tuve que apartar con mucha fuersa, disiendo bambina mia, cara Dolores, y piccola y toda esa basura. Y se la llevaron, a la Ferrallista, que ya no lloraba ni sabia lo que le estaba pasando.

Y todo lo oia Sintora como si la voz de Enrique Montoya y sus palabras fuesen una telarana de sonidos que iba formandose en la oscuridad, y a traves de esa gasa espesa Sintora veia sus propios recuerdos. Una y otra vez volvia a verse entrando en el taller de costura, acercandose a Serena Vergara, volviendo a estudiar aquel gesto de ella cuando lentamente giro el cuello, la melena, y se quedo mirandolo. Intentaba revivir aquel instante, el momento en que su cara se hundio en el pelo y en el olor de ella. Y en su propia piel, en sus dedos, buscaba el rastro, el olor que en ella habia dejado, tenue, inaprensible, la piel, el cuerpo de Serena Vergara.

Con el olor en mis dedos, estuve mirando la oscuridad hasta que Montoya quedo vencido por el sueno y yo, levantandome muy despacio, me asome a la ventana y mire los arboles y la noche y la boveda de cielo bajo la que Serena Vergara y yo respirabamos el oxigeno de la guerra.

Volvio a verla entre los arboles. Volvio Gustavo Sintora, despues de la noche en la nave de costura, a esperar a Serena Vergara en la oscuridad, a caminar a su lado y a abrazarse con ella al abrigo de los camiones aparcados en el jardin. Eran dos ladrones que se movian sigilosamente en la noche, robandole vida a la vida. Ella le dijo que solo tenia un miedo, y no era el miedo de Corrons, su colera y su pistola, porque ese era un miedo que desde hacia mucho tiempo vivia con ella. Temia que Corrons le arrebatase a su hija, que no la dejara volver a verla nunca mas y la nina creciera al lado de aquel hombre. Corrons era la muerte y yo lo veia en su mirada y en sus manos, cuando ponia sus ojos muertos en la gente, cuando sus dedos se movian en la lentitud y agarraban un vaso, un cuchillo, otros dedos, la mano de otro hombre.

Vivia Gustavo Sintora con el miedo de Serena, pero tambien vivia gracias a aquellos encuentros furtivos. Y a la caida de la noche siempre le parecia un milagro que ella volviese a aparecer entre la penumbra del jardin, sus pasos ligeros entre la grava y las hojas. No importaba que ella le dijese que nunca habia conocido la ternura, que nunca creia que ya pudiera conocerla, que empezaba a sentir como los anos se borraban y la vida le traia lo que en un robo silencioso y cotidiano le habia estado arrebatando. Y ahora, ahora no se lo que va a pasar porque todo es una locura y todo tiene que acabar, pero no quiero perderte, no quiero ahora que me vuelvan a quitar lo que me han dado y me pertenece, me decia Serena y yo le besaba los ojos en la oscuridad y los labios y habia un incendio que lo devoraba todo a nuestro alrededor, yo oia sus llamas mientras mi mano se hundia bajo la ropa y avanzaba por aquel cuerpo que aun solo conocia a ciegas.

Volvia Sintora una noche de uno de aquellos encuentros cuando al entrar en el jardin de la Casona, desde lejos vio un pequeno grupo de hombres en la escalinata del edificio. Habia brasas de cigarros moviendose en la oscuridad, hablaban los tres hombres que alli habia detenidos y que Sintora reconocio como a Paco Textil, el cabo Sole Vera y un tercero que no supo de quien se trataba hasta que ya estuvo a su lado. Era Corrons, que se dio la vuelta y se quedo mirandolo, con sus ojos entornados. Lo saludaron el cabo y Paco Textil. Corrons murmuro algo a los dos hombres, despues tiro al suelo la colilla que tenia entre los dedos, expulso el humo muy despacio, masticandolo, y bajo la escalinata sin ningun ruido. Paso su cuerpo y su olor rozando el mio, envenenandome con su rastro.

Esperaron el Textil y el cabo a que Corrons cruzara el jardin antes de dirigirse a Sintora. Fue el cabo Sole Vera quien le hablo:

– Muchacho, aqui nadie se mete en la vida de nadie -le dijo mi padre, arrugando la frente como si hiciera fuerza por sacar las palabras-, pero es mejor que tengas cuidado. Ese que va por ahi no es un buen hombre, y si lo fuese a lo mejor corrias el mismo peligro, o mas, porque ademas de a el a alguien mas podria dolerle lo que estas haciendo -respiro con fuerza, mi padre, con cansancio-. La gente del destacamento siempre te va a ayudar. Pero tu debes tener cuidado. Si en vez de alumbrarte el Textil lo hace otro coche en el que va Corrons o alguno de los suyos, ahora a lo mejor estabas muerto. Y ella tambien. Piensalo.

Todavia se quedo un instante el cabo Sole Vera mirando a Sintora. Y mas parecia que estuviera recordando algun suceso del pasado que pensando en decir algo mas. Sonrio debilmente, y ya sin anadir ninguna palabra se dio la vuelta y subio la escalinata mientras Sintora recordaba como unos minutos antes, cuando abrazaba a Serena entre los arboles que habia fuera de la Casona, la luz de unos faros habia pasado cerca de ellos, tan veloces los faros que los dos habian creido que la rafaga solo habia alumbrado el borde de la acera, la corteza de algun arbol. La cicatriz del Textil y su bigote de puas se movieron con una sonrisa. La leche que mamaste, Sintora, le dijo mientras entraban juntos en la Casona.

Fue al dia siguiente, mientras estaba en el Centro Mecanizado esperando a Enrique Montoya y observaba como Doblas metia en un liquido espeso las piezas de un motor que tenia a medio destripar, cuando volvio a ver al Textil. Llego con su sonrisa, le gasto a Doblas una broma a la que el otro ni siquiera se molesto en contestar, y mirando a Sintora le pregunto si ademas de darle vueltas a la explanada con camiones se atreveria a conducir un coche. Y asi fue como Gustavo Sintora se vio conduciendo por los alrededores del hangar aquel automovil que tenia pintadas en las puertas y en el morro con brochazos blancos las letras UHP, con Paco Textil sentado a su derecha y gritando a cada paso, La leche que mamaste, Sintora, ajustate las gafas que me vas a matar.

Al volver al hangar, despues de haber estado a punto de estrellarse contra una garita abandonada, Sintora detuvo el coche y el Textil le dijo, Despues de esto yo ya soy capaz de irme a la Ciudad Universitaria y meterme por en medio de los fascistas, tomarme unos chatos y volver cantando. Y antes de bajar del coche, el Textil le pregunto:

– ?Tu sabes que Madrid es muy grande?

– Que Madrid es muy grande -respondio dudoso Sintora.

– Si, muy grande, y ademas tienes campo y todos los pases y salvoconductos que Sebastian Hidalgo sea capaz de hacer. Madrid es muy grande, y con esto -alzo el Textil la llave del coche-, con esto se puede ir a donde uno quiera, lejos, sin que lo vean ni le metan una bala en las tripas -sonreia el Textil, los ojos brillantes y la cicatriz que le bajaba del ojo a la comisura de la boca ondulandose como la curva suave de un rio-. ?Lo sabes?

– Lo se, Textil.

– Pues cuando quieras irte lejos de la Casona, tu me dices, Textil, quiero el coche, o quiero eso, o no me dices nada, solo Textil. De todos modos, es mejor que manana nos paseemos otro rato, para ver si acabas de tirar la garita esa, la leche que mamaste.

Yo arrancaba el coche en el jardin de la Casona. Era el mediodia y marchaba rodando despacio por la grava, dejando que las ruedas royeran las medras y luego salia de los jardines y subia la carretera hasta la parte de atras, cuando la Casona ya no se veia, solo la punta de sus arboles mas altos, que empezaban a llenarse de unas yemas blandas, de la pulpa que era la vida. Y estaba alli, sin medir el tiempo, hasta que ella aparecia por la cuesta, con la respiracion cambiada. ibamos por las calles de Madrid, ella me guiaba en el laberinto y yo la veia a la luz del sol, la llama del pelo y los ojos, sus unas que se movian por el aire y me senalaban una calle, un edificio, barricadas, y yo conducia por en medio de la guerra, de los hombres y los uniformes, yo era un soldado y ella mi batalla.

Caminabamos bajo las arboledas del Retiro y Serena me hablaba de otro tiempo y me preguntaba por el mar que ella no habia visto y por mi trabajo en los tranvias y como era mi vida, y de las preguntas iba a sus recuerdos, casi desde nina trabajando en la costura, habia cogido el gusto por las telas y los vestidos, entendia de moda y sabia como eran los vestidos que las mujeres llevaban en Francia. Iba a entregar vestidos a casas que tenian criados de uniforme. Desde la puerta miraba los cuadros y las alfombras que tenian. Tuvo un novio que estudiaba para abogado y luego, cuando acabo de estudiar, se fue de Madrid y se caso con la hija de un juez, le escribio una carta y ella estuvo llorando, mucho tiempo, lloraba por la calle, sola, andando y lloraba en su casa.

Hablaba, y Corrons no existia. Solo su sombra.

Y el coche nos llevaba por las afueras, donde Madrid dejaba de ser un laberinto, y llegabamos al refugio de unos arboles pequenos y con las hojas casi negras y yo miraba a Serena y su cuerpo desnudo era un nuevo laberinto, con colores que se le hacian intensos y luego desvaidos en la depresion de una curva, en el pliegue de los miembros, lunares perdidos en el desierto de la espalda y la blancura rosa, amarilla de los pechos y el color de la tierra, suave, en la punta, crateres, volcanes, el mundo y en sus ojos yo veia la desnudez entera de su cuerpo y el abismo, y tambien la tristeza en el silencio que nos envolvia cuando regresabamos y la ciudad aparecia a lo lejos manchada de gris y yo sabia que nos despediriamos sin ninguna palabra, solo con aquel silencio que habia empezado a fraguarse en la boveda del coche, bajo unos arboles de hojas oscuras. Pero tambien habia en el silencio una mirada, una mano en la mia, y en la mirada y en la piel vivia la promesa de otro

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