mejilla a Sintora, mientras el enano Miera avanzaba hacia la Casona y Montoya desnudaba a la Ferrallista, que torcia los ojos y le decia, Soy tu puta, Montoya, ya nunca voy a ser de nadie mas que de ti, y las palabras se le atoraban a la Ferrallista en la garganta y se le mezclaban con suspiros y quejas, y los ojos ya se le volvian del todo y los parpados le temblaban mientras hincaba las unas en la espalda de Montoya y unas gotas de sangre asomaban por los costados del hombre y el rumor de sus voces y los quejidos salian de la habitacion y bajaban por la escalera.

Dime que me llevaras contigo, dimelo, sonreia Serena, a mi y a la nina, que no nos vamos a separar mas. La lluvia volvia a caer, despacio, leve entre los arboles del invierno, y el enano Torpedo Miera apretaba el paso, caminaba por la ribera de los charcos en los que su silueta temblaba con un reflejo de aguas sucias. Seguian trabajando a la intemperie Doblas y el sargento y la Ferrallista y Montoya rodaban sobre la cama dejando un rastro leve de sangre mientras Serena le decia a Sintora que debia irse, que habia ido a recoger un vestido, un encargo y que Corrons la esperaba. Volverian a verse al dia siguiente, en la parte trasera, se besaban, las manos de Sintora pasaban por el cuerpo de la mujer, recordandola mas que deseandola. Salian del taller, adelantada y caminando rapida Serena, con su abrigo y su melena destacando entre la grisura de los troncos, bajo la lluvia, y detras Sintora, envuelto en su viejo gaban militar, las manos en los bolsillos y el frio y el agua rozandole la cara como Serena se la acababa de rozar al despedirse, mirandola a ella y sin ver la figura del enano Torpedo Miera, que en ese momento subia la escalinata de la Casona y que al ver a Serena y a Sintora recordo lo que la Ferrallista le habia contado meses atras, cuando habian arrojado a un falangista por un balcon y entre la multitud habia creido ver a la mujer de Corrons con Sintora.

Se detuvo en lo alto de la escalinata el enano hasta que Serena paso bajo el y se quedo mirandola, sonriendo y sin decirle nada. Estuvo alli el enano hasta que Serena cruzo la verja y desaparecio tras la tapia. Fue entonces cuando entro en el edificio, paso por delante de la cantina, en la que estaban el mago Perez Estrada y el faquir Ramirez, intentando encender en la chimenea un fuego con lena mojada. No quiso acudir a la llamada del mago, que, mientras el enano empezaba a subir la escalera, salio de la cantina, llamandolo. Pero ya era demasiado tarde, el enano Torpedo Miera, la cara de nino metido en formol arrugada, estaba en la mitad del tramo, detenido y escuchando las voces y los jadeos, casi los gritos, de la Ferrallista. Se miraron el enano altivo y el mago, el faquir Ramirez, que habia asomado detras de Perez Estrada, la boca rodeada con los lunares del alambre. Los tres en silencio, con la voz, que ya se apagaba, de la Ferrallista cruzando entre sus miradas, acuosa la del enano, celeste la del mago, triste y marron la del antiguo faquir. Y ya habia empezado el enano a descender, despacio, cuando arriba se hizo el silencio y Enrique Montoya, desnudo, salio a cerrar la puerta de la habitacion. Vio Montoya al enano de espaldas, su joroba pequena, bajando la escalera. Los ojos del mago, la boca cerrada del faquir Ramirez.

Madrid era una ciudad colgada del vacio. Cada dia alguna de sus casas, alguna de su gente, desaparecia en el abismo. Todos sabiamos que Madrid se iria desmoronando piedra a piedra, hombre a hombre, hasta que muy pronto la ciudad entera no fuese otra cosa que un esqueleto cayendo hacia la nada. Y a pesar de ello se sucedian los dias, venian nuevos rumores, nuevos miedos, y la gente se apostaba en las colas, se asomaba al sol, salia a la calle, miraba a los otros, sabiendose ya todos pasto de la destruccion. Olvidandolo y sabiendolo todo a cada segundo.

Gustavo Sintora sabia de la destruccion inminente, hablaba con Serena Vergara, planeaban su huida a la vez que Corrons planeaba la suya, la entrega del Marques, la liquidacion de sus asuntos, la desaparicion de su rastro, mientras el sargento Sole Vera y Doblas, en la explanada que habia detras del Centro Mecanizado, recomponian a contrarreloj un camion medio destripado y en la Casona, Enrique Montoya y la Ferrallista compartian habitacion, sin que ninguno de los dos hubiese llegado a hablar con el enano Torpedo Miera, mas enano, mas altivo desde el dia en que se quedo varado en medio de la escalera, sin volver a subirla ya nunca, sin que nadie, mas que Corrons, supiese cual era su paradero.

Asi se iban sucediendo los dias. Y como el teniente aquel habia vuelto a preguntarle al sargento y a Doblas por el capitan Villegas y por el trabajo que estaban haciendo, el sargento Sole Vera envio a Sintora y a Montoya en busca de Sebastian Hidalgo, para que les falsificara una orden, no ya del capitan Villegas, sino del coronel Bayon, con la que callar al teniente. Fue la unica vez que Sintora vio la casa de Hidalgo, aquella buhardilla de los alrededores de la Puerta del Sol, pequena, limpia y con una mesa donde habia tinteros de muchos colores.

– Holandeses -dijo el falsificador con orgullo-, tinta que habria envidiado Rembrandt -pinceles y plumas, ficheros, todo colocado con un orden geometrico.

Con su cara de nino, su sonrisa tierna, Sebastian Hidalgo lamento el estado de las gafas de Sintora, pregunto por la dentadura metalica de Doblas, se quedo un instante con la vista y la sonrisa perdidas, tocadas de ensueno, cabeceando, y les ofrecio unos vasos de vino que era vino verdadero, no el liquido aspero y negro que siempre habian bebido en la cantina y del que todavia, no se sabia de donde, el mago Perez Estrada conseguia sacar alguna botella.

Les prometio Sebastian Hidalgo la orden y unas nuevas gafas para Sintora, pero cuando dos dias despues aparecio por la Casona, ademas de la orden y de las gafas, que eran redondas y con la montura de jaspe marron, casi amarillento, el falsificador Hidalgo les llevo a los antiguos hombres del destacamento una noticia. Una noticia que hablaba de Ansaura, el Gitano, y que a el se la habia dado esa misma tarde Bento Valladares, el Portugues, un joven discipulo que Hidalgo habia tenido en sus anos de Barcelona y que ese mismo dia habia llegado a Madrid. A pesar de su edad, veintidos anos, Valladares no habia sido movilizado porque tenia la facultad de provocarse en el momento que lo quisiera y a voluntad propia unos aparatosos ataques de epilepsia que le habian valido su incapacidad para las armas y la posibilidad de andar a su antojo por la guerra, de un lado para otro, por mas que en agosto del treinta y seis lo hubiera fusilado un peloton de falangistas y en octubre del treinta y siete un piquete comunista, llegando estos ultimos a darle sepultura en una fosa comun de la que el Portugues salio con la boca llena de tierra y dos heridas en el costado. Era inmortal, Bento Valladares, pero no era de el de quien Sebastian Hidalgo queria hablar, sino, ya lo habia dicho, de Ansaura, el Gitano, con quien Valladares se habia encontrado en la provincia de Lerida.

Iba con una maquina de coser a cuestas, Ansaura, cargando con ella por en medio del campo. Una Singer, decia a cada momento Ansaura, el Gitano, como si el otro no supiera distinguir las letras que la maquina llevaba escritas en su caperuza de madera o labradas en su armazon de hierro. Le conto Ansaura a Bento Valladares que venia con ella, con la Singer, desde el Ebro, que habia entrado en una casa respetable y habia encanonado a los duenos de la vivienda y de la maquina, un anciano pequeno y casi redondo y una joven que era su hija y quien usaba la Singer. Entre el viejo y la muchacha cargaron la maquina en el camion que Ansaura, el Gitano, habia dejado en la parte trasera de la casa. Tambien se llevo dos candelabros y unas morcillas.

Anduvo con el camion camino de Barcelona, adelantando soldados que iban en retirada hacia esa ciudad y saliendose de la carretera cuando advertia peligro o necesitaba descansar. Dormia en la caja del camion tapado por una manta y abrazado a la Singer. Pero solo paso una noche con la maquina en el camion, porque nada mas empezar su segundo dia de viaje, el vehiculo se quedo sin combustible y el bidon que llevaba en la caja apenas contenia un par de litros con los que, despues de mucho sufrir, consiguio arrancar el camion y recorrer ocho o diez kilometros de carril. Aunque llevaba una pierna herida, el Gitano no tuvo ninguna duda sobre lo que debia hacer. Arrastro la maquina por la caja del camion, bajo la puerta trasera y, con las cuerdas con las que la habia llevado atada para que no se moviera con las pendientes y las curvas, se la amarro a la espalda y, titubeando por el peso y el dolor de la pierna, hundiendose en la tierra humeda, empezo a andar Ansaura, el Gitano, hacia donde su instinto infalible le decia que estaba Barcelona.

Descansaba poniendose de rodillas o descargando el peso de la Singer en alguna roca o en algun tronco, en cualquier saliente que lo pudiera aliviar del peso por algunos minutos, por algunos segundos, porque por todas partes veia peligros y de tarde en tarde distinguia a lo lejos movimiento de gente, seguramente soldados, tal vez desertores, tal vez hombres perdidos de su unidad que atravesaban los montes por su cuenta y que le hacian a Ansaura estar alerta en todo momento. Y de ese modo, subiendo cuestas, cruzando canadas y atravesando torrenteras con la maquina a cuestas, con la tizne de la barba ya cerrada, los ojos perdidos en sus cuencas y la nariz afilada por el esfuerzo, llego Ansaura, el Gitano, a la vista de una granja que al parecer tenia habitantes. Caia la tarde.

Se desato la maquina de la espalda, le crujieron los huesos y empezo Ansaura, el Gitano, a bajar hacia la granja con mucha cautela y el fusil montado. Cruzo los corrales y alli vio la sombra de un animal. Era un burro de tamano medio pero desnutrido y con las orejas vencidas. Vio el parpadeo de una luz en la casa, y se acomodo Ansaura entre los arbustos que rodeaban el corral, dormitando y temblando, hasta que la noche estuvo muy

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