coche agarrada a el, me habria gustado que me echara el brazo por los hombros y que me apretara contra si. Una locura, lo que habia ocurrido era una locura. Puede que se tratara de la magia de la noche, de las estrellas sobre nosotros y las luces del puerto, del sonido del mar, de la brisa, del estar solos…

– Esto es una locura -dijo el atreviendose a mirarme de frente y sin regateos.

Ahora sus ojos me gustaban. Me gustaban sus ojos rasgados y su mirada resbaladiza. No existia nadie cerca de mi que me hiciera sentir algo asi. Ni siquiera lo habia sentido por Santi, con lo facil que habria sido. No habia que hacer nada, solo no resistirse, asi que no entendia por que habia tenido que ser la Anguila y no el padre de mi hijo quien me separase los pies del suelo. Santi no habia tenido la culpa, la habia tenido yo por no haber sido entonces como era ahora.

En el coche estuvimos a punto de besarnos otra vez, pero no lo hicimos. Estabamos dejando escapar un buen momento que a saber si volveria a repetirse.

– ?Crees que debo ceder, que debo hacerme de la Hermandad?

Tardo un minuto en contestar, hacia como que estaba pendiente de la conduccion y luego dijo secamente:

– Lo que importa es lo que creas tu. Nadie te llamo, te metiste tu sola en esto.

Sali del coche despacio, quiza esto no volviese a repetirse nunca mas. Y yo no era la misma que habia salido de Villa Sol unas horas antes. Volvia de un largo viaje y lo que habia dejado aqui ahora me parecia menos importante.

Fred y Karin me esperaban en el salon. Me preguntaron curiosos que tal me habia ido.

– Buenas noches -dije por toda respuesta-. He cenado mucho.

Y al llegar al cuarto me tumbe en la cama. Por la ventana veia las estrellas y debajo de las estrellas las hojas de las palmeras balanceandose. Estaba un poco mareada, como si flotara.

Julian

Probablemente Sandra no acudiria a nuestra cita despues de lo del ultimo dia. Yo de ella no vendria, ?por que iba a querer verme alguien a quien habia enganado y puesto en peligro? Sin embargo, mi obligacion era estar aqui por si acaso se decidia. Lo unico que podia hacer era mostrarle mi profundo desprecio hacia mi mismo.

No sali del coche, no queria ver la cara de la camarera de la heladeria antes de tiempo. Aunque no quisiera tenerla en cuenta, no podia evitarlo. No se puede evitar ver, oir y sentir simpatia o antipatia por gente de paso, gente de cinco minutos. No se puede estar muerto antes de muerto por mucho que se desee. Asi que en cuanto escuche las ruedas de la moto de Sandra sobre la tierra pedregosa di un pequeno toque al claxon, solo para llamar su atencion. El corazon me dio un peligroso salto de alegria.

Sandra aparco y vino hacia mi. Le abri la puerta para que entrara.

– ?Es que no hay sitio dentro? -dijo.

– Me revienta esa camarera, me ofende mirandome como si fuera un pervertido.

Sandra se rio sin muchas ganas. Tenia la cara chupada, por lo menos habia adelgazado dos o tres kilos y no se me ocurria otro sitio donde llevarla para que comiera algo. Solo confiaba en el bar de los menus y en este local, porque en otro cualquiera del pueblo corriamos el riesgo de que nos vieran juntos.

– Aunque pensandolo bien, tengo hambre -dije-. Me tomaria un sandwich caliente y un trozo de tarta de chocolate, en ningun sitio los hacen como aqui.

– Como quieras, yo no tengo hambre.

Me tranquilizo que nos sentaramos en nuestra mesa junto a la ventana, le daba mayor aire de normalidad al encuentro.

– Parece que los noruegos no tienen la nevera muy llena.

– ?Por que lo dices? -dijo mientras cogia la carta plastificada con desgana. Sabiamos de memoria lo que servian en la heladeria, pero siempre mirabamos la carta un buen rato mientras hablabamos.

– Las embarazadas engordan, no adelgazan.

– Estoy bien.

La camarera nos interrumpio. Me miro con su hostilidad habitual.

– Cafe de maquina para mi y para la senorita un sandwich caliente de pan integral y jamon, un trozo de tarta de chocolate y un batido.

Sandra no queria la tarta y la camarera la tacho y le dirigio una mirada comprensiva.

– Te estan chupando la sangre. Si continuas en esa casa, acabaras enfermando -dije.

– No es eso, estoy nerviosa. Bueno, nerviosa no es la palabra, estoy intranquila, a la espera.

– ?A la espera de que?

Sandra callo. La camarera nos puso los mantelitos de papel y los cubiertos.

– A la espera. Tengo la impresion de que mi vida, mi vida autentica, va a empezar en cualquier momento. Este viaje ha sido muy importante para mi. Imaginate, creia que me iba a pasar todo el tiempo tumbada en una hamaca, y ahora mira…

Escuchaba vagamente. En el fondo, estaba pensando en Sebastian, en que podria hacer para localizar su casa sin tener que utilizar a Sandra.

– El perrito esta bien -dijo de repente.

Me irrito tener que tardar un minuto en comprender de que perrito se trataba. Ella me miraba con sus ojos pardos verdosos muy abiertos. Se le habian agrandado y habian perdido algo de alegria pero habian ganado en intensidad. El perrito nos recordaba mi maldad. Estaba tan concentrado en el giro que estaban dando los acontecimientos que de pronto vi en la mesa lo que habiamos pedido como si hubiese aparecido alli por arte de magia.

– ?Y como lo sabes?

Seguia mirandome, dandome tiempo para recordar y para encontrar el hilo. Segun me habia contado Sandra, la Anguila se llevo el perro la misma noche de la fiesta, y ademas la Anguila queria salir con ella un dia.

– No me digas que te has visto con ese, con la Anguila.

Cabeceo y su mirada se transformo.

– Se llama Alberto -dijo mordisqueando de mala gana el sandwich.

– Conque Alberto.

– Fue a buscarme a casa de los noruegos y me llevo el perro para que lo viera. Estaba muy gordito, muy bien cuidado.

– ?Y por eso crees que es un buen tio?

?Tio? Se me iba pegando el vocabulario de Sandra. Me encontraba raro diciendo tio, era como si me estuviera convirtiendo en otro.

– No he vuelto a verlo desde entonces. No ha ido por alli, ni me ha dejado una nota, nada -dijo con melancolia.

Ahora si que no me hizo falta ni un minuto para comprender. Los ojos le brillaban peligrosamente.

– Ya no tienes miedo.

Se encogio de hombros. Se habia tomado el batido y se habia limitado a mordisquear el sandwich.

– Las cosas han cambiado. Esta gente ya no puede hacernos dano, como mucho viviran cinco anos mas los menos viejos.

Tuve que levantar un poco la voz para hacerle reaccionar. La camarera me vigilaba desde la barra, pensaria que se trataba de una discusion de pareja.

– Las cosas continuan siendo exactamente iguales o peores, y precisamente porque tanto ellos como yo tenemos un pie en el otro mundo hay que ajustar cuentas.

Miro el reloj, llevaba un reloj grande con correa ancha de cuero azul y tenia las manos muy bonitas, pero no delicadas ni languidas. Sandra no tenia nada de languida y sin embargo ahora estaba a un paso de serlo.

– No lo entiendes… Alberto no consentira que me hagan dano.

– ?Por que?, si puede saberse.

– Me beso en el puerto.

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