– Este pais da para todo, hasta para fabricar armas con masa de empanada. Nadie creera mi reportaje, suspiro Rolf Carle.
Dos muchachos de la aldea remaron en una curiara hasta el Penal y entregaron una bolsa a los indios de la cocina. Entre racimos de platanos, trozos de yuca y un par de quesos, iba la Materia Universal, con su aspecto inocente de pan crudo, que no llamo la atencion de los guardias, acostumbrados a recibir modestos comestibles. Entretanto los guerrilleros revisaron una vez mas los detalles del plan y luego ayudaron a la tribu a terminar sus preparativos. Las familias empacaron sus miseros bienes, ataron las gallinas por las patas, recogieron sus provisiones y sus utensilios. Aunque no era la primera vez que se veian forzados a emigrar a otro punto de la region, estaban desolados, porque habian vivido varios anos en ese claro de la selva, era un buen lugar, cercano a Agua Santa, a la carretera y al rio. Al dia siguiente tendrian que abandonar los conucos, porque apenas los soldados descubrieran su participacion en la fuga de los presos, la represalia seria feroz; por motivos menos graves caian como un cataclismo sobre las poblaciones indigenas, destruyendo tribus enteras y arrasando todo recuerdo de su paso por la tierra.
– Pobre gente…, ?quedan tan pocos de ellos! dije.
– Tambien tendran un lugar en la revolucion, afirmo el Comandante Rogelio.
Pero a los indios no les interesaba la revolucion ni ninguna otra cosa proveniente de esa raza execrable, ni siquiera podian repetir esa palabra tan larga. No compartian los ideales de los guerrilleros, no creian sus promesas ni entendian sus razones y si aceptaron ayudarlos en ese proyecto cuyo alcance no eran capaces de medir, fue porque los militares eran sus enemigos y eso les permitia vengar algunos de los multiples agravios padecidos a lo largo de los anos. El jefe de la tribu comprendio que aunque se mantuvieran al margen, la tropa los haria responsables, porque la aldea se hallaba muy cerca del Penal. No les darian oportunidad de explicar, de manera que si de todos modos iban a sufrir las consecuencias, mas valia que fuera por una buena causa. Colaboraria con esos barbudos silenciosos, que al menos no robaban sus alimentos ni manoseaban a sus hijas, y luego escaparia. Con varias semanas de anticipacion decidio la ruta a seguir, siempre adentrandose en el follaje, con la esperanza de que la impenetrable vegetacion detuviera el avance del Ejercito y los protegiera por un tiempo mas. Asi habia sido durante quinientos anos: persecucion y exterminio.
El Comandante Rogelio mando al Negro en el jeep a comprar un par de chivos. Por la noche nos sentamos con los indios alrededor del fuego, asamos los animales en las brasas y destapamos unas botellas de ron, reservadas para esa ultima cena.
Fue una buena despedida, a pesar de la inquietud que impregnaba el ambiente. Bebimos con moderacion, los muchachos entonaron algunas canciones y Rolf Carle provoco admiracion con unos trucos de magia y con las fotos instantaneas de su maquina, prodigioso aparato capaz de escupir al minuto las imagenes de los indios atonitos. Finalmente dos hombres se dispusieron a montar guardia y los demas nos fuimos a descansar, porque nos esperaba una faena pesada.
En la unica choza disponible, alumbrada por la lampara de querosen que parpadeaba en un rincon, los guerrilleros se acomodaron en el suelo y yo en la hamaca. Me habia imaginado que pasaria esas horas a solas con Huberto, nunca habiamos estado juntos una noche completa, sin embargo me senti satisfecha con el arreglo; la compania de los muchachos me tranquilizo y pude por fin dominar mis temores, relajarme y dormitar. Sone que hacia el amor balanceandome en un columpio. Veia mis rodillas y mis muslos entre los vuelos de encaje y tafetan de unas enaguas amarillas, subia hacia atras suspendida en el aire y veia abajo el sexo poderoso de un hombre esperandome. El columpio se detenia un instante arriba, yo levantaba la cara al cielo, que se habia vuelto purpura y luego descendia velozmente a enclavarme. Abri los ojos asustada y me encontre envuelta en una niebla caliente, escuche los sonidos turbadores del rio a lo lejos, el clamor de los pajaros nocturnos y las voces de los animales de la espesura. El tejido aspero del chinchorro me raspaba la espalda a traves de la blusa y los mosquitos me atormentaban, pero no pude moverme para espantarlos, estaba aturdida. Volvi a hundirme en un sopor pesado, empapada de transpiracion, sonando esta vez que navegaba en un bote estrecho, abrazada a un amante cuyo rostro iba cubierto por una mascara de Material Universal, que me penetraba con cada impulso de las olas, dejandome llena de magullones, tumefacta, sedienta y feliz, besos tumultuosos, presagios, el canto de aquella selva ilusoria, una muela de oro entregada en prenda de amor, un saco de granadas que estallaban sin ruido sembrando el aire de insectos fosforescentes.
Me desperte sobresaltada en la penumbra de la choza y por un momento no supe donde me hallaba ni que significaba ese estremecimiento en mi vientre. No recibi, como otras veces, el fantasma de Riad Halabi acariciandome desde el otro lado de la memoria, sino la silueta de Rolf Carle sentado en el suelo frente a mi, la espalda apoyada en la mochila, una pierna doblada y la otra extendida, los brazos cruzados sobre el pecho, observandome. No pude distinguir sus facciones, pero vi el brillo de sus ojos y de sus dientes al sonreirme.
– ?Que pasa? susurre.
– Lo mismo que a ti, replico el, tambien en voz baja para no despertar a los demas.
– Creo que yo estaba sonando…
– Yo tambien.
Salimos sigilosamente, nos dirigimos a la pequena explanada del centro de la aldea y nos sentamos junto a las brasas moribundas de la hoguera, rodeados por el murmullo incansable de la selva, alumbrados por los tenues ramalazos de luna que atravesaban el follaje. No hablamos, no nos tocamos, ni intentamos dormir. Esperamos juntos el amanecer del sabado.
Cuando comenzo a aclarar, Rolf Carle partio a buscar agua para colar cafe. Yo me puse de pie y me despabile, me dolia el cuerpo como si hubiera recibido una paliza, pero me sentia por fin apaciguada. Entonces vi que tenia los pantalones manchados con una aureola rojiza y eso me sorprendio, hacia muchos anos que no me ocurria, casi lo habia olvidado. Sonrei contenta, porque supe que no volveria a sonar con Zulema y que mi cuerpo habia superado el miedo al amor. Mientras Rolf Carle soplaba las brasas para avivar la fogata y colgaba la cafetera en un gancho, fui a la cabana, saque una blusa limpia de mi bolso, la rompi en pedazos para usarlos como toallas y me dirigi al rio. Volvi con la ropa mojada, cantando.
A las seis de la manana todo el mundo estaba preparado para comenzar ese dia definitivo en nuestras vidas. Nos despedimos de los indios y los vimos partir silenciosos, llevandose a sus ninos, sus cerdos, sus gallinas, sus perros, sus bultos, perdiendose en el follaje como una fila de sombras. Atras quedaron solo quienes iban a ayudar a los guerrilleros a cruzar el rio y los guiarian en la retirada por la selva. Rolf Carle fue de los primeros en irse con su camara al brazo y su mochila a la espalda. Los otros hombres se fueron tambien, cada uno a lo suyo.
Huberto Naranjo se despidio de mi con un beso en la boca, un beso casto y sentimental, cuidate mucho, tu tambien, anda directo a tu casa y trata de no llamar la atencion, no te preocupes, todo saldra bien, ?cuando nos veremos? tendre que ocultarme por un tiempo, no me esperes, otro beso y yo le eche los brazos al cuello y lo aprete con fuerza, restregando la cara contra su barba, con los ojos humedos porque tambien le estaba diciendo adios a la pasion compartida durante tantos anos. Subi al jeep, donde el Negro me esperaba con el motor en marcha para conducirme hacia el norte, a un pueblo distante donde tomaria el autobus rumbo a la capital. Huberto Naranjo me hizo una senal con la mano y los dos sonreimos al mismo tiempo. Mi mejor amigo, no te vaya a suceder una desgracia, te quiero mucho, murmure, segura de que el estaba balbuceando lo mismo, pensando que era bueno contar el uno con el otro y estar siempre cerca para ayudarse y protegerse, en paz porque nuestra relacion habia dado un giro y se habia acomodado por fin donde siempre debio estar, pensando que eramos dos compinches, dos hermanos entranables y ligeramente incestuosos. Cuidate mucho, tu tambien, repetimos.
Todo el dia viaje vapuleada por el vaiven del vehiculo, a saltos por un insidioso camino hecho para el uso de pesados camiones de carga y desgastado hasta su esqueleto por las lluvias, que abrian huecos en el asfalto, donde hacian sus nidos las boas. En un recodo de la ruta, la vegetacion se abrio de subito en un abanico de verdes imposibles y la luz del dia se torno blanca, para dar paso a la ilusion perfecta del Palacio de los Pobres, flotando a quince centimetros del humus que cubria el suelo. El chofer detuvo el autobus y los pasajeros nos llevamos las manos al pecho, sin atrevernos a respirar durante los breves segundos que duro el sortilegio antes de esfumarse suavemente. Desaparecio el Palacio, la selva retorno a su sitio, el dia recupero su transparencia cotidiana. El chofer puso en marcha el motor y volvimos a nuestros asientos, maravillados. Nadie hablo hasta la capital, donde llegamos muchas horas mas tarde, porque cada uno iba buscando el sentido de esa revelacion. Yo tampoco supe interpretarla, pero me parecio casi natural, porque la habia visto anos antes en la camioneta de Riad Halabi. En esa ocasion iba medio dormida y el me sacudio cuando se ilumino la noche con las luces del