botella grande de agua para llevarmela al hotel porque mi hija me habia insistido tanto en que no bebiera agua del grifo que era casi un acto de lealtad hacia ella beber agua embotellada.

El recepcionista del hotel era aun el que vi a mi llegada. Tenia una gran peca en la mejilla derecha que lo hacia pintoresco y que habia hecho que no lo olvidara, se me habia grabado inmediatamente en la mente, como me sucedia de joven cuando archivaba caras de forma automatica, sin posible confusion entre unas y otras. Le pregunte mientras me entregaba la llave de mi cuarto si no terminaba ya su turno. El parecio sorprenderse por que me preocupara por el.

– Dentro de una hora -dijo.

Tendria unos treinta y cinco anos. Echo una ojeada a la botella.

– Si necesita alguna cosa, la cafeteria esta abierta hasta las doce, a veces hasta mas tarde.

Me volvi buscandola alrededor con la mirada.

– Al fondo -dijo.

Debia de ser la misma en que me habia tomado el vaso de leche. No se por que le habria dicho que no cayera en la tentacion de borrarse la peca, porque esa mancha podria ayudarle a sobresalir en la vida. Me vino a la mente la cicatriz en forma de uve que Aribert Heim tenia en la comisura derecha de la boca y que con la edad se habria camuflado entre las arrugas. Durante anos llegue a obcecarme tanto con ella que en cuanto veia a un viejo de unos ochenta o noventa anos con algo junto a la boca que parecia una cicatriz, me lanzaba tras el. Pero incluso con una estatura tan llamativa y esa senal habia logrado esconderse de nuestros ojos una y otra vez, una y otra vez. Se habia mimetizado con los de su especie y a veces se le confundia con otros nazis gigantones y longevos como el mismo Fredrik Christensen, que era muy parecido a el. Durante las cinco semanas que estuvo en Mauthausen entre octubre y noviembre de 1941, se dedico a amputar sin anestesia y sin ninguna necesidad, solo para comprobar hasta donde podia resistir el dolor un ser humano. Sus experimentos tambien incluian inyectar veneno en el corazon y observar los resultados, que anotaba minuciosamente en cuadernos con tapas negras, y todo lo hacia sin perder los modales ni la sonrisa. Afortunadamente ni Salva ni yo coincidimos con el en el campo. Otros compatriotas no podrian decir lo mismo. Lo llamaban, sin exagerar, el Carnicero, y lo mas seguro era que el Carnicero estuviera tomando el sol y banandose en algun lugar como este. El y los otros estarian disfrutando de lo que no era como ellos, de lo que no habian hecho a su imagen y semejanza. Salva habia tenido el coraje de no querer olvidar nada.

– ?Vaya dia! Estoy un poco cansado -dije quitandome el sombrero y la imagen de dos judios cosidos por la espalda gritando de dolor y suplicando que los mataran de una vez. ?Quien hizo aquello? Alguien a quien estos gritos de dolor le afectaban como a nosotros los de un cerdo en una matanza o los de una rata atrapada en una trampa. Era imposible volver al punto en que aun no se ha visto algo asi. Se podia fingir ser como los demas, pero lo visto, visto estaba. Este viejo fantasma de mi cabeza debio de envejecerme, porque el recepcionista dijo, poniendo un gesto bastante serio:

– Ya le digo, si necesita alguna cosa, no dude en llamarme.

En senal afirmativa hice un gesto con el sombrero medio arrugado en la mano.

En realidad no estaba cansado, pero estaba tan acostumbrado a estar cansado y a decirlo que lo dije. Estar cansado encajaba mucho mas con mi perfil que no estarlo.

Tras el consabido ritual que me llevaba unos tres cuartos de hora, me meti en la cama. Vi un poco la television y enseguida apague la luz y me puse a visualizar mentalmente la calle y la casa de Fredrik, la foto del periodico y lo que sabia de el. Sus fotos de joven, de las que solo tenia dos en el archivo de mi despacho y alguna mas en mi archivo mental, eran suficientes para recordarle como en realidad era, un monstruo que, como Aribert Heim, creia que tenia poder sobre la vida y la muerte. Tambien como Heim, era de uno noventa, cara angulosa y tenia los ojos claros. De joven la arrogancia es mas visible, esta en el cuerpo, en los andares, en un cuello mas largo y por tanto en una cabeza mas alta, en una mirada mas firme. En la vejez, los cuerpos decrepitos disfrazan la maldad en bondad y la gente tiende a considerarlos inofensivos, pero yo tambien era viejo y a mi el anciano Fredrik Christensen no podria enganarme. Reservaria las fuerzas que me quedaban para el anciano Fredrik, el resto del mundo tendria que arreglarselas sin mi, me dije preguntandome que habria pensado Raquel de todo esto, aunque me lo imaginaba, me diria que iba a desperdiciar la poca vida que me quedaba.

Me desperte a las seis de la manana. No estaba mal, habia dormido de un tiron y me duche, afeite y vesti sin prisas, oyendo las noticias en la radio-despertador de grandes numeros rojos que habia al lado del telefono, lo que tambien me servia para ponerme al dia con la politica local y el esfuerzo de los ecologistas para que no construyeran mas en la playa.

Fui uno de los primeros en llegar al comedor y desayune a fondo, sobre todo mucha fruta, practicamente toda la que necesitaria tomar a lo largo del dia, mas una manzana que me meti en el bolsillo de la chaqueta. Sali y camine hacia el coche sintiendo el aire de la manana ya bastante fresco a estas alturas de septiembre.

Subi hasta el Tosalet cruzandome con coches que llevaban mas prisa que yo, seguramente camino del trabajo. Yo en cierto modo tambien iba a trabajar, aunque no me pagasen. Se podria llamar trabajo a todo lo que suponga una obligacion impuesta por uno mismo o por los demas, y mi trabajo me esperaba en una pequena plaza a la que daban varias calles, una de ellas era la de Fredrik. Me situe de forma que a lo lejos pudiera observar la espesa hiedra de la casa, tapando practicamente su nombre, Villa Sol. Como Christensen no me habia visto en toda su vida, no tendria que esconderme demasiado, solo hacer movimientos naturales en caso de cruzarnos.

Y nos ibamos a cruzar porque antes de una hora de espera asomo el morro de un todoterreno verde oliva del fortin Villa Sol. El corazon me dio un vuelco, ese vuelco que tanto temia mi hija, y casi no me dio tiempo de situarme en posicion para seguirle. Estaba terminando de hacer la maniobra cuando paso lentamente, como una vision, una especie de tanque conducido por Fredrik Christensen. A su lado iba la que debia de ser Karin. Me incorpore a la carretera principal tras ellos. A unos cinco kilometros hicimos un giro a la derecha. No tenia por que preocuparme que me viesen, para ellos yo era un vecino que hacia su mismo recorrido, y eso me daba cierta libertad para no arriesgarme a perderles.

Pasados unos kilometros, de un chalecito salio una chica joven y subio con ellos. Continuaron su ruta hacia la playa, y yo detras. A veces dejaba que algun otro coche se colara entre nosotros para que no se fijase en mi, pero tampoco queria arriesgarme a perderle, no queria tener que hacer maniobras urgentes ni raras. Tampoco el estaria para demasiadas fiorituras.

Circulamos paralelos a la playa durante unos diez kilometros hasta que torcio a la derecha y aparco en una calle, al final de la cual se veia un trozo de mar, un trozo de azul deslumbrante. ?Como podian estar tan cerca el infierno y el paraiso? Las olas, si uno se fijaba bien en las olas, eran obra de una imaginacion portentosa.

Salieron del coche, y tuve miedo de emocionarme demasiado, respire tan hondo que me dio tos. Era el, muy alto aun, ancho de hombros, piernas y brazos largos, flaco. Abrio el capo y saco una sombrilla, una nevera y dos hamacas plegables. A ella en cambio no la habria reconocido. Parecia que el cuerpo se le habia descompensado y andaba sin agilidad, habia engordado y se habia deformado. Se colgo al hombro una bolsa de plastico. Llevaba puesto un ancho vestido playero de color rosa con aberturas a los lados, y el, pantalon corto, camisa amplia y sandalias. La chica llevaba puesta una camiseta sobre el banador, una gorra, la toalla al hombro y colgando de la mano una bolsa de plastico bonita, no de supermercado. Digamos que en cuanto plantaron la sombrilla los tuve controlados y me entretuve en buscar por los alrededores algun local donde entrar a orinar y a tomarme un cafe. No fue facil, pero al final incluso deje en el coche dos botellas de agua. Mi hija jamas me perdonaria que muriese por deshidratacion.

Me quite los calcetines y los zapatos para andar por la arena, era muy agradable. En cuanto tuviera tiempo me banaria. El Mediterraneo hacia pensar en la juventud y el amor, en mujeres hermosas, en la despreocupacion. Localice con la vista a Fredrik y Karin bajo la sombrilla. El miraba el mar y ella leia, y de vez en cuando hacian algun comentario. Tenian la cabeza dentro de la sombrilla y el cuerpo fuera, al sol. Habia pocos banistas, los tipicos rezagados de las vacaciones y extranjeros desocupados como estos. La chica joven ya habia llegado a la orilla. Estaba tan centrado en la pareja de noruegos que no me di cuenta de que le ocurria algo hasta que Fredrik fue hacia ella. Parecia que una ola se habia llevado la revista que leia y saltaba para alcanzarla. Me quite las gafas de sol para ver mejor, pero la luz se me clavo en los ojos y tuve que cerrarlos. Cuando los abri, Fredrik regresaba dando zancadas con la revista en la mano, la abrio con mucho cuidado y la tendio al sol sobre la sombrilla. Luego saco un helado de la nevera y se lo llevo a la chica. Me sente junto al muro que separaba la arena de los abrojos, juncos y matorrales que se extendian a mi espalda, con curiosidad y un poco de sueno.

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