los ultimos tiempos.

Se acomodaron los hombres alrededor de una de aquellas mesas alargadas y el mago empezo a contarles, mientras masticaban con crujido de piedra los garbanzos, que en la Casona todo se habia venido abajo y que ya nadie se ocupaba de mantener aquello:

– Los que pudieron se fueron. La gente empieza a irse a Valencia, otros se van a Cartagena. Otros desaparecen como si nunca hubieran existido. Seguro que estan haciendose camisas de color azul y bordandose unos yugos y unas flechas de fantasia. Eso si que es magia y no lo que hacia yo con mi pobre caballo Ulises, que no se si estara vagando por las caras ocultas del universo o, una vez pasado por las tripas de algun canibal de pueblo, se encontrara convertido en abono de algun huerto de papas. Al final viene a ser lo mismo una cosa que otra. De la gente conocida os dire que el novillero Ballesteros, que ya me parece que se quedara para siempre con el panuelo vendandole la cabeza y con la frente herida, dejo unos trastos de matar por otros y esta ahi, en el frente, pegando tiros, como Rosita Pedrero, la Dinamitera, a la que ya no le quedan bombas que tirar. A ver si le mandan un paquete sus amigos de Asturias, con chorizos y bombas.

– Asi es como se ganan las guerras, con chorisos y bombas, y no con los perdigones estos ?no, mago? -dijo Montoya apurando los ultimos garbanzos de la cacerola.

– Si, pero nosotros, como no sea otra, me parece que esta no la vamos a ganar -contesto el mago, supervisando con la mirada el vacio absoluto de la cacerola, de la que Doblas, mojandose de saliva las yemas de los dedos, chupaba los restos de sal y tizne.

– La guerra, desia Ansaura, el Gitano, es una puta de mucho postin, y nesesita que se este muy ensima de ella, dandole lo que pide.

– Sera asi, como tu lo dices o dises, Montoya. Madrid esta inundado de octavillas, todas las mananas nos bautizan los aviones con papeles que nos dicen lo bien que vamos a estar cuando entren nuestros amigos de enfrente. Primero nos tiraban bombas, luego panes y ahora bombas, muchas bombas, y lectura. Son muy amables. Con el faquir Ramirez no lo fueron demasiado, la verdad. Se perdio por ahi, en una borrachera que cogio, tomando con el ventrilocuo Domiciano una bebida mejicana que no se de donde sacaron. El ventrilocuo se fue a dormir y el otro, muy curtido con la herrumbre pero muy poco con el alcohol, se dedico a vagar por ahi, se metio en campo enemigo y le echaron mano. Dijo que era faquir y que si lo dejaban era capaz de comerse un fusil por piezas. Le cosieron la boca con alambre, para que no comiera mas chatarra, le dijeron. Le ataron las manos atras, tambien con alambre. Iban a coserle el culo, pero lo encontraron muy sucio, ya sabeis, y acabaron por dejarlo tirado en una zanja despues de jugar a descargarle en la cabeza pistolas sin municion. Llego aqui casi desangrado, con las manos medio cortadas por el alambre y la boca cosida. Se la tuvieron que abrir entre un medico y un mecanico. Aqui te habriamos necesitado entonces, Doblas.

– Eso con un cortafrios, o con una sierrecita del doce, depende -se encogio de hombros, humilde, Doblas, los labios con un arrebol de tizne.

– Extravio el bigote ese que siempre llevaba por los bolsillos, el bigote y algo mas. A Domiciano se lo llevaron para la radio de Valencia, para hacer voces. Los musicos Martinez y Lobo Feroz desaparecieron una noche, ya saben ustedes como son los musicos, se van siempre sin decir adios. Una manana vimos que no estaban, nada, ni una nota, ni una senal. La Ferrallista y su marido, el enano Torpedo Miera, si estan. El enanito cada dia esta mas envalentonado y dice que va a hacer valer sus anos en Italia y que cuando lleguen los nacionales eso va a contar mucho. Habla del Duce y casi todo lo dice en italiano, o por lo menos como el piensa que es el italiano. Y el otro enano, Visente, tambien esta, ahi en el taller de costura, que ya casi apenas funciona, solo queda una cuarta parte de las trabajadoras, y la mitad del tiempo estan sin hacer nada, no hay ninguna tela que zurcir.

– ?Y Corrons? -pregunto escueto, mirando al mago a los ojos, el sargento Sole Vera.

Mis ojos viajaron lentos a la mirada, a los labios, al rostro del mago Perez Estrada, que alzo la barbilla y dijo, Esta.

– Esta, pero se le ve poco. No aparece por aqui porque por aqui no tiene nada que hacer. Es decir, aqui ya apenas viene nadie, la cantina ya la estais viendo, vacia, ya no hay bodas, como antes, y solo de tarde en tarde viene Corrons, a mirar. Su mujer, si -miro el mago directamente a Sintora al decir si, y luego siguio hablando a los demas-, es de las pocas que quedan, ya sabeis, era la jefa o una de las jefas, nunca he estado yo muy al tanto de las jerarquias, salvo de la mia propia que esta muy por encima de cualquier otra.

En el jardin oi vasos y pense, liberado por las palabras del mago, pense que podian ser los pasos de Serena, los pasos en la hierba, los pasos en las hojas, Serena de nuevo, su voz como lluvia en la costra reseca de mi pecho, de nuevo Serena, otra vez, para siempre. No importaba ya lo que el mago siguiera diciendo, que intuia, que sospechaba por los movimientos de Corrons, por lo que decia y tambien por lo que no decia, que quiza pronto fuese a salir de Madrid. En el jardin habia pasos y los pasos iban hacia el taller de costura, acallando la voz del sargento Sole Vera que le decia al mago, a todos, que no iban a ocultarse, que iban a actuar con naturalidad el tiempo que les quedara de estar en Madrid, que para todo el mundo habian vuelto al Centro Mecanizado. Un fogonazo aparecio por la ventana, ilumino de blanco la cantina, sus paredes vacias, la cara de Doblas, y luego vino un estruendo, rodar de piedras en el cielo. Tormenta, dijo el mago. Y una lluvia de gotas gruesas empezo a estrellarse alocada contra los vidrios de la ventana, a agitar las ramas de los arboles, y yo quise ver que en sus puntas aquellas ramas no estaban desnudas y que habia unas yemas que quiza muy pronto se abririan en hojas, en verde, en otro mundo.

Fuimos caminando por las calles, a la luz del dia, a paso rapido, a casa del Marques. El sargento abria la marcha y nosotros le seguiamos, los fusiles al hombro, los pies asomandole a Doblas por delante de las botas abiertas, dejando gotas de sangre que yo iba pisando. Habia adoquines levantados, camiones y hombres armados en las aceras. Barricadas y ninos. Ojos que nos miraban. En el jardin de la Casona habia sido yo quien habia mirado a todas partes, al edificio oscuro donde estaba el taller de costura, en medio de los arboles, con las luces encendidas, tristes. Una bombilla estaria alumbrando de amarillo los hombros de Serena como a m i me alumbraba la lluvia. La piel de su cuello, sus manos alumbradas de amarillo mientras en el fango del jardin, en el agua de las aceras, antes de que la lluvia la borrase, yo pisaba la sangre de Doblas y miraba los ojos de los hombres.

El ascensor estaba desfondado, hundido en su foso. Subieron la escalera de la casa del Marques, crujiendo la madera de los peldanos. El descansillo de la planta principal se encontraba vacio, no estaba ni la mesa ni ninguno de los primos de Corrons. Se miraron los hombres. El sargento Sole Vera se toco bajo la chaqueta de cuero la culata de su pistola, comprobando el lugar exacto en el que la tenia antes de senalarle la puerta a Doblas. El mecanico la golpeo. Hubo ruido, voces ahogadas y pasos rapidos. Montaron los hombres sus fusiles, desenfundo la pistola el sargento y todos se alejaron de la puerta, el sargento situandose a un lado, pegado a la pared, Doblas apoyado en el tabique de enfrente y Montoya y Sintora bajando los primeros peldanos de la escalera.

Preguntaron desde dentro quien era. Y el sargento, reconociendo la voz de uno de los primos de Corrons, dijo que el, el sargento Sole y los suyos. Hubo silencio, quiza un rumor detras de la puerta. El sargento hablo de nuevo:

– Hemos vuelto. Abrid ahora mismo o echamos la puerta abajo a tiros. Me cago en la puta que os pario, abrid -el sargento apunto su pistola contra la cerradura y contrajo la cara.

Todos pensaban que iba a disparar cuando crujio la cerradura, seca, y la puerta se abrio unos centimetros. Le dio una patada el sargento y la abrio de golpe. Dos de los hombres de Corrons, quiza Armando y Amadeo, apuntaban sus armas, una escopeta de caza y un naranjero, con los ojos muy abiertos. Corrons no esta, dijo uno de ellos, no esta. Sin mirarlos, el sargento entro en la casa, Doblas, Montoya y Sintora detras de el. No quedaban cuadros, ni apenas muebles, las cortinas habian sido arrancadas. En uno de los salones vieron al Marques, al cura Anselmo y al falangista Cantos mirandolos, este ultimo con desafio.

– Sargento Vera, sigue usted vivo -dijo el cura de los temblores-. ?Se ha comido la nariz, algun trozo de algun companero? Si no, es que no ha estado en la guerra, ya sabe.

– ?Y Corrons? -pregunto el sargento a uno de los dos hombres, el que habia hablado. El otro quiza fuese el Sordomudo.

– Va a venir por la tarde. Ustedes se habian ido de Madrid.

– Pues ya hemos vuelto. Y lo que me voy a comer van a ser sus tripas si no se calla y deja de temblar - contesto el sargento, mirando al cura, que seguia sonriente, con el temblor de la mano y la cabeza aumentado, con sacudidas y espasmos de terremoto.

Supieron, en la espera, por boca del cura, que ya no estaba alli el viejo homosexual Ortiz Pavero. Los hombres de Corrons habian hecho una nueva entrega, y en los ultimos tiempos no paraban de llevarse cosas. Iba

Вы читаете El Nombre que Ahora Digo
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату