con un arma en el brazo, cubierto del polvo de lugares distantes y cuando se detuvo, ella noto un olor de tristeza y supo al punto que ese hombre venia de la guerra. La soledad y la violencia le habian metido esquirlas de hierro en el alma y lo habian privado de la facultad de amarse a si mismo. ?Tu eres la que cuenta cuentos? pregunto el extranjero. Para servirte, replico ella. El hombre saco cinco monedas de oro y se las puso en la mano. Entonces vendeme un pasado, porque el mio esta lleno de sangre y de lamentos y no me sirve para transitar por la vida, he estado en tantas batallas, que por alli se me perdio hasta el nombre de mi madre, dijo. Ella no pudo negarse, porque temio que el extranjero se derrumbara en la plaza convertido en un punado de polvo, como le ocurre finalmente a quien carece de buenos recuerdos. Le indico que se sentara a su lado y al ver sus ojos de cerca se le dio vuelta la lastima y sintio un deseo poderoso de aprisionarlo en sus brazos. Comenzo a hablar. Toda la tarde y toda la noche estuvo construyendo un buen pasado para ese guerrero, poniendo en la tarea su vasta experiencia y la pasion que el desconocido habia provocado en ella. Fue un largo discurso, porque quiso ofrecerle un destino de novela y tuvo que inventarlo todo, desde su nacimiento hasta el dia presente, sus suenos, anhelos y secretos, la vida de sus padres y hermanos y hasta la geografia y la historia de su tierra. Por fin amanecio y en la primera luz del dia ella comprobo que el olor de la tristeza se habia esfumado. Suspiro, cerro los ojos y al sentir su espiritu vacio como el de un recien nacido, comprendio que en el afan de complacerlo le habia entregado su propia memoria, ya no sabia que era suyo y cuanto ahora pertenecia a el, sus pasados habian quedado anudados en una sola trenza. Habia entrado hasta el fondo en su propio cuento y ya no podia recoger sus palabras, pero tampoco quiso hacerlo y se abandono al placer de fundirse con el en la misma historia…”
Cuando termine de hablar, me puse de pie, me sacudi el polvo y las hojas de la ropa y me fui a la choza a tenderme en la hamaca. Rolf Carle se quedo sentado frente al fuego.
En la madrugada del viernes llego el Comandante Rogelio, tan sigiloso que los perros no ladraron cuando entro en la aldea, pero sus hombres lo advirtieron, porque dormian con los ojos abiertos. Me sacudi el entumecimiento de las ultimas dos noches y sali a abrazarlo, pero el me detuvo con un gesto, solo perceptible para mi, tenia razon, era impudico hacer alardes de intimidad ante quienes no habian tenido amor en tanto tiempo. Los guerrilleros lo recibieron con toscas bromas y palmetazos y pude apreciar cuanto confiaban en el, porque a partir de ese momento la tension se aflojo, como si su presencia fuera un seguro de vida para los demas. Traia en una maleta los uniformes, doblados y planchados con pulcritud, los galones, las gorras y las botas de reglamento. Fui a buscar la granada de muestra y se la puse en la mano.
– Bien, aprobo el. Hoy haremos llegar la masa al Penal. No aparecera en el detector de metales. Esta noche los companeros podran fabricar sus armas.
– ?Sabran hacerlas? pregunto Rolf Carle.
– ?Te parece que ibamos a olvidar ese detalle? se rio el Comandante Rogelio. Les mandamos las instrucciones y seguro ya tienen las piedras. Solo deberan forrarlas y dejarlas secar algunas horas.
– Hay que mantener la masa envuelta en plastico para que no pierda la humedad. La textura se marca con una cuchara y luego se deja endurecer. Al secarse oscurece y queda como metal. Ojala no se olviden de poner las falsas espoletas antes de que frague, explique.