se dirigian hacia la mesa de las banderas, donde las esperaban un capitan desarrapado y los enanos Visente y Torpedo Miera. Hubo amago de aplausos, un musico que volvio a tocar unas notas del himno. El capitan, bigote y ojos negros, fue breve, y en cuanto acabo su parlamento dio la mano a la Ferrallista y al Torpedo Miera y se retiro de la mesa. Le hizo una senal a alguien, mas con la mirada que con la cabeza, y se dirigio hacia la salida del jardin.
Cuando todavia estaba en el aire el sonido del coche en el que se fueron los soldados, empezo a hablar el enano Visente. Y se atrevio a hablar de Dios y de que el amor trae la paz al mundo. Que cada uno llamase al padre de ese amor, Dios, Naturaleza o como quisiera. Ansaura, el Gitano, con su flequillo mas caido que de costumbre, casi liquido, alquitran derramandosele por la frente, miraba al enano y movia los labios muchas veces.
– Tiene cojones el Visente -murmuro Montoya-. Nasen curas y se mueren curas.
– Y si el capitan Rivera no se hubiese ido, estaria diciendo lo mismo, el enano -dijo el cabo Sole Vera, mi padre-. El dia que menos se lo piense se va a encontrar echandole el responso a un peloton de fusilamiento. Con ocho balas metidas en el cuerpo.
– Seran ocho balas amorosas, mi cabo. Y se las habra mandado Dios, o la Naturalesa -aplaudia ya Montoya el final de la platica.
La musica volvio a sonar. La Ferrallista y el enano Torpedo Miera, cogidos del brazo, el a la altura del ombligo de ella, pasaban bajo la breve boveda de fusiles que le habian formado nueve o diez soldados. Al final de aquel arco en el que flotaba la amenaza de alguna bayoneta, el grupo de paisanos con aire de domingo esperaba a la desigual pareja. La Bruja de Segalerva miraba al cielo y hacia gestos para ahuyentar a los malos espiritus. Y fue entonces cuando Gustavo Sintora, al girar la cabeza, vio a Serena Vergara en un lateral del jardin, al pie de los arboles mas altos y desnudos.
Siguio Serena hablando con sus companeras un instante mas. Hacia gestos con las manos, y la sonrisa se le hizo mas abierta al despedirse de las mujeres. Cogio a Corrons del brazo y se dirigieron hacia la Ferrallista. Se perdieron entre la gente mientras Sintora y sus companeros del destacamento se aproximaban a una de las mesas donde habian colocado las botellas de vino, algo que parecia cecina y unos trozos de pan untados con una especie de manteca oscura, casi negra.
A ver si sabes de que motor es esta grasa, Doblas, le dijo Montoya al ayudante del cabo Sole Vera pasando un dedo por la manteca. Pero el otro no le contesto, masticando ya un trozo de aquel pan embadurnado de betun y mirando como el mago Perez Estrada sacaba dos palomas blancas, una con un buche gris, del vestido de la Ferrallista. Si mi caballo Ulises no estuviera vagando por el universo convertido en moleculas estelares, ahora mismo serias una diosa subida a su grupa inmaculada, decia el mago, quiza celoso de ver como el falsificador Sebastian Hidalgo, que al parecer tambien habia tenido relaciones de cama con la Ferrallista, le entregaba a la recien casada una foto en la que se la podia ver bastante mas guapa de lo que en la realidad era, acompanada de un Torpedo Miera que en la fotografia habia dejado de ser enano por obra de aquel falsificador que ademas de borrarle las arrugas de la cara y de ponerle al enano un cuerpo mas alto, habia incluido en la foto un canon antiguo y panzudo en referencia a la antigua profesion del Torpedo Miera, que, segun el decia y nadie certificaba, antes de trapecista habia sido el mejor hombre bala de los circos italianos. El enano Angulo, despenado en medio de una borrachera desde lo alto de una iglesia al llegar Sintora al destacamento, siempre habia asegurado que el sobrenombre de Torpedo se lo habian puesto a Miera por lo mal que se desenvolvia en los trapecios y no porque se hubiera metido nunca en las tripas de ningun canon, y que de Italia solo conocia el puerto de Genova, cuando lo habian atrapado de polizon en un barco y lo habian devuelto a Valencia o a Cartagena, adonde ya llego diciendo mucho Ciao y palabras que acababan en ini.
Por primera vez, Sintora vio como Ansaura, el Gitano, abria la boca en una sonrisa y ensenaba unos dientes parejos y muy blancos que hacian contraste con la negrura de su mirada y de su piel. Se reia escuchando a Paco Textil, que hacia muecas y hablaba algo que Sintora no llegaba a oir. Montoya escuchaba con una sonrisa triste a Sebastian Hidalgo, que lo miraba todo sonriente, con una cara de nino que parecia haber contagiado a su amigo Montoya, rejuvenecido por aquel aire de ensonacion que tenia y por la luz limpia de la tarde.
Arrimaron una mesa a la que habia servido para la ceremonia. Se reunieron alrededor de ella los musicos que estaban tocando y el cantante Arturo Reyes, con su esmoquin mal lavado, se subio al improvisado escenario. Despues de dedicarle unas palabras empalagosas a los recien casados, empezo a cantar, con su cara de calavera. Bailaban algunos de los endomingados. El teniente Villegas lo hacia con Salome Quesada, dando el oficial unos pasos largos y elegantes, como si el pasodoble del famelico Reyes fuese un vals. Torpedo Miera, subido a hombros del enano Visente, bailaba con la Ferrallista, que con una mano agarraba la espalda de su marido y con la otra hundia la cabeza del enano Visente contra su pubis de falso raso, dando la impresion de que estaba bailando con un hombre partido en dos.
– Ese Visente es igual que todos los curas, mira como mete los hosicos donde otros congeneres tanto hemos gosado, Hidalgo -dijo Montoya, apenas sin salir de su mutismo.
– Nosotros y medio Madrid, Montoya.
– Aparte de casi toda la cornisa cantabrica. Es mas puta, con perdon, que Teruel, cada dia en manos de un ejercito distinto -tercio el Textil, que se reunia con el grupo acompanado por Ansaura justo cuando el teniente Villegas, con una mirada de orgullo, entregaba al cabo Sole Vera a la cantante Salome como pareja de baile.
– Por mucho que se empene el teniente en que bailen, nunca van a llevar el mismo compas su amigo y la cupletista -afirmo severo el Textil-. Le agarra la mano como si ella la llevase llena de mierda.
– Escatologia severa la tuya, Paquito -apunto Montoya, mirado de reojo por el Textil.
Caia la tarde y desde la Casona la luz de una ventana se derramaba amarilla sobre la fachada del edificio. Se arremolinaban por la escalinata y sus alrededores los artistas, el mago, el ventrilocuo Domiciano del Postigo y Ballesteros con su frente vendada. La Dinamitera se abrazaba con un soldado al lado de un seto desgrenado, huerfano de poda. Serena Vergara, despojada de su abrigo, bailaba risuena con una companera del taller. Corrons bebia, hablaba con un soldado.
Ceso la musica, y la Ferrallista, tambaleandose, sirviendose de una silla, se subio a gatas a la mesa que acababa de abandonar Arturo Reyes. Estaba borracha, tenia el maquillaje revuelto, con los ojos rodeados mas de tizne que de pintura, y al ponerse de pie se vio que llevaba el vestido desgarrado, abierto en dos desde la rodilla. Los pechos, palidos como pequenas lunas que se asomaban a la caida de la noche, tampoco soportaban ya la disciplina del escote y se le estremecian, fuera casi por completo del vestido. Con una voz gangosa, parecida a la que el ventrilocuo Domiciano empleaba para hacer hablar a sus monigotes, anuncio que iba a cantar, y que la cancion iba a estar dedicada al soldado Montoya, a quien no guardaba rencor.
Aunque los musicos emprendieron la melodia que la Ferrallista les habia pedido y las notas eran alegres, el sonido de aquella musica lleno el jardin de una tristeza subita y profunda