Antes de que pudiera explicarselo yo misma, dio por hecho que me habia perdido. Le conteste que estaba buscando la casa de un matrimonio noruego llamados Fredrik y Karin. Deduje que no le sonaban porque se fue hacia la puerta principal sin decir una palabra. Se metio entre dos columnas doricas que la flanqueaban mientras yo me escurria el agua como podia y me preguntaba cuanto tiempo tendria que pasar en el planeta ajeno de esta senora, sin muy buen gusto, por cierto, pero evidentemente con bastante dinero. En este caso, morada y moradora parecian encajar. Fueron unos diez minutos de sonar que haria yo con aquel terreno y como trataria de salvar la fachada de la casa, cuando regreso la misma senora sosteniendo un paraguas y seguida del alboroto de varios perritos. Ahora venia sonriendo y traia una toalla en la mano. Me la tendio para que me secase, pero no me seque porque era una toalla de playa con senales de haberse revolcado en ella varios cuerpos, me limite a tenerla en la mano mientras me decia que habia telefoneado a Karin, y que Fredrik venia de camino a buscarme.
– La pobre Karin -dijo- esta hoy con la artrosis. Los cambios de tiempo la matan.
Los pequenos perros me llegaban a los tobillos, ladraban y saltaban a mi alrededor. Y en medio del griterio le dije que habia sido una verdadera suerte que conociera a mis amigos.
– Aqui nos conocemos todos -dijo-. Viven a unos trescientos metros.
Bajo la vista hasta la barriga y la detuvo alli un momento, pero no hizo ningun comentario, no querria meter la pata por si acaso se trataba de una falsa impresion. En ese momento yo aun llevaba ropa muy veraniega con el ombligo al aire, una camiseta por la cintura y unos pantalones de cadera baja. Sentia los pies chapoteando dentro de las sandalias de plataforma.
– No es bueno que cojas frio, deberias secarte.
Los perrillos agitaban sus pelambreras de peluqueria.
– No se preocupe -conteste tendiendole la toalla.
– ?Conoces a los Christensen desde hace mucho?
– Nos conocimos en la playa hace unos dias, lo pasamos bien juntos.
La senora clavo el paraguas cerrado en el banco de madera que habia bajo la pergola. Llevaba un vestido blanco hasta los tobillos y se le transparentaban las bragas. Aunque tendria mas o menos la edad de Karin, se la veia agil y poco consciente de sus anos. Me sonrio pensativa.
Cuando oimos el claxon de Fred salimos a la puerta la anciana joven, los perros y yo. Tal como suponia, Fred me miro extranado. Me pregunto por la moto y si habia venido sola y le dije lo que se dice en estos casos, que pasaba por aqui, que recordaba haberles oido decir que vivian en el Tosalet y que… Cuando me canse de dar explicaciones me calle, tampoco era para tanto. Junto a la entrada habia un mosaico muy bonito con el numero 50. La anciana joven se saco un pequeno paquete de uno de los bolsillos del vestido y se lo dio.
– Gracias, Alice -dijo Fred-. Muchas gracias.
Subi al coche con cierto apuro por si mojaba la tapiceria.
– Karin esta preparando te, llegamos enseguida -dijo con una alegria que no debia de ser solo por mi, mientras giraba por calles y mas calles por donde era milagroso que cupiese el todoterreno y que saliese sin ningun raspon.
Ponia Villa Sol en la entrada de la casa, a cuyas profundidades descendimos, para luego subir andando por unas escaleras a un vestibulo.
Karin estaba en la cocina. Una cocina de unos treinta metros cuadrados con muebles desgastados y antiguos de verdad y no imitacion a antiguo como los de mi hermana. No me pregunto nada, le alegro verme. Andaba con mas dificultad que otros dias y le habian aparecido dos o tres lineas mas de sufrimiento en la cara.
– Hoy me duele todo el cuerpo -dijo.
– Si, ya me ha dicho esa senora lo de la artrosis.
– ?Ah!, Alice. Alice tiene mucha suerte, tiene genes de caballo. Aunque parezca imposible me lleva un ano.
Entonces Fred le puso a Karin el pequeno paquete en la mano y a Karin se le iluminaron los ojos.
– Ahora vuelvo -dijo.
Regreso al rato con una bata de seda rosa en la mano y me obligo a quitarme la ropa mojada y a ponermela en un pequeno bano que habia al lado de la escalera. A Fred le obligo a ir al garaje a buscarme unas sandalias cangrejeras. Me gustaba mas el aspecto de Villa Sol que el de la villa de Alice. Era menos pretencioso y mas personal. Habia mas flores y la arquitectura era la tradicional de la zona, con la fachada color ocre, el tejado de teja, las contraventanas mallorquinas y la marqueteria verde oscuro. Nos sentamos en un saloncito donde debian de hacer vida porque olia al perfume de Karin. Tenia chimenea y se veia el jardin y en un rincon habia un sillon que me gusto desde el primer momento y que fue donde me sente. Fred me acerco una banqueta para que apoyara los pies. Las tazas tenian el filo dorado, como los platos y la tetera.
– Dentro de quince dias empezaremos a encender la chimenea al anochecer. Hay mucha humedad en esta zona.
– Siento haber venido de improviso.
– No importa, querida -dijo Karin-. Quiero ensenarte algo, mira, le estoy haciendo un jersey al bebe.
Fred cogio un periodico y yo me acerque mas a Karin. No podia creerme que hubiesen pensado en mi hasta este punto.
– Hoy me ha dado una patada, bueno, dos patadas.
Karin me sonrio entre sus dificiles arrugas, que hacian que la sonrisa resultara un poco diabolica, como diciendo que sola estas cuando algo tan intimo e importante se lo tienes que contar a una perfecta desconocida. Pero como no dijo nada no pude contestar que si se lo contaba a una desconocida seria porque queria contarselo a una desconocida, porque a lo mejor queria contarlo pero no compartirlo.
Dejo las agujas y el ovillo a un lado porque debido a la artrosis no podia hacer nada en este momento y se puso las manos en el regazo y se cogio una con otra.
– Odio el invierno -dijo-. Me gustaba cuando eramos jovenes, la nieve resplandeciente, el frio helado en la cara. Entonces el invierno no me importaba, podia con todo, ahora necesito el sol y su calor y los dias como hoy me entristecen y me hacen pensar. ?Y sabes que es lo peor? Pensar. Si piensas en cosas buenas las echas de menos y si piensas en las malas te amargas. Cuando hace mucho calor y estoy en la playa no pienso en nada.
A mi mas o menos me sucedia lo mismo, en la playa, con el sol abrasandome la sesera, me encontraba en el septimo cielo.
– No te preocupes por nada, carino, tendras mucho tiempo para olvidar, eres tan joven…
Y las dos nos quedamos mirando hacia el jardin sin decir nada, pensando, oyendo las gotas que caian del tejado y de los arboles. Cerre los ojos y me adormeci, no por sueno sino porque era muy agradable. ?Olvidar, que? ?A Santi? Tampoco era para tanto. Aunque no quisiera casarme ni compartir un hijo (no me hacia gracia la idea de ir al parque con el y el nino), le tenia carino. Abri los ojos y me incorpore en el sillon cuando empezo a rondarme la culpa de sentirme junto a Karin mucho mejor de lo que nunca me habia sentido junto a mi madre, de preferir tener a Fred bajo el mismo techo, pasando las hojas del periodico, que a mi padre. Me daban paz. Me bebi lo que quedaba en la taza, ya frio. Karin me dijo que si yo queria podia ensenarme a hacerle alguna prenda al nino.
Me entusiasmo la idea de aprender algo util, de usar las manos, tambien seria bastante agradable trabajar el barro en medio de esta paz, en dias en que no pasa nada. No me hice rogar cuando a las ocho Fred anuncio que era la hora de cenar y que esperaban que los acompanara. Puse la mesa mientras Fred preparaba una ensalada mas bien ligera. El se tomo una cerveza y nosotras agua. Despues de recoger los mantelitos bordados probablemente por Karin y los platos con escudos en el fondo, Fred trajo un mazo de cartas para que jugasemos al poquer, momento que podria haber aprovechado para marcharme. Pero acepte alejarme otro poco mas de mi mundo y meterme de lleno en la dimension de Fred y Karin. Por otro lado era mejor ir sabiendo lo que me esperaba mas adelante, cuando uno no puede darse el lujo de aburrirse.
Karin sujetaba las cartas con sus torturados dedos y echaba miradas vivaces a su marido. Segun ella, Fred habia ganado varios campeonatos de poquer. Era muy bueno, el mejor, pero las copas estaban en la casa-granja de Noruega y tambien las que habia ganado con el tiro al blanco. Fred trataba de no cambiar la expresion pese a los halagos, no levantaba la vista de las cartas y se dejaba alabar. Cuando por fin nos miro, los ojos le brillaban como a un nino.
Solo interrumpimos la partida porque llamaron a la puerta.
Eran dos chicos. Uno ni alto ni bajo y ancho, con el pelo rapado y unas patillas muy finas que le enmarcaban