Sole Vera habia visto un coche cruzar una calle perpendicular y el reflejo aguado de un rostro tras los cristales de la ventanilla, el perfil de Corrons. Giro y ya en la misma calle que el automovil en el que creia haber visto a Corrons, observo el sargento como el coche reducia su marcha y se detenia a un lado de la calle, delante de un portal con emblemas comunistas.

Se bajaron de el Corrons y dos de sus hombres, el Sordomudo y Armando, quiza podria haberse afirmado que se trataba de Asdrubal si a este no lo hubieran dejado muerto en casa del Marques. Estaba parando el camion el sargento unos metros mas alla del vehiculo de Corrons cuando este alzo la vista y vio al sargento. Lo senalo con la mano, y uno de los individuos que iban con el, el Sordomudo, se dio la vuelta apuntando con su escopeta. Antes de acabar el giro ya habia descargado dos tiros sobre el camion. Los plomos del primer disparo se incrustaron en la chapa del morro y reventaron uno de los faros, los del segundo rompieron el parabrisas y sus fragmentos y alguno de los plomos fueron a parar a la cara de Doblas, que, mientras el sargento Sole Vera se agachaba en el asiento y en la calle se armaba un revuelo de mujeres que gritaban y hombres que corrian, se quedo un instante inmovil, agarrado al asiento y sintiendo un escozor que le invadia toda la cara y que en una mejilla, al lado de la oreja y en la boca se le convertia en dolor agudo, en una quemadura acida.

Iba a hablar Doblas, a maldecir a Corrons y al Sordomudo al ver como de la cara empezaba a gotearle sangre, pero ya el otro acompanante de Corrons, Armando, quiza Amadeo, habia empezado a disparar su fusil contra el camion mientras el propio Corrons se parapetaba detras del coche y disparaba su pistola. Saltaron el sargento y Doblas del vehiculo. Los disparos de Corrons y Armando martillearon secos, pausados, la cabina del camion. Una mujer mayor grito desde una ventana, y desde el edificio que habia al lado del camion tiraron un tiesto de barro que fue a partirse a los pies del sargento. El cura Anselmo y el enano Visente estaban tumbados dentro de la caja, rezando el enano y mirando el cura por una de las grietas de las maderas como el Sordomudo, de pie en medio de la acera, metia dos nuevos cartuchos en la escopeta y Armando, Amadeo, se refugiaba en un portal.

No veia el cura al sargento Sole Vera, pero oia como desde la parte delantera del camion gritaba y le daba ordenes a Doblas, que debia de estar cerca de ellos, escondido por la parte de atras o quiza debajo del vehiculo, arrastrandose entre las ruedas. De las casas volvian a escucharse voces, tambien venian gritos apagados de la esquina de la calle. Se oyo un disparo del sargento, un grito de Corrons y otro disparo de su pistola. El cura veia la silueta de Corrons moviendose tras los cristales del coche. El Sordomudo cerro su arma y volvio a disparar dos veces seguidas. Un viento de fuego choco contra la puerta y la rueda delanteras del camion, pero antes de que se disipara su estruendo bronco, debajo del vehiculo se oyo un estampido leve, el disparo de Doblas, y al instante el Sordomudo giro brusco su rodilla derecha, se le volvio hacia atras el cuerpo pero no las piernas, y cayo de costado, partiendo con su peso la escopeta en dos el Sordomudo. La pierna se le quedo temblando, dando unas sacudidas cada vez mas lentas. De la boca o de algun lugar de la cabeza le salia una mancha negra que se iba extendiendo por la acera.

Del edificio que habia al lado del camion volvieron a salir gritos, y luego una detonacion. Disparaban sobre el sargento Sole Vera. El cura le dijo al enano que los iban a matar. Gateo el enano por la caja hacia la puerta trasera y mientras gateaba, por un agujero del suelo vio como Doblas, goteando sangre por la cara, se arrastraba por el suelo y apuntaba al edificio. Disparo. Dispararon desde el portal y desde la casa a la vez. Disparo Corrons, el sargento, Doblas. Una bala entro por la parte superior del toldo y se incrusto en el suelo de madera, al lado del cura.

– Rece usted, Visente -le dijo el cura, que por un instante dejo de mirar por la rendija de las tablas y cuya voz no se sabia si estaba distorsionada por el miedo o la alegria.

Y cuando volvio a mirar por la grieta desde la que habia estado viendo los primeros compases del tiroteo, el cura vio estallar uno de los cristales del coche y a Corrons doblarse sobre si mismo, quiza herido, a la vez que del portal asomaba el fusil de Armando o Amadeo y volvia a disparar. Sono el impacto como un gong apagado y triste en la puerta del camion. Disparo el sargento contra el portal, se oculto el fusil. Todo parecia un ballet, un juego solo desmentido por el Sordomudo, que ya habia dejado de mover la pierna, y por su sangre, que seguia decidida su camino por la acera, veloz, viva la sangre del muerto.

– Se va, Visente, se va Corrons -murmuro el cura, y luego, ya con la vista apartada de la grieta, grito-: Sargento Vera se escapa, el asesino, se va.

Agachado detras del coche, Corrons habia abierto una puerta y se habia introducido dentro del vehiculo. Encorvado, intentaba arrancarlo. Salio el sargento de detras del camion, disparo sobre el coche y sobre el dispararon desde el edificio. Apunto Doblas a la ventana de la que venian los tiros, disparo y cayeron a la calle cristales, unas gotas de sangre. El coche de Corrons avanzaba zigzagueando por la calle, con los vidrios rotos, tironeando y con el conductor apenas asomando los ojos sobre el volante.

Cojeando, corrio el sargento Sole Vera, mi padre, detras del coche. Disparo su pistola y el plomo de sus balas se perdio, caliente, invisible, calle adelante. Del maletero del coche salto una chispa, un fulgor leve y apenas visible en el gris de la tarde. Madrid era una ciudad de estatuas enterradas. Siguio avanzando el coche de Corrons, ya veloz, ya sin ir de una acera a otra. Corrio el sargento con su cojera, apuntando al portal en el que se habia refugiado el hombre de Corrons, invisible desde hacia unos segundos, quiza unos minutos. Doblas, despacio, con la cara cubierta de sangre, salio de debajo del camion, mirando a las ventanas, a los tejados de los edificios. Habia nubes de plomo y todo se lo estaba tragando la primera oleada de la noche, todo se iba convirtiendo en gris, en una estampa en blanco y negro, con los contornos difusos de una fotografia antigua.

Miro el sargento la rueda delantera del camion, reventada por los disparos del Sordomudo. Se miro la pierna, el pantalon mojado de sangre. Miro a Doblas, que seguia apuntando a las alturas, y a pesar de todo subio al camion, lo arranco y le dijo a Doblas que subiera. Con la rueda crujiendo, maniobro en la calle, lento. Giro y fue tras la estela que habia seguido el coche de Corrons, forzando el motor, rebotando la llanta en los adoquines de la calle, intentando seguir el rastro del coche fugitivo. Pero ya pasarian anos, decadas, antes de que el destino volviera a reunir a aquellos hombres, antes de que unos supieran de los otros y de nuevo volvieran a oir sus voces, sus nombres.

La tarde caia y era como si fuese la ultima tarde del mundo. Se hundia en las tinieblas Madrid, aquella ciudad por la que circulaban camiones con banderas desgarradas, soldados de un mismo ejercito que se disparaban entre si y que ya no sabian quien era el enemigo. CASADO TRAIDOR, leyeron los antiguos hombres del destacamento en una pared comida de carteles viejos. Unos soldados con brazaletes rojos repetian el lema en la fachada limpia de una casa. Apuntaban al camion mientras otros manejaban brochas y cubos de pintura blanca. BESTEIRO MIAJA CASADO TRAIDORES escribian. PASARAN, habian pintado en otro lugar otros hombres, gente anonima que despues de treinta meses de desesperacion y silencio empezaba a salir de sus agujeros.

La guerra, Madrid, eran mas que nunca un laberinto y por en medio de ese laberinto marchaba, al caer la noche, un camion con una rueda reventada, alumbrando las calles con un solo faro. Polifemo herido y ronco que cabeceaba llevando en su interior a mi padre, el sargento Sole Vera, herido de bala en una pierna, y a su ayudante, que a cada paso escupia la sangre de un plomo que le habia roto uno de sus dientes de metal, los labios y el rostro sanguinolentos, la piel agujereada por el polvo de los cristales reventados y por otros dos plomos que llevaba alojados en la mandibula.

Callado, respirando entre ahogos, sin preguntar adonde iban, Doblas, el mecanico herido, viajaba al lado del sargento mientras detras, en la caja del camion, por en medio de las sombras de Madrid, entre estatuas enterradas, arboles que eran espectros de arboles, edificios derruidos y gente que se escondia en la penumbra, iban con el miedo, agarrados al temblor de la madera, el enano Visente y el cura Anselmo Quintana, que ya empezaba a contarle al enano aquello que luego acabaria relatando al sargento Sole Vera y a Doblas cuando, despues de haber ido a casa de Corrons y haber presenciado un nuevo tiroteo entre soldados fieles a Negrin y la gente del coronel Casado, llegaron a la Casona.

Mientras el enano Visente estuvo sacando con unas pinzas los dos plomos de la mandibula de Doblas y mirando el agujero limpio que atravesaba el gemelo derecho del sargento Sole Vera, mientras le echaba unos polvos blancos y le vendaba la herida, el cura Quintana les dijo que siempre habia sabido que ocurriria lo que ese dia habia ocurrido en casa del Marques, que los hombres de Corrons y los del destacamento acabarian matandose entre si del mismo modo que ahora se mataban los soldados de la Republica por las calles de Madrid, cada uno tenia su fe. Miraba con sus ojos aguados, fe en la nada o fe en una idea o incluso en un dios, pero cada uno tenia su fe. Y la de Corrons y los suyos nada tenia que ver con la del sargento Vera.

– Ustedes, sargento -con el temblor de su pie apartaba de su lado los trapos manchados de sangre que el

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