– Pobresito, Textil, no esta. No ha quedado nada, ni un sapato, ni una tripa.

– Es como si se lo hubiera llevado el aparato -dijo Sintora-. Ha volado tan alto que a lo mejor se ha ido enganchado entre las helices o las alas del aeroplano.

– ?Hija de puta de la aviacion! -grito el sargento, mirando al cielo, como si se acabara de enterar de lo que habia sucedido hacia ya casi veinte minutos. Agitaba la pistola al aire, apuntaba al cielo y volvia a gritar-: ?Me cago en ella, me cago en la aviacion entera y en la madre que pario a los aviadores! ?Hija de puta!

Y se puso a disparar contra el cielo el sargento, mientras Montoya arrojaba el fusil al suelo y se tapaba con las dos manos los oidos, murmurando cada vez en voz mas alta, Ya esta bien, ya esta bien de bala y de bomba por hoy, ya esta bien, cono, no me subleven, ya esta bien, y Doblas, mas por calmar al sargento que por interes en el propio muerto, gritaba, morado:

– ?Textiiil! ?Paco Textiiiiil! ?Coooono, Textiiil!

Pero una vez vaciado el cargador, al sargento Sole Vera le vino la calma. Se quedo con la pistola colgando de la mano, exhausto, como si el arma pesara una tonelada y el apenas pudiera sostenerla. Solo movia los labios y no decia nada. A Doblas se le paso la congestion y tambien dejo de gritar.

– Yo me creo que el Textil se ha convertido en chatarra. Queria tanto a su coche que se ha fundido con el - dijo con voz suave Ansaura, el Citano-. Mi amigo, Textil -y tenia los ojos brillantes, mas negros que nunca, Ansaura, que, declinando todavia mas la voz, empezo a murmurar-: Textil, Textil, Paco, Paco Textil.

Y como Ansaura, repitiendo aquel nombre del mismo modo que llevaba repitiendo no se sabia cuantos meses el de su mujer, siguio avanzando por el campo, los hombres del destacamento, los dos musicos y el faquir Ramirez, empezaron a andar tras el, rebuscando entre los rastrojos, hasta que pasado un rato, senalando con su fusil un arbusto grande, casi un arbol con frutos pequenos y rojos, grito Enrique Montoya:

– Aqui esta. Aqui hay un troso de Textil.

Se acercaron los demas hombres y, colgada de una de las ramas del arbusto, por encima de sus cabezas, vieron un trozo de materia extrana y tiznada de negro que a la mayor parte del grupo le parecio el caucho deformado de una rueda pero que al caer al suelo empujada por el fusil de Montoya y ser mostrada una zona de color entre rojizo y morado, hizo pensar, sobre todo cuando Montoya hurgo con el fusil y aparecieron unas gotas de liquido, que se trataba de un trozo de pierna de Paco Textil.

– Es el muslo derecho -dijo Montoya, y todos hicieron gestos con la cabeza, unos tragando saliva, otros afirmando muy despacio y el sargento diciendo que no a la vez que volvia a cagarse en la aviacion.

Siguieron buscando todavia, aunque al rato, hartos de lo infructuoso de la busqueda, Doblas ya estaba entretenido examinando el bloque del motor del coche, que se habia partido en dos y que el miraba ideando la forma en que podia ser recompuesto, desmontando piezas con el destornillador que siempre llevaba encima y ordenandolas sobre la hierba seca a la vez que el faquir Ramirez se entretenia removiendo metales y sopesando su calidad.

– Miralo, al faquir. Esta en su mundo, seguro que le dan ganas de comerselos, los hierros esos -le comento Sintora a Montoya.

– Seria antropofagia -contesto Montoya con mucha seriedad-. Es un faquir, no un canibal. Me parese a mi.

Y fue en ese momento cuando Sintora, ajustandose las gafas, al lado de una piedra, vio algo semejante a unos dedos, unos cartilagos de goma blanca pegados a lo que parecia un trozo de mano.

– Aqui hay mas Textil -murmuro Sintora, dando un paso atras y mirando a su espalda, al suelo, por temor a pisar algun resto mas que ya, despues de casi un par de horas de busqueda, los hombres no llegaron a encontrar.

Y asi, sin estar muy seguros de que los minimos despojos hallados pertenecieran a la anatomia de Paco Textil, dieron por cerrada la busqueda. Sacaron una guitarra y un trombon de sus respectivas fundas, pero, cuando ya los estaban bajando del camion de la Doce, al sargento no le parecio serio meter los restos de un soldado en unos estuches musicales, asi que ordeno guardarlos y traer una lona. La extendieron en el suelo, al lado del supuesto muslo del Textil, y sobre ella colocaron el trozo de caucho chamuscado o de carne humana. Tambien pusieron alli, llevada con dos palos por Sintora, la goma blanca de los dedos. Se quedaron los soldados mirando aquella insignificancia en medio de la lona.

– ?Ya esta? -pregunto Enrique Montoya.

El sargento se encogio de hombros, miro a sus soldados, la lona y los restos de automovil que por alli habia esparcidos y dijo, No se, a lo mejor podriamos poner un trozo de coche, por hacerle compania.

– A el le habria gustado, sargento -dijo con su mirada negra Ansaura, el Gitano-. Le habria dado sentimiento.

El sargento se quedo mirando muy serio a Ansaura, el Gitano, luego volvio a poner la vista en la pierna de Paco Textil, como si la interrogara en silencio, y, muy despacio, se dio la vuelta y avanzo unos pasos mirando al suelo. Se quedo parado ante una pieza del coche, un trozo del morro, con la letra H casi entera. Giro la cabeza para volver a mirar a sus hombres, reunidos alrededor de la lona, y se agacho a recoger el trozo de metal, que todavia estaba caliente. Lo acosto con mucho cuidado al lado de la pierna y los dedos. Montoya recogio el medio huevo negro, sin cristales, de un faro que tenia junto a uno de sus pies y lo coloco tambien dentro de la lona.

– Metele un piston, y un trozo de biela. Es lo que tiene mas empaque en un coche -le dijo casi al oido Doblas al sargento.

Hizo un gesto afirmativo el sargento y Doblas corrio hasta donde estaba el motor desmembrado y regreso, rapido y congestionado, con una biela partida y un piston con los segmentos desflecados que echo sobre la lona. Sintora, otra vez Doblas, Ansaura, el Gitano, Montoya, el faquir Ramirez y hasta un musico echaron sobre la lona unos muelles partidos, restos de la estopa del asiento, tuercas y un trozo de volante medio forrado de cuero. Esto es muy humano, casi parese piel de hombre, dijo Montoya acariciando el trozo de volante del que colgaba parte del claxon, derretido y negro.

Mando el sargento liar la lona y con mucha solemnidad y un ligero tintineo de metales, Enrique Montoya y Gustavo Sintora la llevaron a uno de los camiones. La cantante Salome Quesada al ver pasar el toldo reanudo su llanto histerico a la par que decia, Aqui no, aqui que no lo metan, por Dios.

– Dios no existe, senora. A ver si se va enterando de una puta vez. Lo que existe es la aviacion -le dijo el sargento a la par que con la barbilla les senalaba a Sintora y a Montoya el camion de Ansaura, el Gitano.

Regresaron los dos camiones a Madrid. Con poca velocidad y mucho silencio. Una neblina casi invisible iba convirtiendo en gris el dia, ese dia que el Textil se habia imaginado glorioso, su dia con los artistas, lejos de la Casona y de Madrid, lejos de la guerra. Y cuando ya la ciudad se hizo visible, con su mancha ocre, rojiza y mas gris a lo lejos, el sargento Sole Vera, expulsando una bocanada de humo, sin dejar de mirar al frente y con la cara muy palida, dijo:

– Se acabo la fiesta. Es el final.

Y solo un rato despues de decir aquellas palabras nos miro a Doblas y a mi y repitio, todavia mas palido, Se acabo. Y yo supe que tenia razon, que todo habia acabado y que lo que el sargento Sole Vera veia al fondo de la carretera no era una ciudad sino nuestro destino, que se nos mostraba en ese momento, cuando el dia empezaba a hacerse oscuro. Y tuve miedo, miedo al entrar en Madrid, un miedo distinto al que habia sentido entre las bombas en el camino de Almeria, un miedo que me llegaba de los arboles, de los edificios entre los que iban pasando los camiones, del aire que nos rodeaba y entraba invisible en mis pulmones, miedo al pensar en el ruido que en el camion de Ansaura irian produciendo las tuercas y los hierros con la carne, los huesos o el caucho de Paco Textil. Y senti como un alivio la respiracion de Doblas, el contacto de su hombro con el mio cuando los grupos de gente, mujeres, sonrisas, soldados, ninos que pasaban por al lado de nuestro camion se me convertian en calaveras, muertos que andaban por ?as calles de Madrid.

Con un bufido siniestro llegaron los camiones a la Casona, renqueantes y doloridos. Y ya desde lejos, como si llevaran la muerte escrita en la carroceria al lado de las letras UHP, se produjo un revuelo entre la gente que habia alrededor de la Casona, sorprendida del extrano regreso de los camiones o quiza verdaderamente alarmada de la marcha funebre que parecian llevar los vehiculos en su velocidad y en el ruido sordo que sus motores producian.

Y cuando los hombres bajaron de los camiones ya habia algun soldado, alguna costurera al lado de ellos negando con la cabeza y con ojos de espanto, entristecidos por la muerte del Textil. La voz se corrio de inmediato, y al pronto todo fueron preguntas, y lamentos. Del interior de la Casona tambien llegaron voces, algun grito, y luego un ruido de carreras. Salio la Ferrallista, con su melena pelirroja despeinada, el azul de los ojos enturbiado

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