chaqueton de cuero que ni siquiera en los dias mas duros del verano se quitaba-. Y le digo, sargento Vera, le digo que antes de morirme voy a ir a la Basilica de Padua, y que no voy a consentir que esta gente que nos custodia me mate sin cumplir la ilusion de mi mulata. A mi no me dan miedo Corrons, Asdrubal y el otro, ni ellos ni ese que le dicen el Textil.

EL TEXTIL VOLO AL CIELO

Lo tiene titulado asi en su cuaderno Sintora, con letra grande y todo en mayusculas: EL TEXTIL VOLO AL CIELO. Es la unica vez que pone un titulo entre todas las paginas que dejo escritas, y bajo el titulo cuenta Gustavo Sintora que al fin llego un dia en el que Paco Textil pudo acompanar al destacamento en una de sus salidas con los artistas, por mas que ya en esa epoca aquel tipo de viajes escaseara. Ya desde la noche anterior estuvo celebrandolo en la cantina de la Casona, con tanto entusiasmo, que la gente del destacamento y los artistas que esos dos dias iban a viajar con ellos parecieron recuperar el optimismo de otro tiempo hasta el punto de que Ansaura, el Gitano, llego a reirse y el faquir Ramirez quiso tragarse, por voluntad propia y sin que nadie le pagara, la hojalata con la que estaban hechas las estrellas que el capitan Villegas llevaba en su gorra de plato.

Por la manana llego el Textil muy temprano a la Casona, sin darle tiempo al sol para que acabase de salir y grunendo con su coche en la grava que rodeaba el edificio. Cuando los soldados del destacamento salieron al jardin ya estaba el cansado de fumar y de darse paseos bajo los arboles, con los ojos brillantes y diciendo, ?Donde andas?

La leche que mamaste, venga, vamos a cargar los camiones. Y silbando y entre coplas que parecia llevar enredadas entre los labios, se dedico a la carga de instrumentos y vestuario con tanta energia que cuando Salome Quesada, Arturo Reyes, el faquir Ramirez y los musicos llegaron a los camiones, el Textil estaba en la cantina apurando su cuarta o quinta copa de anis y ya cantando abiertamente, ante la presencia imperturbable del novillero Ballesteros, todavia la cabeza con la venda, unos quejidos que parecian flamenco.

Acompanando a Enrique Montoya y a Sintora, que eran quienes habian ido a buscarlo a la cantina, el Textil, con su gorra de vaina echada para atras, casi derramandosele por la coronilla, dejo de cantar para entregarse a un tumulto de recuerdos, como dicen que sucede cuando uno esta a punto de morirse:

– Estoy destartalado, tanto rato esperando, ahi con el torero ese que nada mas que estaba mirandome, Montoya, tu, Sintora, como me miraba mi padre en Ronda cuando yo salia del colegio y el estaba con los pies metidos en la nieve. Mi padre, que era militar y nunca tenia frio. Yo tenia el frio de mi padre y el mio cuando lo veia. Nada mas que mi novia Olguita, en Barcelona, me pudo quitar ese frio. Estoy viendo sus ojos ahora, Montoya, los de mi padre digo, y los de mi madre, y sintiendo como los dedos de Olga me tocaban la nuca, y es como si la oliera.

– Pues desenganate, Textil. Nada mas que hueles a aguardiente.

– Huelo a Olguita, y el olor que traen las mananas de verano cuando uno es un nino, y el humo que tenian los cabarets de Barcelona, el maquillaje aquel que se ponian las bailarinas y el sudor que le salia a cada una. Un dia te voy a contar, Sintora, mi vida en Barcelona, os voy a ensenar Barcelona a los dos, vais a saber quien es el Textil.

– Barselona y lo que a tu antojo le cuadre, Paquito, pero antes vamos a ver si acabamos la mierda belica - decia Montoya, ya en el jardin de la Casona.

Y era verdad que el verano olia al verano de la infancia, al primer verano que uno reconoce, cuando ha descubierto que el tiempo y la vida existen y que uno es carne de tiempo, vida, verano que pasa, siega, campo de trigo el cuerpo y la piel, cielo en las pupilas y el verde de los arboles como una frontera que nos protege de la intemperie en la que vamos a vivir.

Al ver el estado en el que se encontraba Paco Textil y la alegria con que se manejaba, no quisieron la cantante Salome Quesada y su acompanante Arturo Reyes viajar en su coche y prefirieron la incomodidad de los camiones al riesgo de una conduccion poco fiable. La tropa es una borracha, dicen que murmuro la cantante frunciendo la negrura de sus cejas. Salieron de la Casona y de Madrid los tres vehiculos en convoy, primero el coche de morro largo, negro y con las letras UHP pintadas a brochazos blancos, y luego los camiones del sargento Sole Vera y de Ansaura, el Gitano.

Atravesaron prados yermos y despues la ribera de un rio que tenia una escolta de arboles muy palidos. Gustavo Sintora iba en la cabina del primer camion, al lado del sargento Sole Vera y de su ayudante Doblas, que, como la primera vez que viajo con ellos, lo apretaba con su respiracion contra la puerta, solo que ahora el soldado de las gafas tenia la distraccion de Paco Textil, que iba delante de ellos con su coche negro, tocando el claxon y agitando en un saludo alegre su mano por la ventanilla. Sonaba cascada la bocina del Textil, y con aquel juego suyo de escalas musicales arrancaba una sonrisa de la boca del sargento y de la caja del camion, donde viajaban un par de musicos y los cantantes Salome Quesada y Arturo Reyes, un canto que llegaba atenuado a la cabina y cuya melodia, mas que lejana, sonaba como si la estuvieran cantando en otro tiempo.

Era una melodia mas recordada que oida. Y asi, del mismo modo, tenue y lejano, cuando remontaban la suave pendiente que llevaba la carretera hacia una pequena loma, aparecio en los oidos de los viajeros un silbido y un eco ronco. El eco parecia crecer de entre aquellos prados y cerros, al lado de la hierba amarilla o entre la verdura aterciopelada de los arbustos que se perdian por la ribera de un nuevo arroyo. Y de pronto se separaron el eco y el silbido, cada uno viajo en una direccion distinta, el eco empezo a alejarse y el silbido se hizo intenso, se confundio con el claxon del Textil que sacaba otra vez la mano por la ventanilla, saludando, silencio la melodia de los cantantes, hirio los oidos y se hizo un cuchillo, rapido, feroz en los timpanos. Un alarido. Freno el camion, grito el sargento Sole Vera y ya la mano del Textil no estaba, no estaba su coche, ya no estaba la carretera ni el claxon ni los campos de trigo, solo una cegadora y violenta nube de humo. Un resplandor, una luminaria y mucho despues un estruendo que estallo cuando el coche de Paco Textil ya volaba desintegrado, faros, ruedas, hierros y polvo de cristales, por encima de los arboles, y empezaba a bajar de nuevo al suelo, convertido en una lluvia de chatarra, tuercas y muelles que caian sobre el trigal amarillo como un chaparron disperso y ruidoso.

La leche que mamo, dijo Doblas, que se quedo sin respirar, mas morado que de costumbre y con los ojos muy abiertos, viendo como todavia caian sobre los cristales y el morro del camion trozos del coche de Paco Textil y, probablemente, del propio Paco Textil. La leche que mamo, repitio cuando ya del chubasco de hierro solo quedaba una niebla negra y el eco ronco que antes habian escuchado renacia de nuevo, ya claro y rotundo, pasando por encima de sus cabezas convertido en la mancha alargada y gris de un aeroplano que se perdia hacia las montanas con un petardeo tartamudo y metalico.

Se quedaron los hombres inmoviles en sus asientos, mirando al frente, con la nube de polvo ya disuelta y el coche del Textil repartido en calderilla por el campo, la carretera humeante y con una tronera negra y profunda en el medio. Solo cuando ya habian pasado uno, quiza dos minutos, vieron Sintora, Doblas y el sargento Sole Vera a Ansaura, el Gitano, avanzar a pie, muy despacio, hacia el lugar por el que se habian esparcido los restos del automovil. La leche que mamo, volvio a decir Doblas. Lo miro el sargento con la vista perdida y, sacando, no se sabia para que, su pistola de la cintura, se bajo muy lento del camion. Le siguieron Sintora y Doblas, a los que, ya delante de los camiones, se les unieron Enrique Montoya, el faquir Ramirez y un par de musicos. El cantante Arturo Reyes tenia la cabeza asomada por el toldo del camion y dentro se escuchaba, como antes la melodia, el llanto lejano, remoto, de Salome Quesada.

Habia mucho silencio, mucha paz. Se oia como la brisa soplaba en nuestras orejas, y tambien el ruido de los pies aplastando la hierba seca. Algunos trozos de coche crujian por su cuenta y desprendian un vapor que parecia vaho humano. Habia un olor a grasa quemada, a guiso de carne adobado con romero. Andabamos como sonambulos y el sargento llevaba su pistola apuntando al frente, temiendo que de entre aquel desguace se levantara no se sabia que fantasma.

Enrique Montoya avanzaba tocando la chatarra con la punta de su fusil. Doblas miraba muy despacio los restos y con el pie levantaba algun trozo de chapa, una puerta, que era la pieza mas grande que habia quedado del coche, un pedazo de rueda. Gustavo Sintora se ajustaba las gafas, y por ninguna parte veia nada que no fuera hierro y metales retorcidos. Anduvieron unos minutos rastreando el campo, levantando matojos y pedazos de coche, siempre en silencio, hasta que Montoya logro hablar.

El Textil no esta, dijo Montoya, y de pronto todos tuvimos conciencia, verdadera conciencia, de que nuestro amigo Paco Textil viajaba en aquel coche. Porque hasta ese momento todo nos habia parecido un truco, un juego de magia como los que hacia el mago Perez Estrada, algo que nada tenia que ver ni con la realidad ni con la muerte.

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