Palacio, los dos nos bajamos y corrimos hacia la vision, pero las sombras la envolvieron antes que pudieramos alcanzarla. No podia apartar mi mente de lo que ocurriria a las cinco de la tarde en el Penal de Santa Maria. Sentia una insoportable opresion en las sienes y maldecia esa morbosidad mia que me atormenta con los peores presagios. Que les vaya bien, que les vaya bien, ayudalos, pedi a mi madre como siempre hacia en los momentos cruciales y comprobe una vez mas que su espiritu era impredecible, a veces surgia sin previo aviso dandome un tremendo susto, pero en ocasiones como esa en que la llamaba con urgencia, no daba senal alguna de haberme oido. El paisaje y el calor agobiante me trajo a la memoria mis diecisiete anos, cuando hice ese recorrido con una maleta de ropa nueva, la direccion de un pensionado de senoritas y el reciente descubrimiento del placer. En esas horas quise tomar el destino en mis manos y desde entonces muchas cosas me habian sucedido, tenia la impresion de haber vivido varias vidas, de haberme vuelto humo cada noche y haber renacido por las mananas. Intente dormir, pero los vaticinios de mal aguero no me dejaban en paz y ni siquiera el espejismo del Palacio de los Pobres logro quitarme el sabor de azufre que llevaba en la boca. Una vez Mimi examino mis presentimientos a la luz de las difusas instrucciones del manual del Maharishi y concluyo que no debo confiar en ellos, porque nunca anuncian algun hecho importante, solo acontecimientos de pacotilla, y en cambio cuando me sucede algo fundamental, siempre llega por sorpresa. Mimi demostro que mi rudimentaria capacidad adivinatoria es del todo inutil. Haz que salga todo bien, volvi a rogarle a mi madre.
Llegue a casa la noche del sabado con un aspecto calamitoso, sucia de transpiracion y polvo, en un coche de alquiler que me condujo desde el terminal de los buses hasta mi puerta, pasando a lo largo del parque iluminado por faroles ingleses, el Club de Campo con sus filas de palmeras, las mansiones de millonarios y embajadores, los nuevos edificios de vidrio y metal. Estaba en otro planeta, a incalculable distancia de una aldea indigena y unos jovenes de ojos afiebrados dispuestos a batirse a muerte con granadas de disparate. Al ver encendidas todas las ventanas de la casa tuve un instante de panico imaginando que la policia se me habia adelantado, pero no alcance a dar media vuelta, porque Mimi y Elvira me abrieron antes. Entre como una automata y me deje caer en un sillon deseando que todo eso sucediera en un cuento salido de mi cerebro ofuscado, que no fuera cierto que a esa misma hora Huberto Naranjo, Rolf Carle y los otros podian estar muertos. Mire la sala como si la viera por primera vez y me parecio mas acogedora que nunca, con esa mezcolanza de muebles, los improbables antepasados protegiendome desde los marcos colgados en la pared, y en un rincon el puma embalsamado con su fiereza inmutable, a pesar de tantas miserias y tan variados trastornos acumulados en su medio siglo de existencia.
– Que bueno estar aqui…me salio del alma.
– ?Que diablos paso? me pregunto Mimi despues de revisarme para comprobar si estaba en buen estado.
– No se. Yo los deje ocupados en los preparativos. La fuga debio ser alrededor de las cinco, antes que metieran a los presos en las celdas. A esa hora armarian un motin en el patio para distraer a los guardias.
– Entonces ya tendrian que haberlo anunciado por la radio o la television, pero no han dicho nada.
– Mas vale asi. Si los hubieran matado ya se sabria, pero si lograron escapar el Gobierno se quedara mudo hasta que pueda acomodar la noticia.
– Estos dias han sido terribles, Eva. No he podido trabajar, me enferme de miedo, supuse que estabas presa, muerta, mordida de culebra, comida por las piranas. ?Maldito Huberto Naranjo, no se para que nos metimos en esta locura! exclamo Mimi.
– Ay, pajarito, andas con cara de gavilan. Yo soy de antigua ley, no me gustan los desordenes, ?que tiene que andar haciendo una nina en materias de hombre, digo yo? No te di limones partidos en cruz para esto, suspiro Elvira mientras iba y venia por la casa sirviendo cafe con leche, preparando el bano y ropa limpia. Un buen remojon en agua con tilo es bueno para pasar los sustos.
– Mejor me doy una ducha, abuela…
La novedad de que habia vuelto a menstruar despues de tantos anos, fue celebrada por Mimi, pero Elvira no vio razon para alegrarse, era una inmundicia y bien bueno que ella habia pasado la edad de esas turbulencias, mejor seria que los humanos pusieran huevos como las gallinas. Extraje de mi bolso el paquete desenterrado en Agua Santa y lo deposite sobre las rodillas de mi amiga.
– ?Que es esto?
– Tu dote de matrimonio. Para que las vendas y te operes en Los Angeles y puedas casarte.
Mimi quito el envoltorio manchado de tierra y aparecio una caja roida por la humedad y el comejen. Forcejeo con la tapa y al abrirla rodaron sobre su falda las joyas de Zulema, relucientes como acabadas de limpiar, el oro mas amarillo que antes, esmeraldas, topacios, granates, perlas, amatistas, embellecidas por una nueva luz. Aquellos adornos que resultaban miserables a mis ojos cuando los asoleaba en el patio de Riad Halabi, ahora parecian el regalo de un califa en las manos de la mujer mas hermosa del mundo.
– ?Donde te robaste eso? ?No te ensene respeto y conciencia, pajarito? susurro Elvira espantada.
– No me lo robe, abuela. En medio de la selva hay una ciudad de oro puro. De oro son los adoquines de las calles, de oro las tejas de las casas, de oro los carretones del mercado
y los bancos de las plazas, y tambien son de oro los dientes de todos sus habitantes. Alli los ninos juegan con piedras de colores, como estas.
– No las vendere, Eva, voy a usarlas. La operacion es una barbaridad. Cortan todo y despues fabrican un hueco de mujer con un pedazo de tripa.
– ?Y Aravena?
– Me quiere tal cual soy.
Elvira y yo proferimos una doble exclamacion de alivio. Para mi todo ese asunto es una carniceria espantosa cuyo resultado final no puede ser sino una burlona imitacion de la naturaleza y a Elvira la idea de mutilar al arcangel le resultaba sacrilega.
El domingo muy temprano, cuando estabamos todavia dormidas, sono el timbre de la casa. Elvira se levanto refunfunando y encontro en la puerta a un tipo sin afeitarse, arrastrando una mochila, con un negro artefacto mecanico al hombro y los dientes brillando en su rostro oscuro de polvo, fatiga y sol. No reconocio a Rolf Carle. Mimi y yo aparecimos en ese instante en camison de dormir y no tuvimos que hacer preguntas, porque la sonrisa era elocuente. Venia a buscarme, decidido a esconderme hasta que se calmaran los animos, porque estaba seguro de que la fuga desencadenaria un zafarrancho de imprevisibles consecuencias. Temia que alguien del pueblo me hubiera visto y me identificara como la misma que anos atras trabajaba en La Perla de Oriente.
– ?Te dije que no debiamos meternos en vainas! se lamento Mimi, irreconocible sin su maquillaje de batalla.
Me vesti y prepare un maletin con algo de ropa. En la calle estaba el automovil de Aravena, se lo habia prestado a Rolf al amanecer, cuando fue a su casa a entregarle varios rollos de pelicula y la noticia mas alucinante de los ultimos anos. El Negro lo habia conducido hasta alli y despues se llevo el jeep con la mision de hacerlo desaparecer para que no pudieran seguir la pista de su dueno. El director de la Televisora Nacional no estaba acostumbrado a madrugar y cuando Rolf le conto de que se trataba, creyo verse atrapado en un sueno. Para despabilarse se tomo medio vaso de whisky y encendio el primer cigarro del dia, luego se sento a pensar que hacer con aquello que le habian depositado en las manos, pero el otro no le dio tiempo para meditaciones y le pidio las llaves de su coche porque su trabajo aun no habia concluido. Aravena se las entrego con las mismas palabras de Mimi, no te metas en vainas, hijo. Ya me meti, le contesto Rolf.
– ?Sabes manejar, Eva?
– Hice un curso, pero no tengo practica.
– Se me cierran los ojos. A esta hora no hay trafico, anda despacio y toma el camino de Los Altos, hacia la montana.
Algo asustada, me instale al volante de aquella nave tapizada en cuero rojo, di el contacto con dedos inseguros, puse el motor en marcha y partimos a sacudones. Antes de dos minutos mi amigo se habia dormido y no desperto hasta que lo remeci dos horas mas tarde para preguntarle que direccion debia tomar en una bifurcacion. Asi llegamos ese domingo a la Colonia.
Burgel y Rupert nos acogieron con el afecto impertinente y ruidoso que evidentemente les era propio y procedieron a preparar un bano para el sobrino, quien a pesar de la siesta en el coche, traia la expresion estragada de un sobreviviente de terremoto. Rolf Carle descansaba en un nirvana de agua caliente cuando acudieron presurosas las dos primas, llenas de curiosidad porque era la primera vez que el aparecia por la casa