Serena Vergara se acerco a Corrons y le hablo un instante. Volvio a dejarlo solo, se cruzo con la cantante Salome Quesada y tomo el camino entre los arboles en direccion al taller de costura. Gustavo Sintora se separo del grupo, empezo a andar. Tras ella. Rodeo los camiones que habia aparcados en el jardin para que nadie viese hacia donde iba y luego cruzo hacia los talleres.
La oscuridad era absoluta en aquel lugar en el que el jardin se convertia en una especie de paramo yermo, sin mas vegetacion que unos arbustos y unos eucaliptos con los troncos descarnados. A lo lejos se oia la musica, y de los arboles bajaba el rumor estremecido de sus ramas. Sintora avanzaba sin ver a nadie. Penso que quiza Serena no hubiese tomado aquel camino. Se detuvo. A su espalda creyo oir sonido de pasos, tan proximos que parecia que fuera el ruido de sus propios pies el que continuara resonando en la grava. Pero no habia nadie, solo la oscuridad.
Siguio avanzando. Y aunque desde lejos vio la luz de la nave de costura apagada, decidio llegar hasta ella.
Se acerco a la puerta. Entro Gustavo Sintora en la nave y al fondo, detras de todas las filas de maquinas de coser y de todas las bombillas que colgaban dormidas del techo vio a Serena Vergara. Apoyada en el mostrador que habia alli al final, delante de las hornacinas y el dibujo de la cruz arrancada. Estaba de espaldas y solo la alumbraba la luz endeble que emitia una bombilla fijada a la pared, en uno de los brazos donde habia quedado la senal de la cruz.
Salio Sintora del taller. La noche le devolvio el rumor de la grava y los arboles, pero no el de la musica, que habia dejado de sonar. Hizo el mismo camino que a la ida, pero no importaron los rodeos para Montoya. Cuando llego hasta donde estaban los hombres del destacamento, al poner Montoya la vista en el, Sintora supo que su amigo sabia donde, con quien habia estado.
– Sintorita -le dijo-, eres como el enano Visente, dando misa en mitad del infierno.
Corrons ya no se encontraba en el lugar donde Sintora lo habia dejado. El grupo que habia al pie de la escalinata se habia disuelto y ya solo quedaban alli los musicos Martinez y Lobo Feroz. Sintora busco a Serena con la mirada.
– Se han ido -le dijo Montoya-. Se acabo por hoy la funsion. Y si quieres que te diga la verdad, prefiero un entierro a una boda como esta, aunque sea un entierro de esos en los que le ponen al muerto un panuelo alrededor de la cabesa y lo tienen alli todo el rato en la cama, mirandote con los ojos esos que tienen los muertos.
Y esa noche, mientras Ansaura, el Gitano, murmuraba el nombre de su mujer y su retahila de numeros, elevada la voz por los vahos del vino, acostado en su litera, Sintora fue enterandose, segun le iba contando Enrique Montoya, de que mientras el estaba en el taller de costura, a la Ferrallista habian acabado por bajarla de la mesa desde la que estaba cantando, y que el Textil, estimulado por las aberturas que se iban produciendo en el vestido de la mujer, habia intentado bailar con ella, ya sin mas musica que la del trompetista Martinez. Y que, como Paco Textil ya se encontraba casi a punto de consumar el matrimonio de la Ferrallista en el jardin ante la vista de la gente que por alli quedaba, se produjo un altercado.
– Pero no fue el enano Torpedo el que intervino. Disen que estaba dentro de la Casona, que no vio nada, pero a mi lo que me parese es que a pesar de toda su chuleria, ese enano es un cobarde -comentaba Enrique Montoya desde su litera, apurando todavia una botella de vino-. No me va a dar escrupulo colocarle cuernos al miserable. Fue la asturiana, la Dinamitera, que salio de detras de unas matas, quien cogio al Textil por la espalda y lo aparto de ensima de la Ferrallista, que solo mentaba mi nombre, con mucho dolor, con dolor y ternura. Papusito, Montoyita, cosas asi desia, girando como una peonsa, perdida, mientras Rosita la Dinamitera agarraba un cuchillo con pringue de manteca y se lo ponia al Textil en el pescueso y le desia que le iba a cortar los huevos y esas cosas que disen las senoras enfuresidas. Pero la Ferrallista ya me habia encontrado y queria abrasarme. Olia a mucho vino, y los pelos, con ese color que no se como le han puesto, paresian grena. Pero aun asi te digo, Sintorita, que preferiria ahora estar hablando con ella y no contigo.
En la cama de Ansaura se oyo una especie de grunido que subitamente acabo con el recuento del soldado.
– Este muchacho se va a fracturar la traquea de un ronquido. Menos mal que solo rebusna cuando bebe. Lo deberian declarar incapasitado, lo mismo que a ti. A ti por las gafas, que te las deberias quitar para que te empeoraran los ojos y a el por querensia a su mujer. Que os mandaran a vuestra casa, a ti a trabajar en los tranvias, si es que no los han destrosado las bombas, y a el al boquete ese de sapatero que tiene en el portal de su casa, metido debajo de una escalera por la que sube y baja su mujer a la asotea donde viven, en Barselona. Se vino a Madrid con los anarquistas, el Gitano, y mira donde ha acabado. Con unos saltimbanquis, en la boda de la Ferrallista.
Se bajo Enrique Montoya de la cama con mucho crujido de muelles y mucha lentitud. Ansaura, el Gitano, emitia unos alaridos sofocados que de un momento a otro estaban a punto de llevarlo a la asfixia. Montoya apuro un ultimo trago de la botella y la dejo en el suelo:
– ?Tu sabes que lo que toca Martines es una cosa que se llama jass, o sea, jota, a, seta, seta? Dise que lo aprendio en America, de los negros. El Lobo Feros estuvo con el, tienen una foto, con rascasielos. No como el mierda enano ese que dise que ha estado en no se donde de Italia y es una puta mentira.
Se acerco Montoya a la cama de Ansaura y lo zarandeo con fuerza, casi a punto de tirarlo al suelo. Cojones, Gitano, grito Montoya, y el otro, apenas sin inmutarse, emitio un pitido, una queja y se dio la vuelta. No me ronques mas o te meto una bala en el bisone, companero, anadio Montoya antes de recoger la botella y volver a su cama.
– El Textil se quedo un poco sin saber que haser, con el cuchillo mantecoso en la garganta. El cabo Sole, que estaba con el faquir, no como yo, sino dandole directamente monedas que el otro se tragaba, fue quien le cogio la mano a Rosita y la metio en rason, mayormente porque la Dinamitera se lleva bien con el cabo y le tiene respeto. Y entonses es cuando aparesio el enano Miera, con su uniforme de marioneta y se vino para su senora, que me la