peldano, la cara contraida. Intentaba tragar una saliva que no tenia, y, viendo como el sargento repartia la vista entre su persona y la puerta de la casa, dijo:
– Se fueron. Los invitados, el dueno, todos -se le cerraba un parpado, sonrio al distinguir al enano detras de la figura de Doblas-. Enano. Dame un sacramento, el que tu quieras, enano. Un sacramento que me purifique - intentaba reirse.
Tenia una mella Enrique Montoya al final de la sonrisa, donde le empezaba la oscuridad de la boca, y se quedo mostrandola, la sonrisa, la mella, mientras el enano Visente se acercaba a el y, besandose el pulgar y el Sagrado Corazon del detente, le hacia el signo de la cruz, tres veces, Regis nostrum, en la frente livida.
Oyeron un ruido arriba, en el interior de la casa. Doblas alzo el fusil apuntando a la puerta. El sargento les hizo una senal, y Sintora y el resoplido de Doblas, mientras el enano se quedaba al lado de Montoya susurrandole palabras al oido, subieron tras el sargento hasta el rellano, hasta la entrada de la casa. Alli vieron mas sangre, pero no limpia y fluyendo como la que bajaba por la escalera, sino restregada por el suelo, pisoteada, en manchas sobre la pared. Y nada mas asomarse al interior de la casa, precedidos por los canones de sus fusiles y por la pistola del sargento, vieron unos pies asomando en el vestibulo, unas piernas, un cuerpo tumbado boca arriba en el suelo que se iba revelando a medida que ellos avanzaban y que finalizo por tener la cabeza de uno de los hombres de Corrons, el que tenia la mandibula mas cuadrada y las cejas mas abundantes, Asdrubal. Tenia una sonrisa parada en la boca y los ojos muy abiertos, como si el trozo de pared que estaban mirando fijamente estuviera lleno de sorpresas. En el cuello tenia un agujero negro, y el abrigo de color marron se le veia empapado y humedo, pesado por la sangre.
Doblas le dio una patada leve en un costado. Hubo un ruido subterraneo de liquido, unas ondas que parecian extenderse por el cuerpo del hombre pero que no afectaron a la expresion torcida de la boca ni a la intensidad de la mirada, tan fija en la pared, que Doblas miro hacia ella con detenimiento por ver si adivinaba que podia haber visto alli en su ultima mirada el primo de Corrons. Siguio el sargento andando hacia el interior de la casa, despacio. Doblas y Sintora detras de el.
Ya no habia mas sangre, pero en el salon situado delante de la biblioteca vieron la coronilla de alguien sentado en el sofa que habia en medio de la habitacion. Era el craneo con pelo de alambre del abogado Cantos, que no respondio a la llamada sigilosa del sargento ni al insulto de Doblas. Rodearon el sofa y vieron las heridas y las quemaduras que el abogado, recostado sobre unos cojines y con los ojos entornados en expresion de hastio, tenia en el pecho, solo que el abogado no tenia abrigo con el que cubrirse los destrozos de los pulmones ni vida por la que sentir pudor. El sofa lo habian dejado medio destripado, con muelles asomando y la tela quemada y con aureolas de polvora.
Sintora estaba mirando como, ademas de las heridas del pecho, al abogado Cantos le habian disparado en los pies, el derecho tenia algunos agujeros en las babuchas y al izquierdo le faltaban la babucha y varios dedos, cuando en la biblioteca volvieron a oir un ruido. Apuntaron sus armas en la direccion de los sonidos, avanzo el sargento, se llevo el fusil a la cara Doblas y miro a su espalda, a su alrededor Sintora, pero ninguna precaucion era ya necesaria en aquel lugar, porque, una vez que llegaron a la sala de los libros, despues de derrumbar de una patada los volumenes que habia apilados en un rincon y de apartar un biombo de dibujos chinos, Doblas, obedeciendo un gesto del sargento Sole Vera, disparo contra uno de los estantes vacios, despues contra el que habia a su lado, y, una vez encasquillada su arma, ya estaba Sintora preparado para seguir el tiroteo cuando detras de una de aquellas maderas oyeron una voz pidiendo piedad.
El sargento, que a pesar del eco de las maderas y del miedo reconocio la voz del cura Anselmo Quintana, le dijo que saliera del agujero. Hubo un silencio, despues una tos y luego un crujido. Una plancha de madera tuvo un estremecimiento y luego la tabla se retiro hacia un lado dejando al descubierto al cura, encorvado y tembloroso en aquel hueco que no tenia mas de un metro de altura. Se han ido todos, fue lo primero que dijo el cura Quintana, intentando alisarse con los espasmos de la mano el pelo de alambre que le rodeaba los huesos de la calva. El sargento le pregunto por Corrons y el cura respondio lo mismo que Montoya, Se han ido todos.
Adonde, pregunto el sargento Sole, yendo ya hacia la salida de la casa, seguido de nuevo por Sintora y Doblas, aunque este ahora llevaba cogido del brazo y casi en volandas al cura Anselmo, despeinado y fragil al lado de la mole y la respiracion del mecanico. Bajaron el tramo de escalera hasta donde estaba Montoya, que ya medio habia entornado tambien el ojo que antes mantenia abierto y que a pesar de ello esbozo una sonrisa al entrever la figura del sargento. Pero ya no dijo nada mas Enrique Montoya. Se le borro la mirada, los dedos apretados en las solapas del abrigo, la sonrisa desbaratada.
El enano Visente le media el pulso en las venas del cuello. Miro con cara de susto al sargento y este, enfundandose la pistola en el cinturon, metio el brazo con mucho cuidado bajo la espalda del soldado herido a la par que Doblas lo hacia por el lado contrario. Lo levantaron entre los dos y empezaron a bajar la escalera. El enano Visente llevaba los fusiles de Doblas y Montoya, y Sintora el brazo del cura Anselmo. La respiracion de Montoya sonaba como una flauta rota. Lo subieron con cuidado a la caja del camion y alli lo liaron en una lona que tenia olor a pescado rancio. Se le movia un pie, el tobillo desbaratado en un morse epileptico, el cura se santiguo con sus temblores, mirando a Doblas y a Sintora.
El gesto del cura fue una senal que puso en marcha a los hombres del antiguo destacamento. El sargento salto de la caja y corrio hacia la cabina, lo mismo que Doblas. Sintora y el enano se quedaron al lado de Montoya, oyendo su respiracion, que se perdia en medio de sus pitidos y de los estertores del camion. El cura Anselmo se quedo sentado en una esquina de la caja, agarrado a las correas del toldo y observandolo todo con cara de loco.
Salto del camion Sintora cuando subian una cuesta y el motor renqueaba. Vio los ojos del sargento en la mirada del espejo que temblaba al lado de la puerta, partido en dos. Y corrio por la cuesta abajo Sintora, y el ruido del camion, los golpes de sus pies en la carretera y el pitido de los pulmones, la respiracion de Enrique Montoya y los rezos del enano Visente se le mezclaban en la cabeza y lo empujaban en el vertigo de la carrera. Y ya todo fue desastre en ese dia, cuando la guerra era un animal agonico y amenazaba llevarse con el a toda esa gente que andaba perdida por su piel, por la corteza del mundo.
A Enrique Montoya lo bajaron del camion dos soldados con batas que alguna vez habian sido blancas y que ahora tenian color de matadero. Seguia Montoya con la mirada perdida y aquella respiracion de escapes y valvulas atoradas. Tambien el hospital parecia a punto de acabar sus dias, todo lleno de desconchones y humedades, con el olor agrio de la enfermedad escapandosele por las puertas. Pero ni el sargento ni Doblas, ni tampoco el enano Visente y el cura Quintana tuvieron mucho tiempo de respirar aquel aire podrido, porque nada mas bajar a Montoya del camion, el sargento, que no habia parado el motor del vehiculo, lo puso en marcha y los cuatro hombres vieron alejarse aquel edificio oscuro al que le faltaban casi todos los vidrios de las ventanas y sobre el que ondeaba una bandera blanca, casi tan sucia como las ropas de los soldados.
El sargento conducia rapido, Doblas iba a su lado sin ninguna expresion en el rostro y el cura y el enano zarandeados en la caja, volcandose de un lado a otro y apartando de si la lona en la que habia estado envuelto Montoya, empapada en sangre y con el olor a pescado mas fuerte, resucitado al mezclarse con los flujos del soldado herido. Oyeron disparos y vieron soldados y hombres sin uniforme que corrian armados por la calle y se apostaban en los portales para disparar contra las ventanas de un edificio del que tambien contestaban con fuego. Hubo una explosion en medio de la calle.
Estan crucificando esta ciudad. Madrid va a ser santa, iba diciendo el cura Anselmo Quintana cuando el camion dio un giro brusco, le crujieron los ejes y apreto la marcha. El enano rodo por las tablas, al cura, agarrado a la madera de la caja, se le iban las piernas de un lado a otro y el motor parecia a punto de estallar. El sargento