de lagrimas y rojos, como si en vez de unos segundos llevase horas llorando. Montoya, mi Montoya, gritaba. Se volvio hacia la escalinata la gente que habia alrededor de los camiones. Tambien Enrique Montoya, y al verlo, la Ferrallista dio un grito, una carcajada o un alarido, y bajo los peldanos a la carrera y fue a abrazarse a Montoya a la vez que decia, Sabia que no eras tu, sabia que no eras tu, Montoya, han dicho que habia muerto un soldado del destacamento, que eras tu, lo estaban diciendo en la cantina y yo sabia que no eras tu. Y la Ferrallista le besaba a Montoya la cara y los labios y sus propias lagrimas, que quedaban derramadas por la barbilla del soldado, que tambien la habia abrazado y, besandole la frente, intentaba calmarla mientras que desde lo alto de la escalinata el enano Torpedo Miera los miraba con su cara de nino agriada y, de uno de los camiones, Doblas y el novillero Ballesteros, arrimado al tumulto, bajaban el cadaver, o lo que fuera, de Paco Textil envuelto en la lona.

El sargento Sole Vera, Ansaura, el Gitano, y Sintora abrieron paso entre la gente, que cada vez iba siendo mas numerosa, y se dirigieron, seguidos por Doblas, Ballesteros y la lona hacia el interior del edificio. Y ya desde lo alto de la escalinata, cuando estaba a punto de entrar, Sintora se giro para mirar atras, y entre el tumulto distinguio a Serena Vergara, que al verlo dejaba de andar y, con las manos metidas en los bolsillos de un vestido amarillento, casi ocre, se quedaba mirandolo, los ojos con lagrimas y el temblor del llanto sacudiendole los hombros en un espasmo dulce que tambien le estremecia los pechos y el vientre.

Y yo tuve que vencer todas las resistencias para no bajar la escalinata, acercarme a ella y abrazarla, viendola alli, con el calor de las lagrimas empapandole, enrojeciendole los labios. Llorando por mi. Llorando al verme vivo y acariciandome como nunca me habian acariciado, con la mirada, tierna, dulce. Pero gire muy despacio la cabeza, me senti crecer y di un paso al frente. Entre en la Casona, al lado del sargento Sole Vera y de Ansaura, el Gitano, y me senti fuerte, senti que en ese momento de verdad acababa mi juventud, mi infancia, mi debilidad, y me convertia en hombre. Entre en el edificio con el miedo vencido, sabiendome capaz de soportar todo aquello que el destino y los dias fuesen a traernos. Yo estaria alli, fuerte, decidido, dispuesto al combate. Esperandolo.

La noche fue larga, y los hombres del destacamento la pasaron en la cantina, rodeando la caja de madera en la que a media noche habian vertido los restos del Textil y del coche del Textil en presencia del enano Visente, que, con cara de preocupacion, bendijo el alino de carne y chatarra y le dio la extremauncion a aquello que todos habian convenido en tratar como al cadaver de Paco Textil. Cubrieron la pobreza de la caja con una bandera, y, a la salud del muerto, sus companeros no dejaron en toda la noche de beber el vino negro de la cantina y unas botellas que decian eran de conac aunque en realidad tuvieran sabor a desinfectante.

Antes de colocar la bandera y hacer el trasvase de restos llego el capitan Villegas, ataviado ya con una impecable corbata negra y su uniforme recien planchado. Miro a sus hombres, uno por uno a los ojos, sondeandoles el animo, y luego se sento con ellos, dispuesto a beber todo lo que hiciera falta. Han empezado a matarnos, dicen que le dijo al sargento Sole Vera en mitad de la madrugada, y luego se sonrio, el bigote haciendo una especie de flexion dulce, delicada. Ya casi al amanecer llegaron al velatorio Corrons y uno de sus companeros, quiza el Sordomudo, quiza Asdrubal, tapada la cicatriz por un pasamontanas enrollado al cuello, cubriendole media cara. Corrons traia el pelo humedo, los ojos reblandecidos por la falta de sueno y la sangre de los parpados inferiores de color rosa aguado. El Sordomudo, o Asdrubal, no hablo, solo miraba la caja del Textil y se limpiaba la boca con el dorso de la mano a cada instante.

Y ya al borde de la manana, cuando los hombres del destacamento, el faquir Ramirez y el novillero Ballesteros, que tenia la venda de la cabeza torcida, eran puras tinajas de alcohol, empezo a llenarse la cantina de gente. Llegaron el brigada Garriga y unos cuantos soldados de la compania del Textil, Rosita la Dinamitera con sus bombas y la Ferrallista, ya mas calmada, mirando solo de reojo a Montoya y acompanada de su marido, el enano Torpedo Miera, que a esa hora del dia tenia un color verde claro en la cara. Tambien aparecieron unos cuantos musicos, Martinez y el Lobo Feroz con ellos, y cuando ya estaban a punto de sacar el ataud al jardin, llegaron el mago Perez Estrada, el ventrilocuo Domiciano del Postigo y el enano Visente, que, vestido completamente de negro y con las manos unidas en actitud de rezo, se puso al frente del cortejo, el andar zambo, la imagen del Sagrado Corazon en medio del pecho y la prominencia de la frente mas abultada que nunca.

Montoya, el capitan Villegas, Doblas, Ansaura, el sargento Sole Vera y Sintora cargaron sobre sus hombros el cajon con la bandera, que con los pasos y la bebida iba sonando con un ir y venir de metales arrastrandose por la madera. Al bajar la escalinata hubo un momento en que el ataud estuvo a punto de caer al suelo, pero al final de los escalones la procesion recobro su normalidad, festejada de modo solemne por el mago Perez Estrada que echo a volar una paloma a la par que los hombres del destacamento depositaban la caja entre dos mulos que tenian las cabezas adornadas con unos penachos negros y estaban unidos entre si por un correaje sobre el que desde la Casona hasta el cercano cementerio viajaron los restos del Textil.

Ante un boquete excavado en la tierra, bajo el primer sol de la manana, se reunio el cortejo. Hubo unas palabras, rematadas en latin, del enano Visente, y luego una especie de alegoria que el ventrilocuo Domiciano del Postigo recito mientras Ansaura, el Gitano, vomitaba arrodillado bajo la sombra de un arbol que, anticipado al ya inminente otono, empezaba a amarillear sus hojas.

Un hombre que ha sido ejemplo del sacrificio, muerto por la aviacion enemiga, enemiga del pueblo, enemiga de la humanidad, iba diciendo Domiciano mientras los hombres del destacamento intentaban mantenerse firmes al lado del brigada Garriga y los companeros del Textil, sucios por el combate y con el hollin de la polvora incrustado en la piel y la mirada. No hay libertad sin sacrificio ni sacrificio baldio, siempre el sacrificio germina. Hoy, ayer, ha muerto un hombre y el brazo de la libertad se ha robustecido con esa muerte. La historia es nuestra, iba diciendo el ventrilocuo con la voz hueca.

La leche que mamo el Domisiano, decia Montoya, los pies separados para mantener un equilibrio que la brisa de la manana hacia inestable y lo obligaba de vez en cuando a mover rapidamente uno de sus apoyos. La leche que mamo, no va a parar nunca de hablar, murmuraba Montoya. Y mirando a Ansaura, el Gitano, todavia arrodillado ante el arbol, decia:

– Ese esta pudriendo el arbol con su vomito. Mira las hojas como se le caen y se le ponen amarillas al arbol, parese que lo esta regando de veneno. A saber lo que tienen los gitanos en las tripas.

Doblas contraia la cara de un modo que no se sabia si estaba al borde de la carcajada o del llanto, casi lo mismo que el faquir Ramirez, que llevaba el bigote puesto y tenia la cara todavia mas triste de lo ordinario, la nariz mas larga en la cara afilada, y que finalmente se decidio por la risa, una risa que mas que risa era un hipo, una convulsion que le sacudia el cuerpo y que levantaba un rumor de metales, ocasionado por los botones metalicos de la guerrera que se habia puesto para pasar el frescor de la noche por mas que Montoya afirmase que era el ruido de los hierros y tornillos que el faquir llevaba tragados a lo largo de toda su vida.

– Seguro que los tiene ahi, atorados en la barriga. Sin cagarlos -decia Montoya mientras el ventrilocuo Domiciano acababa su discurso y los companeros de unidad del Textil levantaban sin esfuerzo el ataud medio vacio y lo colocaban sobre unas cuerdas.

– Adios, Textil, Textil, Paco Textil -decia por lo bajo Ansaura, el Gitano, que ya llegaba del arbol, con los ojos enrojecidos, no se sabia si por el llanto o el esfuerzo del vomito.

Textil, Paco Textil, Textil fue murmurando, cada vez en voz mas baja, el tren de la voz alejandose boca adentro, mientras los hombres bajaban la caja con aquel ruido, ya familiar, de metales chocando entre si, deslizandose por la madera. De entre las ramas de los arboles parecio venir el rumor de una brisa, la melodia del viento. Era la trompeta del musico Martinez, colocado detras de todos los asistentes e iniciando un toque triste que suspendia el tiempo y pasaba entre los soldados en un zigzag suave, casi tangible y luego ascendia, se elevaba por encima de las cabezas de quienes alli estaban y por encima de las ramas y las copas de los arboles camino de unas nubes ligeras, blancas, como un dia antes habia ascendido aquel avion diminuto y tembloroso camino de la nada despues de soltar una bomba unica y solitaria que se llevo al Textil por los cielos.

Y asi, paralizados en el tiempo, los recuerdo a todos como si estuvieran en una fotografia, tatuada en la retina de mi memoria, una fotografia sin colores, con los colores desvaidos. El amarillo del primer arbol saliendo del arbol y extendiendose por encima de las figuras, palideciendo el verdor de los otros arboles, el rojo de las estrellas que algunos hombres llevaban en el uniforme. El capitan Villegas de perfil y delgado, envejecido por la noche y el alcohol, palido y en la actitud de una estatua que desafiara la eternidad. Siempre vivira el capitan Villegas, desmenuzado en mi desmenuzado cerebro cuando mi carne y mis celulas sean polvo, limo. En la medula de ese polvo de estrellas, navegando por el tiempo hacia el infinito, ira grabada la imagen del capitan, su mirada verde empanada por un velo acuoso, la nariz recta y la luz de la manana bajando por su mejilla y dorandole la cordillera leve del bigote. Viajaran en el tiempo, mas alla de estas palabras que ahora escribo a la luz pobre de un quinque, Doblas, su guerrera abierta, la cara contraida por el alcohol, los ojos

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