ternura por aquel orden, por el tirador roto del mueble, por el espejo descascarillado que habia sobre el. Y en el espejo se reflejaba su perfil y yo la miraba a ella fuera y dentro del espejo.

– No lo soporto mas, no se lo que esta pasando ni que estais haciendo, pero no lo soporto mas -Serena Vergara ahogaba la voz, miraba a la nina, que volvia a esconderse detras de si misma.

– Queria verte. Queria verte y en el destacamento me han dicho que el se ha ido fuera, y querian entregarte esto. Y saber si el estaba aqui. Yo queria verte.

Alargue la mano muy despacio y con la yema de mis dedos roce el dorso de la suya. A ella la respiracion le subia desde el vientre hasta los hombros. Frente a mi habia un cuadro con arboles muy grandes. Parecian nubes rojas. Habia un lago en el que los arboles se reflejaban.

– ?Has venido para averiguar si el estaba aqui? -pregunto Serena.

– Sabiamos que el se ha ido a Valencia. En el destacamento estan asustados.

– Yo tambien estoy asustada, llevo nueve anos asustada. Y no es por la guerra, ?sabes? La guerra no me da ningun miedo.

La nina habia dejado de jugar, llamaba a su madre, y Serena, dejando que sus palabras flotaran en el aire, todavia mirandome, se dirigio hacia la nina y la saco de la silla, la abrazo, le besaba la frente y le hablaba en voz baja. Paso por mi lado con ella y le dijo a la nina que me dijera adios y que se iba a dormir porque tenia mucho sueno, y Serena abrio una puerta y yo entrevi una cama, una mesilla de noche oscura, la pared de cal amarilla. Avance unos pasos por la habitacion en la que yo estaba, oia la voz de Serena hablandole a la nina, acaricie el vestido de Salome Quesada, el papel aspero que lo envolvia. Sobre la mesa habia un trozo de tela, unas tijeras, en la pared la foto de un hombre con el pelo blanco y los ojos parecidos a los de la nina, la camisa abrochada hasta el cuello.

Mi padre, dijo la voz de Serena a mi espalda. Habia perdido la rigidez de la cara y en los labios tenia el asomo de una sonrisa triste. Flotabamos en el aire, separados por el aire, uno a un metro del otro, lejos. Yo, sin querer mirarlo, mire el pasillo que conducia a la calle, y a Serena le acabo de asomar la sonrisa y casi otra vez lagrimas, y me dijo que estaba cansada, y la sonrisa le formo dos arrugas, apenas el dibujo de una cuchilla, a cada lado de la boca y la lejania se evaporo, y aunque ya podria haberme acercado a ella y haberla abrazado y besarle la sonrisa y las lagrimas que no le salian de los ojos, ante mi estaba la vision del cuarto del que ella acababa de salir, la pared desnuda de cal, el trozo de la cama que alli habia y el presentimiento del olor que debia de envolver aquella habitacion. El olor de Corrons, el vaho de sus pulmones.

Serena Vergara paso una mano por la mejilla de Sintora, se cogio de su brazo y lo acompano hasta la puerta:

– Dile al teniente que este tranquilo, arreglare el vestido pronto -y cuando ya Sintora habia salido de la casa y ella lo miraba irse, con la sien apoyada en el borde de la puerta, dijo, ya con otra voz-: No ha ido a Valencia, quiere que yo lo diga si alguien pregunta, pero no ha ido alli. Va a volver esta madrugada, quiza al amanecer.

Y yo segui andando, ya sin querer oirla hablar mas de el. Cruce el portal, las voces de los vecinos sonaban ahora mas lejos. Delante de mi estaba la noche, y el camion, un animal dormido, esperandome al borde de la acera. Y en la espalda sentia otra oscuridad, el peso de la pistola.

La batalla estaba proxima, la guerra se removia bajo la tierra, alimentando la savia de aquellos arboles que despertaban al calor de la primavera. Y aquella sangre blanca tambien venia por dentro de mis venas, entonces. 1938.

Hubo dias de tension en el destacamento. Ansaura, el Gitano, apenas rezaba por las noches el nombre de su mujer, y a cada paso rompia su susurro para preguntarle a Montoya que pensaba el que estaba pasando. El cabo Sole Vera se quedaba a veces mirando el humo de su cigarro, sin decir nada, todo lo contrario que Enrique Montoya, que en ningun momento paraba de hablar, con las eses de su jerga mas pronunciadas que nunca. El Textil casi no decia la leche que mamaste, la cicatriz se le marcaba severa en el rostro, y Gustavo Sintora los observaba a todos, atento a cualquier senal que pudiese orientarlo en aquellos sucesos que parecian afectar a todos menos a Doblas, que seguia tranquilamente inclinado sobre sus motores, jadeando al mismo compas de siempre y bebiendo el vino negro de la cantina al lado del cabo Sole Vera.

La conversacion que el cabo Sole Vera y Corrons tuvieron dos dias despues de que Sintora estuviese en casa de Serena tampoco sirvio de nada. Corrons, con la vista muerta y los parpados descolgados, intento tranquilizar al cabo. Lo unico de importancia que habia ocurrido, decia, era que habian perdido un dinero, el del rescate de aquella monja o lo que fuera, un dinero que por otra parte nadie parecia dispuesto a dar. Por lo demas, ella estaria ahora lejos o escondida en cualquier parte sin querer acordarse de la casa del Marques ni de nada de lo que alli pasaba. El que huye no mira atras, cabo, le dijo Corrons a mi padre antes de comentarle como habia encontrado Valencia y la moral de victoria que alli habia, por mas que algunos renegados lo llenaran todo de malos augurios. Cobardes, mi cabo, a esa gente habia que darle paredon, se sonrio mirando con sus ojos de pantano los ojos de mi padre.

Y aunque todos tenian la certeza de que Corrons ocultaba algo, el paso de los dias, sin que hubiera ninguna novedad y en casa del Marques todo continuara sin alteracion visible, hizo que la tension se fuese atenuando. Poco a poco, Ansaura, el Gitano, volvio a susurrar el nombre de su mujer, acelerado, queriendo recuperar las horas perdidas. A Doblas le habia procurado Sebastian Hidalgo oro suficiente para que le instalaran una nueva muela. Acabaras con mas dientes que un tiburon, le dijo Montoya, con mas hierro que todos tus camiones, sosio. El Textil tambien volvio a sus bromas y, por ultima vez, entre los soldados se llego a pensar que la guerra podia ganarse.

La cantante Salome Quesada, satisfecha por el trabajo de Serena, insistio para que la modista fuese con ella a las actuaciones para ajustarle el vestuario en el momento de salir a escena, tal como correspondia a su autentica categoria. Y asi fue como en algunas ocasiones Serena Vergara y Sintora salieron juntos de Madrid en los vehiculos del destacamento, y no importaba que no pudiese acercarme a ella, yo la veia sentada frente a mi, hablando con el musico Martinez o con el cantante Arturo Reyes mientras los campos pasaban por nuestro lado, y aquel vestido suyo de flores amarillas que en una ocasion se me confundio con un campo de girasoles volvia a estremecerse con el aire del camion, y era como si ella se llevase consigo parte del campo cuando ya habiamos dejado atras el campo, y los girasoles parecia que se le hubiesen prendido a la piel y volaran a su alrededor.

Habia momentos en los que Gustavo Sintora pensaba que todo el mundo sabia lo que estaba ocurriendo, y que los demas disimulaban como ellos trataban de disimular, apenas hablandose, no tocandose, no quedandose solos mas que cuando tenian la certeza de que todos dormian, cuando no habia ojos, cuando las lenguas eran un animal dormido en la cueva oscura de las bocas y las bocas tuneles tapados por el sueno.

En Madrid seguian viendose a la espalda de la Casona y, a veces, en el coche del Textil salian de la ciudad, o se perdian en ella. Sintora, desde su ventana, ya a la luz del dia, observaba a Serena a la salida del taller, perdiendose con sus companeras en direccion a su casa los dias en los que, para romper cualquier sospecha, habian decidido no verse. Y tambien hubo alguna tarde en la que se vieron en el Retiro, acompanados por la hija de Serena. Llegaba ella desde la casa de una hermana suya en la que su hija pasaba la mayor parte del dia, caminando bajo la arboleda, ya verde, llevando de la mano aquella nina de mirada limpia para quien Sintora era alguien que su madre y ella encontraban de modo casual, un soldado quiza parecido al que una noche enturbiada por el sueno habia aparecido en su casa.

Yo miraba a la nina y buscaba en ella no se que rastro de Corrons, una huella insana que por un instante, alguna vez, entrevi asomada a aquellos ojos cargados de inocencia. En lo hondo de ellos vivia su sombra, como en el fondo del agua mas clara estan el limo, el cieno.

– Podria ser tu hermana, la nina. Tu mi hijo -comento Serena-. Mi hermana tuvo su primer hijo con dieciseis anos. Podria ser tu madre, si me hubiera casado antes, con otra persona.

– A veces pienso que lo sabe. Que el sabe lo nuestro.

– No lo conoces, no sabes quien es. No sabes lo que haria si se enterase, si sospechara. No sabes quien es ese hombre.

Un estremecimiento recorrio la brisa de los arboles, la bola de nacar con la que jugaba la nina cayo rodando entre la hierba. Habia llegado el verano a Madrid, a la oscuridad de mi pecho.

Sintora supo quien era Corrons un dia de aquellos, cuando Serena y el, echados sobre una manta miraban como el dia empezaba a apagarse sobre un campo amarillo de rastrojos. Tumbada boca arriba, Serena miraba la

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