Sintora fue a casa de Corrons. A casa de Serena Vergara, y conocio a su hija, que se llamaba Luz. Todos los hombres del destacamento, salvo el teniente Villegas, habian salido con dos camiones para llevar por varios pueblos a un grupo de toreros. El novillero Ballesteros, todavia con el vendaje en la frente, y su cuadrilla hacian el paseillo con el puno en alto. Enrique Montoya decia que aquel era uno de los trabajos mas repugnantes que habia hecho en su vida, transportar toreros, y que cuando viviera en Fransia con sus vinedos y su mujer de ojos asules aquello le pareseria una pesadilla, no la guerra, sino los toreros, sus trajes, sus piruetas y su mania de descuartisar animales vivos. Y todavia en el camino de vuelta iba diciendo Montoya que sentia arcadas y ganas de vomitar viajando con tanto matarife y que nada mas que queria llegar a la Casona para meterse en agua y quitarse de ensima el olor que los otros traian.
Pero al llegar a la Casona los hombres del destacamento se encontraron con algo extrano. Habia caido la noche y los faros de los camiones alumbraron en el jardin a Paco Textil. Dejo que los toreros bajaran de los camiones y se fueran dispersando y despues, cuando el cabo Sole Vera, Ansaura, Doblas, Montoya y Sintora se quedaron con el, les dijo que habian surgido problemas en la casa del Marques. La novicia Beatriz, la joven de ojos negros y pelo al rape, se habia fugado, habia desaparecido a pesar de la vigilancia de los hombres de Corrons. Ni el Marques ni los otros rehenes habian visto nada ni nunca la habian oido hablar de fugas, pero ella se habia evaporado.
Se miraron los hombres del destacamento. El Textil observaba al cabo, y el cabo Sole Vera dijo que quiza no se habia fugado, que quiza habia ocurrido otra cosa.
– Entonces es que Corrons nos quiere robar nuestra parte. La ha entregado, a la nina, y nos va a robar lo nuestro -Ansaura bizqueaba la oscuridad de sus ojos, se le atravesaba la mirada-. Cabo, Corrons nos esta enganando.
– El Sordomudo, Asdrubal y todos esos estan raros -intervino el Textil-, pero Corrons no nos va a enganar, es leal, a su manera.
– Cabo, miralo, nos esta robando -los ojos se le hacian mas negros a Ansaura, el Gitano- lo nuestro.
– A lo mejor nos estamos preocupando sin ningun motivo -al Textil parecia que la cicatriz le hubiera crecido y le tirase de la boca hacia abajo-. Lo malo seria que la nina estuviera suelta por ahi sabiendo todo lo nuestro.
Volvieron a mirarse todos en silencio.
– Donde esta Corrons -le pregunto el cabo al Textil.
– Me parece que ha ido a Valencia a un asunto del partido -estaba diciendo Paco Textil cuando en la escalinata asomo la figura del teniente Villegas.
– Esta puta tierra me va a poner la mortaja, lo estoy viendo. No me mires asi, Doblas, es la verdad -decia Enrique Montoya mientras el cabo Sole Vera volvia a aparecer en la escalinata. Traia algo bajo el brazo, y todavia, antes de que mi padre hablara, anadio Montoya-: Que voy a haser, si hay dolor que solo sea lluvia, lo dijo un poeta.
– Lo que traigo aqui -dijo el cabo moviendo el paquete liado en papel- es un vestido de la novia del teniente, algo de mucho lujo por lo visto, que quiere que se le entregue en mano a Serena Vergara para que ella, y no ninguna otra trabajadora de ese taller de costura donde nada mas que se hacen harapos de poca elegancia, le arregle los bordados y las lentejuelas y la madre que la pario. Y digo que para que vamos a esperar a darselo a Serena manana si ahora se lo podemos llevar a su casa y ver que se sabe de Corrons en su propia casa. -Miro el cabo a Gustavo Sintora y volvio a sopesar el traje bajo su brazo-. A lo mejor tu puedes averiguar mas que otro.
– Asi acabas de entrar en la sosiedad del crimen -suspiro Montoya. Se le notaba el asco.
Enrique Montoya, sin que nadie le dijera nada, se unio a Ansaura y a Sintora cuando iban a subir al camion. Nesesito un paseo, fue lo unico que dijo. Ansaura, el Gitano, conducia deprisa, todavia bizqueando. Viajaron callados hasta llegar a una calle con edificios de tres o cuatro plantas frente a los que se extendia la tapia larga y gris por detras de la que se iban y llegaban los trenes a Madrid. Detuvo el camion Ansaura y miro a Sintora, el alquitran de los ojos brillandole. Montoya se metio la mano en la guerrera y saco de su interior un arma.
– La pistola del cabo -le dijo a Sintora, ofreciendosela-. Por lo que pueda pasar. Este es el seguro -le senalo una palanca negra.
Sintora dejo el paquete en sus rodillas. Cogio el arma. Se la metio en la parte trasera del pantalon. Ansaura, el Gitano, seguia mirandolo, volvia a bizquear. No te vayas a dar un tiro en el culo, le dijo Montoya antes de que se bajara del camion. Cruzo la acera y entro en un portal oscuro y con olor a humedad.
Llamo Sintora a la puerta de la planta baja que le habia indicado Montoya. No oyo nada, luego pasos, los pasos de Serena, y despues su voz que preguntaba quien era. Soy Gustavo Sintora, del destacamento, vengo a traer un vestido para Serena Vergara, dijo el, con una entonacion neutra, pensando mas en Corrons que en Serena. Hubo un instante de silencio, luego el crujido de la cerradura. Y aparecio Serena Vergara, unas arrugas en la frente y una mirada alrededor, antes de preguntarle a Sintora que estaba haciendo el alli.
– Para traer un vestido de Salome Quesada.
– ?Que estas haciendo tu aqui? -repitio Serena-. Eres. ?Te has vuelto loco?
– El teniente me ha dado un vestido, dice que Salome Quesada ya ha hablado contigo.
– ?Y no me lo podiais haber dado manana, el vestido? Estas loco.
– Me han dicho que es urgente, que la cantante tiene prisa.
Serena Vergara cogio de un brazo a Sintora, tiro de el hacia el interior de la casa y cerro la puerta. El paquete con el vestido cayo al suelo, se agacho ella a recogerlo y sin decir nada se adentro en la casa.
Serena Vergara acariciaba con sus dedos el papel del paquete, abierto por la caida y a traves de el podia verse una tela que no se sabia si era azul o verde, brillante y con lentejuelas del mismo color. Miro Serena a la nina, le sonrio y le dijo, Dile como te llamas, Luz, y cuantos anos tienes, el se llama Gustavo. La nina devolvio la sonrisa de la madre a Sintora, hizo un gesto vago con la mano que no se sabia si indicaba cuatro, tres o cinco y se cubrio la cara con un babero de rayas.