de pronto por la garganta de un animal enorme que nos llevase a lo hondo de sus tripas, y todos dejaron de bailar, porque de pronto tuvieron la sensacion de que estaban bailando sobre una tumba.

Serena Vergara se acerco a Corrons y le hablo un instante. Volvio a dejarlo solo, se cruzo con la cantante Salome Quesada y tomo el camino entre los arboles en direccion al taller de costura. Gustavo Sintora se separo del grupo, empezo a andar. Tras ella. Rodeo los camiones que habia aparcados en el jardin para que nadie viese hacia donde iba y luego cruzo hacia los talleres. Me gobernaban las piernas. Yo era un cuerpo sin voluntad o quiza con una voluntad ciega, poderosa, que venia de lo mas hondo de mi y me arrastraba. Yo era un hombre que volvia a su patria despues de mil anos de destierro. Yo era un planeta que seguia el surco invisible de su orbita.

La oscuridad era absoluta en aquel lugar en el que el jardin se convertia en una especie de paramo yermo, sin mas vegetacion que unos arbustos y unos eucaliptos con los troncos descarnados. A lo lejos se oia la musica, y de los arboles bajaba el rumor estremecido de sus ramas. Sintora avanzaba sin ver a nadie. Penso que quiza Serena no hubiese tomado aquel camino. Se detuvo. A su espalda creyo oir sonido de pasos, tan proximos que parecia que fuera el ruido de sus propios pies el que continuara resonando en la grava. Pero no habia nadie, solo la oscuridad.

Siguio avanzando. Y aunque desde lejos vio la luz de la nave de costura apagada, decidio llegar hasta ella. Iba a volverme, iba a salir de mi sueno, de aquel rapto, volvia a tener latidos en el corazon, aire en los pulmones, volvia a tener cuerpo y a ser yo, la musica volvia a existir a lo lejos cuando en medio de la negrura vi que la puerta del taller estaba abierta y que dentro quiza si, quiza hubiera un atisbo de luz.

Se acerco a la puerta. Entro Gustavo Sintora en la nave y al fondo, detras de todas las filas de maquinas de coser y de todas las bombillas que colgaban dormidas del techo vio a Serena Vergara. Apoyada en el mostrador que habia alli al final, delante de las hornacinas y el dibujo de la cruz arrancada. Estaba de espaldas y solo la alumbraba la luz endeble que emitia una bombilla fijada a la pared, en uno de los brazos donde habia quedado la senal de la cruz.

Fui dejando atras, a mi izquierda, todas las maquinas y en mis sienes me parecia oir el rumor de sus pedales, los ojos de las bombillas mirandome, apagadas, transparentes como mi respiracion. Ella, de espaldas, llevaba su abrigo puesto, miraba unos recibos en el mostrador. Se volvio muy despacio, primero la cabeza, el cuello, la nuca. Luego los ojos. Luego el cuerpo, y los labios.

No habia sorpresa en su mirada ni en la lentitud de sus movimientos. Estaba esperandome, me estaba esperando desde el dia de los arboles y la lluvia. Nego debilmente con la cabeza e hizo un gesto de reproche, y aquel fuego que yo habia sentido estremecerse en el interior de ella cuando un rato antes la habia visto en el jardin asomaba ahora con su resplandor renovado, intenso, limpio, y a pesar de todo, su mirada tambien era triste y pedia que me fuera. Y solo dijo, Tu, otra vez. Y en su voz no habia odio, ni ira, solo dulzura, no se si conmiseracion o suplica. Y me miro con la oscuridad de sus ojos, intentando ver lo que habia detras de los mios, preguntando o preguntandose.

Y tambien dijo, Ya te dije. Pero yo negue con la cabeza y ella dejo de hablar. Se dio la vuelta para recoger los papeles que habia estado mirando e hizo un gesto para retirarse de mi lado, de espaldas. Yo no supe si estaba moviendome bajo el agua o en medio de un incendio, el oleaje del fuego, y di un paso y hundi mi cabeza en su melena, y ella, volviendose, me empujo sin empujarme, las manos en mi pecho, primero querian apartarme y luego me agarraron la solapa, la camisa, apretando en un punado la tela, y apenas vislumbre sus ojos cuando ya senti la humedad de su boca en la mia, y mi mano, sin creer lo que sus dedos percibian, rodeaba su cuerpo, lo atraia hacia mi y la mano del soldado en la espalda de aquella mujer fue una paloma que volaba de mi pensamiento, Serena venia a mi boca y mi piel estaba en su piel. Ella aparto su cara de la mia y yo continue rodeandola con mis brazos y respirando su aliento. Sus dedos bajaron despacio por mi mejilla. Los ojos se le habian enturbiado, no eran lagrimas, era la respiracion del fuego. Me aparto muy despacio, y empezo a andar por aquella boveda de silencio. Salio hacia el jardin abandonado y yo me quede en la oscuridad de las bombillas, con el silencio de las maquinas.

Salio Sintora del taller. La noche le devolvio el rumor de la grava y los arboles, pero no el de la musica, que habia dejado de sonar. Hizo el mismo camino que a la ida, pero no importaron los rodeos para Montoya. Cuando llego hasta donde estaban los hombres del destacamento, al poner Montoya la vista en el, Sintora supo que su amigo sabia donde, con quien habia estado.

– Sintorita -le dijo-, eres como el enano Visente, dando misa en mitad del infierno.

Corrons ya no se encontraba en el lugar donde Sintora lo habia dejado. El grupo que habia al pie de la escalinata se habia disuelto y ya solo quedaban alli los musicos Martinez y Lobo Feroz. Sintora busco a Serena con la mirada.

– Se han ido -le dijo Montoya-. Se acabo por hoy la funsion. Y si quieres que te diga la verdad, prefiero un entierro a una boda como esta, aunque sea un entierro de esos en los que le ponen al muerto un panuelo alrededor de la cabesa y lo tienen alli todo el rato en la cama, mirandote con los ojos esos que tienen los muertos.

Y esa noche, mientras Ansaura, el Gitano, murmuraba el nombre de su mujer y su retahila de numeros, elevada la voz por los vahos del vino, acostado en su litera, Sintora fue enterandose, segun le iba contando Enrique Montoya, de que mientras el estaba en el taller de costura, a la Ferrallista habian acabado por bajarla de la mesa desde la que estaba cantando, y que el Textil, estimulado por las aberturas que se iban produciendo en el vestido de la mujer, habia intentado bailar con ella, ya sin mas musica que la del trompetista Martinez. Y que, como Paco Textil ya se encontraba casi a punto de consumar el matrimonio de la Ferrallista en el jardin ante la vista de la gente que por alli quedaba, se produjo un altercado.

– Pero no fue el enano Torpedo el que intervino. Disen que estaba dentro de la Casona, que no vio nada, pero a mi lo que me parese es que a pesar de toda su chuleria, ese enano es un cobarde -comentaba Enrique Montoya desde su litera, apurando todavia una botella de vino-. No me va a dar escrupulo colocarle cuernos al miserable. Fue la asturiana, la Dinamitera, que salio de detras de unas matas, quien cogio al Textil por la espalda y lo aparto de ensima de la Ferrallista, que solo mentaba mi nombre, con mucho dolor, con dolor y ternura. Papusito, Montoyita, cosas asi desia, girando como una peonsa, perdida, mientras Rosita la Dinamitera agarraba un cuchillo con pringue de manteca y se lo ponia al Textil en el pescueso y le desia que le iba a cortar los huevos y esas cosas que disen las senoras enfuresidas. Pero la Ferrallista ya me habia encontrado y queria abrasarme. Olia a mucho vino, y los pelos, con ese color que no se como le han puesto, paresian grena. Pero aun asi te digo, Sintorita, que preferiria ahora estar hablando con ella y no contigo.

En la cama de Ansaura se oyo una especie de grunido que subitamente acabo con el recuento del soldado.

– Este muchacho se va a fracturar la traquea de un ronquido. Menos mal que solo rebusna cuando bebe. Lo deberian declarar incapasitado, lo mismo que a ti. A ti por las gafas, que te las deberias quitar para que te empeoraran los ojos y a el por querensia a su mujer. Que os mandaran a vuestra casa, a ti a trabajar en los tranvias, si es que no los han destrosado las bombas, y a el al boquete ese de sapatero que tiene en el portal de su casa, metido debajo de una escalera por la que sube y baja su mujer a la asotea donde viven, en Barselona. Se vino a Madrid con los anarquistas, el Gitano, y mira donde ha acabado. Con unos saltimbanquis, en la boda de la Ferrallista.

Se bajo Enrique Montoya de la cama con mucho crujido de muelles y mucha lentitud. Ansaura, el Gitano, emitia unos alaridos sofocados que de un momento a otro estaban a punto de llevarlo a la asfixia. Montoya apuro un ultimo trago de la botella y la dejo en el suelo:

– ?Tu sabes que lo que toca Martines es una cosa que se llama jass, o sea, jota, a, seta, seta? Dise que lo aprendio en America, de los negros. El Lobo Feros estuvo con el, tienen una foto, con rascasielos. No como el mierda enano ese que dise que ha estado en no se donde de Italia y es una puta mentira.

Se acerco Montoya a la cama de Ansaura y lo zarandeo con fuerza, casi a punto de tirarlo al suelo. Cojones, Gitano, grito Montoya, y el otro, apenas sin inmutarse, emitio un pitido, una queja y se dio la vuelta. No me ronques mas o te meto una bala en el bisone, companero, anadio Montoya antes de recoger la botella y volver a su cama.

– El Textil se quedo un poco sin saber que haser, con el cuchillo mantecoso en la garganta. El cabo Sole, que estaba con el faquir, no como yo, sino dandole directamente monedas que el otro se tragaba, fue quien le cogio la mano a Rosita y la metio en rason, mayormente porque la Dinamitera se lleva bien con el cabo y le tiene respeto. Y entonses es cuando aparesio el enano Miera, con su uniforme de marioneta y se vino para su senora, que me la

Вы читаете El Nombre que Ahora Digo
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату