– No lo soporto mas, no se lo que esta pasando ni que estais haciendo, pero no lo soporto mas -Serena Vergara ahogaba la voz, miraba a la nina, que volvia a esconderse detras de si misma.
– Queria verte. Queria verte y en el destacamento me han dicho que el se ha ido fuera, y querian entregarte esto. Y saber si el estaba aqui. Yo queria verte.
– ?Has venido para averiguar si el estaba aqui? -pregunto Serena.
– Sabiamos que el se ha ido a Valencia. En el destacamento estan asustados.
– Yo tambien estoy asustada, llevo nueve anos asustada. Y no es por la guerra, ?sabes? La guerra no me da ningun miedo.
Serena Vergara paso una mano por la mejilla de Sintora, se cogio de su brazo y lo acompano hasta la puerta:
– Dile al teniente que este tranquilo, arreglare el vestido pronto -y cuando ya Sintora habia salido de la casa y ella lo miraba irse, con la sien apoyada en el borde de la puerta, dijo, ya con otra voz-: No ha ido a Valencia, quiere que yo lo diga si alguien pregunta, pero no ha ido alli. Va a volver esta madrugada, quiza al amanecer.
Y
Hubo dias de tension en el destacamento. Ansaura, el Gitano, apenas rezaba por las noches el nombre de su mujer, y a cada paso rompia su susurro para preguntarle a Montoya que pensaba el que estaba pasando. El cabo Sole Vera se quedaba a veces mirando el humo de su cigarro, sin decir nada, todo lo contrario que Enrique Montoya, que en ningun momento paraba de hablar, con las eses de su jerga mas pronunciadas que nunca. El Textil casi no decia la leche que mamaste, la cicatriz se le marcaba severa en el rostro, y Gustavo Sintora los observaba a todos, atento a cualquier senal que pudiese orientarlo en aquellos sucesos que parecian afectar a todos menos a Doblas, que seguia tranquilamente inclinado sobre sus motores, jadeando al mismo compas de siempre y bebiendo el vino negro de la cantina al lado del cabo Sole Vera.
La conversacion que el cabo Sole Vera y Corrons tuvieron dos dias despues de que Sintora estuviese en casa de Serena tampoco sirvio de nada. Corrons, con la vista muerta y los parpados descolgados, intento tranquilizar al cabo. Lo unico de importancia que habia ocurrido, decia, era que habian perdido un dinero, el del rescate de aquella monja o lo que fuera, un dinero que por otra parte nadie parecia dispuesto a dar. Por lo demas, ella estaria ahora lejos o escondida en cualquier parte sin querer acordarse de la casa del Marques ni de nada de lo que alli pasaba. El que huye no mira atras, cabo, le dijo Corrons a mi padre antes de comentarle como habia encontrado Valencia y la moral de victoria que alli habia, por mas que algunos renegados lo llenaran todo de malos augurios. Cobardes, mi cabo, a esa gente habia que darle paredon, se sonrio mirando con sus ojos de pantano los ojos de mi padre.
Y aunque todos tenian la certeza de que Corrons ocultaba algo, el paso de los dias, sin que hubiera ninguna novedad y en casa del Marques todo continuara sin alteracion visible, hizo que la tension se fuese atenuando. Poco a poco, Ansaura, el Gitano, volvio a susurrar el nombre de su mujer, acelerado, queriendo recuperar las horas perdidas. A Doblas le habia procurado Sebastian Hidalgo oro suficiente para que le instalaran una nueva muela. Acabaras con mas dientes que un tiburon, le dijo Montoya, con mas hierro que todos tus camiones, sosio. El Textil tambien volvio a sus bromas y, por ultima vez, entre los soldados se llego a pensar que la guerra podia ganarse.
La cantante Salome Quesada, satisfecha por el trabajo de Serena, insistio para que la modista fuese con ella a las actuaciones para ajustarle el vestuario en el momento de salir a escena, tal como correspondia a su autentica categoria. Y asi fue como en algunas ocasiones Serena Vergara y Sintora salieron juntos de Madrid en los vehiculos del destacamento,
Habia momentos en los que Gustavo Sintora pensaba que todo el mundo sabia lo que estaba ocurriendo, y que los demas disimulaban como ellos trataban de disimular, apenas hablandose, no tocandose, no quedandose solos mas que cuando tenian la certeza de que todos dormian,
En Madrid seguian viendose a la espalda de la Casona y, a veces, en el coche del Textil salian de la ciudad, o se perdian en ella. Sintora, desde su ventana, ya a la luz del dia, observaba a Serena a la salida del taller, perdiendose con sus companeras en direccion a su casa los dias en los que, para romper cualquier sospecha, habian decidido no verse. Y tambien hubo alguna tarde en la que se vieron en el Retiro, acompanados por la hija de Serena. Llegaba ella desde la casa de una hermana suya en la que su hija pasaba la mayor parte del dia, caminando bajo la arboleda, ya verde, llevando de la mano aquella nina de mirada limpia para quien Sintora era alguien que su madre y ella encontraban de modo casual, un soldado quiza parecido al que una noche enturbiada por el sueno habia aparecido en su casa.
– Podria ser tu hermana, la nina. Tu mi hijo -comento Serena-. Mi hermana tuvo su primer hijo con dieciseis anos. Podria ser tu madre, si me hubiera casado antes, con otra persona.
– A veces pienso que lo sabe. Que el sabe lo nuestro.
– No lo conoces, no sabes quien es. No sabes lo que haria si se enterase, si sospechara. No sabes quien es ese hombre.
Sintora supo quien era Corrons un dia de aquellos, cuando Serena y el, echados sobre una manta miraban como el dia empezaba a apagarse sobre un campo amarillo de rastrojos. Tumbada boca arriba, Serena miraba la